La vida de un héroe después de la guerra: el combatiente de Malvinas que defendió apenas con un cuchillo a su compañero que se moría

Infobae viajó a Corrientes para conocer la intimidad del cabo Roberto Baruzzo, quién herido enfrentó a los ingleses para proteger a Jorge Echeverría, con 5 balazos en el cuerpo. Luego de la guerra pasó por un feroz estrés post traumático del que se recuperó gracias a su familia y a una persona clave: el mismo compañero a quien le salvó la vida en las islas

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La caja con la medalla
La caja con la medalla que le dio a Roberto Baruzzo su compañero Jorge Echeverría, a quien el cabo le salvó la vida durante la guerra de 1982

Abre una caja de madera, la muestra. Se ve el escudo nacional sobre una cinta con la bandera argentina. Dentro, una chapa de bronce dice: "Los últimos 24 años de mi vida son testimonio de tu valentía. Eternamente agradecido". Lo firma Jorge Echeverría. Fecha: 14 de enero de 2006.

De ese día hacia atrás, exactos 24 años, la escena es la siguiente: Jorge tiene cinco disparos de fusil en su cuerpo y se está muriendo. Roberto Baruzzo también está herido pero sigue de pie, peleando solo contra una guarnición inglesa y protegiendo a su amigo. Sobre el final, solo le queda el cuchillo, y lo muestra como avisando que está dispuesto a morir por defender a su compañero. El comandante inglés se conmueve y les perdona la vida. Se acerca, le quita el cuchillo en esa noche cerrada en las islas, y lo abraza: "The war is over", le dice.

Sin embargo, su guerra no terminó en la Malvinas. Quizás, acaso, todo lo contrario. Jorge fue llevado a un hospital inglés y lo salvaron. Parecía imposible pero lo salvaron. Baruzzo cayó prisionero. Al día siguiente, mientras esperaba sentado en el piso junto a otros soldados argentinos, el comandante inglés revisaba las filas junto a un superior. Cuando llegó a Baruzzo, lo señaló y dijo algo que nadie pudo escuchar. El superior se mostró asombrado y mandó a que lo fotografiaran. Otro inglés se acercó e hizo esta foto

Roberto Baruzzo prisionero en Malvinas
Roberto Baruzzo prisionero en Malvinas

A los pocos días, Baruzzo estaba en Buenos Aires. Poco después, llegó a su Corrientes natal. Eran días de silencio para él. Hasta que pocos meses después, a fines de 1982, le llegó una carta. Era de Jorge Echeverría, que se recuperaba de sus heridas y, ya conciente de lo que había pasado, le escribía para agradecerle lo que había hecho por él. Baruzzo la leyó. "Pero no le estaba por responder", dice. Así fue: nunca respondió.

La casa de Roberto Baruzzo hoy queda en un barrio humilde y tranquilo de Corrientes capital. Se llega por una calle de asfalto, pero hasta hace pocos años el barrio Laguna Seca era un entramado de calles de tierra. Es una zona oscura, de pocas luces en la vía pública, y frente a su casa hay pequeño descampado. Los vecinos ponen música por la noche, y no todos saben que en esa esquina vive un héroe de Corrientes.

Infobae lo visitó después de contar su historia (Sacó su cuchillo para defender a un compañero en Malvinas y el soldado inglés, en vez de disparar, lo abrazó y le dijo: "The war is over") para conocerlo, para completar el rompecabezas de una guerra que hasta ahora nunca contó. Entrar a la casa de Baruzzo, para cualquiera que se conmueva con Malvinas, es entrar a un museo.

La casa de Roberto en
La casa de Roberto en Corrientes emociona: en cada rincón hay un recuerdo de la guerra. Es casi un museo de Malvinas

El veterano recibe con la amabilidad sin pompa de los correntinos, como si uno debiera negar siempre la épica de las cosas. Está vestido con una campera beige y tiene una bufanda del mismo color. Tiene la voz tomada por un virus, pide perdón por eso. Usa anteojos, una barba de dos o tres días, y luce el pelo entrecano.

