"Vi venir a la muerte, pero me pasó por el costado". Hace 20 agostos que, aunque no quiera, por más que busque evitarlo, Oscar Nóbile vuelve a subir mentalmente al avión donde vivió los peores minutos de su vida, los más difíciles y a la vez reveladores.
Podría haber muerto ahí mismo, envuelto en las llamas que quemaron la aeronave de LAPA que nunca despegó desde Aeroparque a Córdoba la noche del 31 de agosto de 1999; pudo haber sido una más de las 65 víctimas fatales y de hecho creyó que lo era. En esos segundos interminables en los que todo parecía perdido entregó su cuerpo y su alma, rezó y se despidió en silencio de su familia. Y sin embargo, Nóbile salió vivo, como un escapista, en el minuto final.
Tuvo suerte y fue corajudo. Pero sufrió. Tardó años en recuperarse de las secuelas físicas y emocionales. Superó las intervenciones quirúrgicas, la depresión de haber estado tanto tiempo internado al punto que su hijo más pequeño ya no lo reconocía. Atravesó la extraña tormenta de sentirse vivo, de creerse un elegido inmortal que podía sacarle la lengua a la muerte y finalmente también consiguió correrse de esa trampa psíquica.
El tiempo acomodó algo las cosas. Pero no para siempre. Para él, cada vez que llega agosto esa paz que supo conseguir con esfuerzo entra en una pausa insoportable. Y él vuelve al asiento 14B del avión de LAPA, a sus 37 años, al desastre, al fuego que destrozó sus manos, al ardor y al terror.
"Todo el año espero que pase la fecha. Mi vida recomienza cada 1° de septiembre. El 31 de agosto es un día triste. Si bien estoy vivo y la puedo contar y podría haber quedado ahí, es un día de mierda. Uno sabe lo que pasó y no quiere volver a recordar", comenta desde su casa en Córdoba capital a Infobae.
Pero la memoria es como agua que se escurre entre los dedos. No se puede controlar. "Es inevitable volver a ese día porque me miro al espejo todos los días y tengo las marcas de aquello en el cuerpo", comenta Nóbile. Por más que busque refugio en su trabajo de ingeniero civil, en su esposa y sus tres hijos, en la práctica del deporte, Oscar nunca deja de ser un sobreviviente y lo sabe.
Nóbile recuerda cada detalle de las escenas dantescas que vivió desde el momento en que el Boeing 737-200 piloteado por Gustavo Weigel (45) comenzó su carrera hacia la tragedia.
Tuvo al azar de su lado porque el asiento 14B estaba pegado a una salida de emergencia. Según Oscar, ese acontecimiento fortuito fue determinante. "Esa puerta se cayó por el impacto y la salida me quedó al lado y pude escapar", relata.
Antes de ese momento, Oscar atravesó la falsa certeza de su muerte, cuando la vio venir. Empezó a percibirla cuando se dio cuenta de que el avión no podía despegarse del asfalto de la pista del Jorge Newbery.
Sintió que el avión sólo había levantado la nariz y a la altura de la mitad de la pista -lo recuerda porque tiene la imagen de la torre de control a su izquierda del otro lado de la ventanilla- y pensó que Weigel suspendía el despegue, que se había arrepentido y que volvería. Pero no tuvo en cuenta que el avión ya iba a 300 kilómetros por hora. "Era imposible pararlo", remarca.
Recuerda que el comandante del vuelo intentó frenarlo. Lo supo porque escuchó el chillido de los frenos gastados a fondo, el sonido espantoso del metal contra las ruedas quemadas, pero duró segundos. "Antes de arrancar las rejas de Aeroparque ya vibraba todo el fuselaje, todo temblaba, ya no había más freno, y pensé 'acá se termina todo'", rememora.
E inmediatamente el Boeing arrasó con todo lo que tuvo adelante, cruzó la avenida Costanera y frenó, primero, contra un talud de arena del golf de Punta Carrasco y luego contra unas máquinas viales.
Nóbile recuerda el chispazo que determinó todo lo que vendría milésimas de segundo después. "Cuando el avión cruza la Costanera ya no tiene el sistema de tren de aterrizaje, y roza una de las alas con el pavimento. Eso genera chispas que originan el incendio", explica Oscar.
