Silvio Soldán recibió a Infobae en su nueva casa
En el silencio del hall del octavo piso de un moderno edificio de departamentos del barrio porteño de Belgrano se adivina el rechinar de unos mocasines que se acercan a la puerta. No habrá beso porque apenas abre, el hombre extiende su mano derecha para dar la bienvenida a su casa. Atildado, de campera de gamuza marrón, camisa a cuadros y pantalón de vestir, suelta el halcón de su garganta: Silvio Soldán le dice al equipo de Infobae que pase, que bienvenidos. Pero la bienvenida durará poco.
—¿Me habías dicho video? –dice clavando la mirada con recelo en el tamaño del bolso que guarda una cámara.
Después de un refunfuño amable, señala el living para que comiencen los preparativos y los mocasines se pierden por el pasillo hacia una de las habitaciones. Al cabo de unos minutos, Soldán regresa:
—Ahora sí; me puse un poco de color –dice y se golpea suavemente los pómulos-, soy muy blanco.
William Silvio Soldán nació hace 84 años en Colonia Belgrano, un pueblo de 1300 habitantes a mitad de camino entre las ciudades de Santa Fe y Rosario. Es hijo único de un peón, albañil, "lo que sea porque no tenía estudios pero sí voluntad para trabajar" y un ama de casa, mucama y operaria de una fábrica de medias. Pero nada de eso le importa al cerebro colectivo argentino porque Genoveva Adelina Teruggi es Tita. Tita Soldán es la parte necesaria del complejo de Edipo preferido argentino. La construcción es obra de Silvia Süller, ex pareja de Silvio, que los fustigó entre risas y almohadones de livings de mentira de todo set televisivo por el que pasó.
—Estuviste en pareja con Silvia Süller, con Giselle Rímolo. No te casaste con ninguna de las dos, pero…
—(Interrumpe) No me casé nunca. Estuve en pareja con varias mujeres pero soy soltero.
—Pero antes de Silvia y de Giselle te casaste en Uruguay.
—Ah, sí: tengo un casamiento por Uruguay que no fue válido acá.
—O sea que en Uruguay seguís casado.
—No, no. Nunca pregunté. No sé. Ella, Marta Moreno (madre de su primer hijo, Silvio), la mejor locutora nacional, estaba casada y no había divorcio en Argentina. Por eso fuimos a Uruguay.
—¿En la época que hacías Grandes valores del tango una novia te quiso matar con un arma?
—Sí. Vivíamos juntos. Apareció con una pistola (ríe). Un revolver, un 22 corto, no sé cómo se llama. Yo no sé nada de armas. Me quería matar a mí y después se quería matar ella. Fue un día miércoles. El programa empezaba 20.30. Yo siempre llegaba dos horas antes; ese día llegué sobre la hora. Me cambié, pum, salí al aire. Nadie se dio cuenta absolutamente de nada.
—¿Por qué te quiso matar?
—Porque yo quería que terminara la relación. Una chica macanuda, la recuerdo muy bien, al margen de la pistola. Fue un arrebato, qué sé yo.
En esta casa no hay paredes sin cuadros. En una hay doble hilera, el espacio entre uno y otro no supera los 30 centímetros y todos tienen marco dorado. Hay paisajes, gallos en pelea, fotos de Silvio joven. Los premios tienen la misma disposición: en un aparador se alistan, también dorados, varios Martín Fierro y unos cuantos 9 de Oro, el galardón que entregaba Alejandro Romay en una suerte de cena de fin de año televisada que organizaba en su canal. Hacia fines de los 80 y comienzos de los 90, el patrón que premiaba a sus empleados batía récords de audiencia.
El locutor recita "Te prometo", su poema más célebre
Aunque nunca fue lo que quiso ser, Soldán se convirtió en una de las grandes figuras de Canal 9. Quiso ser abogado, pero no tenía dinero ni para los apuntes. Fue vendedor de matafuegos –aunque no vendió ni uno- y también de camisas. "Le vendí una al almacenero de enfrente de mi casa, en Muñiz. Eran manga larga pero de muy mala calidad. Estuve como dos años sin ir al almacén", apunta. Por la misma época, presentaba orquestas. La más reconocida se llamaba Cotton Pickers, "los recolectores de algodón, eran muy buenos". La que presentaba Silvio era los "Tabac Pickers, los recolectores de tabaco, le pusieron así por eso". Con ellos salía de gira por San Miguel, Tortuguitas, Don Torcuato. Para viajar habían alquilado una camioneta que durante la semana hacía reparto de quesos.
"Llegábamos a los bailes con un olor a queso espantoso. Las calles eran de tierra. Cuando llovía había que bajarse a empujar. Además de olor a queso, llegábamos embarrados", señala.
Lo que Soldán quería era ser actor. Alcanzó a armar un dúo cómico con Dino Ramos que llegaron a probar. Pero los productores de teatro les dijeron que eran "horrendos". "Y éramos malos de verdad. Preparamos un sketch de 25 minutos cuando todos duraban tres", recuerda y ríe.
—En épocas de dictadura, ¿los militares mandaban cantantes a los programas que conducías?
—Sí, a Sábados continuados, Grandes valores, Feliz domingo.
—¿Llegaban cantantes que no eran buenos?
—Algunos eran muy malos (ríe). Llegaban por recomendación, "el coronel tal lo recomienda" y tenías que ponerlo, no quedaba más remedio. En la época de los militares funcionaba así la cosa. A mí nunca me jorobaron, me dejaron trabajar siempre sin ningún tipo de problema. Sí tuvimos un problema una vez en Feliz domingo. Estaba actuando un cómico santiagueño, muy gracioso, el Chango Acosta Villafañe. Era plena guerra de Malvinas. Se mandó un chiste que los militares no interpretaron como chiste. Hacía como que hablaba en inglés, sanata, ¿viste? "Atencioun chicous, vayan aprendiendou este idioma que es el que vamos a hablar todos dentro de poco tiempou". ¡Se armó un bolonqui! Llamaban los generales, los almirantes, los brigadieres. Tan es así que nos levantaron el programa, poco tiempo, pero nos castigaron: en vez de las ocho horas en vivo hacíamos tres horas por semana y grabadas para que ellos pudieran ver lo que salía al aire.
En abril de 2004 la Plaza de los Dos Congresos reventaba de gente que pedía más seguridad. Cerca de 150 mil personas marcharon convocadas por el padre de Axel Blumberg, secuestrado y asesinado 10 días antes. En la tele, la convocatoria compartía espacio con otro tema: Giselle Rímolo era cadena nacional. La pareja de Soldán enfrentaba cargos por estafa, asociación ilícita y ejercicio ilegal de la medicina. En su centro de estética recetaba, según decía, productos naturales para adelgazar. Pero la autopsia de la mujer que atendió y murió en 2001 reveló que los preparados tenían fenilpropanolamina, cafeína, fenolftaleína y diazepam.
Silvio, al teléfono de su casa, le daba una entrevista al periodista Mauro Viale que tenía su programa en las tardes de América. Mientras explicaba que desconocía lo que Giselle hacía y que no sabía que no era médica, el diálogo se interrumpió de golpe.
"Mauro, te tengo que dejar. Timbre. Creo que está llegando la Policía", dijo Soldán y cortó la comunicación.
—Todo fue al aire, Viale estaba en vivo.
— Al aire.
—¿Fingiste tener convulsiones en la comisaría 33°?
—Un juez amigo me dijo: "Hacete el descompuesto". Pregunté cómo, me dijo: "No sé, hacé que estás descompuesto y zafás de ir a Devoto". Pero a los aparatos médicos no los podés engañar (ríe). Yo hacía cualquier cosa, como que temblaba, así (agita los brazos). Me llevaron a un hospital y ahí me dijeron: "Usted no tiene nada. Acá no lo podemos dejar". Entonces mi abogado, Miguel Ángel Pierri, consiguió una clínica privada. Fui y lo mismo: "Usted no tiene nada". Y así entré.
—A Devoto. ¿Compartiste celda?
—No, no había celda. Era un salón muy grande, con catorce, quince camas de cada lado.
—¿Es verdad que te prestaron un short?
—Sí, me prestaron un short. Hasta las sábanas de la cama me prestaron. Y la cama.
—¿No tenías cama?
—Ahí nadie tiene nada. Cada uno tiene lo que puede.
—¿Quién te dio la cama?
—No lo puedo nombrar porque me pidió que nunca lo nombre, pero sí te puedo decir lo que era: bisnieto de uno de los más grandes compositores del tango de todos los tiempos. Me dijo: "No quiero quemar el apellido de mi abuelo". Ojo, el tipo era rápido. Tenía una pequeña joyería pero metía la mano, viste.
—¿Por qué te tuvieron que prestar un short?
—Porque no tenía nada. Llegué con una camisa, un pantalón y una campera de jean. Y hacía mucho calor. Calor como nunca para esa fecha. Cuando entro me preguntan: "¿Tenés ropa?". "No, no tengo nada". Me dio un short, una remerita y unas ojotas.
"El cofre de la felicidad", uno de los clásicos segmentos de "Feliz domingo"
—¿Te pidieron hacer Feliz Domingo ahí adentro?
—No. Pero hubiese sido divertido (ríe).
—Las sábanas, ¿eran de Boca?
—Sí, me las dio este muchacho. Estaban todos sentados en un patio, arriba de troncos, en short y sin remera, al aire libre el torso. ¡Unos físicos! Yo pensaba: "¿Qué estoy haciendo acá? Esta noche soy boleta" (ríe). El muchacho se levantó y me dijo: "Bienvenido, Silvio, si es que se puede decir bienvenido a un lugar como este". Y ahí otros se levantaron, vinieron a saludarme, todo bien, sin ningún problema. Me preguntó si era hincha de Boca, le dije que sí. "Te voy a dar mi cama y sábanas de Boca" y él se armó una cama al fondo. Macanudo el pibe.
—¿Mirabas tele en la cárcel?
—Todo el día. Ahí se hace nada. Pero era terrible, lo mío era cadena nacional. Me gritaban: "Che, Soldán, poné América". Y ponía América. "Che Silvio, poné Canal 13", "Poné Crónica". En todos lados estaba. No se hablaba más que de mí en la televisión.
—¿Volviste a hablar con este chico?
—No. Todos me dijeron: "Vos no sos del palo. Cuando te vas de acá, olvidate". Buenos muchachos.
Sobre la mesa ratona del departamento en el que vive desde hace nueve meses -vendió su casa de siempre y la contigua, la de Tita, hace un tiempo- está desparramado el diario Clarín. Todas las mañanas, Silvio lee el diario en pijama y bata, porque "el diario se lee en pijama". Bajo el vidrio de la mesa asoman algunas revistas y un diploma enmarcado: "Christian Silvio Soldán Süller, licenciado en Administración de Empresas". Lleva el logo de la Universidad Argentina de la Empresa (UADE).
Rara vez se acuesta antes de la 1 de la madrugada, no desayuna, el almuerzo es algo eventual, pero sí cena. Afuera, en restaurantes y acompañado: "Solo ni loco. Me da vergüenza sentarme solo a comer. La gente me conoce. Doy lástima, ¿o no?".
—¿Estás en pareja?
— Estoy muy bien. Sí, sí, sí. Pero ella en su casa, yo en la mía. Conviví cuarenta veces. Me fue siempre mal.
—¿Es rubia?
—Si no lo es, se parece mucho. La mayoría de las rubias de nuestro país son morochas arrepentidas (ríe).
Suena el teléfono de línea. Silvio se acerca a mirar el número en el visor.
—¿Querés atender?
—No, va a sonar una vez más y va a cortar. Ya sé quién es (ríe).
—¿Es ella?
—No, no. Sigamos, ¿qué más me querés preguntar?
—¿Hacés gimnasia?
—No. La única gimnasia que hago es con la petisa.
—¿La petisa?
—La petisa es mi novia.
—¿Cuánto hace que estás con la petisa?
—Si te digo los años vas a empezar a hacer cálculos y no tengo ganas (ríe).
—¿No fuiste muy prolijo, Silvio?
—Soy prolijo con la ropa.
El teléfono vuelve a sonar. Esta vez es su representante, llama para decirle que hay un evento en Comodoro Rivadavia. Soldán hace un show de una hora en cumpleaños, casamientos y fiestas empresariales. "Es un Feliz domingo chiquitito", explica. Hay ping-pong de preguntas y respuestas, Múltiplos, Yo sé. Hay grito de "los dos a la final", "un programa hecho con… ¡amor!". Hay cofre, llaves y, por supuesto, salto: "Lo sigo haciendo todavía. La gente me pregunta: '¿va a saltar?'. Les respondo que estoy un poco oxidado pero lo voy a intentar. Parecía que saltaba un montón, pero esa era la viveza del director, que lo pasaba en cámara lenta. Así parecía que saltaba un metro pero saltaba, no sé, veinte o treinta centímetros; lo que puede saltar cualquiera".
La charla continúa y en el repaso de íconos televisivos, aparece el nombre de Leonardo Simons, que se suicidó el 15 de octubre de 1996 arrojándose de la ventana de su oficina de un piso 13 sobre la avenida Córdoba, en Tribunales. Ta te show era el programa que conducía y fue Soldán quien lo reemplazó cuatro días después de su muerte. "Nadie se dio cuenta. Después de que pasó, sí: el último programa él se despidió de todos. Iba uno por uno y decía cosas como "Qué suerte haber trabajado con vos tanto tiempo". Lo fue a ver a Gustavo Yankelevich, que en ese momento era el capo del canal. "Te agradezco tanto", le dijo. Nadie entendía nada. Se había despedido. Él no mostraba el drama que tenía encima. Nosotros íbamos a comer todas las semanas y de repente no quiso ir más. Yo le preguntaba a la mujer, porque él no te contestaba. Ella me contaba que le daba vergüenza, decía que la gente lo señalaba por lo del hermano (NdelaR: el juez Carlos Wowe, que fue condenado por pedir coimas).
—Había un mito sobre tu casa y la de tu mamá: que había una puerta que las comunicaba.
—Pero no, lo que pasa es que eran dos terrenos juntos. Entonces la parte de atrás estaba abierta. Pero no una puerta que comunicaba. Eso lo decían para desacreditarme dos personas "queridas mías" (lo dice en referencia a los hermanos Silvia y Guido Süller). Hablan tan bien de mí siempre…
—¿Lloraste alguna vez por eso?
—No.
—¿Nunca llorás?
—Viste qué pinta tenía mi viejo, che. Mi vieja era petisa, como mi novia ahora. Todas las chicas que tuve yo eran altas, grandotas. Esta es petisita.
—¿Jamás lloraste?
—No. Estando en cana tampoco. Algún moco habré hecho en algún momento, pero llorar no.
En el año 2000 Soldán publicó el libro Del amor y el desamor, poemas apasionados. El prólogo es de Alberto Migré y acompaña un CD. Cuando está listo para recitar el poema Te prometo, el teléfono vuelve a sonar dos veces. Se corta. Y entonces sí:
—Te prometo: Te prometo recorrer tu geografía y sentirte sólo mía. Te prometo ser el custodio amoroso de tu cuerpo voluptuoso. Te prometo penetrar por mis sentidos en tus sitios más prohibidos, en los espacios más guardados donde nadie haya llegado. Te prometo ser quien beba de tu aljibe, quien te mime, quien te cuide. Te prometo que te haré sentir más plena que la misma luna llena. Te prometo invadirte la conciencia, regalarte mi experiencia y que sientas mi tibieza de los pies a la cabeza. Te prometo, y te digo con certeza, si no cumplo mi promesa de la mano del Eterno que me hunda en el infierno. Te prometo.
—¿Cumpliste?
—¿Estás loca vos? (ríe) Esas cosas no se pueden cumplir, m´hija.
—¿No?
—Es demasiado (risas), no me da el cuero para tanto.
— Aljibe, penetrar…
— Yo siempre escribo cosas fuertes. Son metáforas. No demasiado metáforas (ríe).
—¿Conocés a la filósofa Esther Díaz?
—No.
—Es una filósofa argentina. Tiene 79 años. En su libro cuenta que recién disfrutó del sexo a los 50 años, lo descubrió entonces, ya separada de su marido.
—El que no funcionaba era el marido. Te lo está diciendo ella.
—¿Cómo es el sexo a los 84 años?
—Maravilloso, maravilloso. Y jamás he probado Viagra.
—¿Aprendiste cosas nuevas el último tiempo?
—No sé si hay tantas cosas. Yo no he usado ningún tipo de artefacto, maquinita, nada, eh. Absolutamente nada.
—Pero si viene tu pareja…
—No. Ella y yo. Uno contra el otro.
Video y fotos: Lihue Althabe
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