Bajo un inquietante sobretodo negro y detrás de anteojos oscuros, que protegen la vista de las luces violetas y rojas del cabaret, José María Muscari camina entre las mesas como una versión porno soft de Neo, el hombre predestinado a salvar a la Humanidad en Matrix: se mueve discreto y con autoridad pero a la vez misterioso entre los espectadores.
Alrededor del autor, hombres y mujeres semidesnudas pasean y provocan los primeros estertores sensuales entre el público que va copando la sala. Es un ritual de bienvenida. Por ahí anda Muscari cuando frena sorpresivamente en una mesa alta, en el instante perfecto en el que una mujer de unos 60 años está por darle el mordisco inicial a un shawarma humeante. La señora está con su hija sub 30 y ambas se sorprenden.
Paréntesis: la tradición indica que un espectáculo comienza cuando las luces se apagan. Ellas, madre e hija, creen eso. Todos creen eso. Aquí, en el Gorriti Art Center, lo tradicional no existe. Las 200 personas que llenan el lugar dos funciones por día cuatro veces a la semana compraron una entrada que incluye algo más que la presunción de arte, la experiencia.
Sex se mete en las grietas de las fantasías más profundas y no respeta casi ninguna regla del teatro que se espera: actores y actrices están en contacto con el público en un espacio que no tiene divisiones y donde todo transcurre en todos lados y simultáneamente; en el guardarropas, en el baño, en los camarines, sobre la barra donde se sirven los tragos, en un ascensor o una escalera.
La obra comenzó y no comenzó y la chica sub 30 mira a la madre de 60 que sostiene el shawarma estupefacta. La señora mira a Muscari y Muscari mira su tablet. La boca de la señora quedó pausada en el gesto de mordisco sobre la punta del bocado. Es estupor, es juego y es placer, cómplice y todo.
Y lo que ve es la tablet de Muscari. Una pantalla desde donde un hombre penetra a otro hombre que penetra a otro hombre que penetra a una mujer; una sucesión de testículos en fricción desenfrenada que nunca culmina.
Es un chispazo en la oscuridad. Muscari unta sutilmente su dedo índice en el hombro de la hija de la señora del shawarma. La chica mira el dedo y luego mira la boca de Muscari, que se pasa la lengua por los labios. Se les acerca y les dice en tono un poco alto porque la música está alta: “El sexo es movimiento, penetren la noche si no la noche las va a penetrar a ustedes”. Y se va.
Muscari es el creador de Sex, una de las obras más comentadas del año. Transcurre jueves, viernes, sábados y domingos en un espacio amplio -estilo salón de fiestas de alta gama que enamoró a primera vista al director por sus dimensiones y su forma- en el barrio de Palermo. Sex es teatro y a la vez no, al menos en la idea convencional.
Como el acto mismo de la cópula, Sex son momentos -cabaret, fiesta, café concert, disco, club swinger, sótano trash, club stripper, película XXX-, y escenas itinerantes, llenas de misterio, vergüenza, intimidación, provocación e incluso aprendizaje, todo humedecido por las salivas y los cuerpos desnudos transpirados del elenco, o la troupe, que busca en el contacto con el público un efecto sensual de cuatro dimensiones.
Todo lo que pasa en esta sala rompe la idea esperable de escenario y butacas, todo es una incitación a liberar sentidos y deseos, un homenaje a la obscenidad pero sin el corset de la moralidad, en el sentido que la interpreta Jean Baudrillard, que la traduce del latin como “lo puesto en escena”.
“Es una experiencia”, sintetiza mientras delinean sus ojos, un rato antes de salir al ruedo, el periodista Jorge Dorio, quizás el más inesperado actor de un elenco de 24 personas, que de su variedad hace una ventaja: un arco diverso que va del prestigio tradicional de Esther Goris, a la popularidad y bellezas imperecederas de Diego Ramos y Gloria Carrá, más la sensualidad masiva de Magui Bravi (salida de un reallity) y Noelia Marzol (surgida de acompañar a Marley en TV), los cuerpos de la deconstrucción trans millennial de La Queen y Vixt “La Chica de Fuego”, Militta Bora en plan Jessica Rabbit, Cachete Sierra, un ex actor de Chiquititas con abdominales de diseño, strippers, un locutor y, probablemente, el ánima de Sex: 11 jóvenes bailarinas y bailarines cuya actitud, sensualidad y exuberancia son las responsables de combustionar todo: la nafta derramada y el fósforo encendido.
A lo largo de una hora y media de show, con un clima que por momentos remite al under vanguardista porteño de los 90’ de lugares como El Dorado, Club 69 o Ave Porco, la fiesta de Sex se sucede coordinada por una musicalización exquisita (con canciones de Ariana Grande, Taylor Swift, Lou Reed, entre muchos otros) y cuadros de danza, canto e interacción con el público que transita en todo el espacio.
