Rosa Barreiros perdió a su hijo Sebastián el 18 de julio de 1994 en el atentado a la AMIA. Veinticinco años después abrazó a Paula Cernadas ante el lente del reportero gráfico Julio Menajovsky. Paula no conocía a Sebastián, pero estaba a veinte metros de él cuando murió. Paula y Sebastián tenían cinco años en aquel instante trágico. El retrato habla de una reparación y de la vigencia de una causa. Rosa dice que cada 18 de julio es el mismo de 1994 y cuestiona la naturaleza del tiempo: evidencia, en su relato, que todo sigue igual de impune desde hace veinticinco años.
"Veinticinco" es, justamente, el nombre de la muestra fotográfica que atenaza ese encuentro. La exposición se nutre de 19 historias -19 encuentros- representadas en 38 imágenes. Son postales de Menajovsky, uno de los primeros reporteros gráficos en fotografiar las consecuencias del desastre, curadas por Elio Kapszuk, director de Arte y Producción de AMIA. Se inaugurará hoy en el Consulado General Argentino en New York, a través del apoyo del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la Nación, antes de recalar en Buenos Aires y en París.
El trabajo de Menajovsky es complementario a su prestación profesional del atentado. "Cuando uno recuerda lo que sucedió -expresó Kapszuk-, uno recuerda sus imágenes, que ya son parte de la memoria colectiva de cada uno de nosotros. Casi siempre uno se agarra, pide ayuda de esas imágenes para ejercitar la memoria, pero solamente esas imagenes te sitúan en ese momento". El curador manifestó que sus fotos carecen de fecha de vencimiento, pero acumulan deudas: "Por eso es que veinticinco años después le propusimos a Julio que las pusiera en diálogo con otras imágenes. En concreto, lo invitamos a hacer retratos de estudio, perfectos retratos, inmaculados, que mostraran un encuentro de personas que se hayan vinculado a partir del atentado, a través de diversas circunstancias. Una excusa para compartir relatos que permitan revisitar los hechos históricos y sus consecuencias desde el presente".
Buscaron contar y recuperar las historias y los encuentros, esos que permiten dimensionar el paso del tiempo y el silencio de las respuestas. Kapszuk definió a las 38 fotos de la muestra como testimonios, no como retratos. Fueron el resultado de una sesión de fotos de quince minutos precedida por una charla -un encuentro- de dos horas. "El producto final es distinto porque el proceso es distinto. Las fotos del atentado son barrocas, están cargadas de drama y de información. Queríamos que, en este caso, el diálogo se produzca desde la simpleza y la teórica neutralidad, de la pureza y la perfección de un retrato", narró el curador de la exposición.
Kapszuk entiende que las fotos del 18 de julio de 1994 son la evidencia "de que él no quería estar ahí, ni estaba dispuesto a ponerse al servicio de ninguna espectacularidad". Cree que las tomó no desde el oportunismo sino desde su profesionalidad, su responsabilidad de inmortalizar el momento, y asegura que están despojadas de su sello. Los retratos de los encuentros sí tienen su autoría. "Ahora, en cambio, él sí está en estas imágenes", relató.
El reportero gráfico coincide. "Después ese día, la sensación fue como si me hubiera quedado atorado con las imágenes que saqué esa mañana. Este proyecto me dio la posibilidad de abrir todo lo que había quedado obstruido. En cada encuentro que tuve con los protagonistas, se abrió un pesado paquete que estuvo cerrado estos 25 años". Sus fotos tomadas minutos después de las 9:53, minutos después de que una bomba asesinara a 85 personas y dejara más de 300 heridos, son estoicos retazos de un instante o, como dice Kapszuk, son "la señalética de lo inalterable e inmunes al trabajo corrosivo del olvido".
Las 38 imágenes del proyecto artístico de Julio Menajovsky recorren un sendero de impunidad de veinticinco años de duración. Hace de la fotografía un instrumento vital para reforzar la construcción de la memoria. Por eso, Rosa abraza a Paula: para no olvidar.
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