El viernes 23 de mayo de 1969 se produjo un paro con adhesión masiva decretado por la CGT de Santa Fe. El ejército patrullaba las calles de Rosario, que se mantuvo todo el día como una ciudad fantasma. En Mendoza, unos 2.000 estudiantes marcharon en silencio y la policía no intervino. En Buenos Aires, la Federación Universitaria de Buenos Aires (FUBA) hizo varios actos relámpago en la zona de Viamonte, entre San Martín y Alem, y por la avenida Córdoba, frente a la facultad de Económicas. Cantaban el himno e izaban una bandera argentina envuelta en un crespón negro. Los actos terminaron con 200 detenidos. En la ciudad de Córdoba, los estudiantes iniciaron una marcha y cuando llegó la policía se refugiaron en el Hospital de Clínicas. La Infantería comenzó a disparar gases lacrimógenos dentro del hospital y el humo llegó a las salas donde estaban los pacientes internados. Varios chicos con problemas respiratorios sufrieron principio de asfixia. Esa noche, llegó al aeropuerto cordobés Raymundo Ongaro. No logró ni pasar la aduana. Salió de la terminal detenido y en un patrullero rumbo al cuartel central de la policía.
El domingo, en la catedral de La Rioja, monseñor Enrique El Pelado Angelelli –declarado por el papa Francisco mártir de la Iglesia hace apenas unos días-, ofició una misa "por los caídos en los graves incidentes que conmocionan al país". En la homilía exhortó a la juventud a "no vender sus ideales por un plato de lentejas" y a resistir la represión. Esas palabras repercutieron particularmente en sus vecinos, los cordobeses, cuando fueron reproducidas por la prensa de la provincia.
Esa misma semana, un grupo de sacerdotes cordobeses había salido de misa en una "marcha del silencio". Recorrieron unas pocas cuadras hasta que apareció la policía montada. La conservadora cúpula eclesiástica local reaccionó desacreditando a Angelelli. Los sacerdotes comprometidos con "la lucha de los pobres" recibieron sus palabras como un bálsamo mientras expresaban su apoyo a estudiantes y trabajadores. Cinco días después, cuando comenzó el levantamiento, varios sacerdotes se sumaron a las columnas que avanzaban sobre el centro de la ciudad. Entre ellos, Erio Vaudagna, cura párroco del barrio Los Plátanos, al lado del barrio estudiantil Alto Alberdi. También, los sacerdotes Gustavo Ortiz y Milán Viscovich, que era decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Católica de Córdoba. La Teología de la Liberación que había sido consagrada unos pocos meses antes en la Conferencia Episcopal latinoamericana de Medellín, tenía una de las primeras puestas en práctica del enfrentamiento con el poder.
En este contexto, comenzaron las disidencias dentro de la policía que se vio desbordada por los acontecimientos. Los agentes de Córdoba aprovecharon la situación y pidieron un aumento salarial. El gobierno nacional prometió enviar fondos adicionales al gobernador para salir de la emergencia. En Tucumán, los policías se auto acuartelaron y el gobernador llamó a la Gendarmería para controlar la situación.
La CGT y la FUA ratificaron el llamado a la huelga general con movilización para el 29 de mayo. Juan Carlos Onganía intentaba dividir a los gremialistas y recibió a los dirigentes de la Unión Obrera Textil que estaba dentro de los gremios "participacionistas". Cuando salieron de la Casa Rosada los sindicalistas declararon que no iban a adherir al paro de la CGT. El ministro del Interior, Guillermo Borda, anunció que si continuaba la situación de agitación iba a decretar el "estado de sitio" en todo el país.
En Tucumán se reanudaron los enfrentamientos y los manifestantes apedrearon la casa de gobierno. En Santa Fe y Rosario, las universidades permanecían tomadas. La Asociación de Docentes y Graduados de la Universidad Nacional de Córdoba emitió un comunicado en el que afirmaba que "sólo la autoridad no ve que es su propio accionar el que engendra la violencia". El miércoles 28, el gobernador Caballero viajó de urgencia a Buenos Aires para reunirse con Onganía. Le prometieron enviar tropas para contener los disturbios. El Poder Ejecutivo promulgó una ley por la cual se crearon Consejos de Guerra especiales ante "el vasto plan subversivo en marcha en todo el país". El jefe de la policía rosarina, el coronel Raúl Mones Ruíz, presentó su renuncia a la cúpula militar ante la impotencia para detener la violencia. Las fuerzas ya estaban desatadas.
Los dirigentes políticos intentaron alguna mediación, particularmente desde los diferentes sectores del radicalismo. El ex vicepresidente Carlos Perete habló en la presentación del general Ignacio Ávalos, que había sido secretario de Guerra del gobierno de Arturo Illia, en una charla en el Instituto Urquiza de Paraná. Perete llamó a "un diálogo cívico-militar para solucionar la crisis". En Buenos Aires, varios políticos hicieron llegar a la Casa Rosada mensajes de acercamiento. Y el Episcopado Nacional dio a conocer un comunicado en el que decía que "en el reclamo de los derechos debe existir la libertad necesaria para poder hacerlo con garantía de éxito".
