Es medianoche y gran parte de la ciudad duerme. En su casa, el silencio se replica; es la única aún despierta un viernes cualquiera de los años '90. Entonces, la mujer marca el número del programa de radio: quiere contar lo que le pasa. Llora, maldice. Se pregunta, aferrada al teléfono, por qué tiene que pasarle esto a ella, que qué mal habrá hecho para recibir tamaño castigo.
Y dice:
—Mi hijo sale con una travesti. Y encima la trae este domingo a casa a comer. ¡¿Qué hago?!
—Hacele ravioles.
"Te escucho" era el programa de radio que conducía Luisa Delfino. Casi 20 años después, en su departamento del barrio porteño de Caballito, Luisa recuerda y se ríe de aquella respuesta. Son las seis de la tarde y ya tomó sus dos cafés con leche del día: toma uno apenas se despierta en su casa y luego, alrededor de las 13, otro en un barcito al que va y lee los diarios en papel. Ahí le agrega un cuadradito de pastafrola. No almuerza.
Jubilada hace 4 años, desde 1991 pregunta –porque el ciclo aún está al aire e integra la lista de los más antiguos del dial- "¿Cómo te va la vida?". La respuesta es una historia que fue cambiando con la época: en los 90 anorexia, bulimia, alcoholismo y, aunque no lo sabíamos, ataques de pánico. En los 2000, soledad. Y ahora, más soledad.
En el verano de 1991, ante el bombardeo de Estados Unidos a Kuwait, Saddam Hussein incendiaba pozos petrolíferos para crear una barrera de fuego contra la infantería armada; Domingo Cavallo asumía como ministro de Economía de la Nación tras la renuncia de Herman González en la presidencia de Carlos Menem y el dólar empezaba a volar hacia los 9000 australes. Pero a Luisa no le importaba mucho. "Estaba en una profunda depresión en una época que no hablaba nadie de los ataques de pánico, de fobias. Tuve todo eso. La pasé mal. De ahí sale 'Te escucho'".
—¿Qué fobia tenías?
—A todo. Los únicos lugares que no me provocaban fobia eran mi casa y el taxi.
—¿El taxi?
—Era un lugar de protección, según mi médico. Yo estaba en un lugar de protección, cerrado, y era lo que me llevaba a mí casa.
—Las razones de los llamados cambiaron con el correr de los años. ¿Qué notaste en cada etapa?
—La del 90 fue la época de todos problemas psicológicos. Había una gran necesidad de ser escuchados que es la misma que hay ahora, sobre todo en la gente más grande, de 75 años para arriba. Ahora hay una gran soledad. En ninguna época llamaron por problemas económicos.
—¿Por qué será?
—Porque tienen claro que ese programa lo único que puede hacer es contenerte en lo que te pasa por adentro, en el alma o como quieras llamarlo, ¿en el cerebro?
En Alemania el gobierno creó en el año 2006 centros para que jóvenes charlaran con ancianos. Desde 2013 en China una ley obliga a los hijos a visitar a sus padres, aunque no hay sanción por incumplimiento. En Inglaterra existen servicios de befriending a cargo de ONG, un programa de charlas telefónicas entre voluntarios y personas mayores. El grupo de Facebook de "Te escucho" tiene 3600 miembros. "Delfino escucha, contiene y deriva a profesionales, pero no forma parejas", es un fragmento de la descripción.
Separada de su segunda pareja hace un tiempo, Luisa vive junto a sus dos gatos: Rocío, que está echada en uno de los sillones y Juanito, escondido en el placard del cuarto. Sobre la mesa del comedor hay dos computadoras: en ambas trabaja ella. Una es más vieja y Mac, otra es más nueva y notebook. Busca libros para recomendar a los oyentes, fragmentos que leer al aire y prepara sus podcasts de entrevistas al estilo Te escucho a personajes (En www.luisateescucha.com están los primeros cinco capítulos).
—¿Recordás el primer llamado?
—El primero no, sí sé que tenía unos cuantos amigos apalabrados por si no llamaba nadie. Tenía terror de que no llamaran. Les dije 'el sábado por ahí te llamo si no tengo a nadie. Inventate algo'.
No hizo falta: el programa tuvo tal éxito que los llamados entraban por las líneas telefónicas que nada tenían que ver: Contaduría, Administración, Recursos Humanos. "La gente se fijaba en la guía y llamaba al número que encontraba. Estábamos ocupando un lugar importante y que iba a ser importante cuando pasara el tiempo. Lo fue, espero que siga, porque ahora si bajan la cortina en Del Plata (la AM 1030 decidió abandonar la programación y sólo pasar música)… Siempre le pongo una velita a San Expedito para que los ayude".
