Mojarse es una forma de hacer política.
De hacer política a pesar de mojarse.
De mojarse –por y al– hacer política.
Con los pies más allá de la fuente, en el chapoteo de marchar, entre los lapachos que se abren rosados y alfombran la ciudad, de un color sin estigmas y dejan sobre pétalos las cuadras de La Plata que se multiplican en banderas, brillos y pañuelos, en una marea verde que crece –y no se detiene– con el agua.
El acto de apertura del 34° Encuentro Nacional de Mujeres se tuvo que suspender por la lluvia. Pero muchas participantes no suspendieron la marcha y llegaron al Estadio Único de La Plata, el sábado, alrededor de las 9 de la mañana, a pesar de la lluvia, mojadas de deseo de fiesta, empapadas de ganas de transformar la realidad, deseantes de juntarse, con la épica de navegar contra la corriente, caminar sin bajar la cabeza (ni ante el cielo), no dejarse frenar por el mal tiempo y volverse impermeables al desaliento.
“Qué momento, qué momento, a pesar de todo les hicimos el Encuentro”, es el canto triunfal que se canta cuando el Encuentro de Mujeres (ahora renombrado, por múltiples sectores, en una disputa de formas de nombrarse, Plurinacional y de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales y No Binaries) se termina. Y, esta vez, el momento fue empezar a gestar el Encuentro.
Acabar es una fiesta. Y en donde se termina, como una forma de nombrar –la forma de nombrarnos es parte de la lengua que también se interpela y se discute–. “Ni la lluvia nos saca las ganas de estar juntas otra vez”, rescata con una foto que se asemeja a un grito de gol la página del 34 ° Encuentro Nacional de Mujeres en Instagram.
Por una disposición de bomberos y entre el cielo que acorralaba a rayos que iluminaban a la ciudad vestida de destiempo, en donde la lluvia y el desamparo estatal ya castigaron a las mujeres (especialmente mayores) en la inundación histórica de La Plata (no hay mística ante el escenario de caos climático y desamparo público), el acto oficial tuvo que dar marcha atrás.
“Qué lástima el feo día. Mucha gente que habrá querido venir”, se lamentó, el Presidente Mauricio Macri en su propia cuenta personal en Facebook en el viaje en auto desde la Casa Rosada hasta que llegó al Congreso Nacional, en la inauguración de las sesiones en el Congreso Nacional, el 1 de marzo del 2016. La frase marca una antítesis de las ganas de marchar de las mujeres llegadas a La Plata.
En realidad el modelo de democracias liberales y derechas moderadas no necesita grandes manifestaciones, sino medir el entusiasmo con una distancia funcional y sin subir ni el fervor, ni exacerbar la crítica. En el paradigma de Jaime Duran Barba la felicidad democrática no requiere de euforia, ni de resaca. Se necesitan electores, no entusiastas.
Entre el calor y el frío, mojarse y estar secos, el feminismo es de la banda del sudor del verano, el estallido de la primavera o la resistencia a la inclemencia de la lluvia, pero no un otoño atemporal, que acompaña a barrer las hojas o un ambiente siempre climatizado en donde no se necesita fuego y abrigo para la vigilia o hielo y viento para tirarse a la pileta.
La politización de los feminismos expresa una postura corporal: poner el cuerpo, hacer el aguante, soportar el agua, desear estar en manada. No hay indiferencia sino pasión, convicción, deseo y decisión. No da todo lo mismo, se quiere todo. Y esa forma de hacer política (participativa, popular, apasionada) es –más allá de las demandas de género o la agenda de reclamos, propuestas y debates- una postura con cuerpo propio.
La política no es solo voto, ni siquiera voz y voto, es cuerpo, voto, voz, glitter, calle, grito, curiosidad, debate: la política vibra y es vibrante. No es una pareja estable que ya no se mira ni se toca pero se acuesta todas las noches sin fisuras, bajo la misma cama. Es un enamoramiento apasionado, polípolítico, plural, descontracturado y quenti. Tan hot que se moja de ganas de marchar, debatir o encontrarse. Se aguanta estar mojada o mojarse porque el cuerpo también se moja de ganas de encontrarse.
Esa pasión es la que también despierta furia y hasta envidia, quien sabe si sana (si es que impulsa a nuevas formas de participación colectivas) o insanas (si se ponen trabas, se quiere cooptar o se ridiculiza a la participación feminista) cuando los varones se preguntan si pueden marchar el 8 de marzo (el día internacional de las mujeres) como si se quedaran afuera de una fiesta con todas las sinergias futbolísticas (el mundial de las mujeres y disidencias) y sexuales (un lugar en donde el placer se multiplica si hay más y si el grito realmente deja la energía mucho más arriba que cuando la soledad aísla penas y propuestas) que mojar y mojarse implican.
Los feminismos hoy son resistencia al neoliberalismo del ajuste y las derechas rancias conservadoras en una moral de la boca para afuera no solo por las diferencias de propuestas, sino, por sobre todo, por la forma de pararse (o caminar) frente al mundo y a la política como una forma (todavía) de desear cambiar el mundo.
Mojarse implica tener ganas de cambiar como tener ganas de tener sexo. Y eso, como el deseo, es lo que jode.
Qué las ganas sean tantas y sobren como las gotas que resbalan por el cuerpo que parece impermeable a las turbulencias y el desaliento. Porque el deseo sexual y político no tienen aislantes y sí, si pueden leerse juntos, por eso el derecho al aborto legal es tan –pero tan– demonizado por los grupos anti derechos: porque legítima el derecho al goce, sin sombras, ni miedos. Y porque desear es una forma de querer transformar la realidad y no esconderse a esperar que se pueda volver a sacar la cabeza hasta que un buen administrador o un fondo de inversión extranjera haga lo que la ciudadanía solo debe tercerizar en la urna como ranura de desencuentro.
En ese punto que se confrontan los modelos de hacer política más allá de las agendas, contenidos, pluralidades y consignas (aún cuando en el “sí, se puede” para revertir los resultados de las PASO se vuelve a convocar a manifestantes a enojarse con el “no se inunda más carajo” y a escenarios más cercanos a la gente a la vieja usanza de la ya vieja - vieja política): es la política como una forma de pasión personal y la pasión personal como una forma de ignorar la política.
—Parece que se cae el cielo, pero es el patriarcado—, dicen los carteles que se replican en los chats de whatsapp de las mujeres que llegan, a pesar de la inundación, el calzado de repuesto, comprar paraguas a 300 pesos o impermeables a 100 pesos, tal vez se mojen o terminen resfriadas, tal vez se queden en los hoteles, pero en mesas conjuntas de café o en mateadas en las escuelas. Pero no se detienen.
Es que estar mojadas es siempre un punto de partida.
Y acabar es una palabra que quiso ponerle punto final a una forma de goce que para las mujeres, en realidad, siempre es empezar.
Y cuando una pone las puntas de los pies en el mar, se tira de bomba en la pileta, hace la plancha en el río o enciende el cuerpo a una felicidad inmaculada, no tiene forma de congelar las ganas de seguir nadando en esa marea.
Mojarse es una forma de construir una política del deseo.
Y así empezó el 34° Encuentro Nacional de Mujeres: con los pies en el agua.
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