Esta historia arrancó hace un año exactamente. La familia Lacal terminaba el viaje de 15 de Lucía por Europa y la última parada era la increíble Estambul. Apenas 24 horas para disfrutar a pleno una ciudad inabarcable. Es allí que Sandra Serafino (53), su esposo Gustavo Lacal (55) más sus hijos Pablo (19) y Lucía (que ya contaba 16) se encuentran con un amable conserje que diagrama el trip que los pasea por las bondades del lugar: la Mezquita Azul, Santa Sofía, el Gran Bazar y terminan cenando todos juntos en un restó de comida otomana en el barrio de Sultanahmet, en el corazón de Estambul.
Dos días después, la familia Lacal-Serafino ya estaba otra vez en la Argentina: Sandra en su laboratorio (es bioquímica), Gustavo en Canal 13 (donde trabaja como técnico) y los chicos estudiando. Pero el tema de conversación no era el recorrido por Europa sino aquel chico que los había ayudado en su último día de vacaciones.
La conexión fue tan grande que, unos días después, Aqeel Handam (26) empezó a chatear con Pablo, el mayor de los Lacal. Y horas después ya estaba en el grupo de familiar.
Así, vía WhatsApp, comenzaron a conocer en profundidad la historia del chico de 26 años que primero les confesó que no era turco: "Les quiero pedir perdón, pero cuando digo la verdad la gente me discrimina".
Entonces supieron que era un refugiado sirio. Que había sobrevivido a la guerra y sorteado los campos de refugiados gracias a su título de Ingeniero. Y que, a pesar de eso, sus días en la ciudad que comparten Asia y Europa no eran de lo más felices.
Es que, si bien Aqeel consiguió reinsertarse en la sociedad turca, sus condiciones de empleo son más que precarias: "Trabaja todo el día y no tiene francos. Su jornada arranca cuando se levanta y termina cuando se acuesta por un sueldo muy bajo", detalla Sandra que con el tiempo fue entendiendo cada vez más los sentimientos del joven sirio. "Además de estar viviendo en condiciones de esclavitud, el siente una gran contradicción en Turquía, a veces impotencia. Si bien es el país que lo recibió, también es el país que ayudó a bombardear su casa. Y ahora le abre las puertas a algunos refugiados que lamentablemente luego son explotados", explica la bióloga argentina.
Vivir en guerra
Aqeel nació en Dabiq, un pequeño poblado que pertenece a Alepo y hasta 2004 contaba tres mil habitantes. En esa zona de Siria estudió y tuvo una vida tranquila junto a sus padres y sus ocho hermanos. Eso, hasta que llegó la guerra. "Empezaron los bombardeos contra la población civil, la gente comenzó a verse pálida y triste. No hubo una sola familia que no fuera afectada por las bombas. Las que no fueron asesinadas fueron desplazadas…", describe Aqeel.
En marzo de 2011 las fuerzas del presidente sirio Bashar al Assad comenzaron a reprimir a los revolucionarios que querían derrocarlo. En 2012, el conflicto llegó a Aleppo, que pasó de ser una de las ciudades más bellas de Oriente a convertirse en una montaña de escombros. En unos meses, la población civil comenzó a huir hacia las fronteras y a hacinarse en Campos de Refugiados. Era eso o morir en la balacera cruzada que no tardó en sumar guerrillas religiosas y a otros países.
Las Naciones Unidas dicen que ya huyeron cinco millones de personas de Siria. Y en ocho años la guerra dejó más de quinientos mil muertos. Sin embargo, los padres y los hermanos de Aqeel Handam decidieron quedarse en su Dabiq natal.
"Tengo una gran familia: ocho hermanos que formaron sus propias familias y eso los obligó a quedarse. Como pasa en toda Siria, hoy es difícil conseguir lo esencial para vivir: la guerra nos dejó sin agua, electricidad, gas, medicina ni hospitales. Y todo es una cadena: la falta de recursos hizo que los precios se volvieran locos, todos cuesta 10 veces más de lo que era antes de la guerra con salarios que atrasan años. Nos obligan a trabajar más de lo normal, todos necesitan más de un trabajo para cubrir los gastos de la vida", relata Aqeel el padecer de su gente como si estuviera allí.
