A 55 años del nacimiento de Anteojito, la revista que dibujó la infancia de generaciones de argentinos

Su padre, el andaluz Manuel García Ferré, hizo pie en Buenos Aires a sus 17 años sin más equipaje que su carpeta de dibujos, y edificó un imperio del humor para niños. Con la crisis de 2001, y 1925 ediciones, cerró para siempre y con ella las historietas de sus inolvidables personajes

Anteojito y Antifaz, los personajes de García Ferré

En 1947, apenas a sus 17 años, desembarcó en Buenos Aires Manuel García Ferré, andaluz de Almería, con una carpeta con sus dibujos.

El 17 fue su número cabalístico: otros tantos años después, en 1964 y a sus 34, apareció el primer número de la revista para niños Anteojito, que durante tres décadas y siete años –otra vez presente el 7…– fue una de las golosinas (de tinta, color y papel) amadas por varias generaciones.

Anteojito y Antifaz, sus muñecos-héroes –como toda pareja protagonista de hazañas, basados sobre el Mito de los Héroes Gemelos–, eran la antítesis. Antifaz, así llamado por sus ojos cubiertos por ese objeto, y negro, era el tío de Anteojito, niño de cinco pelos en la cabeza y enormes anteojos que le cubrían toda la cara.

Tío de mediana edad, bonachón, retacón, pelado, y cubierta su despojada cabeza con un sombrerito fucsia, es un inventor algo delirante, y al revés, su pequeño sobrino es la sensatez, el sentido común que lo hace bajar a la tierra. Sin duda, el dúo remite al caballero y el escudero más célebres de las historias de ficción…

Gran impacto: el primer número de Anteojito vendió… ¡250 mil ejemplares!

A partir de ese fenómeno, García Ferré, desde su estudio en el décimo piso del edificio Apolo, muy cerca del Obelisco –un taller artesanal: se resistió a usar alta tecnología para urdir sus criaturas–, siguió creando desde ese espacio de grandes mesas, lápices, papel maché y pomos de colores, una troupe inolvidable: Hijitus, Larguirucho, el Profesor Neurus, el bebé Oaky, Petete –pingüino sabio que luego sería libro gordo e imprescindible para el aprendizaje escolar–, Calculín, y aquel latiguillo de eco exitoso garantizado: ¡Intríngulis Chíngulis, uh, uh, uh!

Todos ellos, herederos del primer personaje del inefable andaluz presentado apenas pisó los adoquines de Puerto Nuevo: el Pollito Pi-Pío…, linyera y vestido de cowboy.

Manuel García ferré creó personajes que formaron parte d ela infancia de casi tres generaciones: Hijitus, Neurus, Largirucho...

Mientras por las páginas de la revista Anteojito desfilaban Pelopincho y Cachirula, La Vaca Aurora, La Pícara Sandrita, el excelente comic para niños de 6 a 80 años Rinkel, el Ballenero, dibujado por Tulio Lovato, etcétera, nació (1972) el primer largometraje nacional de dibujos animados, en color: Mil Intentos y un Invento.

Algo más tarde, El Club de Anteojito y Antifaz, base de cortos y programas de tele con locutores y actores notorios doblando a los muñecos: Maurice Jouvet, Guillermo Brizuela Méndez, Emilio Ariño, Osvaldo Pacheco, Juan Carlos Altavista (Minguito, sí).

Pero no hay tiempo que no se acabe ni tiento que no se corte, recuerda José Hernández en la voz de Martín Fierro. Al promediar la década de los 90, la revista Anteojito, que parecía inconmovible, empezó a ceder ventas ante la aparición de otras publicaciones basadas en temas más actuales (tecnología, informática), y a fines de 2001 y llegando casi a sus dos mil ediciones, cerró sus puertas.

En 2012, en una entrevista periodística, le preguntaron a García Ferré, también creador de los films Manuelita y Las Alegrías de Pantriste, si a esa altura era posible enamorar a los niños con personajes y argumentos tan ingenuos. Respuesta: “Mientras los chicos reciban imaginación, aventuras, personajes buenos, personajes malos (siempre en lucha), su interés nunca decaerá”.

Luego de 34 años y 1925 ediciones, la revista dejó de salir en plena crisis de 2001

El padre de tantas criaturas aun vivas en la memoria de quienes en 1964 eran niños y hoy son sesentones, murió a las dos de la madrugada del 28 de marzo de 2013, a sus 83 años, en el Hospital Alemán, mientras operaban su corazón.

Un Konex, un diploma de Ciudadano Ilustre y un sitio de honor en 200 años de Humor Gráfico (por el Bicentenario del país) lo recuerdan oficialmente.

Pero si fuera posible preguntarle qué lo hizo más feliz, dejaría escapar una sonrisa debajo que su eterna gorra, lo diría sin palabras, y todos sus fieles entenderían el mensaje.

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