Hay una primera sala pequeña en la que cuelgan algunos cuadros y diplomas: reconocimientos de la Cámara de Senadores, Diputados, del Ejército argentino… En el centro de la sala un gran cuadro con la escena final de su gesta: él junto a Echeverría rodeado de soldados ingleses caídos.

Ofrece un mate, invita a sentarse y pocos minutos después hará lo que se repetirá toda la noche: recordar el coraje de Jorge y de sus soldados. "La hombría de bien de este tipo… Él tenía todo lo que yo no tenía en la guerra. Él estaba íntegro, y yo prácticamente estaba vacío. Él tenía una fe ciega en Dios y yo estaba un poco revelado. Él tenía una entereza… 'Dejame morir acá', me decía. Yo admiro mucho a ese hombre".

Roberto Baruzzo recibió la Cruz
Roberto Baruzzo recibió la Cruz al heroico Valor en Combate, máxima condecoración que otorga el Ejército Argentino

Roberto Baruzzo nació hace 59 años en Riachuelo, un pequeño pueblo de Corrientes. Allí aprendió los trucos que luego lo convirtieron en el soldado implacable que fue en Malvinas. Cuando tenía apenas 10 años, su padre le enseñó a cazar en la selva. Mucho de lo que puso en práctica en las islas, lo conoció de las iguanas. "Para cazar iguanas uno tenía quedarse quieto… el primero que se movía perdía. La iguana al escuchar un ruido se queda dura, y apenas ve un movimiento sale disparada, entonces hay que ser una piedra", explica. Cuando veía una bengala durante la guerra, sabía que eran los ingleses reconociendo el lugar, entonces se quedaba quietito. Al primero movimiento, alguien caía. Así fue sobreviviendo a cada batalla, aplicando acaso sin darse cuenta las técnicas que le había enseñado su padre cuando era un chico.

Si bien no se sabe cuántos combatientes sufrieron estrés post traumático, sí se sabe que de Malvinas a esta parte hubo muchos suicidios de argentinos. Además, están los otros males de la guerra: un alto porcentaje de los que pasan por ella se divorcian, sufren de alcoholismo, depresión, tiene problemas laborales, mayor propensión a tener diabetes… La guerra es un continuo ataque que empieza un día y sigue hasta el minuto final de la existencia.

Roberto Baruzzo es, como fue en las islas, un sobreviviente que peleó contra todo. Al tiempo de volver tuvo que internarse en una clínica a causa del estrés postraumático. Fue entonces que sucedió el primer reencuentro.

El encuentro entre Baruzzo y
El encuentro entre Baruzzo y Echeverría. Uno le salvó la vida en las islas, él otro en el continente

Baruzzo nunca había respondido a la carta de Echeverría. No habían tenido contacto alguno. Le salvó la vida y chau, no quiso, no pudo, no necesitó ver el resultado de su obra. Pero Jorge nunca olvidó. Se enteró de la situación de su compañero y fue él entonces quien salió a su rescate. Junto a su mujer viajó desde Tucumán -donde vivía y vive- y visitó a Roberto. Pidió permiso a los médicos y lo invitó a comer afuera. Fue un primer encuentro, pero Baruzzo no estaba en condiciones de darse cuenta de lo que había entre lo dos. Jorge tampoco. Casi no podían hablar, a cada intento los interrumpía un llanto. La cena quedó enterrada para ambos durante mucho tiempo.

Sin embargo, algo de eso lo sanó porque se recuperó, volvió a vivir en Corrientes y salió adelante, aunque nunca olvidó algunos dolores. A veces se despertaba muerto de frío en la mitad de la noche, como si estuviera aún en las islas, pero estaba en el calor aplastante de Corrientes. Mientras todos transpiraban, él tiritaba de frío.

Baruzzo con su familia, su
Baruzzo con su familia, su gran soporte

Un día caminaba por un supermercado y notó que un hombre lo seguía por las góndolas. Lo miraba con curiosidad. Hasta que finalmente lo enfrentó y le dijo: "¿Usted es Roberto Baruzzo?". Sí, le dijo Baruzzo, y el hombre se echó al piso a llorar.

