La noche anterior a su muerte quiso hablar a solas con Perón. "Quiero verte un poco", exigió. En esa charla, hizo que le prometiera que no abandonaría a los que ella llamaba "los descamisados" o "mis grasitas". Días antes, su propio marido había obviado los protocolos y disposiciones vigentes y la había condecorado con el Collar de la Orden del Libertador San Martín, en grado extraordinario, una distinción reservada a los jefes de Estado.
"Si me muero no importa. Yo seguiré con mi pueblo y con Perón. Desde la tierra o desde el cielo", dijo según recordó su hermana Erminda en un libro que rescata su vida.
El matrimonio vivía en el Palacio Unzué, por entonces residencia presidencial. Estaba ubicada en un amplio terreno delimitado por Avenida del Libertador, Agüero, Austria y Las Heras. El matrimonio ocupaba los dormitorios situados en el primer piso. Sería demolida por el gobierno del general Pedro Aramburu en 1957 y actualmente allí se levanta la Biblioteca Nacional.
El principio del fin
Todo se había desencadenado en septiembre de 1951. El resultado de la biopsia al cuello de útero había sido terminante: cáncer. La información oficial era que padecía un severo cuadro de anemia, y que le habían indicado transfusiones y reposo.
El 6 de noviembre fue operada en el Policlínico de Avellaneda por el médico norteamericano George Pack, un cirujano y patólogo que había sido contactado por el oncólogo Abel Canónico. Pack ingresó al quirófano una vez que la paciente fue anestesiada. Ella nunca supo quién la operó, siempre creyó que había sido Ricardo Finochietto.
Lo que se constató en la intervención es que el suyo era un caso terminal. El 11 de noviembre votó desde la cama del hospital y de ahí transitó un lento declive. El 1 de mayo habló, desde el balcón de la Casa Rosada, a los trabajadores, ayudada por su marido, quien la sostenía por la cintura.
Perón trataba de distraerla con paseos que hacían los fines de semana en auto por Palermo. La enfermedad de Eva era la que también había llevado a la muerte a su primera esposa, Aurelia Tizón, en septiembre de 1938.
Cayó en cama. Pero tuvo la voluntad de querer preparar otro libro, al que llamaría Mi última voluntad o Mi mensaje. Eran ideas que ella dictaba y que luego corregía, de las que sobrevivieron 79 carillas. Su último mensaje grabado tuvo como destinatarios a los diputados y senadores peronistas. Los instaba a que apoyasen a Perón y que no abandonasen la lucha.
"A las 20:25"
El sábado 26 de julio amaneció frío y húmedo. Temprano había llegado a la residencia su hermana Elisa para reemplazar a su otra hermana Blanca en el cuidado de la enferma. Luego llegó la madre, Juana Ibarguren y al mediodía su otra hermana Erminda. Esta, al ver a su madre, se lamentó: "Pobre vieja, no sabe que Eva se le va…".
La gente siguió las alternativas del agravamiento del estado a través de los boletines que emitía Radio del Estado. En el primero informaba que "el estado de salud de la señora Eva Perón ha declinado sensiblemente"; el siguiente alertaba que "la señora está muy grave" y ya a las 8 de la noche el parte advertía que "la ilustre enferma ha perdido el conocimiento".
Rodeaban el lecho de la moribunda los doctores Ricardo Finochietto, quien le sostenía la mandíbula, y el doctor Alberto Taquini, quien le tomaba el pulso. A las seis de la tarde, Eva había entrado en un estado de inconsciencia. También estaban a su lado Perón, su madre, sus hermanas, su hermano Juan, Héctor Cámpora, presidente de la Cámara de Diputados; Carlos Aloé, gobernador bonaerense; Atilio Renzi, secretario privado de Eva; Raúl Apold, Subsecretario de Prensa; Oscar Nicolini, viejo amigo de la familia de Evita y funcionario y Orlando Bertolini, esposo de Erminda.
