Cuando el niño Juan Domingo Perón asustaba a la gente con el cráneo del temerario Juan Moreira

Había sido un regalo a Tomás Liberato Perón, abuelo del General, y estaba ubicado en una repisa de su casa en Lobos. La historia delun legendario gaucho que murió en 1874 perseguido por la ley

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“Con la Revolución de 1955, el cráneo fue al Museo de Luján. Existía un comodato para que el cráneo, dos dagas y un rebenque tipo fusta estuvieran en Lobos, acuerdo que fue respetado por los responsables del Museo de Luján”, le dijo a Infobae Rubén Basiles, quien durante 23 años fue el director del Museo Juan Domingo Perón, de Lobos
“Con la Revolución de 1955, el cráneo fue al Museo de Luján. Existía un comodato para que el cráneo, dos dagas y un rebenque tipo fusta estuvieran en Lobos, acuerdo que fue respetado por los responsables del Museo de Luján”, le dijo a Infobae Rubén Basiles, quien durante 23 años fue el director del Museo Juan Domingo Perón, de Lobos

Menudo susto dicen que se llevó Gabriela, la vieja empleada de Dominga Dutey, cuando un niño la asustó con un cráneo, que por mucho tiempo se exhibía sobre un mueble en la vivienda familiar. Tamaño fue el grito que la calavera se resbaló de las manos de Juan y dio contra el piso, por lo que perdió un par de dientes. No se trataba de una calavera cualquiera. Había pertenecido a Juan Moreira, un gaucho que había repartido su vida como guardaespaldas de políticos y batiéndose a duelo a cuchillo, y que terminaría perseguido por la ley. El niño era Juan Domingo Perón, Dominga (por ella su segundo nombre) era su abuela, y la escena transcurrió en Lobos, localidad donde el futuro presidente había vivido de pequeño.

Cuesta separar la verdad de la leyenda en la vida de Moreira. Por un lado que sus padres eran desconocidos; por otro lado que era hijo de un vasco español, de apellido Blanco, que había servido en la Mazorca y que aseguran que el propio Juan Manuel de Rosas lo había mandado a ajusticiar.

Al servicio de la política

Eran tiempos en que las disputas políticas pasaban por los que pretendían la federalización de Buenos Aires y los que sostenían la autonomía. Bartolomé Mitre y Adolfo Alsina eran sus máximos exponentes. La violencia aplicada en algunos métodos de hacer política abría el juego a personajes que estaban al margen de la ley, que servía de guardaespaldas, para controlar los atrios de las iglesias en jornadas electorales o para cualquier menester en que fuera necesario la fuerza, la coacción o la acción directa.

En esta categoría entró Juan Moreira, por momentos alsinista, y por otros mitrista. Construyó su fama de temerario y de habilidoso con el cuchillo por los campos de Lobos, Navarro, Luján, Las Heras, Saladillo, Cañuelas y 25 de Mayo. No era muy alto, pero sí corpulento; nariz fina, con el rostro picado de viruela; su pelo era castaño y usaba una larga barba.

Juan Moreira caracterizado por “Pepe” Podestá, pelea contra la partida heroicamente: la escena era tan realista y emocionante, que algún espectador saltaba de la platea al escenario para defender al gaucho perseguido
Juan Moreira caracterizado por “Pepe” Podestá, pelea contra la partida heroicamente: la escena era tan realista y emocionante, que algún espectador saltaba de la platea al escenario para defender al gaucho perseguido

De joven había trabajado en campos de Navarro, donde aprendió el oficio de baqueano. Tenía facilidad para la guitarra e inclinación por apostar a las tabas, a los naipes y a las carreras. Por 1866 fue, por un tiempo, guardaespaldas de Alsina. Su primera muerte fue a un tal Córdoba, quien lo atacó en un boliche. Borracho y todo, lo mató. Debió escapar y fue ayudado por políticos mitristas, por lo que se interpretó que también trabajó para ellos. Pero sus duelos con los que lo desafiaban continuaron, así como con la policía, que comenzó a perseguirlo.

Juan Moreira construyó su fama de temerario y de habilidoso con el cuchillo por los campos de Lobos, Navarro, Luján, Las Heras, Saladillo, Cañuelas y 25 de Mayo. No era muy alto, pero sí corpulento; nariz fina, con el rostro picado de viruela; su pelo era castaño y usaba una larga barba

Se había casado con Andrea Santillán, una chica de Navarro, hija de una ex cautiva y de un santiagueño. Tuvieron tres hijos y, en momentos en que su marido era perseguido por la ley, le pidió consejo al cura párroco de Navarro sobre si debía seguir a su marido, que planeaba llevarla a los toldos de Coliqueo, donde ocasionalmente se escondía.