Luisa señala un aparador. Una pequeña vela ilumina la figura de un San Expedito de unos 25 centímetros de altura. A su alrededor, varias vírgenes.
—La velita es…
—Por San Expedito, sí. Algunas vírgenes también que me hacen milagros. Cualquier cosa que necesites mandame un WhatsApp…
—¿Qué fue lo último que pediste?
—Alumnos para un amigo mío que vive en Los Ángeles. De golpe tuvo un bajón de alumnos. Le pedí a San Expedito y el mismo día que le pedí le llegaron cinco mails, cinco alumnos.
—¿Tu amigo cree en San Expedito?
—No sé, creo que no. Pero yo soy la que cree. También pido todo lo que tenga que ver con la salud. Y cosas simples, sencillas: que haya sol mañana. No me gusta que llueva.
Es automático el recuerdo: su living está repleto de portarretratos como la mesa de radio que ficcionaba en la TV, cuando el ciclo "Te escucho" llegó a hacer picos de rating los viernes a la medianoche en ATC (hoy TV Pública). Hay fotos de Luisa de chica, Luisa de grande, de su hija, Mariana, de chica y de grande. De su padre, siempre grande. Todas en blanco y negro.
—Hablabas seguido con un chico que llamaba alcoholizado
—Sí, Facundo. Tenía 15 años. A Facundo lo encontró el papá. El papá trabajaba como conserje en un hotel, estaba cambiando la radio una noche, reconoció la voz y llamó al programa.
—¿El papá sabía que su hijo era alcohólico?
—No, porque Facundo tomaba en los horarios en los que el papá no estaba. Nunca más quiso hablar conmigo, pensaba que yo había llamado al padre.
—¿Quién era Horacio?
—Horacio llamó el día que le dieron el diagnóstico, tenía Sida. Le dijeron que estaba en un grado avanzado, que no se podía hacer ya nada, no había cócteles, era 1992. Dijo que le gustaría salir al aire todas las semanas para ir contando cómo iba. Llamó durante casi un año. Es una lucecita que nos acompaña desde el cielo a todos. Finalmente llamó un día para despedirse. Dos semanas después lo hizo su hermana, Estela, para decirnos que ya había partido. Y después te voy a mostrar otro que nos acompaña, está ahí afuera -señala el balcón-.
A los 18 años Luisa Delfino trabajaba como maestra en una escuela primaria de Gilbert, Entre Ríos, a 70 kilómetros de Gualeguaychú, la ciudad en la que nació. Hija única, una tarde de descanso en vacaciones de invierno y mientras tejía un sweater con lana celeste, la radio de casa sintonizaba el programa de Hugo Guerrero Marthineitz. Su voz grave lanzó: "¿Cómo va ese tejido?". "Y yo le dije a mi mamá y a mi papá que quería ir a Buenos Aires a conocer a ese señor de la radio. Mi papá nos consiguió a una amiga y a mí una pensión en la que él había parado. Fuimos y el negro se enamoró de nuestro acento, de nuestras historias. Yo le contaba de la vida y la escuela en Gilbert". Marthineitz dio la dirección del colegio al aire. De regreso en Entre Ríos, Luisa recibió pilas de cartas. Las leyó y respondió todas.
Poco tiempo después se mudó a Buenos Aires. Trabajó en muchos medios gráficos y en radio junto a -nada menos- Juan Alberto Badía. Pero apenas llegó estudió Letras al tiempo que trabajaba en la municipalidad de Avellaneda. Sus compañeras fueron las que le depilaron las cejas. A 10 días de haberse instalado en la ciudad "ya era más atractiva. No sabía los secretos de la belleza: te enterabas de esas cosas acá en Buenos Aires".
—¿Alguna vez le cortaste a un oyente?
—A una chica que tenía anorexia. Le dije: 'hagamos una cosa, yo hago un acto de fe: tirá los laxantes'. Tenía cuatrocientos laxantes. Ella demoró un poquito y yo tuve la sospecha que no se había ido a ningún lado.
—¿La estabas esperando en línea mientras ella se deshacía de los laxantes?
—Sí. Entonces le dije 'Paulita, ¿todo bien?' 'Sí, ya los tiré'. Le pregunté: '¿Cómo hiciste? ¿Rompiste la caja?', 'No, ya estaban afuera de la caja', me dijo. '¿Sabés que no te creo? Me parece que me estás mintiendo. Si no me decís que me estás mintiendo te corto'. Insistió. Le corté. Después llamó y le dijo a los productores que había mentido. El psicólogo con el que estábamos la derivó a un lugar para que se tratara. Hace cinco años me escribió un mail: 'Soy Paulita, soy maestra jardinera, tengo dos nenes y estoy muy bien, estoy recuperada'.
—¿Te ofrecieron ir a un teatro a hacer "milagros"?
—Sí, a tocarle la cabeza a la gente. Fue al principio de "Te escucho". Llegó a la radio un señor con una valija. Yo imagino que sólo tenía los dólares arriba y abajo había papel. La abrió y me mostró: estaban bien acomodaditos en fajos. Me ofreció 20 mil dólares que eran 20 mil pesos en los 90. ¡Y había hecho como un llavero con un teléfono y decía "Te escucho. Luisa"! Le dije que se fuera…
—¿Descubriste gente que inventara su historia?
—Sí, tuve una. Una mujer que se hacía pasar por una nena enferma. Imitaba la voz de una nena de 10 años, pongámosle Yenny porque no quiero decir su nombre. Contaba que tenía leucemia y que en la casa no le daban mucha bola. Hablé como seis meses con ella totalmente convencida. En el grupo de Facebook todos le charlábamos de hadas, porque ella decía que le gustaban las hadas. Empezamos a desconfiar cuando no aceptó que el psicólogo fuera a verla, a ver a los papás. Un día, mientras Yenny estaba al aire, alguien llama a producción con un ataque de furia y pregunta: "¡¿Quién está ahí imitando a mi hija?!". Era la hermana de la que llamaba: la mujer imitaba la voz de su sobrina, Yenny, que no estaba enferma, estaba perfecta.
—¿Bilardo te llamó una vez a tu casa a las 3 de la mañana?
—Sí, siempre me llamaba a las 3 de la mañana. Me decía "Hola Luisa, ¿qué hacés?"."Estoy durmiendo, Carlos, acá son las 3 de la mañana". Él estaba en Europa. Y me decía: "A vos qué te parece, ¿hablo con los de Clarín o no? Porque me están dando con todo". Y yo: "No sé Carlos, qué te puedo decir, estoy durmiendo". Una vez me dijo: "Me fui a ver Camerún. No, no. No es lo que dicen, no es lo que dicen. No te preocupes, va a andar todo bien".
—¿Algún oyente te tiró onda?
—Qué lástima… no.
—¿Te hubiese gustado?
—Hubiera sido una linda historia, sobre todo si me hubiera gustado. Bueno, espera que voy a traer a Julio.
Luisa deja el sillón y sale al balcón. En su mano izquierda trae una maceta: "Este es Julio. Este malvón tiene 8 años. Hacíamos reuniones con los oyentes en el Sindicato del Seguro. En uno de esos encuentros apareció Julio. Era ingeniero, o trabajaba en algo relacionado con eso. Un señor de 60, más o menos como yo. Muy adorable. Me contó que tenía un tumor y que no se lo podían sacar y que estaba creciendo. 'Si crece voy a perder todo'. Era en el cerebro. Había aparecido un médico que lo podía operar pero no le daba ninguna seguridad, cincuenta y cincuenta de chances. Me dijo que estaba viendo qué hacer con algunas cosas y despidiéndose de algunas personas. Ese día llevó este malvón. Me dijo: 'Te traje este malvón por las dudas. Vos cuidalo por mí, porque yo lo quiero mucho' y me dio un abrazo. Un tiempo después llamó un hermano y nos avisó que no había pasado la operación"
—¿Siempre tuviste esta cualidad de escucha?
—Siempre fui escucha. Para poder pertenecer.
—¿Pertenecer a qué?
—En los pueblos chicos si vos no sos del grupo de las populares, lindas, ¿cómo era? ¿las divinas? es difícil pertenecer. A lo mejor tenés que pertenecer a un grupo que no es el que más te divierte. Me di cuenta de que tenía que encontrar algún recoveco en el cual entrar y era el de la creatividad, el de inventar todo el tiempo cosas. Como ir a investigar el comunismo en Rusia y entrevistar al único comunista de Gualeguaychú. Íbamos en patota para que nos diera clases de comunismo. Así logré pertenecer a todos los grupos que yo quería.
SEGUÍ LEYENDO: