Durante el 9 y 10 de junio, los ataques ingleses sobre las posiciones argentinas habían recrudecido. El 11 de junio el fuego británico barría la ladera del Monte Harriet, defendido por 390 hombres, la mayoría del Regimiento de Infantería 4. El enemigo disponía de una superioridad de cuatro a uno.
Parapetado en una de las rocas estaba el cabo enfermero Héctor Pereyra, de 18 años. Unos meses antes el joven cursaba en la Escuela de Suboficiales General Lemos los estudios de su especialidad. Una vez conocida la recuperación de las islas, el 2 de abril de 1982, le dieron las jinetas de cabo y lo asignaron a la Compañía Comando y Servicio perteneciente a la III Brigada de Infantería. El 25 de abril ya estaba en Malvinas.
Durante cinco días, permaneció junto a su unidad en el aeropuerto. Luego, hasta el 11 de mayo, ocupó posiciones en un viejo puerto. Los tremendos bombardeos que los ingleses efectuaron el 1 de mayo, lo enfrentó por primera vez a la sangre que se derrama en una guerra: tuvo que asistir a sus compañeros heridos.
Hoy, 37 años después y desde Gualeguaychú, donde reside, Héctor recuerda aquellos días frente a Infobae: “El 11 de mayo dividieron a la compañía en dos: una parte iría a Puerto Howard y la otra a Monte Kent".
Las batallas ya eran cruentas, y luego de la caída de Pradera del Ganso, Pereyra revela que "quedamos un poco solos, ya que todos se replegaban en dirección a Puerto Argentino. Nosotros lo hicimos hacia Monte Harriet”.
Y es donde comenzó esta historia.
Ataque al Monte Harriet
El 12 de junio, Monte Harriet era un verdadero infierno. Los ingleses avanzaban en el terreno escarpado de la ladera, tenazmente defendida por los argentinos. En una de las trincheras, se encontraba Héctor Pereyra.
Uno de los británicos que participaba del ataque era Andy Damstag. “Encontramos una feroz resistencia de las posiciones argentinas; sus ametralladoras de 50 mm no dejaban de disparar con mucha puntería. Nuestro avance se vio obstaculizado aún más por el fuego de armas de menor calibre”, relata a Infobae desde su casa en Bolton, Reino Unido.
Damstag, con sus 18 años, se había enlistado en los Royal Marines ni bien terminó sus estudios secundarios, a los 16. Fue a la guerra como uno de los miembros del equipo de armas anti tanque. Integraba la Compañía Lima de los 42º Commando de los Royals Marines. Sólo tenía una vaga idea de dónde quedaban las islas, y cuando desembarcó el paisaje le hizo recordar a Dartmoor, una localidad en Devon, donde su unidad tenía su base y dónde se había entrenado.
A dos horas de iniciada la batalla, las secciones de avanzada británicas estaban inmovilizadas a pocos metros de las trincheras argentinas. Damstag remarca que “estábamos lo suficientemente cerca como para que ambos bandos pudiésemos lanzar granadas”.
Los británicos decidieron neutralizar la resistencia argentina disparando un proyectil anti tanque contra las trincheras que tenían enfrente, a escasos 30 metros.
Un explosivo cayó en la posición que Pereyra ocupaba con el cabo Carlos López. Pereyra fue gravemente herido: fractura de tibia y peroné, heridas en la mano y hasta el duvet se le estaba incendió. Comenzó a perder sangre.
Los argentinos iniciaron el repliegue. No habían advertido que dejaban en el campo a dos cabos heridos. Entonces, el soldado Clemente Bravo volvió sobre sus pasos. En medio del fuego enemigo, tomó a Pereyra y comenzó a subirlo. Alcanzó a llevarlo unos metros, cuando se percataron que tenían a los ingleses demasiado cerca.
El inglés precisó que “vi por el rabillo del ojo a dos soldados argentinos desplomados contra la pared de la trinchera a solo un metro de distancia con las manos en alto. Tomé mi fusil y me lancé al suelo, apunté con mi arma hacia ellos, con el dedo en el gatillo y comencé a gritarles que no se movieran”.
“Después de un par de minutos de un completo pandemonio, recuperamos el control de nosotros mismos y avanzamos para buscar a los dos soldados; descubrimos que ambos estaban heridos, llamamos al médico que vino rápidamente”.
Revisaron a los heridos. Les quitan el correaje, la pistola reglamentaria. Y el casco.
“Quedé desprotegido sin el casco”, remarcó Pereyra. Alguien de sanidad inglés, no sabe si fue un médico o un enfermero le cortó la hemorragia, y lo dejaron junto a otro herido bajo custodia de dos británicos. Uno de ellos era el propio Andy Damstag. Era de noche y había comenzado a nevar.
Como se seguía combatiendo y continuaba disparando la artillería argentina, el propio Damstag arrastró a Pereyra hasta detrás de una roca grande para protegerlo y le dio su casco, que lo llevaba enganchado en su correaje. Ese día los británicos pelearon con sus boinas verdes para reconocerse entre ellos.
“Con mucho esfuerzo, comenzamos a hablar –cuenta hoy Andy-. Dialogamos sobre la guerra, de fútbol y la familia, mientras fumábamos e intercambiábamos dulces por cigarrillos y compartíamos agua de nuestras cantimploras”.