Cuando el avión se detuvo, Nóbile, que se había puesto en posición de impacto, con su cabeza entre sus piernas, se reintegró y miró a su alrededor. Había personas apiladas unas encima de otras, que por la fuerza del golpe salieron despedidas del suelo, atadas todavía al asiento. "Las vi pasar volando con el asiento puesto, lo que habla del desastre que eran los aviones de LAPA", comenta.
La puerta de emergencia se había abierto producto de la deformación del impacto y todo a su alrededor era combustible que ardía. "El fuego afuera subía como una ola de mar, subía y bajaba. Adentro no había llamas pero hacía tanto calor que el aire quemaba, y todo se empezó a llenar de un humo tóxico que asfixiaba", relata.
Nóbile tiene la imagen del avión lleno de humo, recuerda las lenguas de fuego y el combustible que ardía. También conserva en su memoria la foto de las personas llorando para apagarse el fuego de su cuerpo. "No me olvido más, muchas de las chicas vestían medias de nylon y eso fue letal. El traje que yo tenía puesto era 80% algodón y 20% polyester. Si hubiese sido al revés me quemaba todo", comenta.
Del lado derecho del avión algo escupía fuego. Pero él estaba a la izquierda. "Tuve mucho a favor. Me tiré por el hueco de la puerta y caí arriba del ala", cuenta. Para eso, Oscar aguantó la respiración y se cubrió el rostro con sus manos, con la idea de proteger su cara y especialmente sus ojos del fuego y el calor.
Nóbile saltó al suelo de Punta Carrasco y en estado de shock corrió porque estaba seguro de que el avión explotaría. "La idea era alejarse, no se aguantaba el calor. Se escuchaban gritos. Instintivamente me tapé la cara, pero se me quemaron las manos. Me colgaba la piel", relata.
Alrededor del avión las personas que estaban en el golf o en el restaurante de Punta Carrasco eran figuras inmóviles, petrificadas, azoradas por una secuenca de película. "Estaban todos con una mirada como perdida", dice Oscar.
Esos eran los ajenos al vuelo. Muchos de los pasajeros y los tripulantes también saltaron, pero en el intento se prendieron fuego. "Abajo vi gente rodando sobre su cuerpo tratando de apagarse el cuerpo, pobrecitos", se lamenta como si hubiera ocurrido ayer. El combustible del avión se había derramado y tomaba los cuerpos de los que trataban de escapar.
Nóbile cree que su juventud y la costumbre que tenía como buen nadador de aguantar la respiración lo ayudaron a evitar la inhalación de los gases tóxicos.
Finalmente se alejó unos 200 metros. Su cuerpo humeaba y apareció para rescatarlo el parrillero de un restaurante cercano que le alcanzó agua, lo ayudó a apagar el fuego de su cuerpo y le dio un teléfono celular (de los primeros, con forma de ladrillo) para que le avise a su familia.
En Córdoba, su mujer estaba cocinando. En la casa de la familia Nóbile la tele estaba apagada. "Agradezco mucho a este hombre porque mi esposa se enteró por mí", cuenta. Oscar ya no recuerda el nombre de la persona que lo ayudó en ese momento. "Hace mucho que no lo veo, me encantaría encontrármelo de nuevo, si lee esta nota que pase el teléfono", avisa.
"El accidente dura pocos segundos, el problema es lo de después", asegura Nóbile, dos décadas más tarde, tras haber superado con ayuda psiquiátrica el trauma del incidente, el miedo a volar, y la alegría exagerada de vivir.
A Oscar le costó casi dos años recuperarse. Se quemó parte de su cara, el pelo, pero sobre todo las manos. Los médicos sacaron piel de sus muslos para injertarle donde había quedado la carne viva.
Nóbile tiene tatuado en su alma el dolor y el ardor físico que sintió esos días: "Cuando me operaron por primera vez mis gritos se escuchaban en toda la clínica. Por mas que te pusieran calmantes, nada lo frenaba, la limpieza que me hicieron para sacarme todas las porquerías fue terrible, muy doloroso"
Oscar atravesó dos intervenciones quirúrgicas y después mucho tiempo de recuperación para volver a usar sus manos. Durante largos meses vivió de noche, imposibilitado de que la luz del sol afecte su piel de bebé recién nacido. "No podía usar las manos. Me ayudaba toda mi familia y me acompañaban. Estaba imposibilitado y no podía agarrar nada, estaba con unos guantes especiales, eso fue muy deprimente", cuenta.
