La distancia entre la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) –hoy Espacio Memoria y Derechos Humanos- no llega siquiera a los dos mil metros. Sin embargo, ese tenebroso centro clandestino de esclavitud y exterminio siguió funcionando cuando se llevó a cabo el Mundial '78.
-…y es justamente la confrontación en el campo deportivo y la amistad en el campo de las relaciones humanas que nos permiten afirmar que es posible, aún hoy, en nuestros días, la convivencia en unidad y en la diversidad, única forma para construir la paz. Por ello pido a Dios nuestro Señor que este evento sea realmente una contribución para afirmar la paz. Esa paz que todos deseamos…
Decía el general Jorge Rafael Videla, desde el palco de la cancha de River, y setenta mil personas aplaudían sin grandes fervores. A su lado, el brigadier Héctor Agosti y el almirante Emilio Massera asentían con sonrisas.
En el campo de juego, 1.700 jóvenes formaban con sus cuerpos la palabra PAZ. Antes, el cardenal primado de la Argentina, monseñor Juan Carlos Aramburu, había invitado a todos los presentes a rezar un Padrenuestro, y habían volado palomas y globos. Setenta mil asistentes habían aplaudido y cantado "Vamos/vamos Argentina, vamos/vamos a ganar".
Después, a las tres en punto de la tarde, un árbitro tocó un pito y, por ATC. La nueva televisión color, Marcelo Araujo pegó un grito:
-¡Mueve la pelota Fischer para Alemania, comenzó el Campeonato Mundial en la Argentina!
Ese jueves 1° de junio las Madres de Plaza de Mayo que rodeaban la pirámide fueron más asediadas que de costumbre: la policía llevaba perros, les tiraban gases, las detenían. Las Madres aprendieron a llevar bicarbonato para soportar los gases y un diario enrollado para defenderse de los perros. También usaron sus pañuelos blancos para cubrir boca y nariz. Muchos periodistas extranjeros pasaron, en esos días, por la marcha de los jueves.
Dos días después, la Argentina debutó en River contra Hungría. Argentina formaba con Fillol, Olguin, Galván, Passarella y Tarantini; Gallego, Ardiles y Valencia; Houseman, Luque y Kempes, y ganó 2 a 1: con goles de Luque y Bertoni, que entró en el segundo tiempo.
El martes 6, El Gráfico ya cantaba victoria: "Para los de afuera, para todo ese periodismo insidioso y malintencionado que durante meses montó una campaña de mentiras acerca de la Argentina, este certamen le está revelando al mundo la realidad de nuestro país y su capacidad de hacer, con responsabilidad y bien, cosas importantes. Un país tan golpeado y tan caído después de las duras experiencias pasadas, se está demostrando a sí mismo sus enormes posibilidades de realización. Y esto no tiene nada que ver con los resultados futbolísticos: Argentina ya ganó su Mundial".
Esa tarde, Argentina le ganó 2 a 1 a Francia, con goles de Passarella, de penal, y Luque.
El horror de las catacumbas
"¡Qué trueno!", dijo Antonio Latorre, el Pelado Diego, uno de los detenidos. El ruido los había hecho saltar de las sillas donde estaban sentados, charlando, en la piecita del fondo de "la Pecera", como llamaban a las oficinas donde algunos prisioneros eran obligados a trabajar. Jaime Dri, también sometido en ese centro de detención, lo miró: "¡Qué trueno ni trueno! Eso fue una explosión". Al ratito entró un marino para aclarar: "Metieron un bombazo en la playa de estacionamiento".
Al rato llegó el capitán Jorge "el Tigre" Acosta, más tranquilo, y les explicó que un comando había lanzado una granada Energa y se había retirado sin incidentes. A la noche, algunos periodistas acreditados para el Mundial sabrían que un "Pelotón de Combate Mártires de la Resistencia de la Sección Tropas Especiales Capitán Alberto Camps del Ejército Montonero" se atribuía el atentado.
La granada había dado en el cartel del edificio principal. En esos días, hubo otros ataques con lanzagranadas: la Escuela de Oficiales de la Policía Federal, la Casa Rosada, la Escuela Superior de Guerra, el edificio Libertador, el Monumento a la Bandera de Rosario y las casas de general Reynaldo Bignone, entre otros, sin que hubiera bajas.
En la Pecera, el capitán Acosta, metralleta en mano, dijo a los detenidos: "Justo hoy retiramos el camión con infantes que teníamos de custodia. Nos madrugaron".
Era la tercera vez que sucedía desde el principio del mundial. Una de las detenidas, Norma, puso cara "de qué barbaridad", pero estaba contenta. La alegraba saber que, allá afuera, todavía había militantes que seguían en la brecha. Los sobrevivientes de la ESMA eran anfibios: debían simular algo para intentar no terminar lanzados en el Río de la Plata y, al mismo tiempo, no perder su dignidad.
Fervor futbolero en la superficie
El miércoles 21 de junio la algarabía en las calles de Buenos Aires llegó muy cerca del clímax. La selección había ganado su primer partido de la ronda final contra Polonia 2 a 0 -con goles de Kempes- y empatado el segundo contra Brasil, 0 a 0. La clasificación dependía de la diferencia de goles con los brasileños, y la organización, avalada por la FIFA, dispuso que el partido Brasil-Polonia se jugara a las cuatro de la tarde. Argentina-Perú, en cambio, empezaría a las siete, una vez conocido el otro resultado. Argentina necesitaría ganar por más de cuatro goles de diferencia para clasificarse. Después, se hablaría durante años de las supuestas contrapartidas que Argentina le ofreció a Perú a cambio del resultado. La hipótesis más común fue que la selección nacional compró el 6 a 0 con una cantidad de toneladas de grano entregadas en Lima semanas más tarde.
Mientras, los marinos de la ESMA empezaron a preocuparse por los ataques montoneros. En esos días sacaron por primera vez a Norma en la Swat. La Swat era una camioneta camuflada de transporte de alimentos: en la caja tenía una camilla y un generador eléctrico. Estaba preparada para torturas inmediatas. A Norma le dijeron que debía avisar si veía a algún militante. Iba parada dentro de la caja, mirando hacia afuera por unas rendijas. Por la radio, el capitán Acosta la arengaba. Detrás, dos autos más completaban la columna.
-¿Cómo puede ser Norma? La sacamos a la Coca y nos señala a alguien. En cambio vos nunca ves a nadie. ¿Qué está pasando?
-Es que no vi a nadie, señor.
Le contestó esa noche Norma al capitán Acosta, que repasaba los resultados de cada salida.
La gran final
El domingo 25 de junio José María Muñoz anunciaba por los altoparlantes de la Esma. Su voz parecía aún más afónica, más impúdica que de costumbre:
-¡Esta es la gran fiesta argentina! ¡Es la gran final que jugamos 24 millones de argentinos!
Y hablaba de los miles de papelitos que caían, y cómo Clemente –el personaje de la tira de Caloi– le había ganado la pulseada.
La Argentina formaba con Fillol; Olguín, Galván, Passarella y Tarantini; Ardiles, Gallego y Kempes; Bertoni, Luque y Ortiz.
"Va a tirar Passarella –relataba Muñoz-, pide pelota larga Houseman a la izquierda para Bertoni… ¡Vamos, Argentina! ¿Dónde está ese público? Bertoni enganchó bien hacia adentro… Da para Kempes… Se metió en el área, peligro de gol, va a tirar, salió el arquero, entra… ¡Gol, gol, gol, gol, gol, gol, gol, gol, gooooooooooooool, goooooooooooooool de Argentina! ¡Kempes! ¡Gooooooooooooool argentino, Kempes, de guapo! ¡Kempes goleador del Mundial de guapo se llevó la pelota y Argentina dos Holanda uno, catorce minutos, está por terminar el primer período suplementario y tembló el estadio Monumental, se estremecieron las tribunas, se abraza la gente!".
Y en la Pecera de la ESMA, una docena de prisioneros más los marinos gritaban: "¡…que esta barra/ kilombera/ no te deja, no te deja/ de alentar/ Vamos, vamos, Argentina…!". Como si fuera un eco, una burla del destino, escuchaban los gritos que les llegaban desde el Monumental.
-¡…vamos, vamos/ a ganar,/ que esta barra/ kilombera…!
Eran las cinco y media: el italiano Sergio Gonella pitó el final y los prisioneros se abrazaban y felicitaban. En la televisión, Videla, Agosti y Massera se abrazaban también. Norma, por un momento, se dejó llevar por el entusiasmo general. Hasta que vio entrar al capitán de corbeta Jorge Acosta, sonriente, entusiasmado: "¡Ganamos, ganamos! ¡Vamos Argentina todavía!".
Acosta abrazó a sus prisioneros: besaba a las mujeres, estrechaba las manos de los hombres a quienes había torturado, cuyas vidas le seguían perteneciendo. "No puede ser que si él gana, yo también gane", se decía Norma, mientras recibía el saludo: "No puede ser que ganemos juntos, no puede ser".
En la cancha de River, en medio del delirio, Videla entregaba la copa al capitán argentino, Daniel Passarella y le daba un apretón de manos que no se terminaba nunca. Cada jugador argentino recibiría además un premio de 24.000 dólares por el campeonato.
Al lado de Videla, en el palco, entre otros, estaban Massera, Agosti, el cardenal primado Juan Carlos Aramburu, el nuncio apostólico Pio Laghi, el presidente de la FIFA Joao Havelange y el ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger.
Una salida para "festejar"
En la ESMA, los marinos organizaron una salida. Norma fue una de las designadas para salir.
Norma terminó de prepararse y la subieron en un Peugeot 504 verde, acompañada de dos marinos y el subprefecto Héctor Febres. Iban siguiendo a otros tres coches de la ESMA. Cuando llegaron a la avenida Cabildo había miles de personas con vinchas y banderas, gritando, tirando papelitos, abrazándose. Norma le dijo al subprefecto que le gustaría mirar mejor. Febres corrió la tapa del techo y ella se paró en el asiento y, con medio cuerpo afuera, lloró en silencio, despacito.
"Si yo me pongo a gritar, acá, ahora, que estoy secuestrada, nadie me daría pelota", pensó, y siguió llorando. Era difícil sentirse más sola.
Jaime Dri fue llevado días después a la frontera con Paraguay. Allí sus captores querían que señalara militantes que quisieran cruzar. Dri cuenta que un guardia se descuidó y pudo escapar. Cuando empezaron los juicios, fue una pieza clave para denunciar a los dueños de la vida y la muerte en la ESMA. En cuanto a Norma –cuyo verdadero nombre se mantiene en reserva- también logró sobrevivir y declaró ante la Justicia reiteradas veces.
El caso de Antonio Nelson Latorre, "el Pelado Diego", fue distinto: se quedó con los marinos y en plena guerra de Malvinas participó de un operativo –bajo las órdenes de los mandos navales- destinado a atacar buques británicos en Gibraltar. No lo lograron.
Por la ESMA, durante la última dictadura militar, pasaron alrededor de 5.000 detenidos ilegales. La mayoría fueron exterminados.
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