Fueron a los Encuentros Nacionales de Mujeres y sus vidas se transformaron: historias de “un viaje de ida”

Del 12 al 14 de octubre, entre 150 mil y medio millón de personas participarán del 34° Encuentro Nacional de Mujeres en La Plata. Cuatro mujeres cuentan a Infobae cómo y por qué la experiencia las marcó: ahora viven de manera diferente sus vínculos personales, la relación con sus cuerpos y hasta su identidad.

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Rocío Santana y sus amigas
Rocío Santana y sus amigas

Ellas lo dicen. Y coinciden: haber ido a los encuentros les cambió la vida. Fue, para todas, una experiencia única y diferente. Liberadora. La idea se oye multiplicada por miles de voces de mujeres, y también de disidencias. Este año no va a ser la excepción.

Del 12 al 14 de octubre se realizará en La Plata el 34 Encuentro Nacional de Mujeres. Se calcula que van a participar entre 150 mil y 500 mil mujeres y disidentes. Infobae habló con cuatro mujeres que contaron cómo la experiencia de haber participado de los encuentros las modificó.

Amanda Alma: “Volví y me hice recontramil feminista

Amanda Alma es casi un personaje salida de los encuentros nacionales de mujeres. Es periodista y sobre el tema y su devenir escribió, junto con Paula Lorenzo, una tesis que fue libro: Mujeres que se encuentran. Allí, reconstruye la cronología desde 1986, cuando un grupo de mujeres de partidos políticos, de sindicatos, de Madres de Plaza de mayo, las que traían vientos feministas del exilio o se habían formado en secreto durante la dictadura organizaron el primer encuentro.

Amanda Alma, periodista y autora
Amanda Alma, periodista y autora del libro "Mujeres que se encuentran"

Aquella primera experiencia fue en la Ciudad de Buenos Aires y congregó a 1.000 mujeres que, desde entonces, todos los años se dieron cita en distintos puntos del país, viajando en grupos o solas, y participaron de talleres, marchas y peñas.

El libro llega hasta 2005 y Amanda lo actualizó con el podcast de radio Territorio liberado (para Futurock) donde cuenta cómo fueron creciendo y también el espíritu de esos encuentros. Pero sobre todas las cosas, se nota que participar de la experiencia la marcó a fuego y cambió su vida y su forma de pensar.

“Mi primer encuentro fue hace dieciocho años, en 2001, también en La Plata, donde hubo quince mil mujeres -cuenta Amanda a Infobae-. Fue para mí un impacto: participé por primera vez en un debate, de ‘Comunicación y género’, volví con miles de preguntas y me hice recontramilfeminista. Estando en ese proceso me fui haciendo lesbiana, me fui dando cuenta de esa construcción que es la heteronormatividad, el sistema de división sexual de los géneros, de la hegemonía del hétero-cis-patriarcado. Todos esos conceptos que hoy decimos como un mantra, para mí fueron marcos que se desarrollaron en los encuentros nacionales de mujeres: fue la gran academia feminista para todas nosotras”.

Y aclara que el “hétero-cis-patriarcado”, donde “cis” engloba a todas las personas que no son trans es “la norma que impone el sistema donde, quienes no responden a los estereotipos de género vinculados a la genitalidad, son castigadas”.

Para Amanda, fue un lugar de aprendizaje y un vuelco en la forma de percibir la propia identidad: “Fue el espacio donde las travestis nos enseñaron que la identidad es un derecho humano y que es una construcción que hacemos todes, cis y trans. Que la identidad sexual no tiene que ver con quién te acostás sino con una posición política en el mundo sobre cómo querés incidir en la sociedad a partir de tu propia corporalidad.”

“Es una experiencia compartida muy vívida, muy fundamental”, reflexiona Amanda, que no queda ahí, sino que repercute en la vida diaria: “Son una práctica multiplicadora, volvemos con material de trabajo para nuestras casas. Quedás marcada, seguís trabajando”.

