"Era como una justificación, como si el vuelo no pudiera existir sin esa paloma gaucha que acaba de plegar sus alas para siempre. Ella vencía todas las distancias, todos los peligros. Más: no había peligros para Carola", escribió el periodista deportivo Ricardo Lorenzo Rodríguez, más conocido como Borocotó, en la edición del 28 de noviembre de 1941 de El Gráfico. Pocos días antes, Carola Lorenzini, una de las pioneras de la aviación deportiva en la Argentina y una mujer tan célebre en sus días que alcanzó, entre otros lugares destacados, a estar en la portada de aquella mítica revista, moría mientras realizaba maniobras aéreas durante una exhibición en el aeródromo de la localidad bonaerense de Morón.
Destacada por su destreza para hacer piruetas con los pequeños aviones que piloteaba –entre las que se destacaba el llamado looping invertido: ella se quedaba en su máquina totalmente dada vuelta con los pies para arriba, para deleitar al público que celebraba y sufría al mismo tiempo– fue una mujer única en su época.
Tal como la definió la periodista Liliana Morelli en su libro Mujeres deportistas, Lorenzini fue un personaje muy especial, "tan popular y simpático" que sobre ella "arreciaban los pedidos de ayuda". Le llegaban invitaciones para que arrojara desde las alturas "volantes sobre alguna población o caramelos sobre algún parque infantil", para que participara de algún tipo de homenaje o para que realizara vuelos de escolta. Se propuso -y lo logró- unir todas las provincias argentinas volando.
Un homenaje a la aviadora (Archivo General de la Nación)
A todo el mundo le llamaban la atención la cordialidad y la valentía de una pionera que recibió su carnet de aviadora civil en 1933 (casi una década y media antes de que existiera en el país el voto femenino), que se convertiría en la primera mujer en obtener el título de instructora de vuelo en América del Sur en 1941 y también en la primera en cruzar el Río de la Plata en un vuelo en solitario. Un auténtico espíritu libre que, después de días llenos de hazañas y récords deportivos de todo tipo, terminó su vida de manera trágica.
LOS COMIENZOS DE LA PALOMA GAUCHA
Carolina Elena Lorenzini nació el 15 de agosto de 1899 en el Gran Buenos Aires, en la localidad que hoy se conoce como Alejandro Korn. "Era la séptima de ocho hermanos y cursó la escuela hasta cuarto grado. Ya por entonces, a los 11 años, le dijo a su madre: 'Si los pájaros vuelan, ¿por qué no voy a poder volar yo?'", reconstruyó Morelli en su trabajo sobre los primeros años de vida de la aviadora.
Según las crónicas de la época, Lorenzini era una verdadera aventurera, que amaba todo tipo de actividad física: disfrutaba de ir a cazar con sus hermanos, cabalgaba de manera extraordinaria y se destacaba en todos los deportes que se animaba a practicar, desde atletismo hasta pelota a paleta, pasando por básquet y tenis.
Por pertenecer a una familia numerosa, de muy joven Carola sabía que debía ayudar con la economía hogareña. Cerca de cumplir los 20 años, se anotó en la Escuela Underwood, donde aprendió mecanografía y taquigrafía. Durante el día trabajaba en una empresa de productos químicos y de noche iba a la academia para formarse en aquel oficio.
Como era una alumna aplicada, una docente la recomendó para que entrara a trabajar en la Unión Telefónica y de esa manera Lorenzini obtuvo aquel puesto muy codiciado para la época. A diario viajaba desde el Conurbano hasta el centro porteño para trabajar, mientras seguía participando, en el tiempo que le quedaba, de distintas competencias deportivas, en las que ganaba trofeos sin parar.
En 1930, todo cambió en la vida de Carola. Ocurrió que por primera vez en su vida pudo subirse a un avión. "En el aeródromo de Morón tuvo su primer vuelo de bautismo", según señala Mujeres deportistas. "Una amiga que conocía a varios pilotos la conectó con Victoriano Pauna, en cuyo avioncito sobrevolaron la zona por pocos minutos. Los suficientes para dilucidar que por ese andarivel encaminaría su vida", detalla el libro.
Según describió Borocotó en su texto de despedida a la pionera, Lorenzini tuvo un curioso diálogo aquel día con su instructor.
–¿Se asustó?– le preguntó Pauna.
–En absoluto– respondió la deportista.
Entonces fueron por más e intentaron hacer una acrobacia. Al descender, el hombre volvió a con su pregunta.
–¿Se asustó?
–Nada.
Desde aquel momento iniciático, la rutina de Carola cambió de manera rotunda. La joven iba todos los días a realizar las prácticas matinales al aeroclub y luego viajaba a su trabajo.
"El aprendizaje le costó muchos madrugones; se levantaba a las tres y media de la mañana para alcanzar el tren de las cuatro y dos minutos y a las 5 ya estaba en Morón para volar con el primer instructor de turno", destaca Morelli en su libro, quien asegura también que, por la difícil situación económica que atravesaba, la práctica le resultó muy costosa.
"Vendió su bicicleta; hizo lo propio con un diccionario enciclopédico compuesto de varios volúmenes; redujo sus pequeños lujos y así fue juntando los 600 pesos que demandaría el aprendizaje", describió El Gráfico en su edición de noviembre de 1941.
Todos los días, con gran entusiasmo, Lorenzini llegaba al aeroclub, se ponía a las órdenes de un instructor y aprendía a gran velocidad. A los tres meses de práctica obtuvo el carnet de piloto civil internacional, con casi 20 horas de vuelo. Ese fue uno de los hitos de su vida. "Aplicándome efectué el primer vuelo importante, el 4 de noviembre de 1933, desposándome con el aire. Soy la esposa del aire, de los espacios", contó la aviadora en una entrevista con el periódico Ahora.
Con la pasión por volar ocupando cada vez más tiempo en su vida, los días como empleada en las oficinas de la empresa telefónica eran cada vez más complicados. Sus jefes la regañaban porque Carola llegaba tarde algunos días después de sus prácticas y hasta le prohibieron participar de un vuelo de homenaje por la llegada al país del Graf Zeppelin, en 1934. Ella, con sus botas y sus bombachas campestres que le hicieron ganar el apodo de "la paloma gaucha", seguía sumando horas de vuelo en sus tiempos libres.
De a poco, empezó a aparecer en diarios y revistas, que reflejaban las aventuras de este personaje único. A mediados de la década del '30 llegó a pedir públicamente "un avión propio" que le sirviera para dar cuenta del valor de la aviación femenina en el país. "Para demostrar que las mujeres argentinas sabemos también, llegado el caso, volar y emular las hazañas de las aviadoras europeas y americanas".
En 1935 Lorenzini concretaría su primera gran hazaña: en noviembre, a bordo de un Fleet 51 que pertenecía al aeroclub de La Plata, se convirtió en la primera mujer en cruzar el Río de la Plata sola con un avión. No faltaron los inconvenientes en aquel momento: la nave no tenía brújula y cuando comenzó a descender le falló el altímetro. A pura intuición, la aviadora pudo de todas maneras completar la maniobra.
Después llegarían los días en los que cumplió su sueño de recorrer el país por el aire: en 1938 llegó a pedir un avión Focke Wulf al entonces comandante de Aviación del Ejército y lo consiguió. Así, visitó las 14 provincias y 10 gobernaciones de entonces: la esperaban multitudes para verla hacer sus acrobacias y aplaudirla al aterrizar. También visitó países vecinos.
Su éxito crecía al mismo ritmo que el enojo de las autoridades de la empresa telefónica. Según reconstruyó el periodista Borocotó, su jefe de entonces le dijo que debía elegir entre su empleo o la aviación. "Las dos cosas me son igualmente necesarias –respodió la aviadora– una, para comer; la otra para vivir". Así, después de 16 años de trabajo, decidieron cesantearla.
EL FINAL
La carrera de Carola parecía imparable y los agasajos que le realizaban se multiplicaban por todo el país. En más de una ocasión llegó a decir, casi en broma: "¡Qué jodido debe ser morir en una cama!". Es que no faltaron sustos y momentos de zozobra cuando volaba, ya entrada la década del '40. Tampoco dificultades económicas: llegó a escribirle al entonces presidente Roberto M. Ortiz para pedirle un empleo. Ya había conseguido su habilitación como instructora de vuelo –fue la primera sudamericana en obtenerla– pero seguía sin un trabajo estable.
Una vez un accidente casi le cuesta la vida. "Cuando cayó cerca de Posadas, demostró una vez más su temple. Bajó del aparato, el cual, en el golpe, había perdido las alas y el tren de aterrizaje. No pensó en que tenía la nariz y un ojo lastimados. Estaba en una inmensa soledad. Comenzó a caminar por entre los bañados", recordó Borocotó.
"Con mi ojo tuerto y mi nariz abollada -le contó al periodista,- con los pies que me hervían porque llevaba medias gruesas, caminé seis horas hasta encontrar una choza. Después, una jornada igual a caballo para hallar un sitio de donde poder comunicar mi caída".
En 1941 llegaría al país un grupo de aviadoras uruguayas. Lorenzini, enfrentada con las autoridades del aeroclub de Morón donde las visitantes serían agasajadas, decidió brindarles una despedida con acrobacias el domingo 23 de noviembre. "Yo les voy a demostrar a las uruguayas quiénes somos las argentinas", dijo Carola a sus familiares.
Algo enojada por aquellas peleas y porque le costó conseguir el permiso oficial para participar de aquella jornada de homenaje a sus colegas, se subió a un Focke-Wulf Fw44, pero no se trató esa vez del avión que solía volar habitualmente.
"Se mostraba nerviosa, impaciente. No era la Carola aquella para quien el volar significaba una broma, una cosa inherente a ella misma", describió El Gráfico. Pese a todo, la aviadora se sacó una fotografía con las agasajadas, se calzó las antiparras y se dirigió a la pista.
El avión, entonces, toma altura. Como hacía siempre, Lorenzini sorprendió al público con su célebre looping y una pasada rasante que los obligó a agacharse. La aplaudieron por su audacia. Poco después intentó realizar una nueva maniobra pero algo falló: el motor rugió, el avión cayó y se perdió detrás de unos árboles.
Carola murió en el acto. Los medios de entonces, la despidieron con grandes honores. "La paloma gaucha plegó sus alas", escribieron algunos para anunciar la triste noticia.
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