La música sonaba de fondo todo el tiempo en el "Sheik", uno de los prostíbulos más conocidos de Ushuaia. En los ratos de descanso, también. El ruido constante dificultaba mucho poder distinguir entre horas y momentos. Ahí estaba Alika el 9 de octubre de 2012 cuando de pronto la música paró por completo. "Entraron a robar", fue lo primero que pensaron con su compañera Fanny. Pero después, por la ventana de la habitación, vieron las camionetas de Gendarmería que se amontonaban en la calle. "Vamos a ir todas presas", fue lo segundo que se les ocurrió.
Era un allanamiento. Para vaciar y clausurar el lugar y detener a quienes lo regenteaban, pero a ellas no les iban ni a robar ni las iban a detener; las iban a rescatar. El problema era que ellas no entendían de qué debían ser rescatadas, porque nunca las habían secuestrado, ignoraban en qué consistía puntualmente la explotación, porque vivían en una falsa libertad y ni siquiera sabían que tenían derecho a otra vida.
Alika Kinan empezó desde ese preciso momento un difícil proceso de revisión e introspección que la llevó a comprender con el tiempo que había sido una víctima de la trata de personas con fines de explotación sexual y que ahora era una sobreviviente. "Es el gran hito histórico en mi vida", dice ahora, con 43 años, en el estudio de Infobae. "Creo que no hay ningún momento tan importante como el rescate".
En 2016, en un fallo histórico, el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Tierra del Fuego -integrado por los jueces Ana María D'Alessio, Luis Alberto Giménez y Enrique Jorge Guanziroli- condenó a su captor a siete años de prisión por el delito de trata agravado por la pluralidad de víctimas y reconoció la responsabilidad civil de la Municipalidad de Ushuaia, que debió indemnizarla con 780 mil pesos por ser "partícipe necesario" en la existencia de la red. Ambas condenas fueron confirmadas por la Sala II de la Cámara Federal de Casación Penal a principios del año pasado.
Fue la primera vez que se reconoció en la Justicia la connivencia estatal con la prostitución y se trató del primer caso en que una víctima de trata se constituyó como querellante contra sus proxenetas.
—¿Cómo fue que, sin haber sido secuestrada, terminaste dentro de una red de trata?
—Dentro del imaginario social tenemos instalado que si no sos secuestrada no podés llegar a ser víctima de trata. En el año 1995 a mí me captaron en una situación de extrema vulnerabilidad, de mucha pobreza. Mi madre se había separado de su marido, nos fuimos a la casa de mi abuela en Cruz del Eje y ella se fue a Buenos Aires a buscar trabajo. Nosotras, con mi hermana seis años menor, mientras tanto, no teníamos qué comer. Entonces dejé el último año de secundaria y me fui a Córdoba capital a buscar trabajo. Dándose cuenta de la situación que yo estaba viviendo me captaron ahí mismo. Una piba, Claudia, vino y me ofreció ir a la inauguración de un bar en Tierra del Fuego: "¿Por qué no te venís al Sur que van a inaugurar un boliche nuevo y vas a ganar un montón de plata?". Y yo tenía que comer e irme de esa casa donde no había ni siquiera agua corriente. No lo pensé mucho y no hice muchas preguntas. Me habían mandado un pasaje de avión y estaba viajando a un lugar que resultó ser Ushuaia, el fin del mundo.
—¿Qué pasó cuando llegaste a Tierra del Fuego?
