"Chau, me voy a pegar unos carteles a la plaza", le avisó Benicio a su papá Mauricio y a su hermano mayor Mariano. Estaba abrigado, dispuesto a cruzar la calle, tenía cinta en una mano y cuatro papeles en la otra. Se habían consumido algunos minutos de las siete de la tarde del jueves 8 de agosto y la noche ya había caído sobre Tandil. Dos horas antes había perdido su pelota en la plaza: alguien se la había llevado.
Benicio tiene siete años y muchas pelotas en su casa. Pero esa, la blanca y celeste de YPF, era su favorita. Se la había regalado hace dos años la tía Maru y no quería desprenderse. Por eso, después del llanto y el desconsuelo, la catarsis: dibujó el objeto perdido, escribió "han visto mi pelota", hizo cuatro copias y, decidido, le comunicó a su papá y a su hermano que iría a pegar sus carteles en los postes de la plaza Ardiles.
Benicio va a segundo grado de la Escuela N°53 del turno mañana. Vive enfrente de la plaza que, a su vez, queda enfrente del colegio. Por las tardes, cruza a jugar con su pelota. El niño tiene una costumbre: mientras pelotea, espera que salgan sus amigos del turno tarde. La plaza ocupa toda una manzana en el barrio Falucho de Tandil. Ese jueves, de un lado, más cerca de la calle José Martí, dejó la pelota; del otro, más cerca de la calle Pedro Hansen, fue a saludar a sus compañeros que salían a las cinco de la tarde. Cuando volvió, la pelota no estaba.
"Él suele cruzarse a la plaza a jugar y para esperar a sus amigos. Yo lo puedo vigilar desde las ventanas de mi casa. Ese día estuvo jugando con unos nenitos que conoce de la plaza, dejó la pelota ahí y se fue más cerca de la salida de los chicos de la escuela. Sabe que no tiene que cruzar las calles, todo queda dentro de la plaza. Estuvo charlando con sus amigos hasta que se dio cuenta que había perdido su pelota", narró Marisa, su mamá.
Angustiado, Benicio acudió a su papá. La buscaron, sin suerte, por toda la plaza. Se encerró en su habitación envuelto en congoja. No había consuelo: ni en sus otras pelotas ni en la promesa de su hermano mayor de comprarle otra mejor. "No era la única, pero era su preferida. Es el más chiquito de la familia, tiene juguetes y pelotas de sobra. Lloraba porque quería esa, no otra", expresó su mamá. Procesó su tristeza y motorizó la búsqueda. Buscó hojas, las dibujó, las pintó, escribió el mensaje y repitió el procedimiento cuatro veces. "Chau, me voy a pegar unos carteles a la plaza", dijo antes de que su familia lo detuviera.
Mariano, su hermano mayor, lo acompañó. Antes, le aconsejó que escribiera también la dirección de su casa. Benicio se entusiasmó. Cuando su mamá volvió de trabajar, le contó que había pegado carteles en la plaza por si alguien encontraba su pelota. Quería mostrárselos pero era tarde. Marisa le dijo que era probable que no apareciera. "Yo quiero recuperar mi pelota porque es mi preferida", le repetía su hijo.
Para amenizar su angustia, le propuso continuar la averiguación por redes sociales. Al día siguiente, pasó por la plaza, le sacó una foto al cartel y a las 10:17 publicó el siguiente mensaje: "Mi hijo Benicio, de siete años, es el autor de estos cartelitos que están en la plaza de Fugl y José Martí. Le faltó ayer su pelota, si alguien se la llevó pensando que estaba abandonada, les encargo la devuelvan a Fugl 1160. Él está muy triste, si pueden devolverla se los voy a agradecer gente".
"Por la tarde se había viralizado totalmente -contó Marisa-. Me llegaban mensajes ofreciendo pelotas usadas. Hubo un señor de una ferretería que llegó con tres pelotas a casa: una de River, una de Boca y otra normal para que él eligiera la que más le gustara. Me contó que se enterneció hasta las lágrimas al ver el cartel porque él cuando era chico nunca tuvo la posibilidad de comprarse una pelota. Mucha gente creyó que era su única, pero no, tiene un montón".
Al siguiente día, un joven que no superaba los treinta años llegó con su pelota maltrecha a la puerta de la casa de Benicio."Vi el cartelito y me conmovió. Está muy pateada pero igual se la dejo, yo ya no tengo tiempo para jugar", dijo. Tres personas enviaron sus pelotas a la oficina donde trabaja la madre. Una chica de General Madariaga le mandó un mensaje preguntando cómo podía hacer para enviar una a Tandil. La inocencia del cartel de Benicio había activado el sentido de solidaridad de una comunidad. La respuesta era sobrecogedora, superadora. La búsqueda escaló hasta las oficinas de marketing de YPF. A los pocos días, Benicio recibió una caja con cuarenta pelotas de la compañía petrolera.
Benicio, aseguró su madre, es un canto a la inocencia: "Él es muy sociable, siempre le tengo que advertir que no hable con cualquier persona en la calle. Le aclaro que no todas las personas son buenas". Aprovechó el suceso para darle cuerpo a su discurso de enseñanza.
En diálogo con Infobae, recordó la charla que tuvo con su hijo: "La pelota te la robaron seguramente: esa persona es mala. Pero como hay muchísima gente buena que te quiere regalar una pelota, como familia tenemos que hacer algo más. Vos tenés la suerte de que papá y mamá, de que tu hermano, de que tu tía te puedan comprar una pelota. Pero hay otros nenes que no. ¿Qué te parece si se las regalamos para el Día del Niño?".
Tenía 60 pelotas para regalar. Cada sábado, emprende viaje hacia barrios carenciados. "Cada vez que se baja del auto para entregar una pelota se pone súper contento", narró su madre. Su historia alcanzó tan repercusión en la zona que a veces los nenes lo reconocen: lo llaman "el nene que perdió la pelota". Las que le habían llegado se las regaló a amigos, merenderos y colegios. Se desprendió de cosas personales de su infancia. La familia recogió juguetes y peluches de donadores anónimos para entregar en las jornadas solidarias.
Le quedó una de YPF, la oficial del Mundial de Rusia que le regaló su hermano, una roja y blanca genérica, otra roja y blanca con el escudo del Manchester United y una chiquita con los colores de Boca que no usa. Benicio, hincha de River, le pidió a su familia una pelota que no solo tenga los colores, sino que además diga River o tenga el escudo. La pelota de Boca, rechazada y escondida, es la consecuencia del intento de su padre de hacerlo bostero. A él, sin embargo, le gusta más jugar a la pelota que ser hincha.
Benicio, de grande, quiere ser paleontólogo o profesor. Además del fútbol, le gustan el cine y la historia, Spiderman y Scooby Doo. Tiene cuatro perros y un gato. Él es dueño de Frida, una perrita recuperada de la calle. "Si fuese por él, traería a casa a todos los animales que encuentra", indicó Marisa.
Hace unos años, inesperadamente, decidió dejar de comer carne: "'Yo no voy a comer una gallina', suele decirnos -contó su mamá-. Cree que estamos mal, que los animales no se matan, que tienen que vivir lo mismo que vivimos nosotros y que existen otras cosas para comer. Antes lo engañaba, pero ahora ya no puedo".
Motivado todavía por las repercusiones de su historia, pregunta si le van a seguir regalando pelotas para donar. Detrás de esa excitación, sin embargo, hay algo que lo aflige. Hace pocos días, le contó a Marisa una infidencia. Le dijo: "Mami, la verdad que a mí me gustaría recuperar la pelota que perdí en la plaza".
Seguí leyendo: