En 1954, los Doss asistieron a una emisión del programa de preguntas y respuestas You bet your life que dirigía Groucho Marx ni más ni menos (ver el video subtitulado al pie de esta nota). Antes de jugar, los Doss le hicieron al comediante una revelación que lo dejó boquiabierto y lo llevó a felicitarlos. "Algún día -les dijo- en el lejano, lejano futuro, ustedes dos, cuando estén cara a cara con San Pedro, pueden decirle que los envió Groucho…", arrancando risas y aplausos de la audiencia.
Pero empecemos por el principio de esta historia que fue relatada por la propia Helen Doss en 1954, en un libro que habla de la familia que formó junto a Carl, pero cuyo verdadero tema es la intolerancia racial.
"No ansiaba tener carrera, ni doncellas de servicio, ni tapado de piel -escribe Helen en el comienzo del libro-. Lo único que ambicionaba poseer en este mundo era una pequeña familia, feliz y normal. (…) Dios no lo quiso. La verdad era, lamentó informarnos nuestro médico, que Carl y yo no podríamos tener nunca un hijo de nuestra sangre".
Esta dura noticia no desalentó a la pareja. "¿Acaso no se compone la maternidad más de amor que de biología?", se preguntaron y decidieron emprender el camino de la adopción.
"Creí que iba a ser fácil", escribe ella. Las primeras dificultades fueron materiales. Cuando Carl liquidó la empresa de pintura que tenía para seguir su vocación pastoral y entrar a la facultad de teología -ambos pertenecían a la iglesia evangélica metodista-, la pareja tuvo que subsistir por varios años con lo justo. Las asistentes sociales que los visitaban no los consideraban económicamente aptos para cuidar de un hijo.
El primer niño lo pudieron adoptar recién a los seis años de casados. Era un bebé rubio y de ojos celestes, al que llamaron Donald. Pero cuando quisieron adoptar un segundo niño o niña para que Donny no se criara como hijo único, aparecieron otras dificultades. Ya tenían uno, por lo que no eran prioritarios en las listas de espera. Además, las asistentes sociales tenían la idea, la norma incluso, de que el niño debía encajar estéticamente en la familia. "Tenemos otros pero ustedes no los van a querer. No los quiere nadie", eran las respuestas de las agencias de adopción.
"Lástima que ustedes no sean turcos o portugueses", les dijeron en una agencia donde tenían un niño de esa ascendencia para el que no encontraban hogar. "Es lo que pasa con los niños de sangre mezclada. Nadie los quiere. (…) Están clasificados como inadoptables, como los defectuosos".
"La idea me chocó -escribió Helen-. Los niños no eran como naranjas que se clasifican para envasarlas descartando las que tienen fallas. Los niños son individuos, y Dios ama a todos por igual".
Aunque ellos no tuvieran reparos en adoptar un niño mestizo, con frecuencia eran los mismos funcionarios los que los tenían: "Yo ni siquiera entraría a considerar la posibilidad de semejante adopción -les dijo una asistente social-. La criatura de la que hablamos es de tez muy oscura y ustedes dos son rubios. Prefiero que una criatura se críe en un orfanato a que la críen padres tan diferentes. Cruzar diferentes razas va contra todos los principios de la asistencia social".
A partir de ese momento, Helen y Carl Doss decidieron que recibirían en su hogar a alguno de esos niños a los que nadie quería. "¿Por qué quieren ustedes adoptar un niño de otra raza?", era la pregunta recurrente que debían contestar. Y no era sencillo contentar a sus interlocutores. No querían que Donny se criara como hijo único y sabían que para los niños blancos y rubios sobraban hogares, respondían.
"¿No les costará demasiado no sentir prejuicios hacia una criatura de piel oscura?", era la siguiente pregunta.
"¿Cómo exteriorizar algo que no sentíamos? -reflexionaba Helen- Para nosotros, todas las razas son iguales, tanto en cuanto a su capacidad intelectual como en lo moral y lo espiritual".
Otra réplica de una agencia fue: "¿Cree usted que podrá elevar a una criatura de tez oscura a su propia posición social? ¿No le parece que es más posible que esa criatura arrastre a sus padres adoptivos a su nivel de raza minoritaria?"
Otra: "¿Qué será de Donny? ¿No se sentirá avergonzado de tener un hermano o una hermana de ascendencia mixta?"
Comentarios y preguntas que revelaban que lo que hoy calificamos como prejuicios eran entonces creencias sociales que, a juzgar por el desenfado con que se las enunciaba, no avergonzaban a la mayoría de los que las compartían. Otros, algo más conscientes, buscaban el modo de disfrazar esos sentimientos bajo el manto de la compasión o del supuesto interés del futuro niño adoptado: "¿Qué será de la criatura de tez oscura criada en su familia? ¿No se sentirá infeliz e inferior creciendo entre gente de raza blanca?"
Una agencia les confesó que a algunos "inadoptables" los rechazaban directamente y les negaban "toda ayuda por parte de la agencia, dado que es tan difícil ubicarlos".
El estallido de la Segunda Guerra le hizo pensar a Helen Doss que la decepción y el descorazonamiento que sentía al no poder agrandar su familia eran una nada en comparación con la tragedia que se cernía sobre toda la humanidad.
Pero no cejó en sus intentos y, finalmente, llegó el segundo niño, en realidad dos: dos niñas "inadoptables". Una, Laura, había nacido con la cruz de ser "euroasiática": hija de una madre filipino china y de un padre anglo francés. La otra, Susan, era blanca y rubia pero una mancha de nacimiento en el rostro le había deparado rechazo y abandono. Los Doss se conmovieron y no pudieron tolerar la idea de dejarla en el hospital. Era una niña pálida y enfermiza. Pero el afecto familiar que recibió la sacó adelante y en pocos meses estaba transformada. Un tratamiento de rayos resolvió el tema de su mancha.
La familia se había agrandado y sin embargo el problema no estaba resuelto. Donny ya tenía 4 años y no quería más bebés sino alguien de su edad con quien poder jugar. En la búsqueda del hermano ideal, aparecieron otros dos "casos": Rita, una beba de ascendencia indio-mexicana, y Teddy, un chico filipino-malayo-español.
Nadie los quería porque eran de tez y cabellos oscuros.
El matrimonio Doss vivió casi siempre con lo justo. En ese momento, Carl se resiste un poco a seguir agrandando la familia. Helen lo convence primero de adoptar a Teddy -"eso nos dará dos varones y dos niñas; una familia hermosa y equilibrada"-. "No quiero ser equilibrado -replicó el marido- Más bien quisiera estar estabilizado, financieramente estabilizado".
Teddy fue el primer niño traumatizado por experiencias anteriores que llegó al hogar de los Doss. Durante semanas lloró desconsoladamente, tirándose al piso y golpeándose la cabeza contra el suelo, hasta que el cariño de sus padres adoptivos le devolvió la seguridad en sí mismo. Por un tiempo siguió teniendo pesadillas nocturnas, hasta que éstas fueron sustituidas por sueños…
El libro de Helen Doss está lleno de estos conmovedores recuerdos de la llegada de cada uno de sus hijos al hogar, su adaptación, su personalidad, sus travesuras. Y los detalles organizativos para llevar adelante una familia cada vez más numerosa y diversa.
Pero Teddy tampoco era el hermano que Donny estaba esperando, entonces Helen empieza a escribir de nuevo a las agencias sólo para enterarse de que la pequeña Rita, ahora con un año y medio, sigue sin encontrar una familia que la quiera. En la agencia incluso la consideraban retardada.
Pero unos meses de vida en el seno de la familia Doss bastaron para demostrar que no lo era en absoluto. Sólo necesitaba estímulo afectivo.
La visitadora social del Estado que viene a verlos les dice: "¿Cómo se sentirá la pobre y pequeña Rita cuando las niñas de la vecindad inviten a Susie a sus cumpleaños, bailes y fiestas sin invitarla a ella? Y después, ¿cuando Susie tenga citas y Rita no las tenga?" Hasta que vio a Rita bajar las escaleras cantando y bailando, con toda desenvoltura.
Poco tiempo después, en parte por presión de Donny y en parte por deseo de Helen, madre e hijo retoman la búsqueda del hermanito ideal.
Y, una vez más, la búsqueda trajo otro niño pero que no era de la estatura del mayor. Timmy, madre mexicana y padre japonés, necesitaba un hogar y, aunque era un bebé despierto y encantador, nadie lo quería.
Ya eran seis, sin embargo la familia se siguió ampliando, aunque la siguiente incorporación no vino por iniciativa de Helen sino de Carl. Había conocido el caso de otro recién nacido al que nadie quería porque era de ascendencia japonesa, birmana y coreana. Helen estaba cansada de criar bebés, pero Carl, que ahora tenía más tiempo para estar en casa, sentía entusiasmo por ver crecer a uno. Alexander Paul será el nombre del séptimo niño recibido en el hogar de los Doss.
Poco tiempo después, Donny volvió a la carga con su eterno reclamo: "Un chico de mi estatura".
Una mudanza será providencial, ya que la nueva casa parroquial, en Forestville, cerca de San Francisco, es lo suficientemente amplia como para albergar más niños. Pero no aparecerá el buscado sino dos pequeñas medio-hermanas de madre franco-irlandesa, una de padre japonés y la otra de padre chino-malayo-balinés.
"Aunque son dos criaturas adorables, nadie ha querido adoptarlas hasta ahora", decía la carta de la agencia. "No sé dónde vamos a dormir con nueve chicos en la casa", protestó un Carl en el fondo resignado.
Poco después Diane y Elaine son depositadas en brazos de los Doss por la azafata que las acompañó en el vuelo desde Hawai. "¡Ahora tenemos una mamita y un papaíto!", les gritaban las niñas a los demás pasajeros del vuelo, que bajaban con las habituales guirnaldas colgando del cuello. "¡Y muchas hermanas, también! ¡Y muchos hermanos!" Claro que, a la noche, las dos lloraron llamando a su "otra mamita", la señora que las había cuidado durante su orfandad. Huelga decir que pronto se adaptaron al nuevo hogar.
"Nuestros hijos nunca se consideraron diferentes los unos de los otros", escribe Helen. "Mamá -le dijo un día Donny-, si Alex tuviera siete años más y yo tuviera el pelo negro, todo el mundo diría que somos mellizos".
Pero con su familia plural, Helen descubre hasta qué punto mucha gente "da por sentado que el diferente color de la piel hace diferentes a las personas", aunque no admitan semejante pensamiento.
"Hasta algunos universitarios supuestamente cultos se permiten hacer chistes sobre este tema -anota ella-, chistes que serían sumamente graciosos si no pusieran en descubierto al chistoso o indirectamente a la sociedad en la que vive. Por lo demás, muchas personas bien educadas nos preguntan continuamente si nos resultó difícil enseñarles inglés a nuestros hijos y he perdido la cuenta de todos los que me han preguntado, cuando Alex era aún un bebé de mamadera, si era necesario alimentarlo con chop suey".
"A algunos escépticos les resulta difícil creer que las gentes de todas las razas nacen con los mismas cuerdas vocales, las mismas papilas en la lengua y el mismo tipo de aparato digestivo, capaz de asimilar una amplia variedad de comidas", escribe Helen en su libro. "No es la herencia sino el esquema cultural lo que hace que los ingleses amen sus reyes, los chinos reverencien a sus sabios y los esquimales se deleiten comiendo pescado helado y parcialmente descompuesto", agrega.
"Cuanto más tranquila y feliz sea su niñez, tanto más comprenderán y compadecerán a quienes los ofendan. Por sobre todas las cosas, trataremos de desarrollar en ellos su mejor defensa: el sentido del humor". Tal el propósito que se hace Helen y que pronto se verá obligada a aplicar.
Los Doss no son ingenuos, saben que sus hijos deberán un día enfrentar el mundo exterior, y que, en la sociedad de los años 50, no encontrarán la misma comprensión y el mismo desprejuicio que en su hogar.
Aún así, el primer incidente los sorprende porque habían pensado que el problema de los prejuicios no se manifestaría hasta la escuela secundaria. "La completa armonía que reinaba entre nuestros hijos nos había inducido a pensar que los apacibles días durarían más allá de lo previsible".
"Teddy fue la primera víctima de los prejuicios", cuenta Helen. En el patio de la escuela, un grupo de niñas le gritó: "¡Negrito, negrito!". La maestra tuvo que intervenir. Al volver a casa, Teddy se escondió para llorar y fueron sus hermanas las que informaron lo ocurrido. Cuando Helen lo encontró, llorando "de un modo que partía el corazón", le dijo: "No tiene nada de malo ser negro, y esas niñas son excepcionalmente maleducadas" Y, mostrándole un globo terráqueo, le explicó: "Lo que esa gente no sabe es que Dios hizo más gente de piel oscura que de piel blanca. Hizo filipinos como tú. Y negros. Y hawaianas como Diane, y orientales como el pequeño Alex".
Y le aconsejó que, si le volvían a poner un mote, lo adoptara él mismo y se riera.
A la novena adopción, le siguió un caso que representó un nuevo desafío y un revelador del arraigo de los prejuicios. En 1949, cuando tenía seis hijos, Helen había publicado un artículo en el Selecciones del Reader's Digest, titulado "Familia internacional". Una médica alemana que leyó la historia le escribió para pedirle que adoptara una huérfana de guerra con sangre negra. Era hija de una alemana, rubia y de ojos celestes, y de un soldado negro estadounidense. "Es una criatura hermosa -decía la carta- Aquí resulta tan extraña, que todo el mundo se da vuelta a mirarla, lo que no es en absoluto conveniente". Gretchen, de cuatro años, les pedía a las enfermeras del orfelinato: "Lávenme bien, para que me ponga blanca como ustedes".
Muchos de sus amigos y familiares, a medida que veían llegar a los diversos hijos de los Doss, les decían: "Pero ustedes no adoptarían un chico de sangre negra, no?" Era el límite de tolerancia. Y el límite había llegado y para los Doss no era tal.
