El sistema es simple y vale explicarlo porque -si uno empieza a preguntar por ahí- resulta que nadie usa estas aplicaciones de citas. Pues bien, en apenas segundos uno descarga Tinder o Happn (por mencionar las apps más conocidas) y en pocos pasos arma su perfil. Pone su nombre, sube fotos suyas (casi una cortesía: deben ser actuales), informa su edad (a no mentir, damas y caballeros), agrega algún que otro dato personal (esto es opcional, sí; pero la sinceridad no: ¡digamos la verdad!), y ya está.
Todo aquello será colocado en una góndola virtual en la cual dejarse elegir y permitir ser rechazado, y a su vez, escoger también. Si hay coincidencia de uno y otro lado, ¡match! De inmediato se habilita el chat y… ¡que comience el juego! El de la seducción 2.0, claro.
Pues bien, las advertencias se van sucediendo en cada uno de los perfiles, tomando a menudo el carácter de exigencias. "Selfies frente al espejo ¡no!". (Uy, a ver.. bien, esta la pasé). "Nada de fotos con lentes de sol: así todos somos lindos". (A mí me quedan mal, por si acaso no diré nada). "Si medís menos de 1.80 no me des likes: ¡me gustan altos!". (¡Ajá!). "No me interesa tu foto en la Torre Eiffel". (Nunca viajé a París). "Por favor, sin bendiciones". (Clarito). "No busco sexo de una noche". (Anotado). "Solo relación estable". (Hummmm, puede ser).
Y entonces… la intolerancia. Muchos perfiles (que en vísperas de elecciones se multiplican) adoptan una modalidad panfletaria, una actitud de barricada: "Macri gato". "¡Fuera kuka!". "Yo no lo voté". "Si sos k seguí de largo". "Prepará el helicóptero". "¡No vuelven más!". Y así, en el lugar menos esperado, en el momento más inoportuno, la política viene a enturbiar el romanticismo. Se entromete, estorba, prepotea. Surge como una barrera insalvable cuando hay tantos escollos iniciales por sortear.
Simpatizar por un dirigente y aborrecer al otro, o viceversa, asoma como una condición indispensable para congeniar. Y esa condición se vuelve un descarte: a quien piensa distinto se lo niega por completo, anulándole hasta un eventual diálogo, aunque más no sea con intenciones amatorias. Puede haber atracción física, un perfil adecuado (en edad, trabajo, intereses y demás), pero si la grieta nos separa… ¡next!
Federico tiene 21 años, y desde hace unos seis o siete meses ya no usa ninguna de estas apps: prefiere rastrear al amor por otros rumbos. Pero durante su experiencia encontró "miles de perfiles que decían 'Si sos macrista ni te gastes' y comentarios así". Y además, se topó con otra circunstancia: la avenida del medio también brilla por su ausencia en Tinder: "Todas son k y anti Macri, nunca vi que una pusiera: 'Si sos zurdo ni me hables'", señala este vecino de Belgrano, que cada vez que encontró un perfil con una descripción de ese estilo, lo rechazó.
"¿Por qué? A ellas no les interesaba interactuar con tipos como yo -supone-, y a mí, francamente, hablar con una chica que muestre una postura tan marcada contra la mía, que soy absolutamente macrista, o sea, alguien que tenga una posición zurda, por decirlo de otra manera, no me interesa". Y es que Fede se anticipa al conflicto: "Si llegáramos a hablar de política ninguno de los dos cedería, cada uno buscaría tener la razón. Ya sabemos cómo termina…".
Otro joven de Pilar se sincera: "Yo solo quiero po… (se interrumpe); yo solo quiero sexo. Así que si surge algo de política, no me importa". Estudió Relaciones Institucionales y trabaja en comercio exterior: lejos está de ser apolítico. Tenía su voto definido desde mucho antes de las PASO y lo repetirá en octubre; en caso de ser necesario lo ratificará en un balotaje.
Federico tiene 21 años, y desde hace unos seis o siete meses ya no usa ninguna de estas apps: prefiere rastrear al amor por otros rumbos. Pero durante su experiencia encontró “miles de perfiles que decían ‘Si sos macrista ni te gastes’ y comentarios así”. Y además, se topó con otra circunstancia: la avenida del medio también brilla por su ausencia en Tinder: “Todas son k y anti Macri, nunca vi que una pusiera: ‘Si sos zurdo ni me hables'”, señala este vecino de Belgrano, que cada vez que encontró un perfil con una descripción de ese estilo, lo rechazó
Pero, como las necesidades urgen, cuenta que su postura es flexible si en el primer encuentro con su match la conversación va rumbo a empantanarse en la arena política: "Si la chica saca el tema, hablo un poco; pero enseguida intento acomodar mis ideas y opinar igual que ella". Pragmatismo, que le dicen, para este muchacho de 25 años que prefiere conservar el anonimato al brindar su testimonio sabiendo que su estrategia, de quedar expuesta, se derrumbaría.
Ocurre que para él, como para 60% de los jóvenes encuestados en un estudio reciente encargado por Happn a la consultora YouGuv, conocer a alguien en la vida real ya no es tan sencillo. En días de agendas ocupadas y salidas poco económicas (el boliche, el escenario elegido para la seducción por el 46% de los argentinos de entre 25 y 34 años, ya no es tan accesible para la mayoría de los bolsillos), las aplicaciones de este estilo parecen allanar el camino: de acuerdo a este informe, el 68% de los adultos consultados cree que es más simple concretar una cita amorosa por este medio, aunque el 45% las piense -como el mencionado muchacho de Pilar- en encuentros de una sola noche. Eso, por supuesto, si es que antes no aparecen las advertencias partidarias.
Verónica Palavecino no hace advertencia alguna en su perfil sobre su pensamiento político, ni siquiera deja una pista, porque "poner algo para un lado o para el otro es medio… drástico". Y entonces, ¡el riesgo! "Una vez me ha pasado que ninguno de los dos lo había aclarado, y después, en la charla, cuando surgió el tema no sé por qué, yo pensaba: '¡Huy, tengo miedo de que me diga que es macrista!'. Y no, finalmente no lo era". Porque Verónica tiene una postura radical (y no nos referimos a la UCR, claro): "Si se autoproclama macrista, no… Por más que sea un bombón, no, no, no… ¡No!", dice, negando con todo el cuerpo.
Su segunda hija es una hermosa niña de dos años. Y resulta que su padre, la ex pareja de Vero (se conocieron por fuera de Tinder), es un ferviente admirador de Macri. ¿Contradicción? Más bien, aclaración: "Cuando nos pusimos a salir yo no lo sabía. ¡Y me enamoré! Después ya era tarde -ríe esta vendedora de Morón, de 40 años-. Con el tiempo terminamos discutiendo mucho por política. Y nos separamos".
Nobleza obliga: quien esto escribe también podría ser ubicado fácilmente a un lado de esa grieta. ¿Cuál? No es relevante. Pese a esa circunstancia, más de una vez -creyendo que pese a todo era posible una conexión- ha optado por dejar un like a un perfil cuyos requisitos coincidían, con una marcada excepción, claro: la simpatía política. ¿El resultado? Siempre el mismo: desalentador.
Un caso de varios, a modo de ejemplo. Match exitoso, chat habilitado y… "Hola". "Hola". "¿Así que sos periodista?". "Sí, sí". "Mirá qué bien". "Sí, el oficio más lindo del mundo". "¿Y dónde trabajás?". "Acá y acá". "Ah, pero ustedes defienden a esos…". "Bueno, no". "¡Sí! ¡Ladrones!". "No, precisamente no". "¡Qué no, cómplices!". "Es incómodo, ¿no querés que hablemos de otra cosa en lugar de política?". "¡¿Vos sos como ellos?!". "No, por supuesto que no. ¿Y si mejor me contás algo de vos?". "(Insultos en todos los caracteres posibles)". ¡Cancelar match! Una lástima: aún mirándola de mi lado de la grieta, era muy bonita.
Ahora sí, definitivamente estamos en problemas: argentinos, hemos perdido. Porque desde hace tiempo la maldita grieta nos distancia a diario, y eso no es novedad. Ha provocado divisiones insalvables en las familias, acabó con amistades de décadas, instauró el mal clima en el ámbito laboral. Pero también ha venido a romper un último bastión esencial: nuestras diferencias políticas amenazan el amor. Lo cercan, lo laceran, lo condicionan. Lo arruinan aún antes de surgir. Sucede en Tinder y también en la vida real, en los encuentros inaugurales, cara a cara, de palabras al oído y miradas cruzadas que a veces terminan mutando en acaloradas discusiones de bar.
Porque el amor fue siempre física y química, pero ahora parece que también es ideología política.
La periodista y politóloga Lele Valle disiente. "La política no se entromete en el amor, sino que las miradas de mundo hablan sobre quiénes somos, y esa es una parte casi central para que un encuentro se produzca. Nada es por fuera de mi mirada política; tampoco lo es el amor. Queda en uno comprender si le interesa compartir algo con una persona que tiene valores tan distintos".
En ese sentido, aquellas advertencias en los perfiles sobre las simpatías políticas funcionarían como una especie de "código", aportando "indicios para evitar llevarse un chasco en una conversación". "Una vez -recuerda Valle- me di cuenta de que no tenía afinidad política con alguien; pero eso no desencadenó en una bardeada ni nada incómodo". Simplemente, el chat no prosperó. Fin del asunto, en buenos términos y cordialmente.
Al armar el perfil, Tinder abre las puertas de la libre elección del género buscado. Y aquí, Lele considera propicio realizar una salvedad. "Por tratarse de una minoría muchísimo más marcada, en el colectivo del LGTB hay una militancia y un compromiso frente a lo político que es más claro, más evidente. Y si bien están quienes eligen a Macri y a Cambiemos, lo que no se entiende demasiado porque son dirigentes que han votado en el Congreso en contra de nuestros derechos, como identidad de género y matrimonio igualitario, son una minoría. De ahí que la chance de que la grieta aparezca es escasa".
Y sin embargo… te quiero. Deambulando en la desilusión, y a un paso del hastío, pero aferrado a una esperanza final, casi salvadora, desde esta trinchera amorosa -bombardeada, en ruinas e indefensa, porque así funciona cuando se apuesta el corazón- se levanta una bandera. Y no es blanca, justamente. Allí en lo alto, flameando al viento, lleva una inscripción para que quien quiera leer, lea:
Hagamos el amor y no la grieta.
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