Sex es el triunfo del goce por sobre el confinamiento. Y la fiesta de la seducción del cuerpo, menos objeto que canal de expresión, lujo y vulgaridad. Baudrillard escribió en uno de sus libros, que se llama La transparencia del mal: “Exorcismo del cuerpo por los signos del sexo, exorcismo del deseo por la exageración de su puesta en escena, esto es mucho más eficaz que la tradicional represión por la prohibición”.
Sex mata el demonio de las ataduras y despierta el diablito del deseo libre, juguetón, que todos llevamos dentro. Lo anuncia Diego Ramos cuando arranca formalmente “la obra”: “Sex depende de vos, de que seas inquieto. Es una invitación a que juntos podamos acabar”.
“Es tan lindo”, le comenta una chica a su novia cuando Ramos -la presencia más celebrada por las mujeres- pasa por su lado, con su torso desnudo que carga sobre la espalda unas alas negras: es el hombre alado que baja a la tierra.
La obra tiene cuadros de revista tradicional sobre el escenario formal, interrumpidos periódicamente por escenas que se dan de manera simultánea en distintos sectores, detrás de puertas que se cierran y donde pasa lo más misterioso y jugado de Sex.
La “zona roja” es un cuarto con baño donde dos bailarines hombres se besan y se meten los dedos o simulan sexo oral entre ellos, mientras Militta Bora y una de las bailarinas arrinconan a una pareja de espectadores cincuentones que ríe y disfruta con timidez del fisgoneo acordado.
Hay una cama donde Dorio recita prosa poética erótica y más tarde es ocupada por otros dos bailarines que juegan al sexo gay.
“El éxito de la obra se debe a varios factores: que no es una obra de teatro, y que hay diversidad en el público y en la troupe. Es una experiencia insabile: tomás algo, escuchás música, los actores están entre el público”, explica Muscari y ejemplifica con misterio: “Se vence el límite. Te puede tocar un ascensor con Bora y Agustín Sierra y ser el único espectador de lo que hacen ellos dos”.
Cualquier cosa puede ocurrir en cualquier lado. Inesperadamente puede aparecer “La chica de fuego” y susurrarte al oído pero vos estás de la mano de tu novia. O novio. Hay interacción, orgías dialécticas y orgasmos gritados.
O de repente surge Gloria Carrá sobre la barra del bar, mientras que un barman de verdad prepara un trago de verdad para un espectador de verdad, ella llama a uno de los bailarines y juntos simulan (o no) sexo oral mientras Gloria le habla los cuatro o cinco espectadores que los rodean tan cerca que unos huelen el sudor de otros.
“¿Te gusta decirme cosas sucias? Me encantan que me digan cosas sucias”, gime Gloria, que le habla al micrófono, símbolo fálico por excelencia desde que Sex empieza hasta que termina, y su voz retumba.
Gloria goza en las alturas, las piernas abiertas y entre estas el que está Luciano Pérez, un stripper que más tarde tendrá su momento de esplendor cuando en el desfile de la troupe completa pase entre el público revoleando literalmente sus dotes.
“Mucha gente me dice que reactivó el sexo en su pareja después de ver la obra. Viene gente a animarse, vienen swingers, gente que no quiere salir de lo convencional. De todo. Pero está muy claro que Sex es un objeto artístico, nadie lo confunde con un porno show o show de strippers. Con lo que sucede en los cuartos y la intimidad se genera una adrenalina particular”, comenta Muscari.
Melody Luz baila en el balcón con su cola meneando sobre la cara de un hombre anonadado. Tiene 22 años y una trayectoria en el femme style (danza mezcla de hip hop con street jazz). La “adrenalina particular” que cita Muscari forma parte de las novedades de su experiencia laboral.
Su rol en Sex le trajo consecuencias personales, buenas y malas. No es para cualquiera convivir con alguien que durante la semana se dedica a besarse, desnudarse, simular sexo con compañeros, compañeras y compañerxs de trabajo y acariciar desconocidos.
“Mi novio quería saber todo, qué hacíamos en los ensayos, qué pasaba después, todo. Y no, yo no iba a dejar esta oportunidad, convivíamos, pero nos tuvimos que separar”, comenta Melody mientras se cambia, en un camarín minúsculo, junto a sus compañeras y compañeros.
“El vino a verla y vio lo que pasa. Yo nunca había tenido contacto con el público, vengo de la danza. Pero acá, nosotros, mientras actuamos, sentimos que pasan cosas en la gente”, detalla Melody.
Pasan cosas: “Chicas con sus novios que se quedan conmigo y me siguen. ¡Ellas! ¡Y están con sus novios! Se sienten atraídas y se dejan disfrutar desde la observación”, agrega. Puede pasar que como desafío, alguno de los actores bese a un espectador, o se quede fijo con su boca a menos de un centímetro de los labios de alguien que pagó su entrada. Y la tensión es cómplice pero es real.
La experiencia Sex también derivó en la separación de otra bailarina, Jésica Videla (22). Su ex pareja tampoco soportó convivir con la rutina laboral de ella. Pero en cambio su familia lo aceptó con orgullo. “Mi papá, mi mamá, mi padrino, vienen todos los domingos. Y yo me quedé tranquila cuando mi viejo me dijo que se nota que lo que hacemos es artístico. Además, siento que le estoy ayudando a abrir la cabeza”, comenta entre risas.
