Nunca pudo volver a contestar “bien” a la pregunta “¿cómo estás, María Elena?”. El sábado 28 de septiembre se cumplieron 11 años de la desaparición de su hija y a la misma pregunta repetida en cada aniversario, por cada falsa alarma, la mamá de Sofía Herrera contesta: “Y...acá andamos”. Cada septiembre, algún detalle le da una vuelta más de soga a una espera asfixiante: este año Sofía cumpliría los 15.
Hace nueve meses, mientras allanaban una casa en Ayacucho y Sofía Herrera era tendencia en Twitter, la ilusión sobrevoló a la familia Herrera pero siguió de largo. Se dejó ver cuando a María Elena le entró un mensaje de un periodista de San Luis que le decía que la habrían encontrado. Se desvaneció apenas le dijeron quién y dónde, y se dio cuenta de que era una pista que ya habían descartado cuatro años antes.
No sólo eso cortó la ilusión de raíz. Mientras el país estaba expectante y a la espera del resultado del ADN, la mamá de Sofía Herrera recibía en su cuenta de Facebook fotos enviadas por las compañeritas del colegio de esa adolescente. Estaban preocupadas por el revuelo y le mostraban a su amiga en selfies para que viera, con sus propios ojos, que no era Sofía.
Las ilusiones palpables
Hubo, sin embargo, dos veces en estos 11 años en los que María Elena Delgado y Fabián Herrera, los padres de Sofía Yasmín, sí creyeron que habían encontrado a su hija. La primera fue en noviembre de 2009, 1 año y 1 mes después de la desaparición, cuando nadie era capaz de creer que íbamos a estar contando 11 años de aquel domingo de desesperación en el camping de la estepa patagónica.
“Denunciaron que había una nena con características similares a las de Sofi en un country en Buenos Aires. Era hija adoptiva de médicos, unas personas muy reconocidas. Para el fiscal era recontra parecida a Sofi, nuestro abogado nos decía que había una posibilidad muy alta de que la hubieran encontrado”, cuenta a Infobae María Elena Delgado.
No había Whatsapp en esa época, lo que anuló las chances de que los padres vieran a la nena en fotos antes de alimentar la esperanza. “Todo era sospechoso, los padres no la querían mostrar por nada del mundo. Fue la primera vez que dije ‘puede ser mi hija’. Además, era una familia de plata", sigue, en referencia a que una de las hipótesis más firmes era que la habían robado y vendido.
El fiscal viajó a Buenos Aires, a casi 3.000 kilómetros del “fin del mundo”, y llegó a un acuerdo con el padre de esa nena para verla en una plaza. “Ya estábamos viendo qué vuelo tomar, estábamos contando los minutos para que nos dieran el ok para viajar y reencontrarnos con nuestra hija”, sigue. Como parte del acuerdo, el médico y el fiscal simularon un encuentro casual en una plaza.
“El fiscal fingió ser un amigo del médico para ver a la nena, que estaba jugando. Recién ahí le pudo sacar una foto", recuerda. “Cuando vi las fotos se me vino el mundo abajo. Para el fiscal, que nunca había visto a Sofi, era parecida. Para mí que soy la madre, no tanto. Hacía un año que había desaparecido, era poco tiempo para que estuviera tan distinta. En ese momento sabía que podía reconocerla, ahora que está por cumplir los 15 es diferente”.
No había sido solo el fiscal quien la había visto parecida. Con el tiempo, siguieron llegando denuncias por la misma nena: un jardinero del country llamó convencido el año pasado, una década después de haber descartado la pista. También alguien denunció haber visto a Sofía con un hombre en un aeropuerto: era la misma nena.
“No te puedo explicar la angustia, la desilusión. Uno pone todas las esperanzas, dice ‘sí, tiene que ser, esta pesadilla se termina’. Y no. Cuanto más subís más duro es el golpe cuando caés. Con los años el cuero se va curtiendo pero en ese momento todo para nosotros podía ser”.
La segunda vez fue en Mendoza, después de que la directora de una colegio sospechara del entorno de una alumna que hacía escuela domiciliaria. “Los padres decían que estudiaba en la casa porque era una nena iluminada y tenía los estigmas de Cristo, que son niños a los que supuestamente le sangran las manos y los pies, como si tuviera los clavos de Jesús", recuerda. Tenía, además, casi la misma edad: el documento de la nena decía que había nacido sólo tres meses antes que Sofía.
“Esa pista llegó de todos lados, muchos padres del colegio decían que estaban seguros, que por eso la tenían oculta. Yo misma viajé a Mendoza a verla”, sigue. “Los padres me decían ‘vamos al colegio, tenés que verla, no dejes que te muestren a otra nena’, y cuando tanta gente está tan convencida te entran las dudas”. Fueron al colegio a observar con discreción pero la nena no había ido.
Los padres de la nena sospechosa se enteraron del revuelo y también llamaron a María Elena. “Me ofrecieron juntarnos en una estación de servicio para mostrármela. Era idéntica, la verdad es que tenía un parecido impresionante a Sofi. No podía dejar de mirarla”. Eran tan parecida que no fue María Elena, esta vez, quien descartó de plano que fuera su hija: fue el cotejo de huellas dactilares.
Las pruebas, sin embargo, no lograron convencer a muchos vecinos, que desconfían de la Justicia y le siguen asegurando que es ella. Le llegó una foto de esa nena, otra vez, hace cinco años: había escrito un poema o un libro, no recuerdo, y había salido en el diario local. “Seguía siendo idéntica pero ya sabíamos que no era”.
Bajo siete llaves
Hay ropa limpia de Sofía, doblada y guardada en su placard. “Pero también hay ropa sucia que tengo guardada bajo siete llaves”, se despide María Elena. Es la ropa que aquel domingo estaba en el canasto sin lavar, las zapatillas, el toallón que Sofía usó para bañarse por última vez.
“La ropa tiene su olor, algún pelo. Está todo en bolsas, en lugares poco calurosos. Fue una recomendación de una persona que tiene perros de búsqueda y, al parecer, esclareció el caso de un chico que desapareció en Entre Ríos. Dijo que bien guardada, el olor en la ropa podía durar 5 o 6 años. Pasó el doble pero bueno, pienso que por ahí sale alguna tecnología nueva y eso algún día puede servir”.
Tiene, además, el pedacito de cordón umbilical seco de Sofía, con el broche. Muchas madres guardan esos cordones como recuerdo, otros lo usan de metáfora de independencia (“cortá el cordón”). Para María Elena es el lazo que la unió a su hija, el que la mantuvo viva, el que se niega a cortar.
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