El documento desclasificado este año, escrito a finales de marzo de 1976 en la embajada de los Estados Unidos en Buenos Aires, informaba al Departamento de Estado que Argentina no se destacaba entre los destinos más codiciables: "Violaciones de la inmunidad diplomática". El oficial regional de seguridad, George Beckett abrió el cable con un comentario: "En los últimos cinco días ha ocurrido una serie de incidentes que presentan una amenaza para el personal".
Beckett había llegado a tener un mini-ejército de 300 guardias, según un texto oficial, para defender al personal de la embajada de las organizaciones guerrilleras, luego de que los montoneros secuestrasen y asesinasen al cónsul honorario en Córdoba, John Patrick Egan, en 1975. Pero suponía que con el golpe militar la vida sería más segura para ellos.
Se había equivocado. No sólo los militares de la dictadura apuntaban con armas a los diplomáticos estadounidenses, también las extrañas relaciones entre los uniformados argentinos y las empresas de seguridad hacían que la embajada recibiera amenazas de quienes cobraban por cuidarla, según otro cable, en el cual se describió un episodio de abril de 1976.
Tras analizar una carta atribuida al Ejército Revolucionario del Pueblo, el Comité de Seguimiento de la Vigilancia de la misión había observado que "obviamente no era un documento del ERP y podría haber sido escrito por un oficial de bajo rango, como los que emplea Brown Security, el servicio de guardias que contrata la embajada".
Según el primer documento, seis veces distintas personas de la embajada habían sido interceptadas por soldados con armas largas cuando viajaban en automóviles oficiales. Se los hizo bajar del auto y se los cacheó, también a los acompañantes; se los amenazó a quemarropa cuando intentaron sacar una identificación del bolsillo o pidieron el nombre del responsable del operativo.
El incidente más grave había sucedido el 29 de marzo. Había afectado al cónsul general, George Huey, y el asesor de asuntos políticos, Wayne Smith (ex embajador estadounidense en Cuba en el momento de la revolución), quienes viajaban en un vehículo con el consejero político Frank Zambito y un oficial militar. También a los ocupantes de un segundo vehículo oficial, que fueron detenidos tras haber visto lo que sucedía con los primeros: el consejero administrativo Charles Emmons, el propio Beckett y su adjunto, David Tanner, además de otros dos empleados de la representación.
"Cuando la revisión terminó, el consejero político preguntó el nombre del sargento de la policía federal presente en el lugar. El cónsul general también preguntó el nombre. Uno de los guardias apretó su ametralladora contra el estómago del cónsul general", sintetizó el informe.
Zambito dijo entonces que se iba a quedar en el lugar hasta que el sargento le diera su nombre; el policía no se inmutó. "El sargento elevó su arma y apuntó a la cabeza del consejero político, y le dijo que si no se iba del lugar le dispararía. El grupo regresó al automóvil y se marchó"
Preocupados por lo que habían visto, los diplomáticos del segundo automóvil no podían creer que también los interceptaran a ellos. Y al terminar la requisa, Emmons y Beckett pidieron el nombre del sargento. Quid pro quo: ellos se habían identificado todos, y el consejero administrativo tenía todavía su carnet en la mano. Pero el policía tampoco se molestó en concederles una respuesta. "Dijo que la requisa era un asunto militar, no de la policía federal, y que si tenían quejas las llevaran al Ministerio de Relaciones Exteriores".
El primer incidente había sucedido el día después del golpe. El agregado aeronáutico de la embajada, coronel Emmett A. Niblack, viajaba con su esposa en un auto con placas diplomáticas cuando los soldados de un control de calles lo detuvieron. Tras ordenarles a ambos que bajaran del vehículo y pusieran las manos sobre el techo, y mientras el militar les informaba sobre su identidad y su estatus diplomático, "tanto el coronel como la señora fueron cacheados".
Cuando Niblack quiso sacar de su bolsillo una identificación, "el soldado apretó contra su espalda la pistola calibre .45 que llevaba". Niblack repitió que quería sacar su carnet diplomático; el soldado llamó a un oficial, quien lo autorizó a mostrar su identificación y le permitió seguir su camino.
Al día siguiente, 26 de marzo, Michael E. O'Brien, oficial de prensa de la Agencia de Información de los Estados Unidos, iba en su auto, que también tenía placas diplomáticas, con su esposa, cuando pasó por la misma situación. Aunque la mujer no fue cacheada, los militares le revisaron la cartera. Dos veces más, y en esas ocasiones con sus hijos, los O'Brien pasaron por la experiencia.
Ese mismo día Emmons, en otro vehículo oficial con placas diplomáticas, había sufrido una detención similar. "Mientras Emmons se identificaba, un arma se disparó (aparentemente) de manera accidental detrás del automóvil". Con el cuerpo y la carrocería sin marcas, pero muy estresado, el diplomático salió del lugar.
A Beckett le tocó descubrir que la amenaza del ERP, en realidad no era tal. El oficial regional de seguridad, según un cable de abril de 1976, recibió por correo una lista de miembros de la embajada. "En castellano, el comunicado era copia de un original y abajo llevaba escrito el nombre completo del ERP. Daba a las siguientes personas hasta el 30 de abril para abandonar el país antes de que comenzara una campaña de ataques contra ellos", agregaba el documento, y seguían 19 nombres de funcionarios de la misión estadounidense en Buenos Aires.
Para indicar que habían recibido el mensaje, se les solicitaba que "pusieran este aviso en el diario La Opinión: Vendo Lancha Delta 39, Labardén 422, San Isidro". Delta 39 era el nombre en clave del embajador, Robert C. Hill. Ese dato les hizo pensar que la amenaza podía provenir de su propia agencia de seguridad.
"Podría haber sido escrita por un ex guarida disgustado de Brown", especularon los diplomáticos. Los apellidos de los amenazados "muy probablemente habían sido tomados de una lista de radio de la embajada, ya que todos los nombres están escritos correctamente y también se usó Delta 39, el nombre en código del embajador". Los autores ni siquiera habían usado la misma máquina de escribir para el texto y el sobre.
El comité de seguimiento de seguridad no recomendó medidas extraordinarias, sólo que se notificara a los amenazados y al personal en general de lo que había sucedido. Hill, por su parte, habló con el titular de Brown Security. "Dr. Castro", como lo nombra el documento, "estuvo de acuerdo en que el autor no era muy inteligente y trataba de causar preocupación entre el personal de la embajada y Brown Security".
Agregó que, si bien era "posible que uno de sus guardias fuera el autor, lo dudaba". Dado que la recomendación venía de muy cerca, Hill se vio obligado a iluminar las peculiaridades de la seguridad uniformada en Argentina: "En el pasado él no ha sido reticente a culpar a su propia fuerza, así que su opinión no se debe considerar prejuiciada".
Hill, que pronto quedaría afectado por el secuestro y la desaparición del hijo de un empleado con 30 años al servicio de la embajada, tenía ya nueve rutas diferentes para viajar a su trabajo, además de moverse en un auto a prueba de balas que podía llegar a 250 kilómetros por hora con gomas blindadas de 75 kilos cada una. Pero si bien lo acompañaban cuatro automóviles con policías argentinos, con él sólo viajaban marines estadounidenses. Él mismo apoyaba los pies, en el vehículo, sobre una subametralladora que había aprendido a disparar.
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