Le dieron ropa formal y le prestaron un celular para que pueda conseguir trabajo: la victoria de Jorge y la historia de la fundación que lo asesoró

Jorge Flores trabaja cubriendo francos en un hotel del centro de la ciudad. Ingresó gracias a una organización que le entregó vestimenta y un teléfono para que pudieran contactarlo. Su historia es parecida a la de Pablo Miranda, un joven que debía negar su epilepsia en cada entrevista laboral. Dos casos elocuentes de la Fundación Cultura de Trabajo

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Los servicios que brinda la fundación son intermediación laboral, acompañamiento pre y post inserción laboral, asesoramiento para entrevistas de trabajo, provisión de vestimenta, herramientas de trabajo y viáticos
Los servicios que brinda la fundación son intermediación laboral, acompañamiento pre y post inserción laboral, asesoramiento para entrevistas de trabajo, provisión de vestimenta, herramientas de trabajo y viáticos

Cuando el empleador le pidió un teléfono de contacto no supo qué número darle. Tuvieron que prestarle un celular: sus jefes necesitaban llamarlo para coordinar las condiciones laborales. Ya le habían dado zapatos, pantalón, camisa y un saco. "Cuando se los quise devolver me dijeron que me los quedara hasta que otra persona los necesite", contó. No precisó que le cargaran crédito en la SUBE, pero sabe que si se los pedía, lo hubiesen hecho. Hace dos meses trabaja en maestranza en un hotel del centro porteño: es el tercer empleo que le consiguieron.

Jorge Flores tiene 36 años y vive con su mamá y su sobrino en Ciudad Oculta, una villa de emergencia que mezcla Mataderos con Villa Lugano. El año pasado se quedó sin trabajo: era ayudante de cocina hasta que la crisis fue desplazándolo del mercado laboral. "Llegamos a un punto de no tener nada para comer", graficó.

La jubilación de su madre no alcanzaba para cubrir las necesidades básicas. Se había distanciado de su pareja. Había entrado en un pozo depresivo profundo. Se refugió en la fe. El padre de la Iglesia San Cayetano de Liniers lo aconsejó que se presentara en una capilla del barrio de Flores, desde donde comenzó a circular su currículum.

Jorge Flores
Jorge Flores

Se encontró una mañana en una oficina de la avenida Corrientes con otros cien desocupados: afroamericanos, personas con discapacidades motrices o visiblemente vulnerables. Ingresó, le hicieron una entrevista y al mes lo convocaron para realizar una suplencia como mozo. El contrato duró una semana. Lo llamaron de nuevo para un trabajo de carga y descarga de materiales. El contrato, de nuevo, duró una semana. Al tiempo, volvieron a contactarlo para que asistiera a una entrevista en un hotel del centro de la ciudad. Le entregaron un celular, le dieron ropa formal y así lo "transformaron en un desempleado prolijo" y acorde a los estándares, con oportunidades para obtener una vacante laboral.

"Nos especializamos en cubrir todos los baches que las personas tienen para conseguir un empleo", definió Alexandra Carballo, una de las creadoras de la Fundación Cultura de Trabajo, la organización que ayudó tres veces a Jorge.

Concibieron una red de contención complementaria a las entidades de ayuda comunitaria. Se enfocaron en lo que identificaron era el principio de todo, la principal preocupación. Tienen un banco de herramientas, un banco de ropa, disponen de un limitado banco de celulares que funcionan bajo la lógica de préstamos: "Vemos qué cosas hay que fortalecer: si le faltan zapatos, si le falta higiene, si le falta dinero en la SUBE para ir a las entrevistas, tenemos dos casos de personas en las que tuvimos que trabajar primero en la prótesis dental y hasta a veces damos carteras para las mujeres. Proveemos todo lo que uno piensa que está dado pero que en verdad no es así, cosas que de alguna manera los empodera y les iguala las condiciones en el acceso al empleo".

El banco de ropa de la Fundación. Jorge todavía conserva la vestimenta que le dieron hasta que algún otro trabajador lo necesite
El banco de ropa de la Fundación. Jorge todavía conserva la vestimenta que le dieron hasta que algún otro trabajador lo necesite

A Jorge le proveyeron de indumentaria y teléfono de contacto. A Pablo Miranda no. Su historia y su lucha comprendía una necesidad distinta. Tiene 30 años, nació en Salta, vive en el precario barrio Libertad de Merlo con sus padres y sus tres hermanos. Tiene, también, dos hijos: Thiago de seis años y Luján de tres meses. Su primer empleo fue en un lavadero de autos. Trabajó en una panadería, de delivery y de bachero, iba de restaurante en restaurante cada tres meses, conforme se vencía su período de prueba. "Cada vez que iba a una entrevista de trabajo me decían que me iban a llamar, pero con la mirada ya sabía que no lo iban a hacer", distinguió Pablo que eso ocurría cada vez que les reconocía que tiene epilepsia.

De la angustia, llegó a esconder su afección y a mentir sobre su padecimiento. De la angustia, llegó también por intermedio de una tía a presentarse a una entrevista en Castelar organizada por un grupo de personas que se encargan de vincular desempleados en situación de calle o vulnerable con potenciales empleadores.

"El 1° de diciembre del año pasado me llamaron y me dijeron que tenía que presentarme a trabajar en una empresa para hacer limpieza de cemento y arena", contó Pablo. Cinco meses después fue echado por una causa que lo excede: estricta reducción de personal. El miércoles 3 de julio tuvo una primera entrevista de trabajo, a través de un contacto de la fundación, en un importante hotel de Puerto Madero. Aún, su estado es desocupado.

Pablo Miranda trabajó como empleado de una reconocida empresa de producción y comercialización de cemento
Pablo Miranda trabajó como empleado de una reconocida empresa de producción y comercialización de cemento

"Tengo que agradecerles a la fundación por todo lo que hicieron por mí. Gracias a ellos pude tener todo lo que tengo, pude sacar a mi familia adelante, pude comprarme lo que no podía comprarme, pude regalarle cosas a mi mamá, un televisor, una cama, un lavarropa. Pude comprarle ropa a mis nenes, pude cumplir algunos sueños", valoró Pablo, con el mismo sentimiento de gratitud de Jorge, que con su sueldo de maestranza en un hotel puede darse un único gusto: "Ahora estoy muy cómodo. Trabajo de franquero, cuatro días a la semana, pero al menos me alcanza para comer y para comprar la garrafa. Nuestro lujo en casa es poder pagar el cable".

La Fundación Cultura de Trabajo es una idea de Alexandra Carballo y María Eugenia Sconfienza. Su origen radica en una investigación para su maestría en ciencias políticas: indagaba sobre políticas públicas, políticas de empleo, mercado laboral. Visitó distintos paradores de la Ciudad de Buenos Aires durante su trabajo de campo y advirtió que la preocupación de los habitantes no habitaba en la inseguridad, en la inflación o en lo que iban a comer a la noche. El tema recurrente era la falta de trabajo.

Fundó entonces, verificada en su experiencia, una organización que "aspira a favorecer los medios para que los trabajadores puedan acceder a puestos de trabajo".

La Fundación entendió que las personas que no tienen un lugar para vivir, que no tienen ingresos ni algo para comer, lo que más necesitan es trabajo
La Fundación entendió que las personas que no tienen un lugar para vivir, que no tienen ingresos ni algo para comer, lo que más necesitan es trabajo

Pretenden tejer un puente que contribuya a empatar oportunidades. Lo primero que distinguieron fue la desazón común por la falta de trabajo en la gente. Lo segundo que hallaron fue que la mayoría de las personas desocupadas tenían trayectoria laboral, conocimientos aprendidos y una cultura, una rutina de trabajo incorporada. Identificaron un patrón: hombres de 35 años en adelante con un sentido de la dignidad deteriorada. "Muchos tienen hijos a los que no les cuentan que están durmiendo en un parador", agregó Alexandra.

Empezaron a operar en la Ciudad y en el primer y segundo cordón del conurbano bonaerense. "Con una base de trabajo de investigación detrás, armamos un esquema de trabajo de intermediación laboral con distintos tipos de approach y acompañamiento que nos permitiera que los segmentos más vulnerables pudieran acercarse a una vacante de empleo", narró una de sus fundadoras. Desde 2014 trabajan como si fuesen una Pyme y desde 2017 tienen personería jurídica propia (antes se la había prestado la Fundación Luciérnaga de Neuquén).

