Los últimos días de López Rega en la cárcel: "Todo el peronismo va a lavar sus culpas conmigo"

Hace 30 años murió el artífice de la Triple A sin condena en una clínica de Saavedra, luego de tres años prisión. La cita “anzuelo” del FBI a su esposa María Elena Cisneros para detectar su paradero y sus confesiones ante la justicia norteamericana que resolvió su extradición en 1986: “Massera me hizo echar del país”

Al morir José López Rega tenía un edema pulmonar y estaba casi ciego

Ingresó a la clínica de Saavedra pocos días antes de su muerte. Tenía un edema pulmonar y estaba casi ciego. Su cuadro de diabetes se había agravado y el expediente judicial estaba sin movimiento. No se agregaban pruebas ni se ordenaban nuevas pericias. En ese momento, cargaba con dos prisiones preventivas. En una de ellas, la causa de la Triple A, había sido procesado como "autor mediato" de seis homicidios agravados y formar parte de una asociación ilícita. No lo acusaban de haber matado a nadie, sino de dirigir un aparato organizado de poder. Probablemente José López Rega no conociera a sus ejecutores, pero le bastaba con controlar los resortes del poder para ser considerado penalmente responsable.

Lo acusaban de tener el "dominio del hecho".

Esta teoría podría explicarse con un evento que le ocurrió cuando estaba sentado en la cama de su prisión en la Unidad Carcelaria 22, entonces ubicada en la calle Viamonte, lindera al Teatro Colón. Un hombre de mediana estatura entró a su celda. Había participado en "grupos paralelos" de la SIDE durante la dictadura y operaciones de "contrainsurgencia" en Nicaragua. Incluso, durante los primeros meses de la democracia, había formado parte de la custodia del presidente Raúl Alfonsín. Raúl Guglielminetti vio a López Rega con calzoncillos y camiseta y tomó impulso para recordar anécdotas de los "operativos" de aquella época. López Rega lo miraba impasible, como si no entendiera de qué hablaba.

¿Se acuerda, jefe? – le preguntó Guglielminetti.

Por qué me dice jefe si yo no lo conocí – respondió López.

Mantuvo la misma distancia frente a la justicia argentina, cuando fue extraditado de Estados Unidos. El juez federal Fernando Archimbal le preguntó sobre su conocimiento de la Triple A. Y dijo que sí, que tuvo conocimiento como cualquier ciudadano, en base a las informaciones periodísticas, pero nada más.

-No tenía tiempo de ocuparme de temas que no correspondían a mi gestión- dijo.

A partir de entonces, se abstuvo de responder nuevas preguntas. Acusó un dolor de cabeza y la indagatoria se suspendió. Tampoco declaró en otras dos causas, de malversación de caudales públicos, y de fondos reservados.

Fue todo que dijo en sede judicial argentina.

Consultado por un juez sobre la Triple A, López Rega afirmó que tuvo conocimiento “como cualquier ciudadano, en base a las informaciones periodísticas, pero nada más”

Tiempo más tarde, cuando la Sala I de la Cámara de Apelaciones confirmó la prisión preventiva, López Rega recusó a sus integrantes –León Arslanian, Ricardo Gil Lavedra y Diego Cámara– ante sospecha de "imparcialidad" por haber jurado acatamiento a los objetivos básicos del la Junta Militar y el Estatuto para el Proceso de Reorganización Nacional.

E incluso más: pocos días antes de morir, López Rega demandó por 400.000 dólares a ochos funcionarios judiciales -los tres jueces de la Cámara mencionados, y a los fiscales Aníbal Ibarra, Luis Moreno Ocampo y Julio Strassera, entre otros-, por la demora en la tramitación de la causa. Entonces, en junio de 1989, llevaba casi tres años detenido pero sin sentencia. Prometió donar esa cifra al Patronato de Liberados.

En la agonía de López Rega, Argentina vivía su propio drama. La sociedad estaba atrapada en el espiral de la hiperinflación y el Congreso sancionó el estado de sitio para controlar los saqueos de alimentos en el conurbano.
Las balas policiales habían dejado varios muertos en los accesos a los supermercados. La inflación de junio se proyectaba al 110%. El mes anterior, Carlos Menem había ganado las elecciones presidenciales y Alfonsín gobernaba en el limbo; le quedaba poco para decir y hacer. Sólo intentaba que Menem le hiciera pagar el menor costo posible a su entrega anticipada del poder y que su despedida de Olivos fuese lo menos traumática posible.

En su escrito judicial, poco antes de morir, López Rega reclamaba que la falta de sentencia en sus causas judiciales permitía que fuese "injuriado, calumniado y vilipendiado por gran parte de la opinión publica y la prensa sensacionalista".

