La escena no podría haber sido más trágica. Sobre la cama matrimonial, yacían los cuerpos de dos criaturas, de 4 y 6 años. En el piso, inconsciente, su mamá. Felisa (4) y Ponciano (6) habían sido degollados. La madre, Francisca Rojas, tenía un corte superficial en el cuello.
Fue en un humilde rancho en las afueras de Quequén, y el hecho había ocurrido en la tarde del 29 de junio de 1892.
"Hemorragia fulminante", dictaminó el forense cuando examinó los cuerpos. Francisca, al volver en sí, acusó a un vecino, Ramón Velázquez de ser el autor de la tragedia. Que había querido abusarla, que la atacó y que terminó asesinando a sus hijos, dicen que dijo.
La policía lo detuvo. Juró su inocencia y fue violentamente interrogado; incluso le hicieron más preguntas frente a los cadáveres de los niños, mientras lo seguían golpeando y, aún así, se mantuvo firme. Los vecinos lo defendían, si ni a una mosca mataba.
El pobre desgraciado fue careado con la mujer, quien además lo acusaba de haberle propinado una paliza. Y que, además, la había golpeado con una pala. Lo extraño del caso que ella no tenía marcas de golpes en el cuerpo. Los investigadores no demoraron en llegar a la verdad. El comisario inspector Eduardo Álvarez cortó dos pedazos de la puerta de la habitación en las que había descubierto huellas de sangre y se las envió a un amigo croata que estaba desarrollando un novedoso método dactiloscópico. Se llamaba Iván Vucetic, aunque las autoridades argentinas, al momento de tomar la ciudadanía local, lo habían rebautizado como Juan Vucetich.
Las manchas, que suponían pertenecían a un hombre, el supuesto asesino, eran de la mujer. Se quebró y dijo que prefería matar a los chicos antes que dárselos a su marido, Ponciano Caraballo, de quien estaba separada.
Velázquez fue liberado y Francisca condenada en septiembre de 1894 a reclusión por tiempo indeterminado; se salvó de la pena de muerte, que no aplicaba para las mujeres.
Era la primera vez que se dilucidaba un crimen con el método de Vucetich.
El inquieto Iván
Vucetich había nacido el 20 de julio de 1858 en Lesina, en la isla Hvar, por entonces dominio del imperio austrohúngaro. Es un lugar paradisíaco, actualmente explotado para el turismo. El joven Vucetich, que había sido educado en un convento de los Dominicos, llegó a Buenos Aires en 1882 y lo emplearon como capataz en Obras Sanitarias. Seis años más tarde, se estableció en la ciudad de La Plata, y fue incorporado a la policía de la provincia. Fue destinado a la oficina de Contaduría y luego como encargado de Estadística.
No podría haber pedido algo mejor. En esa oficina, funcionaba la sección de Identificación Antropométrica y lo primero que hizo fue organizarla. Recibió la orden del jefe de la Policía, Capitán de Navío Guillermo Nunes de armar un servicio de identificación antropométrico.
Dicho método, del francés Alfonso Bertillon, descansaba en el análisis y comparación de las dimensiones de determinados huesos (longitud y ancho de la cabeza, y las longitudes del dedo medio izquierdo, del pie izquierdo y del antebrazo izquierdo) y cómo estos varían de acuerdo a las personas, a fin de establecer un sistema identificatorio de los individuos.
Sin embargo, Vucetich había leído detenidamente los estudios de Francis Galton, un antropólogo que había descubierto la inmutabilidad, la diversidad y la perennidad de las huellas dactilares.
El sistema de identificación por los dibujos de las huellas dactilares se venía estudiando desde la antigüedad. Desde el nacimiento de la persona hasta aún transformado en cadáver, se descubrió que el dibujo de las yemas de los dedos y de las plantas de los pies permanece invariable. En 1823 lo analizó el fisiólogo checo Jan E. Purkinje y hasta se llegó a aplicar en la autentificación de actos comerciales y notariales.
Vucetich, entonces, se propuso desarrollar un método para que las huellas fueran aplicables a la identificación de las personas, y que conviviera con el sistema antropométrico. Galton proponía utilizar 40 rasgos para la clasificación de las huellas; Vucetich usó 101 y las separó en 4 grupos: arcos, presillas internas, presillas externas y verticiclos.
Este sistema, al que llamó "Icnofalangométrico", quedó inaugurado el 1 de septiembre de 1891, fecha en la que se conmemora el Día Mundial de la Criminalística.
Vucetich demostraba que las huellas digitales no se modificaban a lo largo de la vida del individuo, y que brindaban los elementos necesarios para determinar su identidad. Tenía 33 años.
