“Me hacía mal escuchar madres quejándose porque sus hijos no las dejaban dormir de noche. Me daban ganas de decirles: ‘Sabés las veces que yo me duermo llorando porque no puedo quedar embarazada’. No podía soportarlo”, cuenta Silvana Núñez, que es terapista ocupacional, tiene 36 años y atravesó una descarnada lucha por ser madre.
Casada desde 2010 con Martín -que es psicólogo-, en un bar de Caballito habla sin concesiones, ni medias tintas del drama de no poder concebir. Y lo hace impulsada por el grupo de mujeres que integran @eldeseomasgrandedelmundo, la cuenta de Instagram que creó la periodista Luciana Mantero, tras publicar su libro homónimo.
-¿Cuándo empezaste a buscar tu primer un hijo?
-Tenía 31 años. Antes había hecho un profesorado de yoga, viajamos con Martín y nos compramos un departamento con un crédito. Él estaba más apurado que yo por ser papá. Dejamos de cuidarnos y a los seis meses me empecé a preguntar porqué no quedaba. Mis amigas se embarazaban rápido. Se lo comenté a mi ginecóloga y me recomendó esperar hasta el año para consultar a un especialista. Todavía estaba entre los parámetros normales. Pero me dijo que si quería me comprara un test de ovulación en la farmacia. Todo daba normal. Al año yo sentía que algo no andaba bien. Y a esa altura la ginecóloga me derivó a un especialista en fertilidad. Fui sola. Sin pensarlo.
-¿Por qué sola?
-No sé… Fue automático. De hecho la médica me lo hizo notar. “Yo atiendo a la pareja”, me dijo. Mientras Martín, en paralelo, se estaba haciendo un espermograma con otro especialista. La cuestión es que me mandó a hacer una batería de estudios, entre lo que estaba la histerosalpingografía, que es tremendo… Y más aún, en mi caso.
-¿Tremendo?
-Te inflan, te meten un liquido y así te estudian. Ahí descubrieron el problema: mis trompas no eran permeables. Por eso fue tan doloroso. Cuando se lo mostré a mi médica me hizo un dibujito y me explicó que me tenía que operar. Me hablaba y yo lloraba. La cirugía fue en febrero. Me limpiaron las adherencias, que aparentemente se habían hecho tras una infección mal curada, y me indicaron que durante seis meses busque quedar de manera natural. Sentí mucha angustia. Si eso no funcionaba, tenía que hacerme una in vitro.
-¿Cómo siguieron?
-Después de intentar seis meses, como me habían dicho, fuimos al IFER a ver al Dr. Roberto Inza. Lo cubría la obra social. Empecé con pinchazos en la panza, todos los días a la misma hora, para estimular la ovulación. Además, me hacía ecografías y me sacaba sangre, para controlar los niveles hormonales. ¡Todos los días! Finalmente, me hicieron una punción con sedación anestésica para extraer los óvulos. En laboratorio, juntaron esa muestra con el esperma de Martín.
-Primer intento…
-Sí, pero fallido. Al día siguiente el doctor me llamó con malas noticias. “Se formaron dos embriones, pero son anómalos. No van a sobrevivir”, me dijo. Entonces me hizo más estudios, me cambió la medicación y volvimos a hacer el mismo proceso. Pero a esa altura, yo no generaba óvulos y directamente se canceló la punción. Se me había disparado una hormona.
-¿Tercer intento?
-Sí, pero gracias a que existe la Ley de Fertilidad. Porque sin esa ley, apenas hubiera podido solventar un tratamiento. Eso sí, si el tercero no funcionaba, tendría que ir a ovodonación.
-¿Cómo veías vos la posibilidad de que tu hija/hijo no tuviera tu material genético?
-Para mí no era un problema. Yo tenía bien claro que quería ser mamá. No me importaba ni lo biológico, ni tener una panza. A mi pareja le costaba más hacerse la idea. Pero estuvo de acuerdo e hicimos las dos cosas en paralelo. Cuando empezamos el tercer tratamiento, también nos inscribimos para adoptar. Lo empezamos en noviembre del 2017. Me sacaron cuatro óvulos y esta vez me llamaron con mejores noticias. Se había formado un embrión.
-¿Qué te acordás de ese momento?
-Fue un domingo. Estaba llegando a casa con Martín, después de hacer las compras. Me llamó mi médico. Me explicó que los biólogos todavía tenían que ver cómo evolucionaba. Si todo seguía bien, el martes me hacían la transferencia. Si bien hay médicos que esperan unos días más, él considera que el mejor lugar para el embrión es el útero materno. Y así fue, el martes me lo colocaron.
-¿En qué consiste la trasferencia?
-Es un flash. No duele nada y es muy sencilla. Vas viendo por una pantallita el momento en el que te colocan el embrión. Lo difícil es esperar a que se implante. Todo se hace muy largo. Recién a los doce días te hacés el análisis de sangre para confirmar el embarazo. Como en cualquier caso. Pero a esa altura, yo sentía que estaba embarazada. Aunque por momentos dudaba: “No me estaré volviendo loca”.