Mora de las Casas: “Me cambió la concepción acerca de mi cuerpo”

Mora De las Casas tiene 21 años. Es ilustradora, estudiante de diseño gráfico de la Facultad de Arquitectura (FADU) de la UBA. Su primer encuentro fue en el Chaco, en 2017. Y en 2018 volvió a Trelew. Fue como independiente pero viajó con distintas agrupaciones para tener transporte, comida asegurada, lugar donde dormir y poder participar de la marcha en grupo, cuidada, dentro de un cordón.

Mora de las Casas en
Mora de las Casas en uno de los encuentros de los que participó

Pudo volcar su costado artístico, creativo, haciendo stickers y remeras que ilustró, con la inscripción “Unión de mujeres”. Además, pintó los cuerpos de otra mujeres, como un tatuaje lavable.

Mora se emociona cuando recuerda: “En ningún otro lugar me sentí tan acompañada ni tan escuchada o ayudada. Me sentía muy protegida, muy segura. Éramos tantas y todas una al lado de la otra, a cualquiera le podías pedir algo o cualquiera te ofrecía lo que necesites. Había mucho compañerismo, con personas que nunca había visto ni hablado en mi vida”.

Dice que lo que más la transformó tras haber ido a los encuentros fue que “pude dejar de ver a la mujer que está al lado como competencia o compararme con las otras, dejar de querer ser mejor o más linda o esas cosas que te separan o te hacen prejuzgar a la otra”.

Y algo incluso más profundo, vinculado con “la concepción de mi cuerpo: dejar de buscar la perfección y ver que hay otros cuerpos que son muy distintos pero que estás al mismo nivel”. Mora ensaya una definición: “Yo creo que el encuentro es eso: encontrarte con un montón de realidades distintas y de ver mujeres que vienen de distintos lados, que tienen diferentes formas de pensar pero en el fondo somos todas iguales”.

Mora aprendió en los talleres que se multiplican en los encuentros y cada vez abarcan más cantidad de temas. Dice que le abrieron la cabeza, como uno de “Activismo gorde, donde muchas hablaron de los cuerpos, el sobrepeso y la gordofobia, cosas que, como a mí, las marcaron desde chicas en relación a la alimentación, de la ropa que no les queda. También, escuchar a mujeres trans hablando, que es una voz que no se oye, fue algo nuevo para mí. Fui también a uno de trabajadoras sexuales, que me permitió conocer mujeres que tienen esa salida laboral y que no las ves todos los días”. Ese es un tema que genera controversias: hay quienes consideran a la prostitución como trabajo sexual, y otras, una forma de explotación.

Mora rescata: “Hay mucha expresión artística, cada una se viste como quiere, se pone brillo y pintura y hay mucho de decorar los cuerpos, pero también de mostrarlos como son. Porque estás tan cómoda y tan libre caminando por la calle que no te importa si te están mirando o no, si tenés puesta la remera o no. Eso es muy lindo, que estén todas una al lado de la otra y que la ciudad esté repleta de mujeres”.

Cecilia Velázquez: “Los encuentros cambiaron mi relación con mis hijos”

Cecilia Velázquez vive en Constitución, tiene 51 años, es ama de casa y hace tareas en un comedor en Barracas. Forma parte de la agrupación Unidad Piquetera, nació en Paraguay y llegó a la Argentina hace treinta años.

Sus compañeras la cargan porque es “la que llora en los encuentros”. Ella dice que llora de emoción, “de ver tantas mujeres todas juntas y ningún hombre. Me acuerdo y me da piel de gallina”. En ese punto, los testimonios coinciden: pasar tres días en una ciudad “tomada” por mujeres ha sido, para ellas, “un viaje de ida”.

Cecilia, la mujer que marcha
Cecilia, la mujer que marcha en tacos

Su primera vez fue hace dos años, en el Chaco, “el año de la violencia de género”, dice. “Fui con mi hija que tenía 16 años. Y volví al año siguiente. El encuentro es único y yo les digo a las compañeras que no pudieron ir que traten de hacer el esfuerzo. Creo que todas las mujeres tienen que pasar por esa experiencia. A veces estoy muy cansada, pero pienso que igual tengo que poder. Y voy con mis tacos por todos lados.”

