Jelnier Milton Valles Guevara tiene 42 años. Nació y vivió toda su vida en Perú pero en el 2012 decidió dejar su país en búsqueda de mejores oportunidades laborales en Argentina. Llegó solo, se instaló en la localidad de Valentín Alsina, en el partido bonaerense de Lanús, y luego trajo a su familia: su esposa Litzet, que trabajaba en Perú como maestra, su hijo que estudia actualmente ingeniería en sistemas en la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) y su hija que está todavía en la escuela.
En ambos países Milton se dedicó siempre a la confección de calzado y trabajó en varios talleres. Los últimos tres años lo hizo en el de un conocido llamado Joel, haciendo zapatillas que luego vendía en un puesto de la feria La Salada atendido por su mujer. Pero tras siete años de vivir en Argentina y mucha experiencia acumulada en el rubro, se le ocurrió que tal vez podía ahora cumplir su sueño de tener su propio taller.
Así fue que, cuenta él, para poder instalarlo acondicionaron el espacio en la planta alta de su casa de la calle Habana, que le subalquila a Joel en la zona de Villa La Pampa de ese partido del conurbano bonaerense, y sacó dos préstamos para emprendedores en el Banco Ciudad y Provincia con los que logró comprar cuatro máquinas necesarias para el proyecto.
En febrero de este año, un hombre en bicicleta se le acercó a un oficial de la Policía Federal que hacía controles de tránsito en la zona y le manifestó que creía que en la calle Luzuriaga -donde tenía su taller Joel- funcionaba en realidad un taller clandestino donde había personas trabajando en condiciones insalubres y en contra de su voluntad.
Así se inició una investigación en torno al taller de Joel que llegó hasta Milton y en agosto se coronó con una serie de allanamientos que culminaron con su detención. En su pequeño taller trabajaban él, su primo -que no vivía ahí con ellos-, su esposa -que se encargaba de la venta- y circunstancialmente su hijo, cuando necesitaban su ayuda.
La Justicia acusó a Milton del delito de trata de personas (la presunta explotación sobre su primo y su sobrino, que había llegado un día antes de visita y estaba casualmente en el lugar el día del allanamiento) y por infracción a la ley de marcas (22.362), ya que en el taller se confeccionaban zapatillas con la estética, logos y etiquetas de reconocidas marcas internacionales.
Los motivos eran principalmente su relación con Joel, que está procesado aún por explotación de personas, algunas de las cuales vivían en el mismo taller porque, según explicaron ante la Justicia, no tenían otro lugar donde vivir. La causa contra su ex jefe incluye también las condiciones de trabajo de sus empleados, ya que todos lo hacían por producción y realizaban extensas jornadas laborales para conseguir un mejor salario, lo cual para la justicia se agrava para quienes viven en el lugar porque eso “contribuye a desdibujar los límites entre trabajo y descanso, en desmedro de la privacidad y la autonomía de los trabajadores”.
El caso de Milton es diferente, ya que en su taller solo trabajaban él y su primo. Sin embargo, afirma, que esas son las condiciones en las que está acostumbrado a trabajar y rechaza que se trate de explotación laboral. “Soy un emprendedor que quiso trabajar tranquilo y de un momento a otro vino la policía a allanarme y a decirme que estaba en cohecho con otra persona por trata de personas. Es una causa en la que yo no tengo nada que ver”, asegura a Infobae, luego de recuperar la libertad el viernes pasado, 30 días después de su detención. “Primero me llevaron a Retiro, no sé exactamente a dónde porque no conozco las direcciones, de ahí al Juzgado de Lomas de Zamora, después estuve 3 días en Comodoro Py y de ahí al penal de Ezeiza. No me daban ninguna explicación y cuando me juntaron con el resto de la gente detenida la verdad es que estuve todo el tiempo con miedo. En Comodoro Py eramos 15 personas durmiendo una celda de 2x3. Fue terrible”.
“Todo el mes estuve con miedo, no quería salir de la celda. El hambre era lo único que me hacía salir", recuerda. "Cuando ingresé al penal en el recibimiento fueron bastante bruscos. Te gritan, te hacen sentir que no valés. Después adentro no tuve problemas con los que custodian el penal. La cosa es con los reclusos”.
“Los otros internos venían y me decían que hablara por teléfono con mi familia para que me trajeran plata para darles o me iban a cortar, me mostraban las hojas de afeitar. Te venían a intimidar, te sacaban la ropa, te asustaban”, dice ahora y suena aliviado.
Pablo Abdon Torres Barthe, abogado de Milton (que además compartió su historia en un hilo de Twitter con el título “cuando intentar progresar te manda a la cárcel”) está sorprendido por el accionar judicial en el caso de Milton y también de Joel.
Milton Valles Guevara, indicó su abogado, fue sobreseído en la causa por trata de personas pero continúa imputado por la infracción a la ley de marcas en una causa que tramita el Juzgado Criminal y Correccional Federal N° 2 de Lomas de Zamora a cargo de Juan Pablo Augé. “La ley de trata de personas tiene un problema que es que dice ‘cuando mediare situación de vulnerabilidad’, lo cual es un concepto muy subjetivo”, manifestó Abdon Torres Barthe.
En el informe que elaboraron las profesionales del Programa Nacional de Rescate y Acompañamiento a las Personas Damnificadas por el delito de trata que se hicieron presentes en los talleres de Milton y Joel, tienen sus argumentos: “La condición de migrantes de estos trabajadores, acrecienta su situación de vulnerabilidad en tanto han sufrido como consecuencia de dicho desplazamiento la ruptura y/o el debilitamiento de sus lazos socio familiares”.
“Lo que yo veo es que van contra el intento de progreso en un país con desocupación y crisis económica. Son gente preparada que busca laburar de lo que quiere y les cortan las piernas no solo a ellos si no a sus empleados, cuando todos viven en las mismas condiciones. Yo no veo explotación alguna”, señaló el abogado. “Los toman como víctimas”.
Milton dice que vivió “una pesadilla” todo el mes que estuvo detenido y se lamenta por el cierre de su local y el secuestro de las materias primas y mercaderías que tenía en su taller, que hoy está parado y tiene todas las máquinas fajadas e inutilizables.
“Quiero empezar de nuevo a trabajar, no pido otra cosa. Sin molestar, como siempre lo hice. Desde que llegué acá solamente trabajé y trabajé. Yo nunca le pedí nada al Estado, siempre llegué con lo que trabajé”, dice. “Tengo a mi hijo estudiando, a mi hija en el colegio y tengo que trabajar si o si para pagar los créditos que saqué y mantener a familia”.
“No hace ni medio año que puse mi taller propio. El banco me dio el crédito y el poder judicial me sacó todo de vuelta. Y encima me llevaron por trata de personas. Me dejaron en cero. Nos rompíamos el lomo laburando y ahora mi primo también se quedó sin trabajo”, se lamenta.
“En este momento estoy un poco más alegre porque estoy más tranquilo después de haberme reencontrado con mi familia. Estoy pensando en ponerme a hacer zapatos de mujer, sin infringir la ley de marcas, para poder sostener a mi familia. Pero solo quiero trabajar”.
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