El Gordo Valor está dormido y conectado con suero en una cama del Hospital de Pilar. Los médicos le diagnosticaron una neumonía. "Estuvo a punto de hacer un coma", le dijeron a Nancy, su esposa, que nunca dejó de estar en esa habitación. También fueron un sacerdote amigo del famoso pistolero retirado y María, su "bruja" de cabecera. El cura rezaba. Ella le ponía la mano en el pecho al ex líder de la superbanda que robaba bancos y blindados y recuperó la libertad hace un año.
La escena podría ser parte de la película o la serie que contarán la historia del ladrón más famoso de la Argentina. Una marca registrada del delito. La serie será producida por Marcelo Tinelli, aunque los detalles están guardados bajo llave y ni el delincuente puede adelantar nada porque firmó un contrato de confidencialidad.
Pero la escena fue real, no ficción. "La pasó muy mal, estuvo dos semanas internado. Nos tuvo a todos rezando", dice Nancy a Infobae.
-¿Qué le pasó?
-Arrastraba una neumonía fuerte. Pero se la bancaba bien. El tema es que andaba de acá por allá. Y comía mucho. A la noche se levantaba, abría la heladera y se comía la vida.
-¿Cómo está ahora?
-Estuvo dos semanas internados y temimos lo peor. Bajó ocho kilos. Ahora salió, está débil pero con ganas de vivir. Ahora te lo paso.
Valor aparece del otro lado de la línea, en su casa de Villa Rosa, partido de Pilar.
-Acá estoy, sobreviviendo. Casi no la cuento. En serio. Estuvo a un paso de irme para el otro lado. No me mataron las balas ni la cárcel, pero la diabetes te manda al más allá. Quiero cuidarme porque quiero vivir un ratito más.
-¿Extraña robar?
-Extraño vivir. Y tener la fuerza que siempre tuve.
-Rezaron por usted y hasta la vidente fue a verlo…
-Sí. Agradezco a todos los que estuvieron en mi peor momento. Ya estoy saliendo.
-¿Es verdad que hará una serie con Tinelli? ¿Lo conoció?
-Eso viene avanzado pero no puedo adelantar mucho. No lo conocí. Pero no faltará oportunidad. Esto no es el Bailando. Es una historia criminal. Pero una cosa es la película, que será dirigida por Pablo Duca, y otra la serie. En la película me asesoró Andrés Calamaro, que prologó mi libro y a quien admiro porque pone en palabras y música lo que sentimos muchos. Además Andrés me invitó a su videclip de la canción Tránsito Lento, que se filmó en la ex cárcel de Caceros. Pero él no escribirá el guión por sus compromisos. Me hubiese gustado que la serie la produjera Sebastián Ortega, pero no mostró interés. Están con muchos proyectos. Y apareció Tinelli y agarré viaje. Sé lo que hubo entre ellos, pero tengo códigos. Las cosas se dieron así. Ortega es el mejor haciendo series y películas. Con El Marginal y El Ángel la rompieron. Hasta fui al estreno. Hablando de la ficción, me gustaría que Darín, Ricardo o el Chino, cualquiera de los dos, hicieran de mí en mis distintas edades. O Peter Lanzani, que me dijeron que la rompe.
-¿La bruja va a aparecer en la historia?
-Seguro. Va todo. Con todo. Balas, fugas, peligro, cárcel, brujas y amor no van faltar. Mi libro será la base de todo.
Desde hacía años que Valor habla de su "bruja". Una de las últimas veces fue el mismo día que quedó libre. Luis el Gordo Valor, el hombre que en los años 80 y 90 robó a punta de fusil 24 bancos y 19 blindados, y que por eso pasó 33 años preso, fue liberado el 5 de julio de 2018 de la cárcel de Urdampilleta, a 340 kilómetros de Buenos Aires, y ese mismo día me dijo: "Quiero retirarme del delito" y aclaró que había una sola costumbre de esos tiempos que no pensaba abandonar: los consejos de su vidente.
