"Este bar, para muchos millennials, tiene una atracción muy única, un encanto que no se encuentra en los bares de moda perfectos y ordenaditos. Estos lugares son más descontracturados, todo está más destartalado o no tan perfecto, tienen un encanto particular", cuenta a Infobae la dibujante María Luque, habitué del bar Varela Varelita, en el barrio porteño de Palermo. La artista, como gran cantidad de jóvenes, elige un bar clásico para trabajar y reunirse con sus pares, entre pocillos antiguos, sillas gastadas y un ambiente que conserva algo de bohemia porteña de algunas décadas pasadas.
Pese a que algunos luchan por mantenerse en pie y otros se reconvierten todavía hay varios bares clásicos y bodegones en la ciudad. Sin embargo, no todos lograron el recambio generacional que algunos ámbitos sí consiguieron. La novedad en algunos locales que en la actualidad eligen las nuevas generaciones es la convivencia entre adultos mayores y jóvenes que comparten el mismo espacio.
Varela Varelita, un lugar de habitués
Ubicado en un punto muy estratégico de Palermo, en la esquina de Scalabrini Ortiz y Paraguay, Varela Varelita es uno de los bares porteños más populares entre los más jóvenes. Funciona con ese nombre desde 1950, antes era un típico almacén de ramos generales con despacho de bebidas llamado Grandes Despensas Argentinas.
La cuenta de Instagram oficial del café está dedicada íntegramente a sus clientes. Ahí se los ve a jóvenes y adultos mayores compartiendo mesas grandes, de a dos en conversaciones más íntimas y solos al lado de la ventana. Como rasgo muy distintivo y cálido, hay dos cuadros que homenajean a los habitués con fotografías de ellos. Son como retratos familiares donde la familia es el bar.
El culto que el bar le hace a la clientela es total y la devolución de ellos, también. Javier Gómez, el dueño de este espacio, es un factor clave. Los jóvenes consultados por Infobae hablan de él con mucho cariño. "Vengo acá a buscarlo a Javi que sabe lo que quiero, sabe lo que todos queremos y eso es importante. Esto es como un refugio, un lugar para tomar algo, venir a leer o lo que sea y pasar un rato, hacer tiempo", comenta Flor Sosa, de 32 años, sentada en el café sola, con un libro y una cerveza.
También la dibujante María Luque cuenta lo fundamental que fue el encargado del Varela Varelita la primera vez que llegó al bar ."Ese día yo venía de despedir a un novio que sabía que no iba a ver más. Pedí un café con leche y Javier me trajo un corazón con una flecha dibujado en la espuma y me largué a llorar en la mesa sobre el café. Fue un momento muy emotivo", recuerda conmovida.
Nicolás Fuster, de 32 años, también señala la función contenedora del bar: "En un momento de muchas incertidumbres y pocas certezas venir al Varela es una cuestión de estar más protegido. Decir refugio es dar en la tecla. Hay como una sub-realidad acá adentro. Acá estamos bien, con amigos, tomamos cerveza, no es caro, podemos comernos un sándwich de milanesa a las 3 y media de la mañana. Todo esto, no parece, pero es muy importante".
El dueño del bar reconoce que los días en los que hay un clima más especial son los miércoles y viernes a la tarde. Sobre la concurrencia dice: "Hay buena onda en el trato de todos los que trabajamos acá, es como un ambiente, no sé si familiar, pero sí de amigos y acá no hay problemas. Vienen muchos jóvenes del ambiente literario, muchos músicos, les gusta el ambiente, por sobre todo, y los lomitos". Javier se refiere al "Lomito Varela", un sándwich de lomo, jamón, queso, lechuga, tomate y huevo que se convirtió en un clásico.
Pese a que funciona desde hace más de cinco décadas, el bar está muy aggiornado y equipado con muchos enchufes, buen wi-fi, lugar para estacionar bicicletas, tableros de ajedrez, café con dibujitos que customiza Javier para cada persona y toda la familia de aperitivos servidos con triolet, además de muchos sándwiches para elegir.
San Bernardo, el bar que lo tiene todo
"El corazón de este negocio, al margen de que sea café, bar y que te puedas comer una pizza con amigos, son los juegos", describe Laura Ávila, dueña del San Bernardo, uno de los clubes sociales más famosos del barrio de Villa Crespo. Con sus enormes letras pintadas en la vidriera, el lugar funciona desde 1912 en la avenida Corrientes 5436.
El bar, a diferencia de otros espacios similares, tiene algunos rasgos únicos: por un lado, siempre se destacó por ser muy diverso e inclusivo con personas de distintas edades y niveles socioeconómicos. Por otro lado, el gran motor que le da vida es la variedad de juegos que ofrece hacia el fondo, entre los que se cuentan las mesas de pool y de ping pong.
Aunque ahora se encuentra en pleno auge, el San Barnardo estuvo a punto de cerrar sus puertas en 2011, poco antes de cumplir sus cien años. Sin embargo el lugar fue salvado y se hicieron varias reformas de infraestructura. Además se activaron las redes sociales y se empezaron a organizar fiestas con dj's los martes, como una forma de convocar gente más joven. Aunque aquellos encuentros ya no se hacen más, el público joven quedó y el bar recobró vida.
En un día típico, desde las 10 de la mañana hay público mayor tomando café y reunido alrededor de juegos de mesa. Desde la tarde, se empieza a llenar y mezclar con más jóvenes, juegos varios, aperitivos y cerveza.
San Bernardo es un lugar diseñado con muchas barras y sillas y mesas para recibir a grupos grandes y para que todos se relacionen.
"Hay un montón de gente que está sola y no tiene con quien jugar o que está con sus amigos y se pierde la oportunidad de conocer a otra gente. Queremos que sepan que acá todos tienen un lugar. Que haya muchas barras no es casual, hay una lógica de que haya la mayor interacción posible", cuenta Romina Rascovan, de 30 años, coordinadora del área juegos del "Sanber", que cuenta con ping pong, billar, ajedrez, backgammon, cartas y dados. Entre otras actividades, ella organiza torneos de ping pong todos los martes y de diferentes juegos los jueves.
Los bares y cafés, con muy pocas excepciones, funcionaron como lugares de sociabilidad casi exclusivamente masculina y no es raro que los llamados "bares de viejo" a veces no tuvieran ni siquiera baño de mujeres. Eso pasaba en San Bernardo.
"Esto siempre fue un lugar de hombres. Y no había baño de mujeres. Los hicimos en 2011 y ahora estamos habilitando los baños unisex. Las primeras chicas que venían llamaban a los varones desde la vereda para que las fueran a buscar. Hoy el público femenino supera al masculino", cuenta la dueña del bar.
Alrededor de una mesa de pool se ve a un grupo de tres chicas tomando un vino y jugando. Se repite la misma imagen en mesas de mujeres o mixtas, donde se observan pañuelos verdes, papas fritas y cervezas bien heladas.
"Es un lugar de encuentro, podés charlar, jugar, comer y hacer distintas cosas. Venimos porque la onda es relajada y además está abierto los días de semana hasta muy tarde, hasta las 5 ", cuenta Natasha Cáceres, de 30 años.
El local cuenta con buena conexión a internet y mozos de "vieja escuela" que se saben los nombres de jóvenes y adultos. El plato que más sale son las papas "Sanber": papas fritas con cheddar, panceta y verdeo.
Restaurante Los Bohemios, el bodegón que nació clásico
En 1991, luego que el emblemático Club Atlanta del barrio de Villa Crespo entrara en quiebra, su sede social debió cerrar sus puertas. Fue recién en 2007 y gracias a un enorme esfuerzo de la comunidad que la entidad -que nació en 1904 y se destaca por su equipo de fútbol- empezó una lenta reconstrucción. De ese proceso participó Julián Alfonso, socio del club, vecino y chef. Emprendedor y con una gran visión, 2014 levantó de la ruina al histórico buffet de la institución y lo transformó en un lugar de culto para el barrio y las generaciones más jóvenes.
"Apenas arrancamos, los primeros que vinieron fueron la gente de una galería de arte del barrio. Y después, no me preguntes cómo, pero se empezó a llenar. Se fue corriendo de boca en boca", cuenta el chef, en la cantina ubicada en la calle Humboldt 540 que ahora adoptó el nombre de "Los Bohemios", apodo que reciben los seguidores de Atlanta.
"Esto no es cualquier lugar de viejo, es un lugar de viejo en un club deportivo de barrio donde pasan cosas. Una noche llegamos y teníamos que esperar un montón. Así que me puse a ver por acá atrás y descubro que en la cancha de basquet había un torneo de patinaje artístico. Primer nivel como en las pelis", apunta Sofía Malagrini, de 25 años.
Alfonso comenta que los inicios fueron durísimos: "Lo armamos prácticamente sin nada. Yo tenía unos ahorros, soy cocinero y me quería poner un restaurante. Siempre supe que la cocina clásica no tenía un público sino todo el público". En la actualidad hay más de 15 personas trabajando en este proyecto de cocina bodegonera y clásica, que no tiene Instagram ni carteles en la vereda. Uno de los platos más pedidos es la "milanesa bohemia", con muzzarella, panceta y morrones y papas fritas.
"Con Julián y les chiques del restaurante tenemos una relación increíble. Es un trabajo en comunidad. Le avisamos de antemano cuando sabemos que va ir mucha gente para que los esperen o hacemos reservas o nos cocinan especial. Los platos son increíbles, abundantes y a buen precio", apunta Violeta Mansilla, la directora de la galería que le aportó al lugar sus primeros habitués.
Comer bien, ser bien atendido, pagar un precio justo y compartir un espacio histórico son todos elementos muy valorados por la gente más joven que se convierten en fanáticos de Los Bohemios.
"Mis amigas me joden que me quieren regalar una camiseta de Atlanta para mi cumpleaños", comenta Estefanía Sans, de 28 años, vecina de Villa Crespo y fan del local.
Ocurre que la comida también es una excusa para acercarse a la institución. "El buffet es parte importante del club. Los que lo atienden son socios de Atlanta, se come rico y viene gente de Atlanta y muchos de afuera pero que de pronto terminan conociendo al club y le agarran cariño por lo bien que se come acá", comenta Iván Bronstein, vestido con el equipo de gimnasia del club.
Fotos: Guille Llamos
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