El descubrimiento de territorios por marinos occidentales suele ser un tema de conflicto en función de “quién llegó antes”.
La controversia histórica se alimentaba en el pasado, porque descubrir era un antecedente para establecer o reclamar soberanía.
En el caso de la Antártida, si bien entre los siglos XVI y XVIII, marinos de diversos países podrían haber llegado al continente antártico, no han quedado constancias documentales de que lo hayan hecho en representación de un Estado. De esta forma, los registros gubernamentales de esta presencia han tenido lugar desde comienzos de 1820. El 28 de enero de ese año, un expedición de la Marina Imperial Rusa, al mando de Fabián von Billingshausen, avista el continente anártico y así lo registra. Dos días más tarde, Edward Bransfield, de la Armada británica, avistó la Península de Trinidad, en el extremo norte del continente antártico y desembarcó.
El 7 de febrero de 1821, el cazador de focas estadounidense John Davis, dijo haber desembarcado en el continente, algo discutido entre los historiadores.
Asumiendo que el primer registro oficial es de Rusia, como afirman los historiadores de este país, cabe señalar que el 16 de julio de 1819, dos buques de su Armada Imperial, el Mirni y el Vostok, salieron del puerto de Kronstadt, con destino a Río de Janeiro.
El jefe de la expedición era el capitán Faddey (Fabián) Bellingshausen, que había participado en la circunnavegación al mundo del capitán ruso Iván Kruzenshtern, que tuvo lugar entre 1803 y 1806.
En ese tiempo, los marinos británicos y rusos competían en la navegación por las aguas más heladas y la posesión de Alaska por los últimos es una evidencia de ello (luego, en 1867, fue vendida a los EEUU en 7 millones de dólares).
El Vostock tenía una tripulación de 117 hombres e iba, como se dijo, al mando de Billingshauen. Había sido diseñado por ingenieros británicos y era menos apto para navegar entre hielo y por esto tuvo problemas durante la expedición. Pero dichos problemas generaron circunstancias que derivaron en el descubrimiento de la Antártida por esta expedición.
El Mirni, que llevaba como capitán a Mijail Lazarev, contaba con 73 marineros a bordo. Había sido construido por ingenieros rusos y era más apto para este tipo de navegación. Integraban la tripulación un médico, un pintor -no había fotografía en la época y debía registrar hechos mediante el dibujo-, un profesor de astronomía y un sacerdote de la Iglesia Ortodoxa Rusa, que impartía los oficios religiosos de los que participaban los marinos y debía convertir al cristianismo a los nativos que encontraran.
La expedición estaba bien abastecida, con abundante provisión de col fermentada, limones para tener vitamina C -que evita el escorbuto- mucho ron y precauciones de limpieza. Ello explica que en este viaje muriera sólo un marinero.
Se abastecían en los puertos a los que llegaban, como sucedió en la capital de Brasil, todavía en 1819 colonia portuguesa.
Desde allí, navegando hacia el sur, pasaron por las islas Sandwich que había descubierto el capitán británico James Cook. La expedición rusa también descubrió varias islas, a las que puso nombres de los Zares, como Pedro I y Alejandro I, que gobernaba en ese momento.
El mencionado 28 de enero avistaron el territorio de la Antártida. El capitán Lázarev en su diario de viaje relata: “Una importante cubierta de hielo de gran altura, que se prolonga ante nosotros. Nuestros barcos estaban entre el hielo constantemente. La gente sufría muchas adversidades debido a las inclemencias del tiempo, los duros vientos que dominan estos mares, por la profundidad de la oscuridad y por las fuertes nevadas que son habituales y abundantes. Las heladas nos acompañaron a lo largo de todo el viaje. Nuestros enemigos constantes eran las montañas de hielo”.
En diciembre de 1820, casi un año después de haber avistado el continente blanco, la expedición rusa cruzó el círculo Antártico hacia el norte. Aunque el Vostock estaba en muy malas condiciones, también inició el regreso.
El 5 de agosto de 1821, llegaron a Kronstadt, el puerto del que habían salido. La navegación había durado más de dos años, 751 días. El Zar Alejandro I concurrió a recibirlos, resaltando la importancia que el Imperio daba a esta expedición. Sus jefes fueron ascendidos y las tripulaciones recibieron medallas y otras recompensas.
Pasarán 136 años para el retorno de Rusia a la Antártida. En 1956 tiene lugar la expedición soviética, que fundó y construyó la primera base de investigación científica en ella. Llevó el nombre de Mirni, por ser de uno de los dos barcos de la expedición que la descubrió.
Rusia prepara la conmemoración del Bicentenario del descubrimiento de la Antártida por la Armada Imperial Rusa, con una serie de acciones enfocadas hacia el futuro.
Ya en 2015, el Ministerio de Recursos Naturales y Ecología de Rusia, destacó que el país había contribuido al descubrimiento de los océanos del mundo y puso en marcha un programa de actos culturales y educativos a nivel nacional y regional, entre los cuales se destacaron la circunvalación global realizada por la Armada Imperial Rusa entre 1803 y 1806 y el realizado al Polo Sur entre 1819 y 1821.
Pero específicamente respecto a la Antártida, el evento principal es la construcción de un nuevo complejo de invernada en la base Vostok, que lleva el nombre del buque que comandaba Billingshausen cuando fuera descubierta la Antártida, con 2.500 cuadrados. La primera fase estará lista al cumplirse el Bicentenario del descubrimiento, en 2021, y la segunda en 2023. También se construirá un nuevo complejo de invierno en la base Mirni y se modernizará la base de combustible en la base Bellingshausen.
Rusia tiene además otras cuatro bases.
El Instituto de investigación Ártico y Antártico tiene también un rol importante en esta conmemoración. Asimismo, el Consejo de la Federación Rusa aprobó la creación de una Inspección Nacional de la Antártida, cuya función y jurisdicción, es aplicar a sus nacionales que están en este continente, la legislación propia, poniéndolos al margen de cualquier normativa extranjera o internacional.
Rusia muestra así, como la historia se puede articular con el presente y proyectar el futuro.
El autor es director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría