Corrían los primeros años de la década de los 60 cuando el soldado conscripto Jorge Chaves fue llamado con sus compañeros a formarse en el patio del Regimiento 7 de Infantería, ubicado a pocas cuadras del centro geográfico de la ciudad de La Plata.
Estaba en primera fila y por eso no se sorprendió cuando el oficial a cargo lo miró fijo a los ojos. Pensó que tal vez había algo mal en su uniforme, que se le venía encima alguna advertencia o, quizás, algún castigo. Un segundo después, cuando el oficial inició su arenga, supo que se trataba de otra cosa. Sin dejar de mirarlo a los ojos, el jefe gritó para que lo escuchara toda la tropa:
-No se vayan a creer que este regimiento se puede tomar con una ametralladora de juguete.
De todos los conscriptos formados en el patio, sólo Jorge Chaves entendió a qué se refería el oficial que seguía sin quitarle la mirada de encima. El hombre sabía -y se lo quería hacer saber a Chaves– que en ese cuartel no se olvidaban que el 9 de junio de 1956, día del fracasado levantamiento liderado por los generales Juan José Valle y Raúl Tanco contra la dictadura de Pedro Eugenio Aramburu e Isaac Rojas, el suboficial mayor retirado Horacio Chaves –padre de Jorge– había entrado al regimiento con una ametralladora de juguete y había tomado la guardia bajo las órdenes del teniente coronel Jorge Cogorno.
La resistencia de los militares peronistas
Valle, Tanco y otros oficiales habían juramentado rebelarse apenas fue derrocado Juan Perón. Como otros 150 oficiales y jefes leales, habían sido detenidos en septiembre de 1955 y alojados en distintos barcos para que no pudieran tener siquiera contacto con sus camaradas. En vísperas de Navidad, Aramburu y Rojas les concedieron la prisión domiciliaria siempre y cuando se quedaran en distritos periféricos, lejos de las ciudades.
Valle fue a vivir a la quinta de sus suegros, en la localidad de General Rodríguez. Desde allí comenzó a reunirse con civiles y militares peronistas con la idea de preparar un levantamiento militar con el objetivo de tomar el poder y permitir el retorno de Perón, derrocado en septiembre del año anterior y por entonces exiliado en Panamá.
El teniente coronel Cogorno había elegido la localidad de City Bell, en las afueras de La Plata, como lugar para su prisión domiciliaria. Estaba detenido allí bajo palabra, sin siquiera custodia. Su misión era liderar el levantamiento en la capital provincial, que se iniciaría con la toma del Regimiento 7 de Infantería. A principios de 1956 ya había empezado a dar los primeros pasos.
Cogorno y la carta doblada
El historiador Gonzalo Leónidas Chaves –también hijo del suboficial mayor Horacio Chaves– investigó durante años los pormenores del levantamiento. Es él quien le relata esos primeros pasos de Cogorno a Infobae. "En marzo o abril de 1956, el hijo de Cogorno se presentó en la casa del suboficial retirado Delfor Díaz, de reconocida militancia peronista, y le dijo que su padre quería verlo, que era un asunto importante", cuenta Chaves.
Delfor Díaz conocía muy bien al teniente coronel y fue a verlo de inmediato. Cogorno lo recibió en su casa y, apenas cumplidos los saludos de rigor, se despachó con una propuesta:
-Delfor, estamos preparando una revolución, va a ser en el mes es junio, no sabemos el día, pero la estamos armando. Lo vamos a traer de regreso al general Perón ¿Contamos con usted?
Díaz no dudó un instante:
-Bueno, mi teniente coronel, cuente conmigo. Yo me sumo.
-Le voy a dar su primera misión – le dijo entonces Cogorno –. Usted va a ir a verlo al capitán Jorge Morganti y llevarle esta carta mía. Usted no le dice nada, se la entrega nomás. Y ahora escuche con atención: si el capitán, después de leerla, la dobla en un triángulo y se la guarda en el bolsillo es que está de acuerdo. Si se la devuelve a usted, es que no está de acuerdo.
Haga lo que haga el capitán, usted viene y me lo dice.
Después de relatar la escena, Gonzalo Chávez –que la conoció de primera mano por Delfor Díaz– la explica a los cronistas: "Puede parecer una ridiculez conspirativa, pero no es así. No es costumbre militar que un suboficial vaya a proponerle un levantamiento a un oficial superior. Díaz no podía decírselo, tenia que llevarle la carta y esperar esa respuesta muda. Morganti, al doblar la carta, daba a entender que aceptaba la propuesta de Cogorno, pero tampoco le decía nada a su subordinado", dice.
La conspiración infiltrada
Ya por entonces, el general Juan Carlos Quaranta, jefe de la Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE), seguía paso a paso las jugadas de los conspiradores. Del otro lado, los generales Valle y Tanco sabían que el movimiento estaba infiltrado y que su plan de operaciones era precario. En dos oportunidades tuvieron que postergar la acción ante la evidencia de que Aramburu y Rojas contaban con datos precisos.
Sin embargo, pese a lo incierto del resultado, decidieron no echarse atrás. Creyeron que era más importante dar un ejemplo de valentía que postergar las acciones por tercera vez.
Desde su punto de vista, los atropellos de la dictadura cerraban los caminos de la protesta pacífica. La CGT había sido intervenida; los sindicatos, asaltados; cien mil dirigentes obreros, desde simples delegados hasta secretarios generales, habían cesado sus mandatos por decreto. Nunca hubo tantos presos políticos en la Argentina. A principios de 1956, los peronistas encarcelados llegaban a 30.000.
La fecha del levantamiento quedó fijada para el 9 de junio, y esa vez no lo iban a suspender.
Plan de operaciones en La Plata
Los líderes del movimiento en La Plata eran el teniente coronel Cogorno, el mayor Juan José Pratt y el capitán Jorge Morganti, por entonces jefe de una compañía en el Regimiento 7 de Infantería.
"La idea era toma el Regimiento y desde ahí seguir las operaciones que contemplaban tomar la central telefónica, la planta de Radio Provincia, el Distrito Militar La Plata, el Segundo comando de Ejército y el Departamento Central de Policía", detalla Gonzalo Chaves a los cronistas.
Para contar con tropa, el capitán Morganti suspendió todos los francos de su compañía, que sumaba 350 soldados. A ellos se sumarían –según los cálculos de Gonzalo Chaves- más de un millar de civiles que estaban complotados.
"La mitad era de Berisso y Ensenada, el resto de La Plata. Estaban en situación de espera y al final no actuaron todos sino un número reducido, pero tuvieron una participación protagónica", dice.
Un soldado peronista
El suboficial mayor Horacio Chaves era un peronista de toda la vida. Se había retirado joven del Ejército, a los 37 años, en 1947, pero había vuelto en dos ocasiones al Regimiento 7 último lugar donde había prestado servicios– cuando se trató de defender al gobierno de Perón.
"Cuando se produjeron los bombardeos del 16 de junio del 55 se presentó en el Regimiento 7, que entonces estaba a cargo de un hombre leal a Perón, el coronel Ugolini, y se sumó a las tropas que fueron a recuperar la Base Aeronaval de Punta Indio, de donde habían partido los aviones. Y después, en septiembre, cuando se levantó el general Eduardo Lonardi, se volvió a presentar y marchó hacia la Base Naval de Río Santiago, aunque esa vez no sirvió para impedir el golpe", cuanta Gonzalo Chaves.
Horacio Chaves supo que habría un levantamiento por Delfor Díaz, que lo invitó a sumarse. Su tarea, junto al propio Díaz, sería la de iniciar la toma del Regimiento 7, desde adentro.
Una ametralladora de juguete
A las 9 de la noche del 9 de junio, Delfor Díaz y Horacio Chaves se descolgaron hacia el interior del cuartel por la pared del costado norte, donde estaban las viviendas de los suboficiales. Desde allí, con otros suboficiales en actividad entre los cuales estaba un hermano de Díaz, se dirigieron a la parte administrativa del regimiento, donde otro grupo de complotados los estaba esperando. Hasta ese momento no había podido llegar al depósito de armas, para hacerlo primero debían tomar la guardia.
"Mi viejo y Díaz tenían un revólver calibre 38 cada uno; los demás no tenían nada. Para dar una mayor imagen de poder de fuego, mi viejo había pintado de negro mate una ametralladora de juguete, imitación de las Thompson, de esas que se veían en la serie de Elliot Ness y Los Intocables. Era una reproducción muy fidedigna y el Ejército no tenía de esas armas. Mi viejo empuñaba el revólver pero llevaba la ametralladora cruzada en bandolera. En la oscuridad de la noche a todos les pareció de verdad", dice Gonzalo Chaves.
En la guardia había un cabo llamado Oscar Di Grazia que también estaba complotado con los rebeldes, de modo que pudieron tomarla sin disparar un tiro. Después fueron tomando los puestos uno por uno y se hicieron del arsenal. Recién entonces Di Grazia salió a la calle y enarboló un pañuelo blanco. Era la señal que esperaban el teniente coronel Cogorno y el mayor Pratt, apostados en un auto en las cercanías, para entrar al cuartel y hacerse cargo del Regimiento.
Fracaso, resistencia y rendición
Con el regimiento en su poder, los militares insurrectos –a los que se sumaron grupos de civiles– se desplazaron hacia diversos puntos y lograron tomar la planta transmisora de Radio Provincia en la localidad de Olmos, los estudios de la radio en el centro de la ciudad, el Distrito Militar La Plata, en intentaron copar sin suerte el Departamento Central de Policía y el Comando Segundo del Ejército. Fue allí donde Rodolfo Walsh escuchó a un soldado herido gritar lo que luego contó en Operación Masacre: "¡No me dejen solo, hijos de puta!" en lugar de "¡Viva la Patria!".
Mientras tanto, el movimiento rebelde empezaba a ser sofocado. El teniente coronel Cogorno llevaba siete horas dirigiendo las operaciones desde el Regimiento 7 cuando le informaron que todo estaba perdido y que debía huir.
El suboficial mayor retirado Horacio Chaves se quedó resistiendo con una ametralladora -esta vez de verdad, tomada del arsenal del cuartel– sobre la calle 51, a una cuadra del Regimiento. Cuando el arma se le trabó, levantó las manos y se entregó.
Cogorno: huida, captura y muerte
"Cogorno tenía un plan de fuga preparado por si fracasaba la sublevación. Cuando ordena la retirada, se sube a un auto con Delfor Díaz y un oficial herido. Tomaron en dirección a Ranchos, donde había una avioneta esperándolos para sacarlos del país. Sin embargo, en las afueras de La Plata, Cogorno detiene el auto y le dice a Delfor que se baje", cuenta Gonzalo Chaves y reproduce lo que Díaz le relató que le dijo Cogorno.
-Hagamos una cosa. Váyase usted. No podemos ir los tres en el auto, porque si caemos nos agarran a todos. En cambio, si usted se baja y se esconde, si yo caigo preso, usted se ocupa de mi familia; y si usted cae preso yo cuido a la suya- le dijo Cogorno.
Delfor Díaz permaneció oculto casi un mes, antes de entregarse.
A la altura de Brandsen, ya sin Díaz a bordo, el auto se estaba quedando sin combustible y Cogorno y su acompañante herido, el oficial de reserva Alberto Abadie, debieron detenerse en una estación de servicio. Cogorno se sacó la gorra y se puso un sobretodo encima del uniforme, para no ser reconocido, pero olvidó que llevaba unas llamativas botas de montar de oficial de caballería. Luego de despacharle nafta, el playero dio aviso y los detuvieron en un puente, cuando estaban por llegar a Ranchos.
El teniente coronel Cogorno fue llevado al Regimiento 7 y fusilado allí el 11 de junio a las 0.55. Abadie también fue fusilado un día después en la Sección Perros de la Policía Bonaerense.
"Hubo otros tres muertos entre los insurrectos durante el levantamiento de La Plata –dice Gonzalo Chaves-. Fueron los civiles Rolando Zanetta, Ramón Raúl Videla y Carlos Yrigoyen".
El fusilamiento de Valle
Los dos líderes del levantamiento derrotado corrieron diferente suerte. El general Raúl Tanco pudo escapar y logró asilarse en la Embajada de Haití. En cambio, el general Juan José Valle, que se había refugiado en la ciudad de Rojas, negoció entregarse a cambio de que cesara la represión de los insurrectos y se le respetara la vida. El encargado de ir a buscarlo fue el capitán Francisco Manrique.
Valle fue trasladado primero al Regimiento de Patricios, en Palermo, y luego a la Penitenciaria Nacional de Avenida Las Heras, donde fue fusilado pocas horas después, a pesar de la promesa de Aramburu de dejarlo con vida.
Antes de enfrentar el pelotón de fusilamiento, Valle le escribió una carta a Aramburu reprochándole no haber cumplido su promesa. Allí le decía: "Dentro de pocas horas Usted tendrá la satisfacción de haberme asesinado. Debo a mi patria la declaración fidedigna de los acontecimientos. Declaro que un grupo de marinos y militares, movidos por ustedes mismos, son los únicos responsables de lo acaecido. Para liquidar opositores les pareció digno inducirnos al levantamiento y sacrificarnos luego fríamente".
El saldo final del levantamiento fue de 18 militares y 13 civiles muertos.
Gira por las cárceles
El suboficial Horacio Chaves fue sometido a un consejo de guerra y quedó "a disposición del Poder Ejecutivo". Le quitaron el rango, el derecho a usar uniforme y la pensión de retiro.
"Nosotros éramos ocho hermanos y la pasamos muy mal. Tuvimos que salir a trabajar, porque no había plata para comer. Pero la solidaridad que sentimos fue increíble. Durante todo el tiempo que mi viejo estuvo preso, el lechero nos dejó todos los días cuatro litros de leche. Jamás nos dijo una palabra y jamás nos cobró", cuenta Gonzalo Chaves.
A Horacio Chaves primero lo llevaron a la cárcel de Olmos y, poco después, fue uno de los militares que estrenó el flamante Penal Militar de Magdalena. A principios de 1957 fue trasladado a Río Gallegos, donde compartió la cárcel con Jorge Antonio, Héctor J. Cámpora, John William Cooke y otros notorios presos peronistas.
Cuando se produjo la fuga organizada por Jorge Antonio, a Chaves lo sacaron de ahí y terminó sus días detrás de las rejas en el Penal de Rawson. Lo liberaron poco antes de las elecciones que consagraron a Arturo Frondizi como presidente de la República.
Fue pocos años después, mientras hacía la colimba en el Regimiento 7 de Infantería de La Plata, que a su hijo Jorge un oficial le hizo sentir que a su padre no lo habían olvidado.
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