Pero en realidad ya nadie lo recordaba, o lo recordaba simplemente como "cultor de ritos africanos de extraña personalidad", una intromisión exógena en el peronismo que había engañado a Perón a Isabel Perón.
De ese modo -desprendido de implicancias políticas- se lo intentó explicar durante décadas.

Durante el tiempo en volvió extraditado al país y permaneció detenido, todavía no se hablaba de la década del setenta.

Mientras López Rega agonizaba, la Argentina vivía su propio drama: la sociedad estaba atrapada en el espiral de la hiperinflación y el Congreso sancionó el estado de sitio para controlar los saqueos

La violencia política no formaba parte del debate público y casi no se publicaban libros sobre el pasado reciente. Se hablaba de la represión ilegal de la dictadura -los miembros de las Juntas Militares acababan de ser enjuiciados y condenados-, pero no existía una discusión en perspectiva que permitiera entender qué había sucedido. Casi no había testimonios periodísticos o investigaciones históricas sobre la militancia armada o la violencia paraestatal de la Triple A. Un oscuro silencio atravesaba la última década.

En ese año 1989, los protagonistas de los '70, estaban presos, prófugos, o exiliados.

En la misma cama de la celda de la Unidad 22 en la que permanecía López Rega, pocos meses antes, había dormido el dictador Jorge Rafael Videla y todavía permanecía el general Guillermo Suárez Mason, detenido por sus crímenes en el Cuerpo I del Ejército. Una salida de la prisión de Magdalena del almirante Emilio Eduardo Massera -fue fotografiado cuando salía de la casa de su hijo en avenida Las Heras de Capital Federal-, provocaría cierto escozor oficial, pero el ministro de Defensa Horacio Jaunarena explicó que se trataba de una salida para "un chequeo médico".

Mario Firmenich, jefe montonero, todavía estaba detenido en la cárcel de Villa Devoto por el secuestro de los hermanos Jorge y Juan Born, y Rodolfo Galimberti vivía clandestino en la Argentina, sin que la inteligencia radical pudiera detectarlo.

De todos modos, Menem ya había prometido que, "para cerrar heridas" dispondría la libertad de los represores y guerrilleros. "Yo no puedo ver encerrado ni a los pájaros", explicaba el presidente electo.

Después de casi once años como prófugo de la justicia, López Rega se fue habituando a su nuevo hábitat. En su celda tenía la cama, la mesa de luz, una pequeña biblioteca con una Biblia, libros esotéricos, un televisor, y los discos que había grabado su mujer, María Elena Cisneros. Ella viajó dos veces desde Miami para visitarlo, pero era su madre, Lucía, la que frecuentaba a su yerno en la prisión para hacerle masajes en los pies y evitar que perdieran movilidad.

Su cuadro de diabetes era cada vez más grave.

Junto a Juan Domingo Perón en Puerta de Hierro

El ex ministro de Bienestar Social trató de mostrarse encantador con las tres psicólogas del Cuerpo Médico Forense que lo examinaron en prisión. Parecía sumiso y dócil, perfectamente adaptado a la cárcel, incluso bondadoso. Pero de golpe, cuando relataba hechos que lo sensibilizaban, pasaba de la alegría al llanto. Cambiaba de conductas con facilidad.

Las psicólogas lo interpretaron como procedimientos engañosos para ocultarse. Anotaron en su informe: "hiperdemostrabilidad dramática".
En ningún momento López Rega daba una respuesta que permitiera obtener información de quién era realmente. No quiso dibujar en sobre papel ni que su grafía fuera sometida a una evaluación.

En esos momentos -el cuerpo médico forense realizó tres sesiones-, su amabilidad se descomponía y pasaba a una frialdad extrema, o se colocaba en situación de alerta, pero siempre ajeno a los expedientes, a los jueces, a la propia cárcel.

Su condición de mago -así les dijo a las psicólogas- lo ponía en un lugar más trascendente.

"Ni siquiera encerrado podrán tenerme prisionero. El mundo no entiende lo grande que soy", aseguraba.

El diagnóstico psicológico no atendió su bondad inicial. En el expediente quedó asentado que López Rega no había querido cooperar, que era narcisista, tenia ideas de grandeza, fabulaciones egocéntricas, una sensibilidad aguda pero superficial, era ambicioso intelectualmente, y su conexión con la realidad era evasiva y poco analítica, tenía un manejo mágico que la desfiguraba, y una modalidad psicopática con rasgos paranoides, pero que no alteraba su sistema racional.