El día que salió de la cárcel, y antes de ir a su casa, eligió parar con Nancy en una pizzería de Once. El lugar estaba lleno y en los tres televisores cada tanto aparecía una placa informativa con la foto del Gordo: «Liberan al Gordo Valor». Pero cuando entró en el local, con lentes de sol y boina, nadie lo reconoció.
Pidió una fugazzeta y una gaseosa.
—En los peores momentos la brujita me desvió las balas —dijo.
Y recordó un episodio en especial. Fue una tarde de 1987, cuando Valor debió enfrentarse a un improvisado pelotón de fusilamiento formado por policías.
Ese día no escuchó cuando le dijeron que estaba rodeado. Tampoco sintió la bala que le atravesó el brazo. Sólo percibía, como un viento repentino, los balazos que lo rozaban o le pasaban cerca. Luis Alberto Valor estaba al borde de la muerte, pero se sentía más vivo que nunca. Aquella tarde de 1987, ante el pelotón integrado por rabiosos policías bonaerenses, se aferró a su metralleta y se ocultó detrás de un auto con un ademán que parecía salido de una película de gangsters.
Valor, de hecho, compara ese episodio de su vida criminal con su escena preferida de Scarface: esa en la que Tony Montana se hunde hasta el cuello en una montaña de cocaína y enfrenta a sus verdugos con un M16 lanzagranadas y una ferocidad que crece alimentada por la violencia ajena. Los tiros que recibe no lo matan: parecen revivirlo.
Ese día, Valor disparó hasta quedarse sin balas y se zambulló dentro del auto. Pero aun rendido le seguían tirando. Hasta que finalmente llegó el silencio. Valor se asomó y los policías lo detuvieron. Después llegaron los peritos balísticos: contaron más de 200 impactos de bala.
—Ese día sobreviví de milagro. La brujita me desvió las balas.
En la mesa se hizo un silencio que se interrumpió con una pregunta obvia:
—¿Vas a volver a robar?
—Ni loco.
—¿Y por qué debería creerte?
—Esta vez va en serio: me retiré del choreo y a la cárcel no pienso volver más. Que quede clarito: no voy a robar más. No tengo ganas ni edad. Quiero disfrutar de mi familia. Además hoy es imposible robar un banco o un blindado por la tecnología que hay. Te filman todo el tiempo. Desde que salís de tu casa. Pero estoy preocupado porque la plata no entra. Hasta hace un tiempo yo sólo sabía una sola manera de tener plata. Ahora llega el fin de semana y cuesta llenar la olla. Cuesta dejar de mirar como ladrón. Algo me sigue picando, a veces desespera estar quieto o no tener plata.
En su época de apogeo criminal, cuando en su casa había escondites con gruesos fajos de billetes de 100 dólares, el Gordo Valor soñaba con abrir una cadena de bares que llevara su nombre. Lo animaba saber que en varios países los restaurantes llamados Al Capone o Lucky Luciano, los reyes de la mafia en los Estados Unidos de los años 20, se habían convertido en la atracción de comensales y curiosos. Así que registró la marca.
Por entonces, además, tenía un representante que planeaba vender muñequitos suyos y remeras con su imagen. El Gordo se imaginaba transformado en su propio personaje, vestido con traje negro, sentado a una mesa del fondo, con un vaso de Martini en la mano y rodeado de retratos de Maradona, de Marlon Brando en El Padrino y del Pibe Cabeza, un bandido legendario acribillado por la policía el 9 de febrero de 1937.
Pero después cayó preso y los sueños cambiaron. O al menos se hicieron más complejos. Valor, por lo pronto, escribió sus memorias. El libro, titulado Mi Vida y firmado por él, lleva el prólogo de Andrés Calamaro y habla de su infancia, sus comienzos en el delito, sus robos más grandes, su caídas y de los días en que antes de salir a robar, saludaba con un beso a sus hijos y se iba cargado con bolsos. Volvía una o dos semanas después, cansado y con barba, como un marino que vuelve de los días intensos de altamar.
Su hija recuerda que se bajaba del camión con bolsas llenas de mercadería que repartía entre los vecinos: latas de atún, de arvejas y paquetes de polenta. Sus hijos le decían Papá Noel porque les regalaba billetes de 50 dólares para que se compraran juguetes. No sabían cuál era el oficio de su padre. Creían que era camionero o viajante. Valor nunca contaba que iba a robar.
En esa época le gustaban las joyas y la platería. Tenía anillos de oro brillante, artesanías y un cristo de madera en una plataforma engarzada en oro.
El mito dice que solía cerrar burdeles para él y sus amigos, que salió con un par de artistas famosas y que compró casinos y hoteles cinco estrellas en varias provincias y los puso a nombre de un testaferro. Pero él lo desmiente. "La fama es puro cuento", suele decir Valor.
—Robábamos cinco blindados por mes. La superbanda respetaba los códigos de la calle y la vida de la gente. No mataba, no violaba, no secuestraba. No le afanábamos a un pobre. Robamos mucho dinero: teníamos para vivir en un cinco estrellas, pero lo hacíamos en un fitito bajo el puente. Había que vivir oculto. Nos la pasábamos entre gitanos, ladrones y brujas. Éramos como una familia.
"La plata con sangre no sirve", era su frase de cabecera. Todos los integrantes del grupo tenían reglas. No traicionarse era una de ellas. También sabían cuánto pesaba un millón de dólares: 11 kilos, 400 gramos. Y cuando uno de ellos caía preso, el resto iba a la casa de su familia a llevarle una vaquita que hacían entre todos.
Valor jura que a esta altura, en 2019, dejó atrás esa vida errante.
Una de las primeras promesas que decidió cumplir en sus primeros días en libertad fue visitar a su vidente de cabecera.
Había una cola de una cuadra. El Gordo se sentía raro en la espera: los ladrones no saben esperar. Todo, en el robo, es ir hacia adelante: es un "aquí y ahora" furioso. Para los ladrones no existe la burocracia. Ni siquiera tienen cuenta bancaria. Muchos de ellos, en épocas violentas, ante una enfermedad o herida tampoco aguardan a ser llamados entre los pacientes de un hospital: irrumpen y se hacen atender.
Pero Valor, el as con fusil y metralleta de los asaltantes, ese día de julio aguardaba su turno sin chistar. Delante había doce personas. Entre ellas una mujer en silla de ruedas, un tuerto, una embarazada y una jubilada. Todos buscaban una forma de salvación. O saber lo que nadie sabe. O casi nadie sabe: lo que la mujer que toda esa gente esperaba ver —una "bruja" llamada María— decía saber: el futuro de cada uno de ellos.
—Acá muchos vienen a verle la cara a Dios, y algunos salen viéndole varias caras —me dijo Valor.
La vidente esperaba en su casa tipo chorizo de San Miguel, a unos 44 kilómetros de Buenos Aires.
La cuestión es que Valor entró solo, con el número del turno en la mano. A los diez minutos, salió.
—¿Qué te dijo, papi? -preguntó Nancy.
—Que va a salir todo bien.
—Dale, pá, contá —insistió Nancy.
—Me dijo que voy a vender muchos libros. Que ve plata limpia, nada sucio. Y que si vuelvo a robar, me matan. Esta vez va en serio. Me dice que me aleje de la mala gente. Que no se me ocurra volver a las andanzas. Lo importante es que le agradecí por la libertad. Es dura para mí la libertad. La busqué tanto y cuando la tengo no sé qué hacer. Soy ladrón de alma. Robaba con ansias. A veces volví a robar el mismo lugar pero sólo por sentir el placer de hacerlo, como un ritual, como cuando el creyente entra a misa a rezar. Robar, para mí, era eso.
Valor parecía querer desahogarse.
—¿No le habrás preguntado si podés volver a chorear, no? —quiso saber Nancy.
—La boca se te haga un lado, mujer —le respondió Valor, aunque no tan convencido—. La brujita no me va a dejar caer otra vez.
