“Tal vez el tramo más duro sea ya casi llegando a Luján: cuando pasás el primer puente parece que ya estás ahí, pero ves el segundo puente y te da la sensación de que cada vez se aleja más. Se sufre pero lo que sentís cuando finalmente llegás, es una gran recompensa”, dice Ana, de 48 años, oriunda de Ezpeleta, en el partido de Quilmes, mientras alista unas pertenencias en su mochila antes de iniciar la caminata acompañada de su sobrina, Jazmín, de 23 años.
Ambas partieron este mediodía junto a miles de creyentes que se reunieron en las puertas de la parroquia San Cayetano, en el barrio porteño de Liniers, para marchar al lado de la “imagen cabecera” de María, o la Virgen de Luján, vestida con el manto de los colores argentinos. Por delante los esperaba un largo recorrido que supone un sacrificio igual de grande: 58,8 kilómetros hasta llegar a la basílica de la ciudad bonaerense.
Los hermanos Esteban y Mauro Gorosito tienen 36 y 26 años respectivamente. Ellos son de la localidad de Bella Vista, en el noroeste bonaerense, y desde hace 16 años se suman a la peregrinación. Al igual que el año pasado, harán el trayecto en bicicletas. “Vamos así porque a Mauro lo operaron de la rodilla, tiene clavos y se le complica ir caminando”, cuenta el mayor de los hermanos, que es repartidor y está vestido con su ropa de trabajo.
Los dos integran un grupo de alrededor de cien personas (de Zárate, Baradero, Escobar, entre otras), que para identificarse llevan un pañuelo de color violeta atado en sus muñecas. Como van a bordo de los rodados, dicen que de paso se ofrecerán a trasladar a sus acompañantes, en caso de ser necesario. “Somos solidarios: si vemos a alguien con dificultad para caminar, lo podemos subir a la bici y llevarlo. Con mi ropa, los demás me pueden ver de noche y así no voy a separarme del resto”, explica Esteban.
“Al hacer esto sentimos alegría, emoción, una sensación tan linda que nos une como hermanos. Estuvimos peleados cinco meses, nos reconciliamos y esto nos une, nos hace compartir más cosas. En la próxima caminata vamos a estar. Si llueve y caen piedras, estaremos igual. Lo vamos a hacer todos los años que podamos”, coinciden los hermanos que tienen como fin “agradecer el pan de cada día” y pedir por trabajo para Mauro, que desde su operación -una lesión jugando al fútbol- está desempleado.
Justamente y como suele ocurrir en este evento, el fanatismo por el fútbol está presente. Entre la multitud sobresalen muchas camisetas, pantalones, camperas, gorras y hasta una bufanda recostada sobre los hombros de una mujer, todas prendas con los colores de sus clubes amados. Prevalecen las de Boca y River. Tomás, de 16 años, tiene puesta una camiseta del Xeneize. Dice que lo mueve la necesidad de “un milagro” para revertir el resultado en la revancha de la semifinal de Copa Libertadores que se avecina. A él lo secundan sus compañeros de escuela Joaquín y Matías, quienes no comparten esa misma afición.
En la vereda del frente están Diego, Nicolás y Raúl, que van con la agrupación de la parroquia Carmelo y visten pecheras especiales para la ocasión. Aunque ellos no están por la semifinal, sino por la final jugada en Madrid en diciembre pasado. “Vamos siempre a la cancha y en uno de esos viajes salió la idea de hacer una promesa que cueste, que sea dura. Y dijimos que si ganábamos ese partido hacíamos la caminata de Liniers a Luján”, revela Raúl, que eligió ponerse una campera de River.
Amigos de la infancia, ellos viven en la localidad de Rojas, en la provincia de Buenos Aires. Para los tres es su primera vez en la peregrinación. Por eso, cuentan, se prepararon. “Hace un mes que empezamos a caminar en nuestro pueblo, a ponernos un poco en estado. Va a ser duro, pero bueno hay que cumplir. Esperemos que la Virgen nos acompañe. Hay que llegar como sea, por River y por (Marcelo) Gallardo”, cierra Raúl.
Impulsados por el motor de la fe, la peregrinación aunó a fieles que vinieron desde distintos puntos del país. Solo en un vistazo al grueso principal de la movilización, se advierten banderas, remeras e insignias a gente de Chubut, Entre Ríos, Santa Fe o Córdoba. Algunos caminan en soledad, otros en compañía de familiares y amigos, o formando parte de una delegación de sus provincias, como es el caso de Susana, su hija Gabriela y su nieto Luciano, que arribaron ayer desde la ciudad de Neuquén.
“Hace 10 años seguidos que venimos. Para pedir y agradecer, para que mejore la Argentina, por todas las cosas malas que nos están pasando”, cuenta Gabriela y enseguida toma la palabra Susana: “Más que nada por los niños y los adultos mayores que son los que más sufren”. Para ellos el viaje terminará el miércoles, cuando regresarán a la capital neuquina.
Agradecer surge como la prioridad entre los caminantes. También pedir trabajo. Este último es el objetivo de Julio y su esposa Malena, que tienen una panadería en Glew y cuentan que las ventas bajaron en el último tiempo, aunque se muestran esperanzados con que el panorama cambie. La pareja lleva por primera vez a su hija, Ariadna, de apenas dos años y que va en un carrito de bebé. Esperan concluir el recorrido, igualmente los satisface la experiencia. “No se puede explicar lo que se siente, lo tenés que vivir”.
Exactamente a las 12 la imagen de la Virgen de Luján asomó por la puerta del Santuario de San Cayetano y vio la luz primaveral de este sábado. Entre cánticos, música y teléfonos celulares que filmaban y fotografiaban la escena, la mayoría de los fieles emprendió el extenso viaje, que visto desde afuera supone un esfuerzo mayúsculo.
Aunque Susana dice que no es así: “No te cansás, la madre Virgen no quiere que vos hagás sacrificio de más, uno llega hasta donde tiene que llegar. Si no tenés fe, no va a funcionar”, finaliza.
Fotos: Franco Fafasuli
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