La huelga convocada para el 29 tenía una puja interna cordobesa entre los sectores de Elpidio Torres, Lobito o el Vandor cordobés, que estaba al frente de la CGT ortodoxa local, y los grupos de izquierda agrupados en la CGTA, liderados por Agustín Tosco. Hasta último momento se discutió la unidad. Y todos los consultados coinciden en que, sin esa suma de fuerzas, el levantamiento popular hubiera sido imposible. Jorge Canelles, que era en ese entonces un dirigente de la UOCRA y militante comunista, recuerda en el libro El Cordobazo, una rebelión popular de Juan Carlos Cena, que fue él quien propició el acercamiento:
Sentar en una misma mesa a Elpidio Torres y a Agustín Tosco no fue fácil. Después de varias idas y vueltas en las que fui el mediador, nos sentamos los tres a conversar. Torres veía la crisis a través del enfrentamiento entre Onganía con Rogelio Frigerio (líder del Desarrollismo) que propiciaba la industrialización del país, era su forma de ver la situación nacional. Tosco la veía como una lucha contra la dictadura y por la liberación nacional.
Elpidio Torres describió así ese encuentro en un artículo de La Voz del Interior:
Estoy seguro de que cuando Tosco me llamó hizo así (con una mano simulaba sostener el tubo del teléfono y con la otra se agarraba la nariz). Pero tuvimos la grandeza de coincidir en la lucha, por encima de las diferencias.
En un famoso reportaje que le hizo el periodista francés Francois Géze en agosto de 1974, Tosco, por su parte, explicaba su posición:
Nuestro sindicato -y yo era el delegado al plenario de gremios- fue el que hizo la moción, la proposición del paro activo para el 29 de mayo de 1969. Lo recuerdo bien, y no es sólo un aspecto formal de la cuestión, haberse parado y hacer una moción. Lo importante fue la fundamentación de esa moción, en el sentido de enfrentar a la dictadura militar, de enfrentar la experiencia neocorporativista que se hacía en la provincia de Córdoba con la creación de un consejo asesor económico social; de enfrentar la política económica de estabilización monetaria, como la llamaban, y que tenía una especie de primer ministro, el ministro de Economía Adalbert Krieger Vasena.
Finalmente, Tosco, Torres y Atilio López, un peronista combativo de la UTA, terminaron de coordinar la huelga de 37 horas que comenzaría con concentraciones en los lugares de trabajo y una marcha sobre la ciudad.
La mañana del jueves 29 fue una de las típicas del otoño cordobés. Amaneció fresco y soleado. La huelga tenía que comenzar a las diez. Una hora más tarde estaba convocado el acto en Colón y General Paz, sobre la esquina del Correo. La tensión estaba en el aire. La gente caminaba rápido largando vapor del aliento y mirando a los costados. Los policías de la Guardia de Infantería charlaban a los saltos para combatir el frío. Estaban apostados en casi todas las esquinas del centro.
A medida que pasaba el tiempo iban desapareciendo los autos y los pocos colectivos que venían haciendo la ronda desde la madrugada. Por la avenida Colón ya se veía bajar, desde el barrio Clínicas, a grupos pequeños de muchachos. Andaban casi uniformados con jeans, pullover de lana y mocasines. Entre ellos se mezclaban algunas chicas y parejas que caminaban de la mano, tensionados.
En Rivadavia y Colón comienzan a juntarse los primeros metalúrgicos que venían andando de los talleres más cercanos en grupos de unos diez o veinte. La radio informa: "Ya están avanzando dos columnas de las fábricas de Kaiser y Fíat". Las panaderías, almacenes y kioscos que habían abierto temprano empiezan a bajar las cortinas. Algunos colocan chapas y maderas para proteger las vidrieras. A eso de las 10:30 ya se ve más gente en la calle. Se hacen los que no tienen apuro, miran los escaparates, caminan lentamente hablando en voz baja o se quedan en la esquina esperando a cruzar sin que nada les impida el paso.
De pronto, aparece un grupo de unos cincuenta obreros de Luz y Fuerza con un cartel grande y varias banderas. Todos los que se hacían los distraídos, en ese instante se suman a la columna. Caminan por la cuadra del Correo y empiezan a gritar "¡Luche, luche, luche, no deje de luchar por un gobierno obrero, obrero y popular!". La policía se pone en alerta. Aparecen varios grupos de estudiantes que caminan a paso acelerado desde todas las direcciones. Cae un primer gas lacrimógeno y comienzan a escucharse los ladridos de los perros y el golpe de las herraduras de los caballos de la policía en el asfalto. En pocos minutos todo es bastante confuso. Por momentos hay un silencio sordo y por momentos la multitud grita "¡obreros y estudiantes, unidos y adelante!".
Desde el norte avanza por la avenida Colón la columna principal de Luz y Fuerza liderada por Tosco. Intentan llegar hasta la plaza Vélez Sarfield para hacer allí el acto al mediodía. Detrás vienen los metalúrgicos que salieron de varias fábricas autopartistas. Y muchos estudiantes se les van uniendo en el camino. Se registra un primer enfrentamiento con la policía en la esquina de Gral. Paz y La Rioja. Enseguida los uniformados abandonan su posición bajo una lluvia de piedras y bulones. Desde el sur, los afiliados de SMATA salen de la planta Santa Isabel de IKA-Renault. Son unos cinco mil y Torres va a la cabeza. Unos militantes en motos se mantienen andando a los costados y cuidando a los dirigentes. La policía intenta pararlos a la altura del Hogar Pizzurno, en la zona de la Ciudad Universitaria. Ahí comenzaron a actuar lo que los sindicalistas denominaban "pelotones de organización", de unos veinte trabajadores cada uno, son los que indican por dónde seguir avanzando y cuándo atacar con hondas y molotovs.
Esto es lo que recordó Abel Bohoslavsky ante los presentes de la Cátedra Libre Che Guevara de la Universidad de La Plata:
Desde la zona sur de Córdoba, desde la Káiser, se organiza una inmensa columna de obreros mecánicos, que vienen en ómnibus y en moto hasta la rotonda Las Flores, luego se paran y antes de entrar al centro de la ciudad, se bajan y marchan por uno de los costados de la Ciudad Universitaria. Desde las usinas y las oficinas de la Empresa Provincial de Energía (EPEC), las usinas de Villa Revol al sureste, alejadas de las oficinas en el centro; desde las facultades, que están dispersas, se organizan en forma distinta. Entonces se van preparando columnas de manifestantes de obreros y estudiantes, en forma bastante bien organizada, y se empiezan a marchar.
La gran columna es la que viene de la Káiser, por su número, y, además, no solamente por su magnitud como lo van a demostrar momentos después, sino además por su forma de organizarse, porque vienen por grupos a cargo de un delegado, que parecen, o se llaman, "pelotones", de 20 o 30, con citas de recambio posteriores, por las dudas. Y cuando la columna al costado de la Ciudad Universitaria intenta ya penetrar hacia el Centro, a unas 20 o 25 cuadras, es atacada por la Policía Federal de Córdoba, la columna se desbanda, se abre por los costados del camino -para un lado hay barrios y para otro está la Ciudad Universitaria. Sobrepasan al primer ataque de la Policía Federal y vuelven a confluir sobre la misma avenida Vélez Sársfield, pero mucho más cerca del centro. A todo esto, se va juntando y sumando más gente.
Avanzan hacia el centro y están a unas 10, 15 cuadras del edificio de la CGT en pleno centro, y vuelve a ser atacada cerca de la vieja estación Terminal de Ómnibus y ahí cae el primer obrero muerto, Máximo Mena, de la Káiser, y hay más muertos en forma inmediata y esto corre como reguero de pólvora. Pero, además, están concurriendo columnas que vienen de otros lados y todos van confluyendo hacia el centro. Cuando la noticia del segundo ataque represivo se corre por todos lados, la columna, en primer lugar, que viene con obreros de la Káiser, se enfrenta a la caballería, que la trata de detener a tiro limpio.
Y ahí están las imágenes, que después pudimos ver porque están filmadas y dieron la vuelta al mundo de la caballería retrocediendo frente a una inmensa multitud, que los va corriendo con bulones, con pernos, con piedras, con lo que se puede, con molotov. Están muy organizados en ese aspecto. Y, por supuesto, todo el que tenía un 32 guardado, lo sacó y lo armó. Y la caballería retrocede y se va…. Y se fue de la historia. Porque en Córdoba nunca más el aparato represivo pudo contar con caballería, porque la caballería fue aplastada por una movilización obrera y popular.
El Cordobazo estaba en marcha. Las fuerzas policiales y militares cordobesas habían sido tomadas por sorpresa. Nunca imaginaron semejante movilización. En Buenos Aires, los generales deliberaban sin saber muy bien que hacer. Alguien propuso seriamente enviar a la Fuerza Aérea y bombardear a los obreros. Onganía vetó la propuesta y pidió a la Fuerza Aérea que sólo transporte tropas de asalto.
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Primera entrega: Una protesta estudiantil, revueltas y muerte: cómo fue la "cocina" del Cordobazo, el levantamiento obrero más grande de la Argentina
Segunda entrega: Bastones largos en la Kaiser: los días de agitación, revueltas y muerte que desembocaron en el Cordobazo