Eclipse solar desde el cielo: crónica del día que se vistió de noche a doce mil metros de altura

Cuando la luna interceptó la luz del sol, los 96 pasajeros del avión mágicamente hicieron silencio. En los segundos que duró el eclipse se perdieron objetos y las turbulencias nunca cesaron. La "navidad" de un experto, la sorpresa del piloto y la experiencia de contemplar el fenómeno desde un avión

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El anillo de contorno resplandeciente
El anillo de contorno resplandeciente que se formó en un punto del cielo significó el evento astronómico más importante de 2019 (Luis Urzúa, explorador National Geographic)

Cuando terminó, Gabriel León quería tener en su mano un vaso con whisky y dos peces de hielo. Quería recluirse, retirarse e inmiscuirse en su propia red de pensamientos. Había apagado su capacidad de discernimiento y librado sus emociones durante poco más de dos minutos. Cuando quiso procesarlo, necesitó soledad y tiempo. Pensó, en el viaje de regreso al aeropuerto, que sus ancestros sentían terror cuando veían al sol desaparecer. Él, que desde doce mil metros de altura vio el sol desaparecer, estaba en su navidad.

"En mi infancia, la navidad era al día siguiente. Uno se iba a dormir, se levantaba por la mañana y ahí estaban los regalos. Yo anoche no dormí", dijo horas antes del eclipse el bioquímico, doctor en biología celular y molecular, dedicado ahora a la divulgación científica. Deseó que el Alzheimer le perdone este día. Calificó la experiencia como sobrecogedora, impresionante y existencial. Contó que la NASA ya publicó dónde y cuándo serán los próximos cinco mil eclipses y lo comparó con las cosmovisiones ancestrales.

"Hace cuatro mil años atrás, astrónomos en China fallaron al predecir un eclipse total de sol. Les cortaron la cabeza: en esa época cuando ocurría un eclipse total de sol reemplazaban al emperador real por uno falso, para que el eclipse no lo encontrara en el trono. Era un intento por engañar a la naturaleza para que no cayera sobre el emperador real todas las cosas malas que tiene un eclipse", graficó.

"Luz, calor y comida dependían del sol. Por lo tanto, el hecho de que desapareciera el sol del cielo era muy angustiante. Y los seres humanos cuando no sabemos algo inventamos una respuesta, inventamos dragones. En la cultura china los dragones se devoran al sol. En la cultura noruega, son dos lobos los que persiguen al sol y la luna durante los eclipses para comérselos. En la cultura mapuche, los eclipses de sol se llaman 'lan antu': la muerte del sol, y presagian la muerte también de un querido líder. La ciencia libera -indicó Gabriel-. Saber cómo funcionan, conocerlos y anticiparlos, nos permitió eliminar ese manto de misterio que traían".

El piloto puso el avión
El piloto puso el avión de National Geographic perpendicular al trayecto de la umbra, el corredor de sombra que atravesó el continente sudamericano de oeste a este (Foto: Thomas Khazki)

A las cuatro de la tarde con 39 minutos y 15 segundos (hora local), la luna se metió dentro del sol. No había misterio. Era el pronóstico que había cronometrado el capitán Klaus Von Storch. La computadora de a bordo lo comprobaba: el piloto militar le sacó una foto al reloj para cotejar que su presagio matemático había sido correcto. En ese instante exacto, el sol se ocultó, la luna se adornó, el día se hizo de noche, un anillo con una corona blanca se posó en el cielo. La ciencia habilita para estos sucesos la construcción de metáforas alegóricas. El eclipse le aporta poesía al cálculo científico: fue común escuchar hablar de él como un juego de luces y sombras, como una danza milenaria cósmica.

Pero eclipse proviene de una palabra griega que significa abandono o desaparición. Y eclipsar es, para la Real Academia Española, "ensombrecer o deslucir". Ambas definiciones carecen de belleza o inspiración. Lo que sucedió durante el primer microsegundo del eclipse fue estupor. Se escuchó el silencio. El viaje a bordo de un Airbus 320 Neo, organizado e impulsado por National Geographic, traía 96 personas ansiosas, inquietas. Ese instante representó la quietud del asombro, como la pausa del preludio a un gol heroico o el momento exacto a la reacción de un regalo sorpresa. La estupefacción dio paso a la efervescencia: se encimaron gritos y aplausos con la angustia por tener su foto.