-¿Cómo fue recibir ese resultado?
-Después de hacerme el análisis de sangre, fui a un bar, me senté y le mandé un mensaje al doctor avisándole que me lo había hecho. Entonces sentí que se empezaba a definir todo. En un rato podía cambiarme la vida. Se hizo el mediodía y vi que tenía una llamada perdida del médico con un mensaje de Whatsapp que decía: “¡Beta de 42! Entro al quirófano. Después hablamos”. Y por el valor, supe que era positivo. Faltaban dos días para Navidad.
De eso no se habla: la infertilidad
Victoria nació el 30 de agosto de 2018, por cesárea y después de un embarazo saludable. “Recién cinco semanas después del análisis de sangre pude hacerme la primera ecografía. Escuchar su latido fue un alivio. Pero creo que hasta la translucencia nucal, cuando la vi bien formada, en la semana 13, no respiré”, asegura Silvana, mientras su hija de un año y dos meses ríe bajo la lluvia. Y agrega que siempre supo que así la llamaría, porque su historia tenía que ver con un triunfo.
-¿Cuánto sabía tu entorno de lo que estaban atravesando?
-Eso es un tema. Porque cuando empezamos a buscar, se lo contamos a nuestros amigos más cercanos. Y eso termina siendo un bajón. Después uno aprende a ser más reservado. A elegir a quién contarle qué y a quién no. Siempre entendiendo que muchos preguntan por amor y que, simplemente, no saben cómo ayudar. Entonces a lo desgastante que es el tratamiento, se le suma tener que explicarlo. Porque hay algunos que minimizan el tema y te sugieren viajar para quedar embarazada. No toman dimensión de la angustia que provoca la infertilidad. Además, es un problema en el trabajo. Yo tuve que dejar un turno a la mañana porque necesitaba horas libres para hacerme ecografías y análisis sin dar tantas explicaciones.
-¿Cómo lidiabas con la angustia?
-Pasé por distintas etapas. Al año de empezar a buscar y no quedar, leí el libro de Luciana Mantero. Entonces me metí en un mundo del que aún hoy se habla muy poco: la infertilidad. Es un tema tabú que toca dos grandes cuestiones de la humanidad: el sexo y la procreación. Se supone que todos estamos hechos para crear. Aunque haya gente que decida no hacerlo y eso esté perfecto. Pero yo quería ser mamá y más allá de que hay muchas maneras, tenía que hacer el duelo de que no iba a poder serlo de manera natural. Además, me sentía mal por ser yo la del problema. Y como todo eran malas noticias, tenía puesto un chip que decía: “Está todo mal”.
-¿Hiciste algún tipo de psicoterapia?
-Sí, me atendía con una psicóloga especialista en fertilidad. Hice psicoanálisis toda mi vida. Además, antes del tercer tratamiento, hice una terapia de biodecodificación. Creo que eso también me ayudó mucho. Y por otro lado, una compañera de facultad me contactó con un grupo de mujeres que estaba en la misma búsqueda. Me sumaron a un chat. Y hoy tengo grandes amigas de ahí.
-¿Creías en algo o en alguien?
-Deposité mi fe en San Ramón Nonato. Soy católica, pero no practicante. Pero durante todo el proceso iba todos los 31 a la iglesia que queda en Cervantes al 1100. Rezaba. Me llevaba agua bendita para ponerme en la panza. Y agradecía cada paso que salía bien.
-¿Qué es lo más doloroso de no poder quedar embarazada?
-Es muy difícil encontrar palabras para describir cómo se siente no poder concebir. Ahora que pasaron los meses y tengo a mi hija, hay sensaciones que olvidé. Pero recuerdo que yo trataba de no demostrar ante la gente que estaba destruida. Lloraba un montón. Pasé muchos Día de la Madre sin poder tener hijos. Era terrible. Así como las fiestas, el Día del Niño e incluso, mi cumpleaños. Tenía un único deseo que no se cumplía. Dejaba de ir a lugares dónde había embarazadas. No quería verlas tocarse la panza. Y, encima, me sentía mal por sentirme así. Era un cúmulo de sentimientos encontrados. Por eso, el primer paso para encarar la infertilidad es poder distinguir los propios sentimientos. Saber que somos humanos, con complejidades.
-¿Qué le dirías a una pareja que está pasando ahora por lo que vos pasaste?
-Que es un proceso de la pareja, íntimo y muy personal. Que conecten con aquello que les hace bien. Que elijan un médico que los sepa acompañar, como el mío. Que recuerden que no están solos. Que juntarse con otros que están pasando por lo mismo, hace bien. La asociación civil Concebir brinda muy buenos talleres. Y que, al fin y al cabo, hay muchas maneras de ser madre. Los tratamientos de fertilidad son una posibilidad, pero también está la adopción. Lo importante es que puedan cumplir su propio deseo, el más grande del mundo.
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