El lunes 30 de junio de 1969 hacía frío y la Argentina venía de semanas calientes. Hacía apenas un mes, el Cordobazo marcaba el principio del fin de las pretensiones de Juan Carlos Onganía, el general que confiaba en quedarse veinte años en el poder.
Augusto Timoteo "el Lobo" Vandor era el secretario general de la poderosa Unión Obrera Metalúrgica (UOM) y ese mediodía tenía previsto almorzar con el coronel Luis Prémoli, pero antes iba a la sede del sindicato en La Rioja 1945, en Parque de los Patricios.
Prémoli había sido uno de los tres militares de alto rango que tres años y dos días antes habían ingresado por la fuerza al despacho presidencial para echar a Arturo Illia. Onganía asumía la presidencia inmediatamente y el coronel formaba parte del círculo estrecho de la toma de decisiones del dictador. Buena parte de los sindicalistas, aunque se decían peronistas, tenían vínculos estrechos con el onganiato. Prémoli era secretario de Información Pública y uno de los encargados de la alianza con los sindicatos.
Pero varios meses antes de que explotaran el Rosariazo y el Cordobazo, un grupo de peronistas enemigo de los acuerdos con Onganía ya había decidido un curso de acción. En principio eran ocho los que, en secreto, habían planeado la muerte de Vandor.
En marzo de 1969, el grupo de ocho se redujo a cinco. Se juramentaron entrar al muy vigilado edificio de la UOM y no salir hasta haber terminado con la vida del líder metalúrgico.
Lo llamaron "Operativo Judas". Durante tres meses, el grupo intentó conocer la distribución y el movimiento del edificio, pero nunca consiguieron entrar. Tuvieron que preparar el operativo con unos croquis que habían dibujado a partir de observaciones exteriores. Las armas que tenían indicaba que no se trataba de profesionales ni de un crimen por encargo: dos pistolas 45, un revolver 38, otro 32, un 22, una pistola 22 y cinco metralletas caseras calibre 22. Además habían conseguido tres kilos de trotyl: en caso de no localizar a Vandor una vez adentro, harían un acto suicida con la certeza de que Vandor tampoco saldría vivo.
Adentro del edificio podía haber hasta 40 personas y los complotados daban por seguro que los custodios de "el Lobo" estaban relajados. En cambio, ellos sabían que contaban con la sorpresa y la disposición a morir en el intento. Pese a las tres deserciones, el grupo de cinco confiaba en que no había nadie que pudiera dar información sobre sus propósitos. El secreto era clave: sabían que dos tentativas anteriores de matar a Vandor fracasaron porque él se enteró y compró a los implicados.
La operación
Empezaron el procedimiento a las 8 de la mañana de ese lunes y querían llegar a la sede de la UOM a las 10. Cuatro de ellos fueron en un auto al que antes cambiaron platinos, bujías y cargaron nafta. Sólo dos sabían manejar, si a esos dos les pasaba algo tenían que escapar a pie. El quinto integrante estaba en la esquina de Cátulo Castillo y La Rioja para verificar que Vandor efectivamente hubiera llegado: "el Lobo" había llegado, los que no llegaban eran los suyos, que recién lo hicieron pasadas las 11.
El coche quedó estacionado a la vuelta del sindicato. Lo dejaron en marcha porque confiaban en que todo duraría pocos minutos. Ingresaron al edificio con unas credenciales falsas de policías y mostraron unos papeles que simulaban ser una citación judicial para Vandor.
Una vez adentro, sacaron las armas y empezaron a buscar oficina por oficina hasta que encontraron la del secretario general. Cuando Vandor trató de encerrarse, le pegaron varios tiros y, aprovechando la confusión, se escaparon. A la salida, para cubrir su huida, detonaron una granada.
La reacción de Onganía
Al día siguiente, la CGT de los Argentinos (CGTA), liderada por el gráfico Raimundo Ongaro, convocó a una huelga general. Las disputas, agrias, entre distintos sindicatos, no eran suficiente razón como para hacer silencio sobre una muerte que podía cambiar el tablero político. La CGTA tenía como uno de sus puntales al cordobés Agustín Tosco quien estaba preso como cientos de participantes del Cordobazo. Y lo que menos querían Ongaro y Tosco era desbarrancar.
Por su parte, Onganía respondió con la sutileza de un oso pardo: declaró el estado de sitio y atribuyó la muerte de Vandor a "un plan subversivo de ideología perfectamente determinada, que trata de cambiar nuestra forma de vida".
El viernes 4 de julio, el gobierno clausuró el periódico de la CGTA, dirigido por Rodolfo Walsh, e intervino la mayoría de sus gremios. Hubo cantidad de razzias y detenciones.
El propio Raimundo Ongaro, acusado de complicidad en la muerte de su rival político, fue a parar a la cárcel por seis meses. Era su sexta detención en doce meses, y fue la más larga.