El soldado inglés quiso llevarse un recuerdo. Tomó el caso del argentino y lo enganchó en su correaje.
Fue en ese momento en que se produjo una gran explosión proveniente de la artillería argentina, y soldados de ambos bandos se zambulleron al piso. Andy quedó debajo de un grupo de argentinos. Una intensa lluvia de tierra y metralla los cubrió.
Dos horas más tarde, el combate había finalizado y los ingleses bajaban de la cima del cerro con más argentinos prisioneros. Se improvisaron camillas. En una de ellas, colocaron a Pereyra quien, antes que se lo llevaran, se quitó el casco y se lo devolvió a su dueño. Damstag acotó que “cuando nos despedimos, nos dimos la mano, fue un momento emocionante”.
Nunca más se verían.
La vida continuó
Pereyra fue trasladado a un hospital de campaña en Fitz Roy y de ahí a Darwin, donde le extrajeron una esquirla. Finalmente, en el buque Uganda lo operaron de la doble fractura. Junto con otros 200 heridos, fue trasbordado al Bahía Paraíso.
En 1985 Pereyra, que había nacido en San Isidro y se había criado en Pilar, se casó y formó una familia en Gualeguaychú. Cuatro hijos –dos varones y dos mujeres- y ocho nietos. “Llevo una vida tranquila, con una gran compañera”, afirma.
Hace un par de años se retiró como Suboficial Principal Enfermero y además de la jubilación, cobra la pensión de veterano de guerra. Su esposa aporta a la economía familiar con un negocio de artículos de librería.
Mate en mano, le cuenta a Infobae: "No soy un activo malvinero; fui convocado para la guerra, y era mi obligación hacerlo”.
El llamado
Pero esos sentimientos le dieron un vuelco la noche del domingo 1 de septiembre pasado, cuando recibió el siguiente Whatsapp:
“Hola, Héctor, mi nombre es Andy cuando era un joven Royal Marine, te conocí a ti y a tu amigo durante la batalla del Monte Harriet en las Malvinas, si recuerdas, intercambiamos cascos (porque quería un recuerdo de nuestra reunión) cuando vinieron a despegar la montaña, me devolviste el casco, ahora me gustaría devolverte el casco. Un amigo mío dice que son valiosos para los coleccionistas, pero te lo presté hace treinta y siete años. Así que ahora quiero que lo recuperes”.
Acompañaba el mensaje con una fotografía del casco.
Inmediatamente, Héctor le respondió:
“Gracias por contactarme, amigo. Estoy muy feliz de verte lucir bien, han pasado más de treinta y siete años desde la última vez que nos vimos y me alegra poder hablar como amigos (a pesar de que hablamos diferentes idiomas), por favor manténgase en contacto, así puede devolverme el casco que me dejaste la primera noche que nos conocimos… es increíble verte y hablar contigo”.
Se contaron de sus vidas como viejos camaradas, de los años de servicio y de estos años en que eligieron la calma y la paz. “Bendito sea Dios que me permitió encontrarte y tenerte como amigo. Serviste bien a tu país y ahora merecés una vida pacífica”, cerró Andy. Y hubo lágrimas de los dos lados les océano.
“El casco vuelve a casa”
Durante los años que Damstag sirvió en el ejército en distintos puntos del mundo, llevó consigo el casco argentino. Le confiesa a Infobae una duda que lo persiguió durante casi cuatro décadas: “Durante años me pregunté que habrá sido de aquel joven soldado, si había sobrevivido, si tenía familia, qué había sido de su vida... y un montón de interrogantes que creía nunca tendría respuestas”.
Damstag dejó el ejército y hace años trabaja en el departamento de reciclaje en el ayuntamiento de Bolton, la ciudad donde nació, en el noroeste de Gran Bretaña. Con su esposa Liz tuvieron tres hijos –dos varones y una mujer- y ya es abuelo de cuatro nietos.
La historia que Héctor desconocía es que Marta Ransanz, que se define como “malvinera por pasión” es una abuela, ya viuda, que abrazó la causa de Malvinas y despliega una vasta actividad en redes sociales. Un inglés, Rick Strange, amigo de Andy, le pidió que lo ayudase a ubicar a un tal Pereyra. Ella pudo conseguir los datos para que ambos veteranos se contactasen. “Es un trabajo que tengo orgullo de llevar adelante”, aclaró sobre su pasión por Malvinas.
Finalmente, el día llegó. Damstag, acompañado por su esposa Liz, concurrió a la embajada argentina en Londres. “Fui atendido por Adrián Vernis y el capitán Moretto y en un sencillo acto devolví el casco. Fue un momento emocionante”, recordó.
Antes de despedirse de aquella pieza de guerra, que fue trofeo y amuleto, Andy besó el casco. Y sorprendió a los funcionarios argentinos. El marine lo explica así: “Cuando llegó el momento de irme, besé el casco por última vez porque sabía que era la última vez que lo vería, lo había atesorado durante treinta y siete años, pero ahora finalmente se iba a casa”.
Héctor ya tiene planes para cuando en los próximos días se lo entreguen. Lo colocará en una suerte de pecera de vidrio, junto con su chapa de identificación, para que todos puedan apreciarlo: “La guerra fue horrible, pero es bueno que se conozcan estas cosas”.
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