Según relata Hugo Gambini en su Historia del Peronismo, a las 20:23, Finochietto le soltó la mandíbula y le hizo un gesto a Perón de que había fallecido. Taquini dijo "ya no hay pulso".
El primero en reaccionar fue Apold. Rápidamente salió de la habitación y ordenó la redacción de un comunicado de prensa informando que a las 20 y 25, la señora Eva Perón entró en la inmortalidad. "Urgente, a todas las radios y agencias de noticiosas. ¡Ojo, eh! A las 20 y 25". Era una hora más fácil de recordar.
Pasadas las 21:30 el locutor Jorge Furnot, de Radio del Estado, anunciaba: "Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20 y 25 ha fallecido la señora Eva Perón, jefa espiritual de la Nación".
El comunicado sería emitido cada 15 minutos. Las radios suspendieron sus programaciones, que fueron reemplazadas por emisiones de música sacra.
Desde la tarde, el doctor Abel Canónico le había prevenido a Pedro Ara, un médico especialista en el arte de la conservación de cadáveres, que en cualquier momento lo irían a buscar. Debía preparar el cuerpo para ser expuesto. Había presentado un plan de trabajo que había sido aprobado por Perón. Sus honorarios ascendían a 100 mil dólares, pagaderos en cuatro cuotas.
Poco después de las 20 horas, llegó a la residencia. "A las 8 y 25 minutos la señora de Perón ha pasado a la inmortalidad. El Presidente y todos sus colaboradores queremos que usted, doctor Ara, prepare el cadáver para exponerlo al pueblo y ser luego depositado en la cripta monumental que hemos de construir", le dijo Raúl Mendé, ministro de Asuntos Técnicos.
El presidente ordenó desalojar la habitación donde estaba el cuerpo de su esposa y le dijo a Ara que tendría la tranquilidad necesaria para trabajar, y que no sería molestado. Entonces, en soledad, se encerró en el dormitorio para preparar el cuerpo.
También se llamó al peluquero Julio Alcaraz, quien atendía a Evita desde sus tempranos tiempos de actriz y era el que primero llegaba cada mañana a peinarla. "Julio, un día me vas a prometer delante del general que ni siquiera después de muerta me vas a abandonar…".
Cuando Ara terminó su trabajo a las 6 de la mañana del domingo, fue su turno. Le tomó una hora cortarle el cabello, teñirlo y peinarlo. Un mechón se lo dio a la madre y otro se lo quedó él.
Un largo velorio
El secretario general de la CGT, José Espejo le propuso a Perón enterrar a Evita en la CGT, ya que esa, según él, había sido su voluntad. Perón se lo comentó a la madre de Eva, Juana Ibarguren:
"Mire, Perón, yo jamás le he oído decir tal cosa a mi hija. Y si fuera cierto, ésa sería la única voluntad que usted no tendría que cumplir".
La madre quería que fuera sepultada en la Iglesia de San Francisco. Argumentaba la amistad de Eva con Fray Pedro, un franciscano que la había acompañado en los últimos días y había sido su sostén espiritual. Los franciscanos ya habían dado el visto bueno. Sin consultar, el intendente porteño Jorge Sabaté y el jefe de ceremonial de la Rosada, Raúl Margueirat se habían adelantado con los trámites, creyendo que Perón estaría de acuerdo. Pero éste tenía otros planes.
"Y quiero velarla un par de días, nada más" –pidió la madre.
Sin embargo, Perón anunció que los funerales se pospondrían hasta que todo el pueblo que quisiera contemplarla por última vez pudiera desfilar para darle el último adiós.
El velorio tuvo lugar en el primer piso en el Ministerio de Trabajo y Previsión, actualmente la legislatura porteña. Era allí donde diariamente Eva había trabajado desde 1947. Actualmente, en el salón que lleva su nombre se conserva su escritorio y un sillón de aquella época.