En la vida delincuencial de Valor, las brujas cumplieron un rol decisivo. Siempre estuvieron a su sombra, como si cada vez que empuñara un arma, corriera hacia un blindado o se fugara, lo hubiera hecho para cumplir con las predicciones de las cartas o las bolas de cristal que esas mujeres tenían entre sus manos.
Cuando la tarde del 16 de septiembre de 1994 Valor protagonizó una fuga histórica del penal de Devoto -con sus cómplices La Garza Hugo Sosa Aguirre, Emilio Nielsen, Carlos Paulillo y Julio Pacheco– lo hizo porque una vidente le había dicho a su mujer, Nancy, que veía la libertad en un futuro cercano. Valor actuó en consecuencia.
Él y sus secuaces bajaron por las sábanas blancas anudadas que habían colgado horas antes y huyeron a los tiros en dos autos que los esperaban en la calle. La fuga les costó una condena de siete años. "Me escapé porque vi una puerta abierta. Tenía miedo de que me mataran", diría Valor tiempo después.
Pero el plan de Valor no era fugarse. La decisión fue casi espontánea: le llegó como una epifanía.
—Mi mujer fue a lo de una vidente que le tiró las cartas, en Mataderos -me dijo Valor hace dos años, en la cárcel de Campana, antes de que los trasladaran a Urdampilleta y cuando contaba los días en un almanaque con una foto de Gardel-. A ella le gustaban esas cosas. Ahí está todo. Te cantan la justa con las cosas de tu pasado, presente y futuro. Ella le habló de lo que iba a pasar en un futuro no muy lejano. Y no tenía que ver con su vida en libertad sino con la mía en la cárcel. Nancy me lo contó tan feliz, tan entusiasmada como si ya fuese una realidad y no algo que le dijo alguien que tira las cartas. Sabés que una mujer te ama cuando se pone contenta con tus cosas. A ella le brillaban los ojitos. La vidente, en un momento de la consulta, le dijo bien clarito a mi mujer: "La libertad está escrita. Luis va a salir por la puerta grande. Nena, hacé una cosa apenas veas a tu marido. Decile que deje de gastar tanta plata en abogados. Se va, se va. Está todo acá, en las cartas que están sobre la mesa. Haceme caso. Dalo por hecho".
Cuando su esposa se lo contó, Valor la abrazó. Sintió un escalofrío en todo el cuerpo.
—Es impresionante cómo la brujita fue capaz de predecir lo que hasta ese momento pasaba sólo por mi cabeza o en mis sueños. Y eso que era casi imposible que yo pudiera salir. Pero justo por esos días me invitaron a escaparme unos muchachos del pabellón. Y se dio.
Una vez durante una visita en la cárcel de Campana, Valor me contó:
—Hay brujitas que piden fotos o la ropa que usábamos en los robos . También nos bendecían la pistola o el fusil. La brujita nos decía si olía a policía o a guita. También me curaba: gracias a ella dejé de fumar. A veces me escupía whisky en la parte del cuerpo que me dolía.
El Gordo también participaba de las llamadas "fiestas de videntes". Eran celebraciones paganas que se solían hacer antes o después de cometer grandes golpes. En ellas los ladrones bailaban, comían y rezaban. Pero la comunión tenía sus límites: una noche, una bruja quiso acompañarlos a un robo, pero no la dejaron. Hay códigos que no se rompen.
Y hay otros que se fortalecen. Cuando en 1994 Valor pasó 244 días prófugo, huyendo sin dormir más de dos noches seguidas en un mismo lugar, fue detenido mientras descansaba en el templo de una vidente amiga.
—Las brujitas siempre quisieron que me retirara del delito —confesó Valor.
Valor nació ladrón y siente que sólo puede ser ladrón. Trabajó apenas dos veces en su vida, como tornero en Tigre, y el evento fue tan excepcional que su madre, Rosa, guardó hasta su muerte los dos únicos recibos de sueldo que recibió su hijo.
Ahora, superado su problema de salud, está otra vez activo. Quiere que su historia sea una leyenda en el cine y en la televisión. Como un Tony Soprano sin patos ni pileta, pero con un nombre que es sinónimo de delito.
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