Y lo más importante para la causa: tenía capacidad de delinquir.

La misma sensación de grandeza espiritual y generosidad intentó demostrar frente al agente del FBI George Kiszkinsky que lo fue a buscar a las islas Bahamas y el juez Samuel Smargon, que trataba de resolver si correspondía extraditarlo a la Argentina.

En una de las últimas pericias psicológicas que le realizaron, los expertos señalaron que López Rega exhibía una “hiperdemostrabilidad dramática”

Fueron los dos hombres que determinaron el regreso de López Rega a la Argentina. Uno se ocupó de obligarlo a entregarse; el otro, de enviarlo en el avión, esposado.

Kiszinsky obtuvo el domicilio de López Rega cuando su esposa visitó por segunda vez el consulado argentino en Miami, en una cita "anzuelo" que le tendieron desde la sede diplomática. La convocaron para informarle que le darían el pasaporte a su pareja pero sólo para viajar a la Argentina. Cisneros respondió que no le interesaba.

Cuando subió a su auto, Kiszinsky tomó nota de la patente. Era un auto de alquiler. Ese mismo día López Rega ya tenía el FBI merodeando su chalet.
Durante nueve días vieron entrar y salir a la concertista, pero no al ex ministro, hasta que el agente Kiszinsky se cansó y tocó el timbre en el 2210 de la calle 36 de Fort Lauderdale y pidió hablar con López.

López ya había desaparecido otra vez.

Apenas se había filtrado la información de que su esposa había pedido la renovación de su pasaporte en Miami, voló a las Bahamas.

Kiszinsky, un polaco que había vivido su infancia en la Argentina y recordaba el español, le dijo a Cisneros que su pareja quizá podía ser dejado en libertad bajo fianza. Incluso le mencionó un abogado que podía ayudarlo. Pero tenía que entregarse.

A los cinco minutos, el agente del FBI estaba en diálogo con el prófugo menos buscado de la Argentina. Desde 1983 que no se emitía una orden de captura contra él.

Kiszinsky le dijo:

-López, sabemos dónde está. Es sólo cuestión de avisar a nuestros agentes en Bahamas para que lo detengan. No hagamos una persecución inútil. Y por si usted no lo sabe, las cárceles de Miami son mucho más confortable que las de Naussau.

López Rega entendió el mensaje, pero le pidió unos días para organizarse. El agente se los negó.

-Dentro de dos días tengo una consulta con mi dentista. No me haga perder la cita. Yo iré a buscarlo.

En la madrugada del 13 de marzo de 1986 el ex ministro de Cámpora, Perón e Isabel Perón llegó en un jet aéreo a Miami con dos agentes del FBI.

En la actualidad la viuda de López Rega, María Elena Cisneros, vive en San Lorenzo, un pequeño pueblo ubicado al sur de Asunción, la capital del Paraguay (Lihue Althabe)

Cuando enfrentó a la justicia norteamericana -con la asistencia legal del abogado que Kiszinsky le había recomendado-, reclamó la libertad en base a su enfermedad (diabetes) y su edad (69).

-Tenemos en prisión gente de 80. Y si se siente mal, podemos hospitalizarlo -fue la respuesta de la jueza.

Lo esperaba la primera noche en prisión de su vida, en el Metropolitan Correccional Center. Compartió la celda con un encausado haitiano detenido por homicidio.

Cuando desde el consulado argentino quisieron que firmara un pasaporte provisional para evitar el juicio de extradición, López fue internándose en su discurso místico.

-Ustedes no entienden. Yo puedo hablar con Dios. Soy esa clase de hombres para los que no existen cárceles ni las fronteras. Ustedes creen que yo estoy preso aquí. No es cierto. Sólo tienen mi cuerpo. Mi mente flota libre.
Sobre sus enemigos que había dejado en la Argentina tenía expresiones mucho más mundanas. Sobre todo con Massera.

-Ese hijo de puta estaba obsesionado con quedarse con la Presidencia. Por su culpa todos empezaron a llamarme "Brujo". Lo decían para descalificarme. Pero yo curaba. Él me hizo echar del país.

López Rega se negó a regresar a la Argentina. Daría batalla legal para impedir su extradicción. Esto representó un problema un problema para la justicia argentina y el propio gobierno de Raúl Alfonsín.

¿Cómo se podría probar la responsabilidad de alrededor de dos mil muertes en una causa como la de la Triple A en la que el único acusado hasta ese momento era el ex ministro de Bienestar Social José López Rega?
La justicia argentina tenía 45 días para presentar prueba, traducirla, y enviarla a la justicia norteamericana.