El domingo 27, a las 11 de una mañana lluviosa, se habilitó la capilla ardiente en el Hall de Honor, en el primer piso, donde las ofrendas florales se contaban por centenares. Al lado, en el Salón Dorado, permanecía su marido. El gobierno había dispuesto las medidas de duelo oficial, que se extendería por treinta días.
Ya antes de la medianoche, se anunció la suspensión de actividades oficiales por dos días; los comercios, bares y restaurantes debieron cerrar por tres días, y no hubo ni diarios ni taxis. De la misma manera, la Asociación del Fútbol Argentino suspendió el torno por tres fechas y solicitaron a las iglesias que sus campanas doblasen cinco minutos todos los días. Se impuso la cinta negra de luto que debían usar los hombres en las mangas de los sacos. Asimismo, se decretó que todos los 26 de julio sería una jornada de duelo.
Cataratas de homenajes
La CGT la declaró "Mártir del Trabajo". El 8 de agosto la legislatura bonaerense aprobó un proyecto para cambiarle el nombre a la ciudad de La Plata por el de la difunta. Hubo un proyecto similar que se discutió en el Concejo Deliberante de Quilmes. Ya a fines del año anterior La Pampa, hasta entonces territorio nacional, se convertía en provincia, a la que habían bautizado con el nombre de Eva Perón. El mismo proceso sufrió el Chaco, provincia que adoptaría el nombre de Presidente Perón.
Se anunció construcción de un monumento con su estatua, y réplicas del mismo en todas las provincias. Se les pidió a los obreros de la CGT que, para costearlo, donasen su sueldo del 22 de agosto, fecha que se recuerda el Día del Renunciamiento. Ese día se desplegó un multitudinario acto en la Avenida 9 de julio, con un palco a la altura del edificio de Obras Públicas, donde habían colgado el cartel "Juan Domingo Perón – Eva Perón 1952-1958 La fórmula de la Patria".
El Vaticano recibió una insólita petición del gremio de la Alimentación: pedía la canonización de Eva. La comparaban con Santa Teresa, y la ponían por encima de Juana de Arco.
Se la veló hasta el 11 de agosto y en muchos lugares del interior del país se armaron capillas ardientes presididas por el retrato de Eva. Fue un incesante desfile de gente que formaban largas e interminables colas esperando más de 10 horas, para dar su último adiós. Se dispusieron ambulancias para asistir a los que pacientemente aguardaban bajo la lluvia y el frío, y la Fundación Eva Perón y la Cruz Roja repartieron comida y bebidas calientes. Cuando los alimentos se agotaron, se pidió auxilio al Ejército, que colaboró con sus cocinas de campaña.
Finalmente, el 11 de agosto fueron los funerales. Un lento cortejo que comenzó a las 15 horas, fue primero al Congreso Nacional y de ahí a la sede de la CGT, donde quedaría depositada para que el doctor Ara pudiese terminar con su trabajo de conservación. La cureña que transportaba el féretro era conducida por un grupo de trabajadores, vestidos con camisas claras. Detrás iba Perón, la madre y los hermanos de Evita.
Su libro La razón de mi vida terminaría siendo de lectura obligatoria e incluido en programas de estudios en colegios secundarios estatales. Cinco días después de finalizados los funerales, el Gobierno estrenó la película Eva inmortal, que había sido producida por la Subsecretaría de Informaciones.
Al mes de su muerte, hubo una marcha de antorchas por las calles de la ciudad. Y la efeméride fundacional del peronismo, el 17 de octubre, se desplegó un gran homenaje a su memoria, empañado por la silbatina que le impidió al secretario general de la CGT, José Espejo pronunciar su discurso. Tres días después renunció debido a las fuertes internas políticas y gremiales. Ya no estaba Evita para defenderlo.
La Revolución Libertadora de 1955 trocó todos los planes de monumentos y homenajes. El cuerpo de Eva Perón continuaría siendo una cuestión de Estado para el gobierno de facto, y otra historia comenzaba.
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