Melody, Jésica y Rosemary se cambian juntas en el minicamarín. Rosemary es una cubana, morena, musculosa y sexy que probablemente haya dejado la timidez en Cuba. Dialogan entre ellas, a minutos de salir a escena.
-A mí la obra me hizo descubrir una nueva oralidad. En cada función me encuentro más liberada a sacar la voz para la vida. Me va modificando. Mi seguridad ahora es mucho más alta que cuando empecé. Todos nos sentimos con mejor autoestima. Ves a la gente y te sentís poderosa, salvaje - comenta Melody.
-Yo me siento así de nacimiento. Salvaje, bebé - ríe Rosemary.
-A mí costó encontrar el personaje - reconoce Jésica, un poco en serio y un poco en broma.
Rosemary le advierte entre risotadas que un rato más tarde se la podrá ver revolcada en el suelo con Juan Manuel, un bailarín moreno y enorme, o apoyada en la baranda del balcón de la sala, besando con pasión a Melody.
La troupe de Sex participa con el público en los límites, siempre marcados, siempre conscientes. Si entre actor y espectador sucede un beso o una caricia es porque hubo fluidez y respeto.
El público de Sex es amplio, de mentalidad y de edad. La Queen, con su pelo rosa, trapera de Fuerte Apache, acaricia a un anciano que se entrega sin expresiones pero con amabilidad. Ella le pasa la mano por la oreja y él sonríe y eso es todo. Puede ser un acto erótico o el amor de una nieta con su abuelo.
Noelia Marzol abraza a un hombre por detrás, deja que él registre quién es ella, la intimidación que genera tener de cuerpo presente a una mujer significante de la fantasía y el goce.
Pero Noelia le cubre los ojos con una venda, le dice algo al oído y ubica a la novia de él adelante, y le pide a ella que lo bese. El joven se deja llevar. Cree que es Marzol, la traspolación de lo onírico al plano ¿real? Cuando el muchacho recupera la visión todos ríen por la broma y Marzol desaparece.
Vixt, “la chica de fuego”, es una drag queen de figura armónica, labios poderosos y piernas larguísimas que abre el espectáculo y va de aquí para allá con un látigo. Tiene 26 años y desde los 18 es performer.
“Me gusta mucho trabajar con leer a la gente, si puedo acercarme o si no. Eso me parece un ejercicio muy bueno que se pone mucho en práctica. Tenés la persona que le da miedo y no quiere saber nada. La persona más cerrada de mente que le incomoda que una persona trans se le acerque. Está el que le gusta mucho, y el que le gusta y no lo quiere demostrar. Todo eso lo uso en mi favor, siempre sin incomodar”, sonríe “la chica de fuego”.
Y el público sale transformado. “Me voy con... ¡cómo explicarlo!... más apertura”, dice Carolina, cordobesa de 27 años, y sigue: “Más expuesta a vivir cosas que en lo cotidiano no las pensás. ¿Qué cosas? Coger. Me quiero mover con el cuerpo y expresar lo que siento”, dice, mientras bebe el último sorbo de su trago. Franco, su novio, porteño de 50, cree que Sex “logra una conexión con la gente. Transmite libertad en el sexo".
Juan Manuel, uno de los bailarines, admite que a veces tiene que ponerle un límite a los manotazos de las mujeres. “También los hombres, y los más bravos son los swingers. Pero cuando les marcás el freno, frenan. Lo mejor es cuando ves parejas que después de un cuadro se besan muy apasionadamente o se empiezan a abrazar, se genera algo entre ellos, se nota en el ambiente”.
María, que cruzó la barrera de los 50, se va feliz pero un poco decepcionada. Llegó con un grupo del gimnasio de su barrio, en Lomas del Mirador, y todos coinciden en la sentencia. “Es buenísima la obra, tiene mucha energía, un concepto novedoso, pero la verdad esperábamos más contacto con esos cuerpazos”, remata, con una sonrisa traviesa.
Quizás es como planteó Diego Ramos al principio. La idea de la seducción y el erotismo atraviesa la acción de Sex, pero nunca deja de ser una insinuación: un germen que durante la hora y media de espectáculo se planta en la molécula que determina el deseo de las personas.
Si como dijo George Bataille el erotismo está en la cumbre del espíritu humano, Sex, la obra de Muscari, es la esa pequeña fe llana, si se quiere hasta vulgar, que mueve montañas.
“La gente empieza de una manera y termina de otra: empiezan rígidos y tensos y se van liberados. La obra plantea un lugar de encuentro. Es como que oficializa lo prohibido. No te tenés que esconder”, remarca Muscari.
Casi al final del show Diego Ramos -porque toda acción erótica tiene algo de humor chabacano-, tira una moraleja: “El mejor aplauso que podemos tener es que nos dediques una”. Sin público no hay troupe, y sin troupe no hay Sex.
Fotos: Nicolás Stulberg
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