Centrales nucleares, reactores, turbinas, radiación, todos los caminos conducen al trending topic del último mes: Chernobyl. Y aunque el subsecretario de Energía Nuclear de la Nación insista en decirnos que "en la Argentina es imposible que ocurra un accidente nuclear de esas características", el scanner que nos da la bienvenida a la central nuclear de Atucha, nos sigue llevando a ese lugar: "Párese en el centro", indica primero. Y después confirma que el nivel de radiación en nuestro cuerpo es el permitido: "Limpio".
Es que, la serie producida por HBO que relata el accidente nuclear más grande de la historia es el hit del año. Tanto, que viajar hasta el pequeño poblado ucraniano se volvió una moda entre influencers e instagramers. Un dato que lo confirma: en estos meses, el turismo en Chernobyl creció 10 veces. Pero no hace falta ir tan lejos para aprender del tema atómico: a 100 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires se levanta la planta nuclear más grande de la Argentina. Y por eso estamos acá.
Cuando se sale al patio se ve perfectamente la división de Atucha I (que comenzó a funcionar en 1974) y Atucha II (de 2014), ambas sobre la ribera del Río Paraná del que se alimentan. Esas semiesferas de hormigón de 56 metros de diámetros son las vedettes del lugar. Y acá, el diseño es todo, no por estética, sino por seguridad. Dentro de ellas se encuentran los reactores nucleares que generan energía eléctrica para cinco millones de personas.
"Y esa es sólo la punta del iceberg", apunta Esteban Daniotti, el hombre que llevará a Infobae a las entrañas mismas de Atucha II.
Esa bola que se ve clavada en la tierra completa su curva y su recorrido 20 metros hacia abajo. En su parte subterránea es donde se produce el big bang de la energía nuclear. Ahí está el reactor con su respectiva carcasa de contención. Una especie de súper tanque australiano: "Imaginen la olla a presión con la que cocinaban nuestras abuelas", ejemplifica Daniotti, aunque esta mide 18 metros de alto por 8 de diámetro: "Allí se produce la magia del calor, lo que llamamos la fisión nuclear", sigue el guía.
El guía explica entonces el proceso físico que produce la energía que va a terminar en una bobina y luego en una torre gigante ("la línea de 500", le llaman) desde donde viajará hasta el sistema interconectado:
"En ese lugar tenemos mucha agua pesada, un átomo de uranio y neutrones, que son muy rápidos. El agua modera su velocidad para que pueda impactar un átomo y romperlo. Cuando se rompe, libera calor. Pensemos en esa reacción multiplicada por cientos de miles: por eso, al calor debemos controlarlo. Y, a diferencia de Chernobyl donde usaban grafito, nosotros lo hacemos con el agua pesada. Así, el agua va a pasar a la turbina en forma de vapor que se va a encontrar con 70.000 tubos refrigerados con agua que sube desde el Río Paraná. Eso va a producir un efecto lluvia: que el vapor se convierta otra vez en agua y que la turbina gire con una potencia de 15.000 caballos de fuerza", detalla Daniotti. Y ahí está la luz que en un 90 por ciento se la dan a Transener y un 10 por ciento se quedan para autoabastecerse.
¿Cuáles son las medidas de seguridad para evitar un posible derrame de material radioactivo? Para empezar, la olla cuenta con una unión que, técnicamente, llaman "labio soldable". Ese labio a su vez está sujeto por un sistema de "espárragos". ¿De qué se trata? Son 72 tornillos gigantes que, cada uno, ejerce mil toneladas de presión. O sea, 72.000 toneladas de presión de la tapa contra el recipiente. Se entiende así que el material no debería salir, aunque ese es sólo el primer eslabón de una larga cadena.
¿Puede ocurrir un Chernobyl en la Argentina?
Las medidas de seguridad en las centrales nucleares Atucha I y Atucha II son extremas, al punto que cada sistema de seguridad se multiplica por cuatro. Es decir, si falla el primero, siempre hay otro back up y una red de contención más. Técnicamente, los llaman Sistemas Redundantes de Seguridad.
