Rubén Yufera, propietario del fondo de comercio del bar Plaza Dorrego desde hace más de 30 años, bajó las persianas el pasado lunes y prometió no volver a subirlas. Aquel día admitió, frente a sus ocho empleados, que desde 2017 no paga sus aportes jubilatorios ni las obras sociales. Que le debe al carnicero, al verdulero, al panadero y hasta al diariero de la cuadra. Que le debe incluso a todo el grupo de trabajadores, quienes no cobraron agosto ni septiembre y por ello decidieron atrincherarse en la esquina de Defensa y Humberto 1°, durmiendo allí, en turnos, hasta que alguien les entregue una solución.
Esta mañana, de manera sorpresiva, los empleados reabrieron el bar. Frente a la plaza que lleva su mismo nombre, una pareja brasileña pagó una cerveza cerca del mediodía y continuó el recorrido turístico por la Ciudad. Para los desprevenidos que observaron el mítico local de San Telmo durante la mañana, todo seguía igual. Para los que continúan sufriendo adentro, todo cambió. “Queremos armar una cooperativa”, advirtió a Infobae Fernando Aramayo, de 49 años, quien ingresó a trabajar al bar en 1992.
Plaza Dorrego es un sitio histórico principalmente reconocido por haber albergado un encuentro entre los escritores Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato en la década del 70. Es también motivo de visita de decenas de turistas: en 2004 fue declarado bar notable y en 2011 la Legislatura porteña lo proclamó símbolo identitario del barrio de San Telmo y sitio de interés cultural.
Los empleados –siete hombres y una mujer– señalaron al último dueño y a su administración como el único desencadenante de esta situación. “Yo entré de jovencito. Viví más acá que en mi casa. ¿Trabajé toda mi vida y me tengo que ir sin una moneda? En los 90 el bar era una vaca lechera. Siempre explotó de gente los fines de semana. Incluso hasta hace diez años era un mundo de gente. Pero el dueño se puso más grande y empezó a dejarlo caer. Sumado a que se enfrentaba a la gente: no le gustaba que se sacaran fotos y los echaba. Si una persona se quedaba mucho tiempo tomando un café y ocupando una mesa, también los obligaba a retirarse, de mala manera", recordó Aramayo.
Carlos Sequeira, histórico mozo del lugar, ingresó a trabajar al bar cuatro meses antes de que Yufera tomara la concesión. “Lo que pasa es que en los últimos años empezamos a trabajar menos horas, con menos personal y no se podían cubrir los horarios completos. Ahí empezaron las deudas. Cuando el dueño quedó solo, empezó a cerrar temprano porque no le daba el físico para estar todo el día. Antes había dos turnos: de 8 a 16:45 y el otro de 17 a 2 o 3 de la mañana. Después se dejó de hacer eso”.
El hombre de 60 años aseguró que los malos tratos sumados a la falta de inversión en el bar llevaron a perder una gran parte de la clientela que visitaba el Plaza Dorrego a diario. “De repente había una señora tomando un café, se quedaba mucho tiempo sentada en la ventana y la echaba. No prendía la calefacción en invierno o el aire acondicionado en verano para no gastar energía. La gente se fue yendo”. Esta versión fue constatada por María Rosa, vecina de San Telmo y habitué del café, que ante la presencia de Infobae recordó: “Hace 12 años que tomo el café con mis amigas todos los días de manera religiosa en este lugar. Pero hace un año dejamos de venir por lo mal que nos trataba ese hombre. Empezamos a ir al bar que está enfrente. Hoy volvimos”.
Al dueño del bar se le terminó el contrato el 1 de octubre. Al tener inconvenientes con el dueño del inmueble, éste se presentó el pasado lunes con su abogado y un escribano público para hacer efectiva la devolución de llaves. “Yo no quiero cerrar el local, estoy esperando que se vayan todos para irme y abrir mañana con los mismos empleados", había asegurado Yufera ante la atenta mirada de los empleados. “Eran todas mentiras, por eso empezamos a quedarnos a dormir desde hace tres semanas. Sabíamos que podía pasar esto. Su intención era cerrarlo y listo”, indicó Aramayo.
“De acá no nos vamos a ir hasta que tengamos una respuesta. Es todo mentira que lo solucionó con la AFIP. Nosotros no nos queremos mover hasta que nos den una solución”, sostuvo el empleado, quien contó cómo fue desgastándose la relación de los trabajadores con el dueño: “Él tenía cuatro encargados. Era una persona muy agresiva y se empezaron a ir uno por uno. Después trajo al hijo, pero quiso llevar el negocio a la quiebra. Su hijo no compraba bebidas ni mercadería; echaba a los clientes y se quedaba dormido en el mostrador. Él también se terminó yendo y lo dejó al padre solo”.
“El propietario nos dijo que hasta que no tome posesión del local no puede generar ningún tipo de negociación. Estamos buscando los mecanismos para llevar a cabo una mesa de negociación entre los trabajadores y el dueño del lugar para que sea posible la continuidad del local”, detalló Luis Palmeiro, abogado de los empleados. Y explicó: “Los trabajadores no están notificados formalmente de absolutamente nada. No hay ninguna situación que haga presumir sobre la extinción del contrato”.
Tras el conflicto, los empleados se convocaron y formaron un grupo para que esta mañana el bar reabriera sus puertas. “Lo que vendamos lo separamos para la mercadería, luz, alquiler. Queremos pagar todo como corresponde, no somos usurpadores. Lo que se recaude lo vamos a dividir el domingo. Ahora vamos a mayoristas. Antes teníamos proveedores, pero les dijimos que no vengan porque ellos bajan la mercadería y hay que pagarles. Y quizá ese día no tenemos la plata. Vamos a un mayorista y traemos las cosas que necesitamos para el momento. El domingo, lo que resta, lo dividimos entre los ocho”, manifestó Aramayo.
“Acá hay gente que alquila, debe pagar impuestos, mandar a los chicos al colegio. ¿Sin dinero cómo hacemos? Nos estamos jugando todo hasta que el dueño nos dé una respuesta. Decidimos turnarnos para dormir por la noche, porque si nos vamos y dejamos el lugar vacío van a cambiar la cerradura y nos quedamos en la calle. Nos quedamos dos por noche. Dormimos entre las mesas, con algo de abrigo que nos traemos. Lo empezamos a hacer cuando supimos que había un inconveniente con el contrato. Temíamos que pasara todo esto”, agregó.
Según los empleados del lugar, la deuda que Yufera tiene con AFIP alcanza los $2 millones. “En el último tiempo nos pagaba $25 mil por mes. Nos deben tres años de horas extras y, según nuestra cuenta, son $100 mil. Creemos que entre esta deuda, más los sueldos y los proveedores, debe cerca de $5 millones", declaró Aramayo.
El empleado contó que comenzaron a darse cuenta “desde hace un año, porque un compañero llevó al hijo al médico y no pudieron atenderlo ya que no tenía obra social. Estamos presentando cartas documento para que esto se resuelva. Nosotros no tenemos por qué hacernos cargo de su deuda. No es justo. No hablamos de mil pesos. Tenemos que trabajar años sólo para pagar eso. Queremos arrancar de cero, pero con nuestras cuentas”.
“Tengo dos hijos de 19 y 20. Estamos los tres viviendo en Villa Urquiza. Ellos estudian. Les dije que mientras yo pueda bancarlos, que ellos estudien. Les va a abrir muchas puertas. No quiero que terminen como yo, detrás de una barra o lavando pisos. Les quiero dar lo mejor. Pero lamentablemente todos los que estamos acá vivimos al día. Yo vivo al día. Y vivo en Urquiza porque la abuela de mis hijos nos dejó eso. Si no, viviría debajo de un puente”, completó Aramayo.
Fotos: Adrián Escandar
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