También estaban "los liberales [N.de la R: progresistas] fanáticos", dice Helen, que veían a su familia "como un frío experimento social, una especie de laboratorio de relaciones raciales". Al revés que los otros, éstos les decían, "con aire acusador: 'Por lo que veo no han tomado ningún chico de sangre negra".
Cuando surgió el caso de Gretchen, una feligresa puso el grito en el cielo: "¿Una negra? El buen Dios los ha creado esclavos y en un nivel inferior al nuestro". Y la propia madre de Carl advirtió: "No la traigan de visita a mi casa. ¡Ningún negro me llamará Abuela!"
A la propia Helen, una de sus hermanas le escribió: "Trata de ir pensando en cómo le darás la noticia a mamá y papá".
Pero la adopción de Gretchen entró en un laberinto burocrático, posiblemente intencional, ya que no encajaba en los estándares de la "asistencia social" de la época. Entre tanto, apareció un matrimonio afroamericano que deseaba adoptar una niña, y los Doss les cedieron el sitio.
Poco después, la familia se convirtió en noticia cuando la revista Life, por ese entonces el principal semanario estadounidense -vendía más de 13 millones de ejemplares-, oyó hablar de ellos. Carl y Helen empezaron negándose rotundamente a ser objeto periodístico. Pero Dicky Pollard, redactor de la filial San Francisco de Life, supo ser persuasivo y apelar al centro de la motivación de los Doss: "Ustedes tienen fe en lo que están haciendo y yo también. Es necesario predicar la idea de la igualdad. Yo les ofrezco la oportunidad de que expongan a los millones de lectores de Life la filosofía que da fundamento a sus vidas".
También apeló al patriotismo: "La propaganda antinorteamericana en el extranjero hace hincapié en la intolerancia como vicio nacional. Si la gente que vive en otros países pudiera abrir un número de Life y enterarse de la existencia de esta familia formada por seres de diferentes razas, verían lo mejor que tenemos: la democracia en acción".
Los Doss conocieron un principio de popularidad que dio otro salto cuando, en 1951, fueron elegidos "Familia Cristiana del Año", por ser la que mejor representaba "el espíritu de la Navidad", en un evento que se transmitía a todo el país por la radio.
La distinción incluyó un camión repleto de regalos: desde juguetes para los niños hasta muebles para renovar toda la casa, pasando por electrodomésticos, vajilla nueva, hamacas y trapecios para el jardín, ropa, etcétera.
Con todo, la búsqueda de un hermano del tamaño y edad de Donny -9 años- no había concluido. Esta vez, él mismo escribió su carta. Brevemente y saltando los detalles, el resultado fueron 3 nuevas adopciones: otro bebé, Gregory, de siete meses, indio cheyenne-blackfoot, y por fin un varón y una niña de 9 años: Richard, mitad indio chippewa y canadiense y mitad indio Blackfoot y escocés americano por el otro, y Dorothy, de madre galesa y francesa y de padre posiblemente brasileño.
Este "cierre" vino acompañado de una mini crisis causada por varios factores: contagio de sarampión que convirtió la casa en un hospital, demasiadas visitas inoportunas de gente que había tomado el hogar de los Doss como un atractivo turístico y algunas desavenencias entre los niños que no se adaptaban del todo bien a los "nuevos". Al punto que, por primera vez en años, los Doss pensaron en devolver a los tres últimos. La sola idea de que fracasaran estas últimas adopciones angustió terriblemente a Helen.
Carl comprendió que ella necesitaba un descanso y le propuso que volviera a la universidad, mientras él se ocupaba full time de los niños. Ella hizo un curso de verano de sociología sobre las razas humanas y su origen con un trabajo práctico sobre educación intercultural.
Fue entonces que surgió la idea de escribir el libro que se volvería bestseller.
A su regreso, y al reencontrarse con los doce que se le colgaban del cuello para darle la bienvenida y verlos armoniosamente unidos -como suele pasar entre los niños que pronto olvidan las discrepancias y se adaptan a lo nuevo- entendió que ya no había marcha atrás posible.
Paradójicamente, la familia de ascendencia racial tan variada que llegaron a tener los Doss fue resultado de la vigencia de los prejuicios en la sociedad de posguerra.
"Cuando yo era chico -le dijo un día Carl, contemplando a la que los medios ya llamaban "Familia Naciones Unidas"-, mi padre me decía que jamás debe uno confiar en un japonés, y que un mexicano sólo era bueno si estaba muerto. Y Timmy es lo uno y lo otro. Bien, supongo que esto nos muestra que cualquiera puede mejorar sus ideas".
Y ella le respondió: "Doy las gracias por no haber tenido nunca hijos míos, después de todo. De nuestra sangre, quiero decir, porque esos hijos no habrían podido ser más míos que éstos".
VIDEO: GROUCHO MARX ENTREVISTA A CARL Y HELEN DOSS
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