Son más de las diez de la noche de un martes y a la ciudad de Buenos Aires la cruza un frío húmedo típico del invierno en el estuario. Quedan muy pocas personas sobre la avenida San Juan. Una enfermera espera el colectivo con las manos en los bolsillos y la boca tapada por una bufanda azul. Un estudiante frena en una esquina para responder un mensaje, el teléfono empañado por el vapor de su aliento. Un kiosquero se duerme en la soledad gélida de su local mientras espera. Ninguno de los tres sabe que la chica rubia que pasa con sus hijos por sus lados no solo carga bolsas con ropa y comida, también arrastra un peso invisible: el de la incertidumbre de no saber dónde va a dormir.
Penélope y sus hijos desandaron San Juan desde el Bajo hasta llegar a la plaza Martín Fierro, en el barrio de San Cristóbal. Como cada martes, reciben de cena un plato de comida (esta vez es arroz con pollo y pan casero integral) que les llevan voluntarios de una organización solidaria. Ella y sus nenes de 4 y 7 años conocen bien este lugar. Vivieron el último verano debajo de un ombú ubicado casi en el centro del parque.
Desde hace seis años años, cuando se quedó sin casa después de sufrir y denunciar violencia de género, la vida de Penélope Acevedo (38) es eso que pasa mientras se ocupa de buscar un techo donde dormir. Una estimación de organizaciones sociales dice que hay unas 8.000 personas en situación de calle sólo en Capital Federal; seres solitarios y también familias que no tienen vivienda, o que la tienen y la pierden, como quien cruza un precipcio arriba de una cuerda floja.
Este martes, Penélope y sus nenes comen el arroz con pollo y un poco de pan. Lo que sobra se lo llevan 50 cuadras de vuelta hasta una habitación en la villa Rodrigo Bueno que ella alquila hace tres meses, pero que hace dos que no puede pagar.
Acevedo está anotada para cobrar el subsidio habitacional que el Gobierno porteño otorga a personas sin techo como ella. Pero van 60 días de lo mismo: llega al banco y le dicen que no, que está anotada pero que no hay plata, que vuelva otro día.
Y entonces a Penélope se le aparece en la cabeza el mensaje que ya le dejó el dueño de la pieza. "Si no pagás te vas".
"Estoy atrasada con la cuota y tengo carta de desalojo. Hoy fui al banco y me dijeron que estoy en la lista pero que todavía no cobraba. Es complicado, hace dos meses que no le puedo pagar. Y ellos quieren alquilarle el lugar a una persona que pueda pagar, es lógico", cuenta la mujer, interrumpida por dos voluntarias de la orgaanización "Ni una persona más en la calle" que le traen gorritos de lana y guantes y bufandas para sus nenes, Teo y Pepo, de 4 y 7 años, que juegan con ramitas de un árbol como si fueran espadas, ajenos al drama de sus vidas.
Penélope elige dos gorros para ellos. Uno marrón y el otro gris. Y se prueba unos guantes verde. Le van bien. Se mira las manos y se toca la cara y sonríe. "Igual se los va a quedar mi hija de 17, que ya me usa todo", dice con un falso enojo que en realidad es orgullo.
Sus tres hijos van a la escuela a pesar de todo. Penélope sabe que ese es el secreto para no caer en la tentación de la depresión, los consumos problemáticos y la delincuencia. "Siempre digo que si estudiás y trabajás y te esforzás y no te separás de tu familia salís adelante", resume.
Su vida se transformó en ir y venir. "Ando entrando y saliendo: de la calle a paradores o a los hogares y vuelvo a la calle. Y cuando tengo plata alquilo. En algunos paradores me dejan entrar con los chicos y otros son solo para mujeres. Tengo discapacidad visceral, me qusieron mandar a un hogar en Carapachay donde hay personas con enfermedades pero me querían separar de mis chicos. Si yo sigo tomando los medicamentos para mi problema visceral los puedo criar. Mis hijos tienen 10 en la escuela y no faltan nunca y van a apoyo escolar y hacen talleres. No les falta ni ropa ni comida y están bien de salud".
Ella y sus chicos asisten a la escuela pública Isauro Arancibia. Desde hace una semana no pueden ir porque, a pesar de tener un edificio "nuevo", el colegio padeció las lluvias constantes de los días que pasaron y las autoridades suspendieron las clases. Sus hijos menores van al jardín y a primaria y su hija terminó la nivelación para hacer la secundaria en otro lado. "Ahora tiene todo 10", repite, orgullosa. Es su manera de sentirse integrada, una resistencia intelectual al borde del sistema donde está parada.
"Durante el día los chicos se quedan en la escuela. Hay microemprendimientos, se pintan bicicletas y se las vende en las ferias de las facultades. También vendemos ecobolsas con microemprendimientos de costura. De ahí sale la plata para poder alquilar una pieza", enumera, y se angustia. "Pero si el colegio se inunda, o no lo desagotan o no arreglan los problemas que tenemos con el gas o con el agua nos quitan nuestro centro educacional, el lugar para los chicos y nuestro trabajo, que es para poder alquilar y salir de la calle. Todo el esfuerzo que tenemos se viene abajo cuando llegás al colegio y hay una banda de peligro y te lo cierran", describe.
–¿Cuánto hace que están en esta situación de calle?
–Antes alcanzaba con la plata del microemprendimiento, ahora ya no. Ahora cuando hay problemas de luz, de gas y se cierra el colegio y los emprendimientos empiezan más tarde la venta baja y por ahí acudimos al sistema habitacional, pero ya va la tercera cuota que nos deben. Tengo carta de desalojo y no me dan bolilla. Este año dijeron que lo iban a aumentar pero no lo hicieron y se atrasaron tres cuotas. Pasan tres meses y volvés a la calle.
Por el subsidio habitacional Penélope debería cobrar 8 mil pesos por tener dos hijos menores de edad. El Estado porteño le debe $ 24 mil. Acevedo continúa lo que suena como un monólogo y parece una catarsis.
"La manera de ayudarte que tienen es: te dicen que te van a sacar de la situación de calle, pero te dan un cheque y luego te dan otro y luego no te dan y te mandan a hogares, pero los hogares no tienen vacantes y volvés a quedar en calle. Luego te dicen 'hay vacantes para los nenes en un hogar', porque para los nenes siempre hay vacantes, porque te los quieren separar y te los mandan a otro lado. Entonces yo siempre me esfuerzo por vender en la calle. Vendo en la feria lo que fabricamos en el Isauro y en la calle he vendido chupetines, tarjetitas, juntar de acá, juntar de allá, agarrar y a veces laburo con mi viejo, pero mi viejo tiene cáncer y es pintor y no tiene laburo. Yo me las rebusco", suelta de un tirón, como si las palabras y los pensamientos calmaran el frío que aplasta el aire en la plaza Martín Fierro.
Su papá vive en Tigre, donde Penélope nació. Y de donde se tuvo que ir cuando denunció que era víctima de violencia de género. Su padre atiende su cáncer en Capital. También tiene problemas de vivienda. Por eso ella y sus hijos no pueden volver con él. Muchas veces las personas en situación de calle sienten que "molestan" a su familia. El orgullo, como la piel, se asperezan cuando no hay techo.
"Cuesta mucho salir de la situación de calle, pero se sale laburando", explica Penélope sobre su vida. El último verano lo pasó con sus chicos abajo de uno de los ombú, donde conoció a quienes los martes les dan comida. La gente en situación de calle es una especie de comunidad invisible para quienes no están en esa condición, pero ellos se conocen, son compañía y a veces problema en la cotidianidad.
"Tengo compañeras, comadres, me hice cargo de un chico, de mi ahijadito. Ellas caian en la depresión, en las drogas, y volvieron a estar con alguien que les pegaba. Me he hecho cargo de hijos que no eran míos. Yo no aflojo, estudio, trabajo, cuido a mis hijos. Pero tengo un montón de amigas que aflojaron, les agarró depresión, cayeron en las drogas, se pusieron débiles y andan en situación de calle con sus pibes, cepillándose los dientes con agua que sale de alguna pileta que desagota algún cheto, golpeando las puertas o queriendo dormir en algún hotel donde te baldean para que no duermas ahí, durmiendo en monumentos", y cuando pronuncia esa palabra Penélope se queda en silencio un segundo. Y mira a los ojos, con sus guantes verdes puestos.
"Monumentos de la Patria", dice. Y repite: "De la Patria. ¿De qué? Si la gente nos tiene miedo, cree que los vas a robar y pasa de largo y no te dan ni comida".
–¿Eso genera un resentimiento en la gente de la calle?
–A la persona que sufre eso, ¿cómo le explicas que tiene que trabajar y estudiar? Es re dificil.
–¿Te sentís invisible por momentos?
–Me sentí invisible, sí. En una época dormía en una estación de tren, abandonada. Y un día me encuentro con que vienen del Estado a hacer una estación nueva, con cámaras de seguridad y esto y aquello y no se fijaron que había gente, vinieron con las topadoras y se llevaron lo que habíamos juntado. La estación la teníamos limpia, hasta arreglamos parte de la electricidad, le colocamos algunos caños de agua y usamos la electricidad para planchar guardapolvos y lavar la ropa, y limpiábamos con lavandina para evitar enfermedades, eso fue hace cinco años, y ahí arrancamos a darnos cuenta de que el sistema habitacional mismo te deja en la calle.