Hasta ese momento, la causa de la Triple A estaba más enfocada en el agente de inteligencia Aníbal Gordon, que respondía más a la SIDE y a la UOM, antes que a López Rega.

Aníbal Gordon

Ahora, se debía probar la existencia de la Triple A, demostrar los crímenes que se había adjudicado la organización y que López Rega era el jefe de la banda. Es decir, la justicia tenía que hacer en 45 días lo que no había hecho en 10 años para que la prueba resultara creíble para la justicia norteamericana y aceptara su extradición en el juicio.

En el juzgado federal del juez Fernando Archimbal comenzaron a reunir recortes de diarios, sentar testigos frente al escritorio, librar oficios a otros juzgados. Decidieron acusaron sobre seis crímenes, con un único acusado, López Rega.

Eran: Rodolfo Ortega Peña, 31 de julio de 1974; Alfredo Curuchet, 9 de septiembre de 1974; Julio Troxler, 20 de septiembre de 1974; Silvio Frondizi, 27 de septiembre de 1974 y Carlos Laham y Leopoldo Barraza, 13 de octubre de 1974.

Finalmente, la empresa de traducción contratada por la justicia logró enviar la prueba colectada y enviarla al juez Smargon.

La primera fecha de audiencia fue el 2 de abril de 1986. Ese día López Rega se presentó como un político retirado y perseguido, pintor y escritor. Explicó:

-Soy un hombre religioso, sensible y estudioso. Toa mi vida la dediqué al servicio de mi patria. Yo fui un policía honrado por mi país ¿Cómo voy a tener antecedentes criminales? Nunca quise huir de mi patria. Yo era el mayor inconveniente para el golpe militar que se estaba preparando. Y los militares armaron una trampa. Le dijeron a la señora de Perón que me iban a matar en la misma residencia presidencial si yo no me iba del país. Entonces la señora me llamó con lágrimas en los ojos y me dijo "Por favor, váyase. Porque lo quieren matar y yo no quiero eso" Y para que no saliera como un ladrón escondido me designó embajador plenipotenciario en Europa. No temo las acusaciones que me han hecho. Pido perdón para toda la gente que me hizo daño y me lo sigue haciendo.

La última audiencia fue el 21 de mayo. El juez Smargon había escuchado a los testigos, a la defensa, a la querella, a los fiscales que habían llegado desde la Argentina y al propio López Rega.

Smargon confesó que el caso le había resultado fascinante por su complejidad y la personalidad del acusado. Y si bien le resultaba difícil de entender por qué el Congreso argentino había votado la ley 23.062 para proteger a la ex presidenta Isabel Martínez de Perón de la causa de "malversación de los fondos reservados", pero a la vez la justicia argentina quería someter a juicio a López Rega por la misma causa, decidió que el encausado debía ser extraditado y juzgado en su país.
En medio de los festejos del triunfo de la Selección argentina en el campeonato mundial de fútbol México '86, López Rega volvió al país.
Casi tres años después, continuaba en la cárcel, con prisión preventiva pero sin sentencia, y sin ningún apuro ni interés para sumar más elementos de prueba ni sumar otros acusados.

Ya parecía resignado a morir en la cárcel. Su salud se había agravado. Cuando lo internaron en la clínica de Saavedra, cerca de la casa de su barrio en la que había vivido medio siglo, los médicos le practicaron un tratamiento de diálisis.

Sabía que Isabel Perón estaba de paso por Buenos Aires y le hizo llegar el mensaje para que lo visitara en la clínica. Quería verla, hablarle. Pero la ex presidente tenía otros compromisos.

López Rega junto a Perón e Isabelita

Cuando la esposa de su "hermano fraternal" José María Villone, Buba, lo fue a visitar, y lo vio demacrado y sin fuerzas, le preguntó si se estaba entregando.

-Me parece que me están dando algunas cosas. Quieren terminar conmigo. Me acusaron de todo. Todo el peronismo va lavar sus culpas conmigo -dijo.

Cinco minutos antes de las ocho de la noche del 9 de junio de 1989, López Rega murió en presencia de Buba y de su hija Norma. Su último deseo fue que su cuerpo fuera creado y sus cenizas lanzadas al mar, para que espíritu pudiera regresar "al universo astral".

Luego de casi catorce años de proceso, once de los cuales se mantuvo prófugo, José López Rega murió sin condena.

*Marcelo Larraquy es periodista e historiador (UBA). Autor de López Rega, el peronismo y la Triple A. (Editorial Sudamericana). Su último libro es Los Días Salvajes. Historias olvidadas de una década crucial. 1971-1982.

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