Y paralelamente afrontó la etapa de arreglar sus daños psicológicos. Trabajó con un psiquiatra varios meses. "El psiquiatra me dijo muy claro: 'Vas a tener cuatro etapas, en terapia intensiva vas a estar con estrés postraumático, después te vas a creer que sos Dios, que te señalaron con el dedo y que no te vas a morir nunca, y luego vas a caer a la tierra y vas a ver la realidad de otra manera, vas a tratar de olvidarte de esos momentos feos de tu vida, y finalmente entrarás a la normalidad y vas a refugiarte en tu familia, en tu trabajo, en el deporte, y quedar como antes del accidente' y tenía razón", admite.
—¿Y qué cosas creía que no podían pasarle?
—Creía que no me iba a morir más. Que me iba a dedicar a hacer cosas arriesgadas, sentía que Dios me había elegido para cosas, locuras de la cabeza, pensaba que era un privilegiado.
Oscar admite que el efecto de las drogas que tomaba para calmar sus dolores ayudaban a esas alucinaciones. "Soñaba cosas locas. A veces todavía sueño el avión. O en la tele cuando veo un accidente me siento mal, me traslada y me transporta a esos momentos. Son cosas muy fuertes", susurra.
La recuperación fue lenta pero Nóbile hizo un buen trabajo. Cuatro años después de la tragedia, y por prescripción psiquiátrica, volvió a subirse a un avión. "Medio que me empujó mi psiquiátra. Me dijo que tenía volar todos los meses, 'sacate el miedo, subite al avión'. Y al principio transpiraba como un chancho. Fue terrible, me llevaba revistas para leer o me ponía a rezar, pero de a poquito lo fui superando y estadísticamente sería imposible que me vuelta a pasar", comenta y es el primer momento de la charla que sonríe.
Dos décadas después, Oscar, que integró la querella en la causa y fue testigo en el juicio, está seguro que no se trató de un accidente. "Pudo haber sido evitado tranquilamente, si los controles hubieran actuado, si el piloto hubiera tenido la capacidad de volar, si no hubiera estado hablando giladas con la azafata, o si el Ministerio de Trabajo que no controló su capacidad lo hubiera hecho, o si LAPA le hubiera dado vacaciones cuando estaba sobrepasado. Era totalmente evitable. Pero Weigel no le dio bola a la alarma", enumera, con un tono que es mezcla de indignación y resignación con cantito cordobés.
—¿V0lvió a escuchar el audio de la caja negra?
—Lo tengo siempre presente. Me genera bronca porque el tipo tendría que haber parado el avión con la alarma. No iba a levantar el avión, dejá de hablar boludeces y pará el avión antes de carretear.
A 20 años de una de las peores tragedias aéreas de la historia argentina, Oscar Nóbile es un cuerpo que vive y transmite su experiencia traumática, también, como un modo de seguir expulsando los demonios del fuego que ardió a su alrededor.
"Sentí la presencia la muerte. Inclusive en la clínica le pregunté al médico si iba a vivir porque la sentía. Y él me dijo que sí, que me quedara tranquilo", relata.
Ese médico tuvo razón, pero su renacimiento fue paulatino. De alguna manera Oscar estuvo durante un tiempo en una especie de limbo, que él traduce con una imagen que interrumpe su discurso y le provoca una emoción inocultable. Sus hijos. Ahora tiene tres, de 28, 23 y 17.
"La más grande, que tenía ocho, se acuerda todo. El segundo, que era el más chiquito, no me reconocía como papá", revela y su voz se ahoga. El nene pasaba mucho rato con el tío y creía que él era su padre, mientras Oscar se recuperaba en un hospital, con el pelo corto, la cara hinchada y deforme.
"Y no me reconocía. Fue muy duro. Se me caen las lágrimas. Me vio como una persona común, no me asoció con su padre. Ahora es una anécdota, ahora pienso en la vida, en aprovechar cada minuto porque uno no sabe lo que le depara el destino al otro día", reflexiona Oscar Nóbile, 20 años después de aquellas escenas entre el fuego del terror, de aquel salto que no fue mortal sino todo lo contrario: un impulso hacia una nueva oportunidad, otra vez en la vida.
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