Pese a tanto revuelo, los servicios de inteligencia de Onganía no dieron cuenta de saber quiénes habían cometido el crimen. Recién en febrero de 1971, y tras el secuestro y muerte de Pedro Eugenio Aramburu, el Comando "Héroe de la Resistencia Domingo Blajaquis" del Ejército Nacional Revolucionario se adjudicó la muerte de Vandor.
Los que habían hecho el atentado eran en realidad integrantes de un grupo que luego se llamaría Descamisados y que se sumaría definitivamente a Montoneros a fines de 1972.
Muchas veces militantes peronistas habían pensado en matar a Vandor. Sobre todo cuando se encontraban con que sus intentos de presentar listas o dar una oposición democrática en los sindicatos vandoristas chocaba contra la fuerza de los matones o la colaboración de la justicia laboral de los militares. Pero este grupo tomó su decisión en septiembre de 1968, cuando las direcciones sindicales vandoristas entregaron la huelga petrolera de Berisso y Ensenada.
Perón y Vandor
Vandor había empezado su actividad sindical años atrás como delegado de la fábrica Philips, y su ascenso había sido rápido. Como secretario general de la UOM había encabezado durante los años '60 los intentos más importantes de construir un "peronismo sin Perón", tolerable para el sistema, presentando listas electorales propias o arreglando con los militares golpistas. A eso, y a sus métodos de control de las estructuras sindicales para la negociación y el arreglo, se llamó entonces vandorismo.
Ya a principios de 1966, antes del golpe de Onganía, Perón había dicho que debían acabar con el Lobo Vandor. En una carta que le mandó a José Alonso, líder del sindicato textil, en enero de ese año, le escribía que "el enemigo principal es Vandor y su trenza… hay que darles con todo y a la cabeza, sin tregua ni cuartel. En política, no se puede herir, hay que matar, porque un tipo con una pata rota hay que ver el daño que puede hacer… Deberá haber solución y definitiva, sin consultas, como ustedes resuelven allí. Esa es mi palabra y usted sabe que Perón cumple".
En enero de 1973, Perón contaría en una entrevista al diario Mayoría que él había mandado a llamar a Vandor en abril de 1969, y le había dicho que lo iban a matar: "Yo le dije: a usted lo matan; se ha metido en un lío que a usted lo van a matar. Lo mataban unos o lo mataban otros, porque él había aceptado dinero de la embajada americana y creía que se los iba a fumar a los de la CIA. ¡Hágame el favor! Le dije: ahora usted está entre la espada y la pared; si usted le falla al Movimiento, el Movimiento lo mata; y si usted le falla a la CIA, la CIA lo mata. Me acuerdo que lloró. Le dije: usted no es tan habilidoso como se cree, no sea idiota; en esto no hay habilidad, hay honorabilidad, que no es lo mismo."
Pero en julio de 1969, pocos días después de la muerte del Lobo, le escribía a Antonio Caparrós que en ese momento Vandor estaba cumpliendo "bien e inteligentemente" una misión del Comando Superior y que de ahí se podía inferir quiénes lo habían matado, "porque nada le pasó cuando actuaba por sí, dentro de sus propias aspiraciones o deseos y, cuando comenzó a actuar al servicio de la conducción del Movimiento Peronista con una misión de gran importancia, fue asesinado. Esto quiere decir además que sus asesinos no son peronistas aunque haya algunos que lo hayan odiado, y sí quiere decir que el asesinato se ha gestado y organizado entre nuestros enemigos".
Walsh, Rosendo García y El Lobo
El primer libro de investigación de Rodolfo Walsh, Operación Masacre, contaba cómo el gobierno del general Pedro Aramburu había fusilado a un grupo de peronistas en junio de 1956. ¿Quién mató a Rosendo?, el segundo, era una investigación de la muerte del dirigente metalúrgico Rosendo García a manos de sus compañeros vandoristas. Ante la aparición del libro, la revista Siete Días entrevistó a Rodolfo Walsh.
Allí, entre otras cosas, Walsh explicó cómo había logrado que hablaran los implicados:
-En eso tiene que ver la gente con la que yo hablo para reconstruir la historia. Esa gente es excepcional, y su excepcionalidad no es casual, no es azarosa. Son excepcionales porque son militantes con un alto grado de conciencia política. Al ser excepcionales, su experiencia individual es el reflejo de la experiencia colectiva. En el caso de Norberto Imbelloni (sindicalista que estuvo presente en el momento del asesinato de Rosendo), nos costó trabajo localizarlo. Yo había vuelto de España y había hablado con Perón; no del asunto sino de otras cosas, pero me sirvió para presionarlo. Le dije que Perón había dado orden de defenestrar a Vandor. Entonces Imbelloni habló. Después se rectificó diciendo que no me conocía. Según versiones que me llegaron, esa rectificación le costó un millón de pesos a Vandor. A esta altura el asunto le va a costar cualquier cantidad de plata.
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