A modo de ejemplo: si dentro del reactor la presión del vapor venciera las 72.000 toneladas que ejercen los "espárragos" sobre la tapa ("algo que, físicamente, es imposible", apunta el guía), el líquido caería dentro de una vasija de hormigón donde la parte más delgada tiene 50 centímetros de espesor y la zona más crítica refuerza el material con hilos de plomo. Incluso, si ese recipiente se desbordara, todavía estaría la contención de la esfera. O sea que el líquido radiactivo nunca llegaría al exterior como pasó en el accidente nuclear de Chernobyl.
Ahora, el que se suma al recorrido con Infobae es el subsecretario de Energía Nuclear de la Nación, licenciado Julián Gadano: "¿Por qué no debería ocurrir un Chernobyl en la Argentina?", pregunta en voz alta.
Y pasa a explicar: "Primero porque Argentina es un lugar donde las centrales nucleares se gestionan con la seguridad por encima de todo. Chernobyl es una serie muy bien realizada, pero es ficción. Y habla más de cómo se toman decisiones de riesgo en una dictadura que del tema nuclear en sí. En aquellos años, la Unión Soviética necesitaba crecer rápido, ponerse a la altura del desarrollo y eso estaba por encima de la vida y la salud. Los RBMK (Reactor de Condensador de Alta Potencia) eran reactores de muy bajo costo y sin ningún tipo de protección como la esfera de contención que tiene Atucha. Hoy no existen en ningún lugar del mundo", explica Gadano que además es el presidente de Nucleoeléctrica Argentina.
El 26 de abril de 1986 se produjo el accidente nuclear más grande de la historia en la central Vladímir Ilich Lenin de Chernobyl. Según estiman, la nube radiactiva se propagó desde Ucrania hasta Japón. El gobierno de la URSS reconoció 31 muertes pero son incalculables los miles que padecieron enfermedades posteriores a causa de la radiación.
¿La razón del accidente? En la serie de HBO –y los hechos así lo señalaron–, el científico Valeri Alekséyevich Legásov (interpretado por el británico Jared Harris) lo atribuye a un experimento negligente que intentaba exigir de golpe la potencia del reactor. Y vamos con un spoiler: "La única forma de aumentar la potencia sin peligro es muy lentamente, en el transcurso de 24 horas. Pero Dyatlov (que era el jefe de turno) quiere que se haga ya, y ordena que saquen las barras de seguridad: de 211 sólo quedan 6", explica el científico que con su declaración provocó un escándalo mundial.
"Las barras de seguridad son las encargadas de frenar el proceso para evitar una aceleración que ocasione una explosión", explica Gadano: "De todas formas, en nuestras centrales sería imposible sacarlas manualmente".
Esteban Daniotti se suma y detalla otro de los mecanismos de redundancia de Atucha: "Nuestros diseños contemplan catalizadores de hidrógeno que evitan que haya gases y se provoque una explosión química como en 2011 en Fukushima".
Gadano completa: "Eso que pasó en Chernobyl sería inviable, nadie podría tomar decisiones de esa manera acá. Además, aquellas barras eran de grafito que es un material altamente inflamable y nosotros moderamos las reacciones con agua pesada", detalla el hombre que encabeza el programa de energía nuclear en la Argentina.
En su speech final en el juicio por el accidente nuclear, el científico ruso Legásov contesta la pregunta del millón sobre las barras de contención: "¿Por qué eran de grafito? Por lo mismo que el reactor no tiene contención: porque es más barato".
Fuerza bruta y controlada
"¡Parate en el medio!", grita el operario pero el sonido de la turbina supera cualquier intento de conversación en la sala. Parece exagerado, pero este motor –alimentado por una bomba que le provee 557 litros de agua por minuto, el más potente de su tipo que existe en la Argentina– es tirado por un millón de caballos de fuerza. Esa potencia es comparable a que ahora mismo –en esta sala de 3500 metros cuadrados– estuvieran acelerando unos 10.000 Gol Trend con el caño de escape abierto: por eso la sordera.