"El duelo era a muerte"

La revista Caras y Caretas publicaría el testimonio de uno que lo había visto pelear. "Lo vi en el partido de Navarro, cuando lo mató a Leguizamón, su rival, afiliado al bando alsinista, pues él era mitrista. Una mañana, en media calle y rodeado por un centenar de gauchos ávidos de presenciar la lucha entre los dos mejores visteadores y cuchilleros del pago, se atropellaron armados de daga y con el brazo izquierdo envuelto en el poncho, para atajarse las puñaladas y los hachazos. Se sintió por dos minutos el repiquetear de las hojas que chispeaban y cuando se separaron, ambos estaban ilesos. Tiraron los ponchos y pisando Moreira el pie de su adversario, para suprimir el recurso de retroceder, volvieron a chocar los aceros. El duelo era a muerte. Los espectadores silenciosos seguían anhelantes las dagas que viboreaban en el aire y que tan pronto formaban un nimbo de luz sobre las cabezas de los combatientes como bajaban relampagueando hasta la altura de las rodillas, afanosas por alcanzar los cuerpos encorvados y como clavados en el suelo. De repente Leguizamón tiró su daga y cayó pesadamente sobre la vereda para no levantarse más, mientras su adversario, montado en su caballo, se alejaba tranquilamente rumbo a las afueras".

Fachada de la casa de Lobos llamada “La Estrella” donde mataron al gaucho Juan Moreira
Fachada de la casa de Lobos llamada “La Estrella” donde mataron al gaucho Juan Moreira

Su muerte

Era 1874 y las presiones de políticos bonaerenses llevaron a una partida policial de doce hombres a recorrer la provincia para dar con el prófugo Moreira, que montaba un caballo bayo y que iba acompañado de un perrito, que le hacía de centinela cuando pasaba las noches a la luz de las estrellas. Integraba la partida el sanjuanino Andrés Chirino.

El 30 de abril de 1874 los policías estaban en la Estación Lobos cuando el comandante militar Francisco Bosch les informó que a Moreira lo habían visto en "La Estrella", un prostíbulo ubicado en la esquina de la plaza del pueblo. El capitán Pedro Bertón le ordenó a Chirino que tomara a seis de los mejores soldados y que lo siguiera. En el camino se sumaron seis más, que estaban bajo el mando del teniente Eulogio Varela. Eran las 13:30 cuando rodearon el prostíbulo. Entraron Bosch, Bertón, Varela y Chirino, acompañados por dos vigilantes. Dos de los compañeros de Moreira, al verlos, escaparon. La policía los dejó ir. A través de una puerta entreabierta, se podía ver a un hombre que dormía. Tenía a su alcance dos trabucos, un puñal y una pistola. Sin que lo percibiese, se lo desarmó y se lo despertó.

-Ese no es Moreira, sino Julián Andrade, otro pájaro de cuenta- dijo Bosch.

Cuando notaron que Andrade miraba fijo una puerta, que estaba cerrada, Bosch gritó: "¡Aquí está el que buscamos!". De pronto, apareció Moreira empuñando un trabuco: "Acá estoy, ¿qué quieren?".

– ¡Ríndase a la policía de Buenos Aires!

¡Aquí no hay más policía que yo! -gritó, mientras disparaba sus trabucos.

Escapó hacia la pared del fondo; del otro lado, estaban preparados los caballos.

Cuando Moreira trepaba la pared, Chirino le clavó la bayoneta entre las costillas, aprisionándolo contra el muro. El gaucho sacó su pistola del cinto e hizo fuego por arriba de su hombro. Hirió a Chirino en su ojo y en el pómulo. Pero aún no había llegado lo peor.

Juan Moreira poco antes de morir
Juan Moreira poco antes de morir

Moreira tomó con su mano derecha la daga que llevaba entre los dientes, le tiró un hachazo a Chirino que le golpeó la cabeza y le cortó cuatro dedos de su mano izquierda, con el que sostenía su fusil. Moreira bajó, malherido, pero tuvo tiempo para dispararle a Berton, quien recibió un balazo que le quebró la muñeca derecha y le afectó el brazo izquierdo, mientras que el teniente Varela sufrió el impacto de dos balas en su rodilla izquierda.