—Me reduje literalmente a lo que ellos necesitaban que fuera y me convertí en una cosa, un producto. Entrábamos a las 11 y media de la noche y no se sabía hasta qué hora, porque ellos decían que se cerraba a las 5 o 6 de la mañana, pero si había tipos todavía, cerraban las puertas del boliche y adentro seguía. He llegado a salir a las dos de la tarde. Me convertí en una máquina de hacer plata para ellos, porque no era para uso propio. Claudia te llevaba a pasear por el casino y te marcaba a los que estaban ganando para que fueras a acercárteles, a mostrarte. En el prostíbulo te tenías que sentar siempre recta, con las piernas cruzadas, no podías estar cómoda. Tenías que estar bien vestida, con zapatos de taco alto, bien maquillada, bien perfumada, ellos te exigían que olieras bien. Eras un producto para ser presentado y para el consumo de otro. A su vez, tenías que tener libreta sanitaria, no tener antecedentes penales, tener buena conducta dentro del prostíbulo y frente a los policías y que no te estuviera buscando nadie.
Dentro del imaginario social tenemos instalado que si no sos secuestrada no podés llegar a ser víctima de trata. En el año 1995 a mí me captaron en una situación de extrema vulnerabilidad, de mucha pobreza
—¿Cómo fue ese mecanismo? ¿Qué rol cumplieron tus captores en ese proceso?
—Yo venía de muchas ausencias familiares y afectivas y con un amor propio bastante destrozado, entonces ellos entraron en mi vida cubriendo esas ausencias y ocupando lugares muy importantes en mi adolescencia. Yo confiaba mucho en ambos, en Pedro y Claudia, los veía como mi padre y mi madre. Vinieron a ocupar figuras de cuidado y protección sin que yo pudiera hacer foco sobre todos los abusos de poder que ellos estaban ejecutando sobre mí. Las mujeres que llegan a las redes de trata son mujeres hambreadas, jovencitas que vienen de pasar violencias o violaciones intrafamiliares y ellos se aprovechan. Es muy complejo deshacerse de eso y ver como un explotador a quien te saca de eso que vos estás viviendo. Crees que mejora tu situación haber llegado con ellos y en realidad sos utilizada de las peores maneras en que puede ser utilizada una mujer, un ser humano, que es la esclavitud.
—¿Después del rescate seguías sintiendo esa deuda con tus explotadores?
—Yo los quería. Estaba en el juicio y sentía una gran culpa por estar declarando en contra de ellos. De hecho, hace poco una compañera, que habían captado creo cuando era menor de edad, me escribió y me dijo: "¿Cómo pudiste ser tan desagradecida y haberles pagado con lo que les hiciste?". Cuesta mucho alejarse emocionalmente de estas personas que creíste que eran tu familia. A Pedro los domingos le gustaba que comiéramos todas juntas, imaginate la perversión de ese delincuente. Hacía el asado como si fuera una figura paterna e invitaba clientes, amigos de la casa. Hay que ser realmente muy perverso para mezclar todo eso. Te destruye el autoestima porque la propia persona que dice ser quien te cuida, te explota. Las maneras que tienen las redes de trata son perversas porque hoy no hace falta secuestrar. No estamos en Bosnia o en Ucrania, que las tenés que secuestrar y drogar durante dos meses en una casa en un descampado. No, hay sutilezas mucho más complejas y métodos psicológicos para poder llegar a al víctima y que tenga cierto agradecimiento hacia la red de trata y hacia el proxeneta.
Alika fue explotada en la Patagonia por casi una década. Luego, creyendo que dejaba atrás la prostitución, viajó a España engañada por su ex marido, que parecía ser el príncipe que la sacaba del infierno y resultó ser el proxeneta que la metió en un prostíbulo de Barcelona y que la violentó a ella y a las tres hijas que tuvieron. La tenía cerca como su esclava personal.
Aplastada por los abusos y las violencias, Alika se convenció de que, para proteger a sus hijas y subsistir, debía volver al Sur argentino, donde estaba la única opción de vida que le parecía posible. Dejó a sus hijas con su familia en Córdoba y volvió a atender a más de 30 hombres por noche, a perder más de lo mitad de lo recaudado, a sufrir constantes descuentos, a vivir prácticamente cautiva, al consumo de drogas y a exponerse a las peores violencias. Volvió a vivir con la música de fondo hasta octubre de 2012, cuando la clausura del "Sheik" le abrió la puerta hacia la verdad y le permitió rearmar su vida. Un año después, en 2013, Alika volvió al Sur para buscar justicia.
—¿Qué recordás del día del rescate?
—Estábamos en la habitación, se cortó la música y creímos que estaban robando. Llamábamos y no nos podíamos comunicar con nuestras compañeras, nadie respondía los teléfonos. Hay dos maneras de decir lo que pensamos en ese momento: "Se están llevando la plata y nos van a coger sin pagar" o "Nos están robando y nos van a violar". Son dos ópticas distintas de ver el mismo delito ahora. Cuando golpean la puerta y nos dicen que estaban haciendo un allanamiento yo les dije: "Esto es una casa de familia". Les debe haber dado un ataque de risa porque yo estaba adentro de un prostíbulo atrás de una puerta prácticamente invisible. Era muy poco creíble pero fue lo primero que me surgió como para defenderme y que no me saquen del lugar donde vivía. A nosotras nos descontaban dinero de lo que generábamos en concepto de alquiler y estábamos absolutamente convencidas de que estábamos pagando un alquiler. Y no, no era así.
Entrábamos a las 11 y media de la noche y no se sabía hasta qué hora, porque ellos decían que se cerraba a las 5 o 6 de la mañana, pero si había tipos todavía, cerraban las puertas del boliche y adentro seguía. He llegado a salir a las dos de la tarde. Me convertí en una máquina de hacer plata para ellos, porque no era para uso propio
—¿Qué pasó el día después?
—Yo tenía que hacer en ese momento una revisión sobre todo mi ser y mi historia y todo lo que había pasado para poder comprender por qué era una víctima. Necesitaba entender y el primer paso fue ir a declarar. Cuando llegué a la Fiscalía dije: "No tengo nada que decir, yo no soy víctima de ningún delito. A Pedro lo quiero mucho, siempre me cuidó". Estaba la gente del programa de rescate de víctimas de trata, un abogado y una psicóloga que se me puso al lado y querían que me sentara y me tomé un té. Estaba la fiscal María Hermida, que me tomó declaración de una manera brillante porque sin la ayuda de ella, sin su profundidad y empatía yo no hubiese declarado por casi cinco horas. Me hizo preguntas sobre mi pasado, mi familia, sobre la pobreza, las violaciones que sufrí de chica, sobre cómo estaba conformada mi familia. Venía de una ruptura terrible, de golpizas, de violencia de género y tenía cuatro criaturas. Era muy compleja mi situación, como la de todas, pero ella me hizo llegar a mi pasado y yo conseguí contar todo. Terminé llorando porque no podía creer ese repaso que nunca había hecho sobre mi propia vida. En el momento del cierre me dijo: "Si tu madre, tus tías y tu abuela fueron prostitutas y vos sos prostituta, ¿tus hijas qué van a hacer?". Yo tenía cuatro hijas mujeres y la lógica era que ellas pasaran también por lo mismo. Ahí me levanté y le dije: "De ninguna manera. Mis hijas van a ser universitarias", que era todo lo que yo había querido ser. Entonces me dice: "Bueno, la única que tiene el poder de romper con todo esto sos vos. Si querés que tus hijas sean universitarias, pueden serlo". En ese momento pensé: "Algo tengo que hacer para cambiar ese destino".
—¿Y cómo lo hiciste?
—Salí de declarar destruida, rota. Caminé dos cuadras con el abogado, que me dio un papelito con números donde podía llamar, y no había más nada. Después de cinco horas de declaración donde me había abierto de lado a lado me volvía sola a ningún lugar. Me fui pensando qué era lo que tenía que hacer o cómo lo podía hacer. Lo único que quería era volver a mi casa y ver a mis nenas. No podía creer todo lo que me estaba pasando, lo sola que estaba, lo vulnerable que me sentía. Mes tras mes fui resolviendo cuestiones más inmediatas y familiares y pude acceder a algo de información respecto de la trata, porque yo no sabía qué era, no sabía ni cuáles eran mis derechos como ciudadana. Entonces me iba a un cyber. Ahí es donde aparece mi compañero y también fue difícil para él entender qué es lo que me había sucedido. Nadie se tomó el tiempo para conversar, no había un apoyo, no había una escucha. Es algo que hice sola con mi familia. Mi compañero fue, compró una computadora y me dijo: "Leé. Yo no lo entiendo, no sé lo que es la trata y no te lo puedo explicar. Pero buscalo vos". Ahí empecé a leer la Ley de trata de 2008, la modificación de 2012, la convención de Palermo, la convención de Belém do Pará. Era todo maravilloso. Yo me identificaba en cada una de esas leyes, era Disney para mi, era la heroína de todo eso. Me sentía muy identificada en esas violencias, en esos recorridos, en esa búsqueda de derechos.
Veinticinco años después de haber sido captada, siete después del rescate y a tres del fin del juicio, Alika Kinan se reconoce sobreviviente y feminista pero, además, abolicionista, es decir, una ferviente militante de que el trabajo sexual no es un trabajo.
"En la prostitución no hay derechos. Son violaciones y un pago. Punto. Aunque creas que estás al mando nunca lo estás", explica. "En una habitación de 2×2 encerrada con un hombre ninguna mujer hace lo que quiere. Se sacan los preservativos, te violan, te hacen lo que quieren por donde quieren y cuanto quieren. Eso es la prostitución y existe el derecho a que no nos pase como destino por el hecho de haber nacido mujeres pobres", agrega. "Para mí fue difícil comprenderlo y sé que muchas están enojadas conmigo por hacerles revisar sus historias".
Pero Alika es consciente de que sanar lleva tiempo y que en soledad no es sencillo. "Cuando el Estado le dice a las mujeres 'Bueno. son 6 meses de asistencia y después ya tienen que estar trabajando' yo pienso que esa gente tiene cero empatía. ¿Hay un tiempo para sanar con amor? ¿Vos le podés cuantificar el dolor a alguien y decirle cuánto amor y durante cuánto tiempo va a hacer su proceso de sanación?", dice con lágrimas en los ojos. "Hay algunas que no sanan nunca, que son absolutamente irrecuperables. Que no van a poder rehacer su vida en función de una restitución de derechos. Por eso necesitamos un Estado presente".
En el prostíbulo te tenías que sentar siempre recta, con las piernas cruzadas, no podías estar cómoda. Tenías que estar bien vestida, con zapatos de taco alto, bien maquillada, bien perfumada, ellos te exigían que olieras bien. Eras un producto para ser presentado y para el consumo de otro. A su vez, tenías que tener libreta sanitaria, no tener antecedentes penales, tener buena conducta dentro del prostíbulo y frente a los policías y que no te estuviera buscando nadie
Alika, que al principio de su recuperación no soportaba las caricias de sus hijos o su pareja por el rechazo que la prostitución le había dejado del contacto físico, sabe que su caso es especial y que, a pesar de que se sintió poco acompañada después de su rescate por el Estado, sus seis hijos y Alfredo, su "compañero de vida", fueron su principal sostén.
En la vida pública, Alika dedica su vida al activismo y trabaja en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) como directora del "Programa de estudio, formación e investigación sobre Trata de Personas". En su mundo privado, su hija mayor está comenzando la carrera de Derecho y le está dando el gusto a su madre de ver con sus ojos que ese destino que parecía forjado se torció a su favor.
"Estoy en un proceso hermoso de amar. Tengo mucho amor por mi trabajo pero sobre todo por estos vínculos tan saludables que son mi familia", dice. "Cuando me pasa a buscar mi compañero con la perra y sé que me esperan mis hijos en mi casa…", empieza la frase y piensa el remate que resuma más precisamente lo que quiere decir: "Es poder pensar en un día después".
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