Lo que intenta mostrar el operario es que el piso que sostiene a la turbina –que mide 50 metros de largo; sí, sólo la turbina– es totalmente independiente del resto del edificio.
Entonces cuando el periodista de Infobae pone un pie de cada lado de la grieta de 3 centímetros que rodea el motor, siente el temblor producido por la turbina en la pierna derecha y la quietud del resto del edificio bajo la izquierda.
"Técnicamente, la turbina está sobre una especie de cama elástica independiente. Si bien está dentro del edificio, este suelo está suspendido sin tocarlo", explica el guía. ¿Cuánto debe soportar esa estructura? 48 toneladas.
Por estos días, existen más de 500 centrales de energía nuclear en todo el mundo y en la Argentina representa el 6 por ciento del caudal energético.
"Hay todo un mito con la energía nuclear, que genera pestes, monstruos de tres ojos pero estamos ante la energía menos contaminante porque, al no quemar ningún combustible, no provoca combustión. Francia tiene el 80 por ciento de energía nuclear y quiere bajar al 50 para fusionarla con la otra mitad de energía sustentable", desmitifica Gadano.
¿Se puede asegurar que la central no genera ningún tipo de combustión? "Bueno, cada un día y medio usamos un elemento combustible: una pastilla de uranio que entra en un baúl de un auto. Para generar la misma energía, una central térmica se necesita 200 camiones cisterna por día. Imaginate la diferencia…", cierran.
Nada librado al azar
Si para ser piloto comercial se necesitan unas 1500 horas de vuelo, para llegar a Jefe de turno de la Central Nuclear Atucha se necesitan 5 años de práctica. El complejo nuclear ubicado en Lima hasta tiene un simulador que replica al detalle la sala de comandos: "Es nuestro simulador de vuelo", cuentan. Para poner un pie en la Sala de Control todos tienen que conseguir la licencia avalada por la Autoridad Regulatoria Nuclear y revalidarla cada dos años.
Ahora mismo, el pupitre conectado a una telaraña de miles de cables que traen todo tipo de valores (reacciones sobre el calentamiento del reactor, los valores de uranio, vapor y agua, entre otros cientos de comportamientos de la planta) anuncia que Atucha II está funcionando al 40 por ciento de su capacidad. Su pico máximo lo tocó el 18 de febrero de 2016 cuando llegó al 95 por ciento de su potencia generando 745 MW.
"En 45 años de funcionamiento no hemos tenido ningún tipo de accidente", apuntan los anfitriones.
Quizás el único "inconveniente" haya ocurrido el domingo 16 de junio cuando la Argentina sufrió el apagón histórico en todo el territorio, aunque ellos lo desestiman: "El único problema es que no pudimos seguir vendiendo energía". Y explican que en 3 segundos ya estaban funcionando los motores diesel de emergencia (de 30.000 centímetros cúbicos de cilindrada) que continuaron con el proceso de refrigeración de la planta.
¿Qué hubiera pasado si fallaba el diesel? "Tenemos tres más", explican. Lo peor que les ocurrió aquel domingo a oscuras fue el llamado de Alejandro Sandá, subgerente de Seguridad y a cargo del comité de emergencia, a las 90 personas que tuvieron que presentarse a trabajar y se perdieron el asado del día del padre: "Fue por prevención y sirvió de entrenamiento para cualquier eventualidad futura".
Ya son las cuatro de la tarde e Infobae regresó al corredor que une a las dos centrales. Apenas queda volver a pasar el scanner para ver qué tan seguro es recorrer este lugar sin sufrir los efectos del reactor nuclear.
La dosis permitida de radiación para los trabajadores es de 20 milisievert (es una unidad de radiación: Sv) en todo el año. Una referencia: una tomografía computada de abdomen ofrece una dosis de 10 Sv.
"Hicimos una medición y tenemos el mismo nivel de radiación que en una plaza del interior de la provincia. Incluso tenemos una huerta pegada al predio de la que se abastecen todos los empleados", apunta Esteban Daniotti.
Cuando termina de hablar, ya estamos otra vez frente al scanner: "Párese en el centro". Y la hora de la verdad: "Limpio".
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