"La identificación es espionaje a las personas"
Las muestras de 23 procesados primero, y luego las tomadas a 645 presos en la cárcel de La Plata, fueron prueba suficiente para que la policía bonaerense adoptase este método en 1894.
Las huellas dactilares comenzaron a aparecer en las cédulas de identidad, en carácter provisorio, en 1899. Para 1903, la policía de Buenos Aires ya disponía de 600.000 fichas. La Policía Federal adoptaría este método en 1905.
El de Vucetich se consideraba el descubrimiento más exacto en este campo. A tal punto, que los medios anunciaron en noviembre de 1906 la desaparición de la Oficina Antropométrica "que tantas molestias producían a los señores delincuentes, sin que por eso reportara grandes beneficios, está desapareciendo", anunciaban los diarios.
Su descubrimiento tuvo repercusión internacional. En Francia, por ejemplo, en 1907 afirmaron que el de Vucetich era el método más exacto conocido hasta entonces. Sus investigaciones eran seguidas en el exterior, lo que llevó a un cronista de la revista Caras y Caretas a escribir en 1903: "Este laborioso y meritorio hombre de estudio, menos conocido en la república que en el extranjero, según hemos tenido ocasión de comprobar en publicaciones europeas que hablan de él con elogio…".
Su trabajo lo presentó en las "Instrucciones Generales para el sistema antropométrico e impresiones digitales. Idea de la identificación antropométrica", de 1894 y en "Dactiloscopía comparada".
A partir de 1911, comenzaron a tomarle las huellas digitales a los hombres que se incorporaban al servicio militar obligatorio.
Cuando se jubiló, se costeó de su propio bolsillo un viaje a Estados Unidos, Europa y Asia. Entre diciembre de 1912 y febrero de 1914 recorrió diversos países para mostrar los beneficios de este método, que ya llevaba el nombre de Dactiloscópico. A su regreso fundó, en 1916, el Registro General de Identificación de Personas. Pero al año siguiente, la intervención del gobierno provincial decidió cerrarla por falta de presupuesto. Se sostenía que "la identificación es de suyo chocante, porque repugna al espíritu de libertad, pues es el espionaje a las personas llevado a su grado máximo". Se ordenaba borrar su nombre de los documentos históricos de la División de Investigaciones. El propio interventor de la provincia de Buenos Aires, José Luis Cantilo, ordenó quemar el archivo de fichas.
"Campaña insidiosa"
Se había casado tres veces. Una de sus nietas, María Cristina Vucetich de Manciola le contó a Infobae: "En total tuvo cuatro hijos. Con su tercera esposa, María Cristina Flores, tuvo dos hijos: Juan Máximo Luis y María Cristina. En la familia lo recuerdan como alguien cálido, afectuoso e inteligente, y le gustaba mucho la música".
En 1907 se había casado por tercera vez y, unos años después, cuando sufrió esta campaña, se radicó en Dolores, en la casa de su suegro, Pedro Flores, un próspero terrateniente. Sus libros, objetos y documentos los donó a la Universidad Nacional de La Plata y dejó inconcluso su libro Historia Sintética de la Identificación. Su nieta reafirma que "siempre fue una persona muy humilde y educada".
En 1924 sintió que su trabajo no había sido en vano. La Universidad platense creó un instituto en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, que contenía el Laboratorio de Identidad y el Museo Vucetich.
Estaba deprimido. Enfermó de cáncer y tuberculosis y falleció el domingo 25 de enero de 1925. La policía local ofreció la comisaría para instalar la capilla ardiente. La familia se negó y lo velaron en su casa, que aún está, y donde funciona una escuela, en la esquina de Pellegrini y Alem. Efectivos policiales estuvieron formados a los costados del féretro mientras duró el velorio. El enviado de El Diario aludió a "la decepción que amargó los últimos años de su vida a causa de la campaña insidiosa de la que fue víctima".
Fue enterrado en el cementerio de Dolores, y a los 50 años de la implementación de su método, sus restos fueron trasladados al Panteón Policial en el Cementerio Municipal de La Plata. La Escuela de Policía y el centro policial de estudios forenses de Zagreb llevan su nombre.
En la isla de Hvar, donde había nacido, aún está su casa natal, que se alquila a turistas. "En esa misma casa pernoctamos cuando hace unos años visitamos la tierra del abuelo, donde aún hay varios parientes que están orgullosos de él", recuerda María Cristina. "Aún conservan algunos de los muebles de aquella época, así como un árbol que él mismo plantó". Esta es la historia de un hombre cuya inteligencia la puso al servicio del bien común. Y en eso también dejó su huella.
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