Exhausto. Esa fue la impresión que tuvo el teniente de corbeta Carlos Vázquez, del Batallón de Infantería de Marina 5, cuando vio venir, desde su posición en Tumbledown, al subteniente Oscar Augusto Silva, acompañado por los pocos soldados de su sección que aún lo seguían. Maltrechos, agotados, se les notaba en sus uniformes las huellas del combate y bastaba un simple vistazo para darse cuenta que tampoco habían comido decentemente.
La pregunta de Silva lo descolocó:
-¿Necesitás una mano? ¿Querés que me quede? Podemos seguir peleando.
Silva tenía a su cargo una sección de tiradores de la Compañía A del Regimiento de Infantería 4. Ante la respuesta afirmativa del marino, con un puñado de soldados que se podían contar con los dedos de una mano, de los 45 originales de su sección, ocupó pozos de zorros vacíos que hasta hacía poco habían estado efectivos de la cuarta sección de Vázquez. Era el 12 de junio.
Mientras el grueso de la tropa continuó con la orden de aproximarse a Puerto Argentino, Silva y sus soldados, acoplados a los infantes de marina, esperarían el ataque inglés. Junto con un pelotón de cinco soldados le encomendaron cubrir el repliegue de la cuarta sección de la Compañía Nácar.
"El Sapo"
Ya en su San Juan natal, sus familiares y amigos supieron que el joven Oscar era especial. "Era muy querible", le contó a Infobae su hermana Ana Clara. En la familia era el "gordito", ya que había sido un bebé rollizo. En la escuela primaria, la Normal Sarmiento, había sido elegido como el mejor compañero.
Estudió en el Liceo Militar General Espejo, de Mendoza, de donde egresó como subteniente de reserva. Luego, entró a la Escuela Naval y en cuarto año abandonó para cursar ingeniería en la Universidad de Buenos Aires. Al año comprendió que no era lo suyo y, luego de rendir las equivalencias, encaró los estudios como alumno de segundo año del Colegio Militar. Estaba en la segunda compañía. Para todos era "El Sapo", apodo que heredó de su padre.
El teniente coronel retirado Guillermo Abraguín, quien compartió el cuarto con él en el último año, recuerda que era "alegre, siempre dispuesto a ayudar y se tomaba las tareas muy en serio". Resultó inolvidable el viaje que toda la promoción hizo, al final del curso, a los Estados Unidos. "En un comienzo los superiores lo reprendían, ya que tenía incorporadas costumbres y usos típicos enseñados en la Escuela Naval, distintos a los del Ejército", contó Abraguín.
Siempre que tenía franco, iba a su casa. "Su comida preferida era el churrasco con un huevo frito. Era muy paternal y con nosotras, sus hermanas, era muy celoso. Hacía un par de años estaba de novio con Patricia, con quien tenía pensado casarse durante 1982", contó Ana Clara.
Golpes de la vida
La vida le tendría preparado más de un golpe. Fue el 25 de noviembre de 1981 cuando los cadetes ensayaban la ceremonia que se realizaría unos días más tarde, donde recibirían sus sables de oficiales. Un superior se le acercó a Silva y le susurró algo. Oscar desapareció. Esa noche sus compañeros se enteraron que su familia había sufrido un grave accidente.
Habían salido de San Juan en auto para estar presentes en la ceremonia y, en una mala maniobra, el automóvil en el que viajaban volcó y su mamá Teresa Aída Rojo, "Chela", salió despedida del vehículo y falleció en el acto.
En el velorio, se acercó al ataúd y emocionado colocó entre las manos de su madre, una foto suya. "Para que me lleves con vos", le susurró.
Días más tarde, en el despacho del director del Colegio Militar, recibió el sable y los despachos de subteniente. Su destino: el Regimiento de Infantería 4 de Monte Caseros.
A Malvinas, sí o sí
Cuando ocurrió la recuperación de las Islas Malvinas, el jefe del regimiento, el teniente coronel Diego Soria le ordenó quedarse en el cuartel. "Fue tal el escándalo que provocó, que en realidad nadie supo cómo, de un día para el otro, Oscar estaba embarcado para las islas", rememoró Abraguín.
El Regimiento 4, que llegó a las islas al amanecer del 27 de abril, estuvo originalmente destinado en Monte Well. Luego del combate de Pradera del Ganso, la unidad -que formaba parte de la III Brigada de Infantería- pasó a depender de la Agrupación Ejército Puerto Argentino. Su misión era la de defender la capital, distante unos 17 kilómetros.
Sufrieron, durante días, violento fuego de artillería, tanto de campaña como naval. Hasta que el 11 de junio llegó la orden de repliegue.
El infierno en la tierra
Sería imposible comprimir en un solo relato el combate de Tumbledown. En la noche del 13, en las trincheras junto a los infantes del BIM 5 de Vázquez, 44 hombres vivieron un verdadero infierno que había desatado el ataque de la tercera brigada de los Royal Marines, el segundo batallón de la Guardia Escocesa y algunos gurkas.
Fueron encarnizados enfrentamientos con disparos de fusil, ametralladora, morteros, bayonetas y hasta lucha cuerpo a cuerpo a puros golpes.
A las 18 horas de ese día, según refiere el propio Vázquez en un informe que elaboró tres años después, tuvo una última reunión con sus oficiales, de la que participó Silva. Coordinaron los detalles finales ante el inminente ataque británico.
Los argentinos veían cómo, luego de rechazar un ataque enemigo, otra oleada de soldados aparecía. Era una sucesión interminable, en el que eran superados 6 a 1, pero aún así se continuaba luchando.
Vázquez había pedido refuerzos, y en cada llamado le respondían que los mismos estaban por salir. A las 23 horas, el bombardeo provocó el corte de las líneas telefónicas.
Los británicos habían sobrepasado las posiciones argentinas, y soldados de ambos bandos se mezclaban, muchas veces sin distinguirse.
Cada tanto, Silva abandonaba su trinchera para saber cómo estaban sus soldados.
"Nos alentaba para que no perdiéramos nuestro valor, coraje y la confianza en nosotros mismos, al recordarnos que Dios nos protegía para obtener nuestra noble meta", reseñaría unos años más tarde en una carta el soldado Pablo Vicente Córdoba.
Además, el subteniente se ocupaba de conseguir relevos para el fusil FAP, dado que al menos tres soldados que lo operaban habían muerto.
Cuando quiso asistir a uno de ellos, que había sido gravemente herido, recibió un tiro en el hombro derecho.
Silva comprendió que nada podía hacerse. Estaba herido y los ingleses avanzaban. Decidió en un solo instante si vivir o morir luchando. Tuvo que repetir la orden a sus soldados para que se replegasen. No lo querían dejar. Sólo pidió una ametralladora y un FAL.
De lejos vieron cómo, sacando fuerzas de quién sabe dónde, se incorporó y comenzó a disparar hacia las posiciones enemigas, al grito de "¡viva la Patria, carajo!". Fueron sus últimas palabras, antes de ser acribillado por el fuego inglés.
-Mi capitán, le dieron a mi subteniente!
-¿Dónde le dieron? –preguntó Vázquez
-En el pecho, del lado izquierdo y tira mucha sangre por la boca –respondió el soldado, cuyo nombre Vázquez nunca supo.
Eran las 3 de la mañana del 14 de junio. Horas más tarde el general Mario Benjamín Menéndez firmaría la capitulación frente al general Jeremy Moore.
Cuando Vázquez fue tomado prisionero por tres ingleses, pidió llamar a sus hombres. Sólo seis se acercaron. El resto había muerto o había sido herido.
Aferrado a su fusil
Al amanecer del 15, el propio Carlos Robacio – jefe del BIM 5 y quien tuvo a su cargo a 700 efectivos de la Marina y a 200 soldados del Ejército en Monte Tumledown, Sapper Hill y Monte William- y un oficial inglés, recorrieron el campo de batalla, donde horas antes se había peleado con coraje. Ya los cuerpos de los 9 británicos muertos y los 52 heridos habían sido retirados.
Llamó la atención al jefe inglés el cuerpo de un argentino que, de cara al cielo con los ojos abiertos, aferraba obstinadamente su fusil y su dedo aún presionaba el gatillo. Quisieron quitarle el arma. Fue imposible. El inglés ordenó que fuera sepultado así y le hizo la venia, en señal de respeto.
Robacio le cerró los ojos y buscó la chapa identificatoria, porque el uniforme no se correspondía con el de un infante de marina. Era Oscar Silva.
Vázquez se lamentaría no haber podido identificar a otros soldados de Ejército que habían combatido junto a los infantes de marina en Tumbledown. Recomendó condecorar a Silva por "su heroico desempeño en combate".
Vázquez admitiría, tiempo después que "la noche del 13 y la madrugada del 14 de junio la cuarta sección no hubiera podido sostener la posición sino hubiera estado Silva".
Mientras tanto, la familia esperaba ansiosamente noticias. Se ilusionaban imaginándolo entre los prisioneros o que, tal vez, estuviera siendo atendido en un hospital. Fue un mes después que dos oficiales llegaron hasta su casa con la triste noticia.
Silva, de 26 años, sería la única baja de la promoción 112. Su regimiento tuvo 22 muertos y 121 heridos. Recibiría la condecoración "La Nación Argentina al valor en combate (post mortem)". Fue clave el testimonio del soldado Ramón Aguirre.
Homenajes
Cada cinco años, sus compañeros le rinden homenaje. En 2002, inauguraron en la plaza principal de la ciudad de San Juan un busto a su memoria; en 2007, colocaron un cuadro en el museo de la Segunda Compañía en el Colegio Militar; en el 2012, erigieron otro monumento en el Liceo Espejo y una placa en la Escuela Naval –uno de los oradores entonces fue el propio Vázquez- y en el 2017 una placa en el Regimiento 4.
"Era muy querible", repite su hermana Ana Clara. Ese es el motivo que en los actos en los que se lo recuerda, no sólo participan viejos camaradas del Ejército, sino también antiguos compañeros del Liceo Naval.
De todas maneras, el mejor homenaje es el que le hacen en la escuela donde estudió en San Juan. El profesor de Historia siempre habla de él y solicitó incluir en el plan de estudios, su desempeño en Malvinas.
Fuentes: Malvinas 20 años 20 héroes – Fundación Soldados – Buenos Aires, 2002/ Discurso pronunciado en el Regimiento de Infantería 4 de Monte Caseros en el 2017, en uno de los homenajes a Oscar Silva/Ejército Argentino – Caídos en combate (fundamentos de la condecoración a Silva)/Ana Clara Silva, hermana/ Teniente Coronel ® Guillermo Abraguín
SEGUÍ LEYENDO: