Era un hombre libre. Aceptaba todo, "porque el azar sabe lo que hace", decía. Pero esa noche y esa madrugada (8 y 9 de julio de 2011) no fue libre: quedó atrapado entre las oscuras redes del crimen… y el azar se equivocó: no supo lo que hacía.
El 22 de mayo de ese año, Facundo Cabral cumplió 74. En gira, lo contrataron para tres recitales en el teatro Roma, ciudad de Qetzaltenango, Guatemala. En los tres, a sala llena, lo aplaudieron de pie. A medianoche volvió al hotel. El Tikal Futura. Pero en el lobby se encontró con Henry Fariñas, el hombre que lo contrató.
–¿Cómo vas a ir al aeropuerto?
–En ómnibus. O en taxi.
–Olvídate. Te llevo en mi auto. Salimos a las cinco de la mañana.
Facundo se acostó cerca de la una y media.
A esa hora, afuera, esperaban tres camionetas: el siniestro plan estaba en marcha.
A las cinco, con lluvia y un calor pesado como un grueso manto, subió al auto de Fariñas. Arrancaron. Pero casi enseguida, al entrar en la avenida Liberación, las dos camionetas les cerraron el paso. Dos de los cuatro hombres bajaron con armas automáticas y las descargaron contra el auto de Fariñas, que apenas sufrió una herida leve. Pero Facundo murió en el acto: dos balas en la cabeza y una en el centro del pecho…
La trama no pudo ser peor. El jefe del atentado era el costarricense Alejandro Jiménez González, alias El Palidejo. Hombre de confianza del Cartel de Sinaloa en Centroamérica. Hombre del Chapo Guzmán.
Fariñas también estaba enredado en el narcotráfico. Dueño de un cabaret en Costa Rica, recibió una oferta de El Palidejo: quería comprarlo, pero pagarlo cash en billetes de veinte dólares. Un claro lavado. Fariñas se negó para no cargar con semejante volumen, y exigió una transferencia bancaria. Legal. Y El Palidejo lo condenó.
Pero algo más había en el aire. Según la policía, Fariñas se quedó con un envío de droga que debía recibir el hombre del Chapo.
Facundo (Rodolfo Enrique Cabral) dejó un vasto legado de música, poesía, paz. Treinta y cinco discos, desde Facundo el Creador (1971) hasta Cortezías y Cabralidades (1998), a dúo con Alberto Cortez: de allí la zeta… Y siempre sin olvidar su más famoso tema: No soy de aquí / ni soy de allá.
Decía –y acaso no mintiera– que "escribí unos veintidós libros sin títulos y sin mi firma, gané tres discos de oro y dos de platino, y se los regalé a un taxista. Pesaban demasiado, y yo nunca tuve casa: siempre viví en hoteles".
Pero desde su nacimiento, nada fue fácil. Un día antes del parto, su padre huyó con destino incierto, y nunca volvió. Padre ausente full time…
La madre y sus seis hijos vivían en la casa del abuelo paterno, que los echó. Primer puerto: Berisso. Segundo puerto: Tierra del Fuego…
A los nueve años, Facundo se escapó. "Quise llegar a Buenos Aires –contó– para conocer al presidente Perón, porque le daba trabajo a los pobres". Alguien le dijo que el general iría a La Plata porque era el aniversario de la ciudad. Y allá fue…
Durmió al costado de la Catedral, eludió el cerco policial, y se acercó al auto presidencial, descapotable. Un policía intento echarlo, "pero el presidente le dijo que me dejara avanzar. Subí al auto y hablé con los dos. Con Perón y Evita. Me preguntaron que quería. 'Trabajo', dije. Y ella dijo algo inolvidable: 'Por fin alguien que pide trabajo y no limosna'. Y gracias a ese encuentro, mi madre tuvo trabajo, y todos nos mudamos a Tandil".
Pero su dura infancia, sin contención alguna, lo empujó al alcohol apenas a los diez años, terminó en un reformatorio, se fugó, y a los catorce volvió a caer…, "porque era violento, indominable. Pero allí, entre rejas, conocí al cura jesuita Simón, que me enseñó a leer y a escribir, me impulsó hacia los buenos libros, cursé la primaria y el secundario, y un día –otra vez vagabundo– oí el Sermón de la Montaña, y nací de nuevo. Corrí a escribir una canción: Vuele Bajo, y me convertí en El Indio Gasparino".
Y como tal, allá por mediados de los sesenta, empezó a ambular por las redacciones y lograr, aunque mínima, algo de prensa…
En el setenta grabó No soy de aquí…, etcétera. Juraba que, sin más que su voz y su guitarra, recorrió ciento sesenta países. Trovador solitario, pacifista, influido –según él– por Jesús, Lao-Tsé, Osho, Buda, Schopenhauer, Juan el Bautista, el Pobrecito de Asís, Gandhi, la Madre Teresa de Calcuta, se definía como "violentamente pacifista, vagabundo firstclass, anarquista filosófico y contemplativo", y gran lector de Borges: , "Tuve con él largas conversaciones de alto nivel intelectual". Y gran lujo: cantó con Julio Iglesias, Pedro Vargas (el rey mexicano del bolero), y Neil Diamond.
En su pago natal, cancha de Ferro y Luna Park, lo aplaudieron casi cuarenta mil almas…
Transparente, indiscutible en lo suyo, acólito del despojamiento y la síntesis –vivir y viajar con lo justo–, en los últimos años empezó a torturarlo "esa larga siesta de verano", como Borges llamaba a la ceguera.
En la madrugada fatal, ese azar del que dijo "siempre sabe lo que hace" lo traicionó con un naipe cargado.
El Palidejo fue condenado a medio siglo de prisión por incitación al crimen, lo mismo que los cuatro atacantes: los dos que dispararon y los dos que cubrieron su escape. Elgin Vargas, Wilfred Stokes, Juan Hernández y Audelino García. Fariñas cumple una pena de dieciocho años por narcotráfico.
Esos hombres y sus nombres son nada. Escoria narco.
Pero los poemas y la música de Facundo Cabral, el eterno vagabundo seguirán sonando. Y abrazando.
(Post scriptum: cantautor, compositor, poeta, escritor y maestro espiritual, fue declarado Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Buenos Aires por voto unánime "por su infatigable labor como mensajero de paz y unidad de los pueblos del mundo. Recibió un premio Konex como uno de los cinco mejores baladistas del país. La Unesco lo ungió Mensajero Mundial de la Paz. Fue miembro honorario de Amnistía Internacional. Se lo recordó con un memorándum en los premios Grammy 2012).
Seguí leyendo