Cecilia lo reconoce: “Haber ido a los encuentros me cambió un montón. Me abrió la mente. Antes, ni yo misma me aguantaba. Tengo dos hijos varones grandes y mi hija, que tuve que criar sola porque mi marido tiene una enfermedad grave y cada tanto tienen que internarlo”.

Dice que a su hija la crió como la criaron a ella, “a la antigua”, que antes no la dejaba ir a ningún lado sola, que le daba miedo todo, hasta que fuera a la plaza, que le pasara algo, y que sus hijos más grandes, los varones, se lo hacían notar. Pero eso cambió en gran parte con los encuentros. “Si seguís así te vas a enfermar, me decían. Mi hija insiste en que tengo que ir más seguido a los encuentros porque vuelvo cambiada. Más tranquila. En verdad, cambió mi relación con mis hijos. Antes, ni yo misma me soportaba.”

En el Chaco, dice Cecilia, pararon en un club. “Dormíamos como podíamos y nos levantábamos muy temprano. A veces teníamos que caminar un montón porque no había colectivo. Es un sacrificio muy grande, pero vale la pena. Conocés a mucha gente y aprendés un montón. Por eso para mí está bueno estar los tres días, para poder ir a los talleres, para que lo que escuchás te quede, ¡tenés que tener un bocho de aquellos para que te quede todo!”.

Pero lo que más rescata, lo que más la impactó y la emociona, es la marcha que el último día del encuentro recorre la ciudad. “En la calle está lleno de gente que aplaude, que llora. Todas las banderas. ¡Como no emocionarse!”.

Rocío Santana: “Me fui transformando y dejé de ser la niña que era”

Rocío Santana es de La Plata. Tiene 21 años y desde los 17 va a los encuentros. El primero fue en Mar del Plata, en 2015. Viajó con amigas del secundario y la organización donde militaba su hermana, mayor que ella.

Esta vez Rocío va a jugar de local. Hoy milita en la comisión de género de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Plata. Reconoce que a lo largo de los encuentros experimentó un proceso de transformación, que arrancó en Mar del Plata, cuando se anotó en el taller de “Mujeres y relación de pareja”. Allí, su vida dio un vuelco. Cuenta que fue a escuchar “en parte por una relación violenta que había tenido con un varón y en este momento, a los 21 años, no me siento ni mujer y soy lesbiana. Lo digo entendiendo el ser lesbiana como una identidad política que viene a romper con el estereotipo de mujer blanca heterosexual flaca de clase media. Nombra otras formas de existir en este mundo, trascendiendo el hecho de autopercibirse solo mujer.”

Rocío Santana junto a su
Rocío Santana junto a su compañera

Ella define el encuentro como “un momento en el que confluyen todos los debates, las discusiones, se producen definiciones, pero -aclara- al feminismo se le pone el cuerpo todos los días, en el trabajo, en la universidad, en la familia, con les amigues, con les compañeres. Es algo que atraviesa y modifica todos los días y por eso puedo ver mi transformación en relación a los encuentros a lo largo del tiempo. Con el pasar de los años, me fui transformando y dejé de ser la niña que era”.

Hoy, se discute el nombre. Hay un sector del movimiento de mujeres que quiere que el Encuentro Nacional de Mujeres pase a denominarse Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales y No binaries. Mientras que otras prefieren mantener el concepto original de aquellos primeros encuentros, desde 1986, a comienzos de la democracia, cuando se luchaba por el divorcio o por la patria potestad indistinta, o se discutía el rol del feminismo en relación a la dictadura. Hoy, sobre la mesa de discusiones, están las identidades diferentes, las disidencias, o el lugar que piden las mujeres de los pueblos originarios.

Rocío Santana junto a sus
Rocío Santana junto a sus amigas

Tal vez Alma, Mora, Cecilia y Rocío se encuentren en octubre en La Plata. Tal vez no. Aunque de algún modo, ellas, y miles más, ya se están encontrando.

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