Los pasajeros no se fueron
Los pasajeros no se fueron sin su retrato del eclipse. Muchos sacaron fotos como objeto de recuerdo y para compartirlo, pero primero se dedicaron a contemplarlo con sus ojos (Foto: Thomas Khazki)

Todos los que iban a bordo querían su retrato del eclipse. Y no había suficiente tiempo. Fueron dos horas y media de vuelo para cerca de 150 segundos. La butaca A era la más codiciada: veía el fenómeno celeste del lado izquierdo de un avión ubicado perpendicular a la luna y el sol. El lado derecho estaba desocupado y las ventajas, bajas. Los fotógrafos tenían prioridad. Había expertos, astrónomos, comunicadores científicos, periodistas y personas que ganaron concursos peleando por una posición de privilegio frente al cristal. Alguien preguntó por lo bajo: "¿Por qué los aviones no tienen ventanas más grandes?".

Klaus Von Storch iba avisando por altoparlante la cuenta regresiva. A las 16:08 viró hacia el océano Pacífico para ir a la caza del eclipse. Tres minutos después atravesó una zona de turbulencias. El piloto mandó a sentar, recoger la bandeja y ajustarse el cinturón a una audiencia exaltada. "No todo es perfecto. Pronto los vamos a soltar", indicó. A las 16:20, un segundo avión de Sky perseguido por su estela y sobre un manso colchón de nubes apareció por debajo. Fue la primera sesión de fotos masiva, un anuncio de lo que vendría quince minutos después.

Uno de los momentos más
Uno de los momentos más emotivos: cuando el piloto avisó que había descubierto un segundo avión que lo acompañaba en la expedición de la caza del eclipse (Foto: Thomas Khazki)

A las 16:35 una sombra empezó a oscurecer un tramo de nubes. "No me esperaba tanto -dijo el piloto-. Pensé que iba a ver el solo solamente eclipsado, pero ver cómo llega la noche sin que sea completa, sino solo en un área fue algo verdaderamente extraordinario". Klaus, piloto de combate, ingeniero aeronáutico y aspirante a astronauta con 40 años de trayectoria aeronáutica, se sorprendió al advertir cómo se acercaba el corredor de oscuridad plena. Desde el cielo, la umbra se distinguía como una franja de sombra, como un trazo negro entre nubes alumbradas por el sol. Con el piloto en automático y la velocidad seteada, se entregó al eclipse. "Fue mi momento de relax", describió.

Las turbulencias nunca cesaron del todo. En el tiempo que duró el eclipse se perdieron anteojos y tapas de lentes. El anillo que se formó en el cielo eclipsó todo. Después, algunos de los pasajeros se dieron cuenta que no sabían dónde habían dejado sus cosas y que la combinación de ansiedad, excitación y turbulencias los había dejado algo mareados. Estaban sobre el océano, a punto de volar de nuevo sobre territorio chileno, en viaje de regreso a la Base Aviasur del Aeropuerto Internacional Arturo Merino Benítez de Santiago, procesando lo vivido y desmenuzando todo lo que quedó condensado en menos de tres minutos.

El día se hizo de
El día se hizo de noche sobre el océano Pacífico, 300 kilómetros de distancia de la ciudad de La Serena, en el departamento chileno de Coquimbo (Foto: Thomas Khazki)

Los más entusiastas ya planificaba la cobertura de los próximos eclipses solares. El 14 de diciembre de 2020 Chile y Argentina volverán a ser testigos del acontecimiento astronómico del año. Aunque esta vez será imposible hacerlo desde un avión porque las rotaciones de los cuerpos determinaron que la intercepción lunar se ejecute en horas del mediodía, cuando el sol se encuentre en el centro del cielo.

Gabriel León ya sabe que ese día estará, acompañado por su familia, a la expectativa de cazar su segundo eclipse solar. Será, para él, un diciembre con dos navidades.

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