Tomás Ceppi conversó con Infobae
Tomás Ceppi (37) nació en Choele Choel, un pequeño pueblito de la provincia de Río Negro. Vivió 12 años con su familia en una chacra y siempre sintió que la naturaleza, salvaje y cercana, era su verdadero mundo.
La pasión por la montaña nació cuando todavía siendo un chico, sus padres lo llevaban a esquiar a Bariloche o a hacer trekking en paisajes cordilleranos. “Quiero hacer algo que me ponga en contacto con la naturaleza”, se dijo muchas veces en su adolescencia.
Cuando cumplió 20 años, decidió estudiar para guía de montaña en Mendoza. El Aconcagua fue su primera cima y lo forjó como escalador. Desde hace 10 años la montaña es su vida: fundó su propia empresa, Tomás Ceppi Expeditions, donde hace de experto guía para los turistas que se atreven a la aventura de escalar montañas y alcanzar cumbres. También trabaja para dos firmas norteamericanas muy prestigiosas en el mundo del alpinismo. Y fue con una de ellas (Climbing The Seven Summits) que concretó el sueño de llegar a la cima del Everest.
El Everest fue conquistado por primera vez en 1953 por Edmund Hillary y Tenzing Norgay. Hasta la fecha solo 4.000 personas pudieron escalarla. Y alrededor de 300 escaladores perdieron la vida al tratar de alcanzar su cima.
Tomás se convirtió este año en el argentino número 25 que escaló la montaña más alta del mundo, llegó a la cumbre del Everest el 27 de mayo a las siete de la mañana, junto con Ignacio Montesinos (el 26 en llegar, nacido en Buenos Aires). Ascendió 8.848 metros a 40 grados bajo cero. “El camino es difícil, nadie lo duda, solo hay que concentrarse en la cima”, dice.
— ¿Cómo nace tu pasión por escalar montañas?
— Desde temprana edad mi viejo y mi vieja nos llevaron siempre a Bariloche a esquiar o hacer trekking de montaña. Siempre supe que quería hacer algo vinculado a la naturaleza, al aire libre.
— ¿Cómo es el entrenamiento para un escalador?
— Salgo a correr mucho, hago mucho gimnasio, mucha zona media o bicicleta. No salgo a hacer grandes fondos, pero sí me enfoco en fortalecer las piernas, la zona abdominal y los hombros para de nuevo volver al ruedo y estar bien.
— También hay que entrenar la mente…
— La cabeza te marca la diferencia, cien por ciento. Gana el que es fuerte o tiene un temple más marcado. El hecho de siempre querer un poco más y empujar es lo que te hace la diferencia. Porque en algún momento uno se siente cansado, agotado o no es el día, pero siempre hay que seguir para adelante; sobre todo cuando estás a 8.000 metros de altura con -40 grados.
— ¿Qué es lo más difícil?
— Estar lejos de mi familia. Cuando me voy a expediciones al Himalaya son dos meses con teléfono satelital. Si me pongo a pensar en mi mujer, mi hermano, mi familia es como que me cuesta más. Eso no quiere decir que no me acuerde constantemente de ellos, en cada paso los tengo conmigo... pero muchas veces busco también abrir un poco la cabeza y enfocarme en donde estoy y nada más.
— ¿Cómo fue escalar el Everest?
— Fui esta temporada por primera vez. Son dos meses de expedición desde que llegás a Katmandú, que es la capital de Nepal, para preparar lo que son los últimos detalles de logística. Se empieza una aproximación de diez, doce días hasta el campamento base a 5.300 metros. Siempre digo lo mismo, estos cerros se dividen en dos, uno que es la aproximación al campo base, donde tenés que tratar de llegar entero, fuerte, no enfermarte ya que alrededor hay un montón de bacterias y frío... Siempre parás en tea houses, que son como hostales de montaña de la zona, donde tenés una buena comida y habitaciones. Es muy fácil enfermarte al estar en un lugar totalmente diferente al nuestro, hábitos, comidas. Por eso, la primera gran etapa para llegar al Everest es la aproximación. De ahí se llega al campo base y desde ese lugar ya empieza la segunda etapa que es la ascensión pura y exclusiva del cerro.
— ¿Qué se hace en el campo base?
— Al campo base llegás y tenés de todo: las carpas comedores, carpas dormitorios, carpas cocinas, tenés cocineros. La verdad es que el servicio es muy bueno. Es como el centro de logística en todo sentido, donde todas las expediciones empiezan a ascender a los campamentos de altura. Lo que tiene el Everest, a diferencia de otras montañas, es la adaptación a la altura que uno tiene que hacer, la aclimatación. Es lo más importante. Y en el Everest se hacen dos procesos de aclimatación. Tenés que lograr eso para que el organismo se empiece a adaptar fisiológicamente. Vos no podés arrancar de cero a cien porque te va a golpear duro la altura. Es ir a pasitos. La verdad son expediciones de pasitos de hormiga. Se espera en campo base una semana o lo que fuera para poder descansar.
— ¿Qué te pasó cuando llegaste a la cima?
—De todo. Se me cruzaron todas las imágenes de mi familia, de todos los años de esfuerzo, de laburo. Es una profesión que implica también estar mucho tiempo afuera y perderse un montón de cosas: tiempo con mi mujer, con amigos. La sensación de estar en una cumbre es difícil de transmitir. Hay que estar ahí para sentir realmente lo que se puede vivenciar.
— ¿La bajada es dura?
— Sí, la bajada muchas veces es más dura que la subida. Estás cansado, quizás algunos desmotivados porque ya vieron la cumbre. Generalmente la mayoría de los accidentes se dan más en la bajada que en la subida. Sobre todo en expediciones comerciales, porque el cliente se te cae o se te desmotiva un poquito, se relaja, y es esa la parte de mayor tensión.
— ¿Cómo es la ropa para protegerse de temperaturas tan bajas?
— Usamos los monos de pluma. Es como una bolsa de dormir de pluma pero con piernas y con brazos donde uno va enfundado en todo sentido. Después también tenés mitones de plumas, las botas que son triples... Parecés como un astronauta.
— ¿Algo que hayas aprendido?
—Aprendí a tener paciencia. El ser cada vez más paciente. Antes era un poquito más desorganizado. Hoy soy mucho más estructurado. No dejo nada libre o suelto al azar. Hacerlo sería dejar un margen para el error o la diferencia negativa... Y después -y sobre todo- aprendí a disfrutar. Mucho.
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