"Usted se debe estar confundiendo", le dijo Roberto. Pero no se confundía. Como Jorge, el hombre también había sido salvado por Baruzzo. En una batalla fue baleado y Roberto lo llevó arrastrando montaña arriba durante kilómetros para dejarlo en una camioneta de rescate. Si no era por él, moría en las islas. Nunca, por supuesto, se había olvidado de su salvador.

Baruzzo no lo reconoció, en parte porque habían pasado más de 20 años, en parte porque estaba mucho más flaco. Producto de sus heridas, perdió gran parte de su estómago, pero vivía. Vivía y ahí estaba, arrodillado en un supermercado de Corrientes dándole besos en las manos agradeciéndole la vida.

Escenas como esta le pasaron en varias ocasiones. Un día, incluso, volvió a verse con el comandante inglés aquel que le perdonó la vida. "Una periodista brasilera me invitó a Paraguay a una charla y ahí estaba el hombre, que me quería conocer. Y le conocí. Me pidió si podía darme otra vez un abrazo, como nos habíamos dado en Malvinas, y le dije que sí al tipo… Era un caballero", cuenta.

No terminó ahí, el militar británico le propuso ir al Reino Unido a dar una charla en la universidad. Le pagaban el pasaje a él, a su familia, y le ofrecían unos honorarios como los que no había visto en su vida. "Pero qué iba a hacer yo en Inglaterra… ", dice, con una sencillez que anula toda repregunta.

El cuadro que busca replicar
El cuadro que busca replicar aquella dramática noche en las islas, donde Baruzzo defendió a Echeverría que se desangraba sobre la nieve

Mientras conversa, Baruzzo ceba mate y ofrece galletas. El encuentro dura más de cinco horas. En la mitad, ofrece ir al supermercado a comprar un pollo. Vamos. Tres personas lo saludan en distintas góndolas y le hacen un gesto de admiración. Con el pollo y ensalada en la mesa, con la hospitalidad más sencilla y conmovedora, seguimos conversando.

No sabe por qué no le contestó a Jorge en aquella ocasión, pero repite cada vez la admiración que siente y sentía en su momento por él. Su manera de enfrentar la posible muerte, su entereza, su valor y preocupación por sus hombres hacen que Baruzzo vea en Eheverría todo lo que un soldado debe tener.

Un día, en el 2006, finalmente se dio el nuevo encuentro. Baruzzo viajó a Tucumán invitado por Jorge. Estuvieron juntos varios días. Ahí recién se dieron cuenta de que, aunque hubieran estado separados, eran hermanos. El heroísmo de uno no podía vivir sin el del otro.

Pero es un heroísmo silencioso. Los dos son animales reservados, no necesitan ni quieren hablar, guardan su historia para sí.

La Cruz al Heroico Valor
La Cruz al Heroico Valor en Combate

Al volver de esa visita, Baruzzo lo hizo con aquella caja de madera que Jorge le había regalado. Su vida, todo lo que hubo después de Malvinas, se lo debía en parte al heroico cabo. Acaso Baruzzo, con todo lo que hizo, con el infierno en que ese coraje lo depositó, le debe también parte de su recuperación a Jorge.

Además de esa cajita, Roberto tiene con él la Cruz al Heroico Valor en Combate. Es chiquita, casi no se le siente el peso. La tiene en una cajita junto con otras condecoraciones. Esa cruz es el máximo reconocimiento que ofrece el Ejército Argentino.

Chamamé en homenaje a Roberto Baruzzo

Cerca de la una de la mañana, después de comer el pollo, la ensalada, tomar jugo de pomelo y mate, la música que viene de la calle se empieza a apagar y Baruzzo tiene que acostarse.

Toda charla con él queda corta. Para conocerlo no basta leer su historia, caminar por la calle con su nombre en Riachuelo ni visitar el busto en su honor que hay en Corrientes capital. No basta siquiera escuchar el texto que el Padre Julián Zini escribió para él y acompañó con música de chamamé. (Eso sí tal vez lo enorgullezca un poco, ¿no, Baruzzo? Después de todo, es correntino el tipo).

Pero no. Para conocer a Baruzzo no basta Baruzzo. Su vida se multiplica en cada una de las vidas que salvó. Su vida es también el testimonio de lo que significa una guerra.

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