Este martes es el primer día después de una seguidilla de lluvia que duró una semana pero pareció un año, o un siglo. Nunca dejó de caer agua. Para las personas en situación de calle no hay peor enemigo que ese.
–¿Cómo se hace para sobrevivir cuando llueve tanto?
–Todavía queda gente buena en algunos lados. Llamamos al 108 (la línea de Atención Social Inmediata del gobierno porteño), vas al parador, preguntás si hay vacante, si no hay vacante te quedás en calle, esperás que el 108 te traiga una frazada o andás con los bolsos para todos lados.
Andar con los bolsos para todos lados significa buscar un techo, un umbral, una autopista, un puente, la guardia de un hospital, un techo para no mojarse. Pero no. "Andás mojado, cambiándote de ropa en las estaciones de servicio, pedís en los baños públicos que te dejen enjuagar una ropita de los nenes con un jaboncito que alguien te donó, colgás la ropa en los árboles, te vas a las parroquias", reconstruye Acevedo, que dice que hay situaciones peores: "Cuando te enfermás y vas a los hospitales te dicen que hay demora de ocho horas, no te quieren atender muchas veces. Si te atropella un auto y estás en situación de calle olvidate, no te atienden, te dicen que los doctores no están y después te llaman al 108 para que consigan un lugar para hacer reposo. Y no te dan medicación".
Penélope sueña con tener un trabajo "como cualquier persona normal". "Yo me esfuerzo, mis nenes van a la escuela, mi hija hacía la tarea en el McDonald's que está calentito. Y se sacaba buenas notas igual, pero no es justo, que gente que quiere y que la rema le pongan palos en la rueda, cuando supuestamente tienen lugares que se llaman 'asistencia a gente en situación de calle'. No asisten nada. Nos ponen palos en la rueda. Voy a cumplir 40 años y viví el gobierno de Alfonsin, el de Menem, el de De la Rúa, el día que estuvo Rodríguez Saa, Néstor Kirchner, hubo un montón de presidentes que sabían que se venía esto, la misma historia marca que en la política se cometen los mismo errores una y otra vez y quieren hacer pelear al pueblo contra el pueblo".
Pero tiene la capacidad de ver a su alrededor. Entiende que no es la única víctima de la falta de trabajo y el riesgo de estar en la calle. Las últimas cifras oficiales, de 2018, hablan de 1.066 personas sin techo en Capital. En julio se conocerán las nuevas estadísticas del Gobierno y también las del 2° censo popular, confeccionado por más de 50 organizaciones sociales.
"Yo veo cada vez más gente. Le está pasando a muchos, lo estoy viendo en los comedores. Hay gente que en el interior vendía animales, tenía un almacén, o gente que trabajaba en fábricas, y los empezás a ver en comedores. Veo más gente en la calle y de menos edad. Antes eran de 35 ó 40, gente que no podía trabajar ya de camarera o de operaria. Ahora chicos de 24 ó 25 años, que no consiguen laburo y van a los comedores y se ponen de ayudante en el comedor para poder comer", describe Penélope.
–¿Creés que por ser "de la calle" a ustedes les cuesta más conseguir trabajo?
–A veces la presencia cuesta. Nosotros nos bañábamos con la manguera de la plaza, un poquito de gel, pero la discriminación siempre está. Me siento discriminada cuando voy a tirar curriculum, porque al toque no te llaman más. A veces tiramos CV cerca del colegio Arancibia para que los chicos estén en la guardería mientras laburamos, y saben que vamos a ese colegio, donde hay muchos en situación de calle y ya dicen no, porque saben.
Penélope golpea puertas, deja currículms, aprende oficios en su escuela, vende ecobolsas, sabe hacer fileteados en carteles. Su voluntad parece inconmovible ante la dificultad de conseguir un empleo que definitivamente, y después de tantos años, le permita tener lo más básico: un salario fijo con el que pueda pagar un alquiler que a la vez le permite expulsar el fantasma de volver a dormir al ombú de la plaza Martín Fierro.
Penélope es todo voluntad. Pero no es ingenua. Para que entienda su vida, la mujer rubia que carga los niños y las bolsas propone: "Imaginate esta foto: una mamá con nenes empuja un carrito de bebé, pero el bebé no está en el carrito, el bebé está en brazos, el carrito está lleno de ropa y de bolsas, la mamá se para en la puerta de un restaurante, espera que le den trabajo o le den de comer. La tenés que ver esa foto, me pasó mil veces".
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