Moreira, entonces, cayó muerto. Además del bayonetazo de Chirino, tenía una herida de bala en su costado. Llevaron el cuerpo a la comisaría local, donde estuvo 48 horas. Durante ese tiempo, una caravana de curiosos desfiló para contemplar el cadáver. Fue enterrado en el cementerio de Lobos, que aún tenía pocos muertos, ya que había abierto en 1871.

Cuenta Chirino que durante un tiempo recibió dinero extra por la captura de Moreira, pero que nunca vio los cuarenta mil pesos que se ofrecía de recompensa: "Ni los olí". Se emplearía como encargado de un edificio de Avenida de Mayo 733, de la ciudad de Buenos Aires. Moriría a los 93 años.

Con los años, el edificio donde funcionó el prostíbulo La Estrella vivió Fernando Nicollin, dueño de la fábrica Jabonería Francesa, que había comenzado a funcionar en 1892. Posteriormente, el solar fue ocupado por un sanatorio. Bosch, alsinista, sería ascendido a general a fin de ese año. Y la esposa de Moreira rechazó, uno tras otro, los ofrecimientos de empresarios artísticos para mostrarla en obras de teatro. Trabajaría en la casa de la familia Souza de Aguilar desde 1878 por muchos años.

El mayor de sus hijos, Valerio, había nacido en 1869, se ganaría la vida como empapelador y jornalero. Era un talentoso guitarrista que durante muchos años llevó el apellido Morales, pero a comienzos del siglo veinte usaba el de Moreira; el segundo hijo murió de viruelas siendo bebé y el tercero, Juanita, se había criado en el Colegio Hermanas de la Caridad.

Andrea Santillán, esposa de Juan Moreira
Andrea Santillán, esposa de Juan Moreira

¿Y el cráneo?

Cuando removieron sus restos, ya que nadie reclamaba el cuerpo, Eulogio del Mármol -uno de los médicos con que contaba Lobos entonces- logró rescatar el cráneo para estudiarlo, en una época en que se intentaba relacionar a los criminales con causas físicas y biológicas. Al no encontrar nada fuera de lo común, se lo regaló a su gran amigo, Tomás Liberato Perón, abuelo de Juan Domingo.

Este particular recuerdo lo heredó su viuda, Dominga Dutey y luego pasó a Tomás Perón, su hijo. Finalmente, es el hermano mayor del futuro primer mandatario quien lo donó, en 1928, al Museo Histórico de Luján. Por su parte, una mujer cedió al mismo museo la famosa daga de 85 centímetros del gaucho.

Rubén Basiles, quien durante 23 años fue el director del Museo Juan Domingo Perón, de Lobos, recordó a Infobae que "el museo lo inauguró el presidente Perón el 25 de octubre de 1953; con la Revolución de 1955, el cráneo fue al Museo de Luján. Existía un comodato para que el cráneo, dos dagas y un rebenque tipo fusta estuvieran en Lobos, acuerdo que fue respetado por los responsables del Museo de Luján".

Por su parte, el historiador José Guindani, director del Museo Histórico de Ciencias Naturales Pago de los lobos (así, en minúscula, ya que refiere a los perros cimarrones), agregó que "entre 1973 y 1974 el cráneo volvió a Lobos para regresar a Luján luego del golpe de marzo de 1976. A partir de la apertura democrática de 1983, esos despojos retornaron a Lobos". Hace un par de años que, de acuerdo a una ley que prohíbe exhibir restos mortales en museos, de acuerdo a un reclamo de los pueblos originarios, se lo quitó de la vitrina.

Valerio Moreira, hijo de Juan Moreira y Andrea Santillán
Valerio Moreira, hijo de Juan Moreira y Andrea Santillán

En el teatro

El escritor Eduardo Gutiérrez, famoso por sus obras costumbristas e históricas, publicaría en 1879 la historia de Juan Moreira donde, tomándose algunas licencias que provocaron la indignación de historiadores, lo presenta como un héroe para la paisanada que, por una cadena de desgracias, había terminado al margen de la ley.

José Pepe Podestá, que con sus hermanos Gerónimo, Pablo y Antonio formarían la compañía de los Hermanos Podestá, llevó la obra Juan Moreira al teatro en 1931. La crítica aseguró que la escena de la muerte era tan realista y tan cargada de emoción, que a veces algún espectador saltaba de su butaca al escenario para defender, cuchillo en mano, al gaucho perseguido. "Así no se mata a un hombre", gritaban.

Del famoso muro donde mataron a Moreira, dicen que queda sólo un pequeño tramo. Que verdad o leyenda, siempre algún curioso pide contemplarlo. Al fin de cuentas, ahí lo mataron a Moreira.

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