Cuando estaba por recibirse de ingeniero electrónico, dos de sus amigos perdieron la vida durante un bombardeo. Ese día dijo basta y les propuso a sus padres abandonar el país: "Allí hablé con mis padres pero ellos se sienten viejos para dejar su lugar y cambiar de vida. Lo mismo con mis hermanos, la mayoría con familia e hijos, decidieron quedarse en el pueblo a pesar de las duras condiciones".
El informe de las Naciones Unidas indica que ya huyeron cinco millones de personas de Siria. En 2015 Aqeel se sumó a esa dramática aventura sabiendo que en el camino podía quedar en el medio de las balas de los rebeldes, de las fuerzas de Al Asad, o de la guerra entre chiitas y sunitas.
"Después de graduarme en la universidad de Alepo perdí la posibilidad de realizar la maestría porque la universidad dejó de tomar solicitudes. Ya no había posibilidades en mi país y decidí cruzar a Turquía por vía terrestre. Tomé caminos difíciles, crucé montañas y ríos, con los riesgos que esto trae. Pero trataba de cambiar mi vida hacia un destino mejor. Quería dejar atrás la guerra…".
Vida nueva, familia nueva
La familia de Sandra Serafino fue conociendo la historia de Aqeel a doce mil kilómetros de distancia. En pocos meses llegaron a tal nivel de cercanía que empezaron a tratarse como familia. "Se fue formando un vínculo cada vez más fuerte y nosotros lo adoptamos. En un momento nos manifestó que quería irse de Turquía y en la familia empezamos a hablar el tema: nos dimos cuenta que Aqeel ya era de la familia y queríamos que viviera con nosotros en la argentina", detalla Sandra.
Cuando la madre de Pablo y Lucía recuerda el momento en el que le propuso a Aqeel que viniera al país se emociona: "A partir de ahora, yo te adopto como un hijo más", le dijo ese día. A lo que el sirio le respondió: "Yo ya te había adoptado como mi madre".
En septiembre comenzó el trabajo para concretar el último viaje de Aqeel hacia su libertad. Gracias a una amiga, Sandra se conectó con Tomás Méndez de la organización Saun (que lleva el nombre de un niño de Laos al que le salvó la vida su cofundador, Gonzalo Erize) y le contó la historia del joven sirio.
"Me asignaron como mentor de este caso. Nosotros somos un ecosistema que empodera a aquellos que quieren ayudar a alguien vulnerable y no sabe cómo arrancar", recuerda Tomy Méndez que comenzó a armar una red de gente para el caso.
Saun y la familia de Sandra Serafino más dos abogados (Rafael Riggi y Federico di Sarno Liporace) se contactaron con el Programa Siria, que empezó a darle color a la posible llegada de Aqeel a la Argentina. El primer objetivo era conseguirle un número de refugiado ante Naciones Unidas, lo que le dio oficialidad al caso: "Eso lo convirtió en un refugiado ante el mundo", detallan.
Gracias al Programa Siria todo fue tan rápido que el viernes 5 de julio Aqeel tuvo una entrevista con el cónsul en Turquía. Y ya fue llamado por el gobierno para ser recibido en la Argentina. ¿Próximo paso? La elaboración de un pasaporte que otorga la Cruz Roja desde la Segunda Guerra Mundial para que los refugiados del mundo puedan moverse libremente. "Allí estamparían la visas y ese sería el último escalón", detalla Sandra Serafino, cada vez más ansiosa.
"El día que conocí a esta familia supe que tenían un corazón noble. Por eso traté de ayudarlos a que aprovecharan al máximo su visita en Estambul. Fue como si nos conociéramos de toda la vida. Pero cuando ofrecieron adoptarme para que pudiera vivir con ellos, no lo podía creer: ¡sentí que llegaba a la luna! Después de todo lo que vi, nunca pensé que el mundo tenía seres humanos tan solidarios", dice Aqeel desde el otro lado del Atlántico, mientras sabe que su sueño (el de una vida normal) está cada vez más cerca.
SEGUÍ LEYENDO: