En mayo de 1982 unos 400 corresponsales de medios internacionales se encontraban en Buenos Aires para cubrir la Guerra de las Malvinas: el intento de invasión que las fuerzas armadas, que además ejercían su última dictadura sobre el país, hicieron a las islas históricamente reclamadas al Reino Unido.
Los periodistas inspiraban una gran gama de sospechas a los militares en el poder: de ser espías a poner en peligro la seguridad nacional, de afear la imagen argentina en el exterior a ser pro-británicos. Y muchos vivían con temor la tarea que les habían asignado. Hacían bien, según uno de los documentos desclasificados de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de los Estados Unidos, ya que los integrantes del Batallón de Inteligencia 601 tomaron iniciativas "personales" contra algunos, como secuestrarlos.
Y, como entre bueyes no hay cornadas, el agente que redactó el cable advirtió que se estaba haciendo una "investigación casual". El cierre del texto sintetizó: "Lo que esta información implica es que en la actualidad no se desarrolla ningún intento serio de identificar y castigar a las personas responsables por el secuestro de los periodistas. No está claro si el liderazgo del Ejército o el presidente [Leopoldo Galtieri] tienen conciencia de la naturaleza casual de la investigación que se desarrolla".
Los casos a los que alude el cable, enviado el 26 de mayo con los encabezamientos "Delicado" y "Situación: Falklands" sucedieron en la primera quincena de mayo.
El día 11, Christopher Jones, de Metromedia-Canal 5, de Nueva York, fue secuestrado en el centro de Buenos Aires por tres hombres que lo forzaron dentro de un Ford Falcon. "Estaba absolutamente convencido de que eran policías", dijo, "porque estaban más interesados den mis notas que en mi dinero, que sólo me sacaron tres horas más tarde", declaró en aquel momento a la agencia UPI.
Durante todo ese tiempo Jones fue golpeado dentro del vehículo; le preguntaron si alguien pagaría USD 10.000 por su rescate y le advirtieron que lo matarían. Por fin lo arrojaron, sin sus equipos ni su ropa, en una avenida en las afueras de Buenos Aires.
El día 13 tres periodistas de la cadena privada de televisión británica Thames fueron secuestrados, a punta de pistolas calibre .45, cerca del Ministerio de Relaciones Exteriores. El modus operandi fue idéntico: horas más tarde, Julian Manyon, Ted Adcock y Trevor Hunter aparecieron desnudos, aliviados del peso de sus equipos y su dinero, cerca de la localidad bonaerense de Pilar. "Si lo que buscaban era asustarnos, lo consiguieron", dijo Manyon.
Los tres secuestrados fueron invitados a comer en la Casa del Gobierno, pero la recepción de Galtieri y su ministro del Interior, Alfredo Saint-Jean, no los tranquilizó. "Vamos a ponerles custodia especial", le prometieron los militares. "No, muchas gracias", declinaron la ocasión de —temían— volver a ver a sus secuestradores.
Mientras los comunicados oficiales hablaban de "fuerzas espúreas de origen incierto", la CIA informaba a distintos organismos del gobierno estadounidense: "El presidente Leopoldo Galtieri está interesado personalmente en la investigación de los secuestros que lleva adelante la sesión de seguridad interna del SIE [Servicio de Inteligencia del Ejército]".
Sin pensar que se tratara de una conjetura, el cable detalló: "El liderazgo del ejército cree que las acciones fueron realizadas por miembros del elemento de guerra psicológica del Batallón de Inteligencia 601, el brazo operativo del SIE. El SIE espera poder arrestar a dos de los secuestradores durante el fin de semana del 15 y el 16 de mayo, y el SIE tratará de hacerlos identificar a las otras personas involucradas".
Una esperanza infundada, valoró el autor del reporte: "Si se arresta a los sospechosos, será difícil sacarles confesiones, porque las personas que los van a interrogar son sus amigos y sus colegas, y y se puede presumir que serán menos que celosos en su búsqueda de los hechos. Muchas personas en el batallón 601 conocen los nombres de los involucrados en los secuestros, pero el 'código de honor' del batallón 601 no les permitirá dar información sobre sus amigos".
Más aún, algunos en el SIE creían que parte del personal no investiga seriamente en absoluto, y aquellos que intentan hacerlo son considerados ajenos y no logran la cooperación de sus colegas".
Porque, en el fondo, los represores del 601 se sentían patriotas al punto de creer que la hora les demandaba una acción privada: "Dentro del SIE se especula que las personas involucradas lo hicieron por su respuesta personal antibritánica y antiestadounidense al problema de las Islas Falkland".
El documento desclasificado en el último paquete que Estados Unidos entregó a Argentina el 12 de abril de 2019 cerró con una hipótesis: "Tampoco hay información disponible sobre si los niveles superiores del batallón 601 autorizaron los secuestros; si hubo tal autorización, se especula, podría haber sido a fin de desestabilizar a Galtieri por sus presuntas concesiones a los británicos o para forzar la ruptura de las conversaciones con los británicos en la Organización de las Naciones Unidas".
Además de estos secuestros, que la CIA consideró no planeados sino "simples objetivos que se presentaron como una oportunidad", ese mismo mayo de 1982 fueron expulsados los periodistas Frod Ivar, del diario Dagebelt, y Holtz Hippe, de Vie Dens Gan, junto el estadounidense Holger Johnson, de Newsweek, acusados de poner en peligro la seguridad nacional.
También otros tres británicos, Simon Winchester, de The Sunday Times, y Anthony Prime e Ian Mather, de The Observer, habían sido detenidos en abril en el aeropuerto de Río Grande. Acusados de espionaje, terminaron encarcelados en la prisión de Ushuaia hasta el 14 de junio, cuando Galtieri y sus pares se rindieron, y así terminó la guerra.
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