La organización también dispone de un banco de herramientas para los participantes de su bolsa de trabajo
La organización también dispone de un banco de herramientas para los participantes de su bolsa de trabajo

"No queremos abarcar todo -explicó Alexandra-. Nuestro primer gran desafío fue articular esfuerzos con otras organizaciones que asisten a la población de manera directa, sea un hogar o parador dándole un lugar para dormir, para bañarse, comida, acompañamiento psicológico, contención o hasta ayudarlos a hacerles un DNI. Ya hay organizaciones trabajando muy bien en ese tipo de actividades. Si nosotros queríamos dedicarnos también a eso, no íbamos a ser muy eficientes. Hoy trabajamos con más de 130 organizaciones de la sociedad civil. Cada vez son más las que confían en nosotros derivándonos a sus asistidos. De esa manera llegamos a la población. La coordinación es muy importante, sobretodo con el que está en situación de calle porque a veces es difícil contactarlos".

A Jorge lo reclutaron en una actividad desarrollada en el centro de la ciudad. A Pablo, en Merlo. Rotan sus entrevistas de admisión al programa entre los barrios porteños y la zona sur, la zona norte y la zona oeste del Conurbano.

"Antes hacíamos entrevistas para la bolsa de trabajo semanalmente, ahora le hacemos por mes. Sabemos cómo es el contexto: cada vez hay más demanda y menos vacantes. ¿De qué me sirve tener una base de 200 mil personas si la oferta de empleo es reducida? Tratamos de alguna manera de regular la dinámica para que no haya tanta gente en nuestra base, porque sino sería un desaliento más para ellos. Una vez que abrimos zonas, nos acercamos a empleadores del lugar para que contraten personas que residan cerca. Es un trabajo estratégico pensado en optimizar las posibilidades de reinserción laboral", explicó.

“Siempre me costó el doble conseguir trabajo, en algunos lugares directamente no les decía que tengo epilepsia. Nunca tuve un ataque en un trabajo, estoy medicado”, contó Pablo, que ahora está en proceso de ingresar a trabajar en un hotel
“Siempre me costó el doble conseguir trabajo, en algunos lugares directamente no les decía que tengo epilepsia. Nunca tuve un ataque en un trabajo, estoy medicado”, contó Pablo, que ahora está en proceso de ingresar a trabajar en un hotel

A la falta de ropa formal, higiene, viáticos, un teléfono de contacto o hasta una dirección (la Fundación ofrece brindar su propia dirección para personas en situación de calle), se la agrega una primera adversidad: los participantes del programa no saben de la vacante porque no tienen modo de informarse, porque no son visibles y porque, como dice Alexandra, "perdieron el contacto con la realidad que hace que se encuentren fuera del sistema".

Para las empresas, funcionan como una consultora de recursos humanos: "No hacemos contrataciones, solo hacemos intermediación. No buscamos que los empleadores contraten por lástima o por un beneficio de promoción. Obviamente es una decisión a consciencia, pero también les ofrecemos un servicio de calidad: el trabajador que le enviamos es acorde al perfil que demandan. Por eso contamos con más de 50 voluntarios, especialistas en recursos humanos, asistencia social y psicología". Los empleos suelen ser de carga y descarga, limpieza, administración, vigilancia y seguridad.

“La Visión de Cultura de Trabajo es ser un puente que contribuya a igualar las oportunidades y el acceso al trabajo de todas las personas que desean y necesitan trabajar”, dicen desde la Fundación, que tiene un guardarropas con zapatos para los hombres y mujeres desempleados
“La Visión de Cultura de Trabajo es ser un puente que contribuya a igualar las oportunidades y el acceso al trabajo de todas las personas que desean y necesitan trabajar”, dicen desde la Fundación, que tiene un guardarropas con zapatos para los hombres y mujeres desempleados

A los que consiguen trabajo, les hacen un seguimiento con devoluciones. Y a los que no, les explican por qué no quedaron en el puesto. Los contratados experimentan una transformación: recuperan desde el autoestima hasta lazos familiares.

Pablo le pudo regalar una cama a su mamá y ropa a sus hijos, y no tuvo que esconder su medicación para evitar convulsiones. Jorge, ahora, tiene un celular y puede pagar televisión por cable.  Pequeños triunfos de una sociedad con 1.961.840 personas desempleadas en el primer trimestre del 2019.

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