¿Aventurera o militante?: qué decía el clásico ensayo de Sebreli sobre Eva Perón

Publicado en 1966, es el primer intento de interpretación sociológica de quien hasta entonces sólo había sido objeto de calumnia, propaganda o censura. En años recientes, el autor renegó de este libro; sin embargo, su lectura de Evita hizo escuela y sigue teniendo actualidad

El ensayo de Sebreli se publicó en 1966 por primera vez y fue objeto de muchas reediciones

"En circunstancias históricas distintas Eva Perón no hubiera sido nada, pero del mismo modo la circunstancia favorable pudo no haber sido utilizada. La historia no siempre encuentra al individuo capaz de cumplir la tarea que ella le impone", escribía Juan José Sebreli en este ensayo que se convirtió en best-seller y que se reeditaba aún en los 80 [N. de la R: todas las citas de esta nota están tomadas de la 4a edición ampliada de Editorial La Pléyade, nov. 1982].

Este párrafo marca el tono de lo que se proponía el autor. Interpretar el rol histórico de Eva, el contexto en el que vivió, es decir, el plano objetivo, pero sin dejar de lado los aspectos subjetivos: su circunstancia individual y su personalidad.

En apenas 113 páginas -el libro se completa con una muy útil cronología-, Sebreli analizaba el papel de Evita en el proceso histórico y su transformación personal, de humilde muchachita de pueblo a protagonista de la historia. En palabras del autor, "de la oscuridad de su papel de actriz de segundo plano" a "la luz enceguecedora del poder más grande que jamás haya ejercido ninguna otra mujer en el país y pocas en el mundo entero".

Sebreli busca inscribir los aspectos psicológicos en el marco histórico, como planos que convergen e interactúan; discute con los detractores de Eva, la defiende de las críticas tanto de derecha como de cierta izquierda; valora su aporte a la emancipación femenina; le da ventajas en la comparación con otras rebeldías individuales -Victoria Ocampo, Alfonsina Storni- y compara el matrimonio que formaba con Perón con el de Sartre y Simone de Beauvoir (ya se verá por qué). A ésta última le dedica el ensayo, por otra parte, signo de su valoración de Evita como feminista.

La dedicatoria a Simone de Beauvoir, ícono feminista

Evita pudo ser una simple Cenicienta, una "heroína romántica", pero ella eligió ligar su destino individual al de tantos otros; por eso no fue solo aventurera, sino militante. Quiso ser algo más, dice Sebreli y analiza lo que llama sus tres transformaciones: primero, actriz, luego, "señora", finalmente "compañera".

"Por medio de Eva Perón, por primera vez, los trabajadores exiliados de su propio país hasta entonces, comenzaron a sentirse como en su casa, en las fábricas, donde debían ser respetados por los patrones, en la calle y hasta en la administración pública", escribe. Y sintetiza: "El poder se había puesto de parte de ellos".

Para explicar el caso Eva Perón, Sebreli confía en "un psicoanálisis integrado en la totalidad histórica del marxismo que muestra la interrelación dialéctica entre la subjetividad individual y el mundo objetivo del proceso económico".

Bien conocida es la anécdota de la humillación sufrida por María Eva Duarte a los 7 años, al morir su padre, cuando sufre su condición de hija bastarda a la que le dificultan el ingreso al velatorio, y al abrirse para su familia una etapa de desamparo y privaciones.

Eva Peron (1919 – 1952) en abril de 1947 (Photo by Keystone/Getty Images)

Sebreli evoca este sentimiento pero rechaza la "interpretación psicologista de la historia y de la sociedad" y la califica como un "pensamiento de derecha" que busca "denigrar" a los "movimientos populares y a sus líderes", atribuyéndoles "móviles ocultos" y "pasiones inconfesables".

Recuerda que Nietzsche usaba esa interpretación contra el cristianismo. Decía el filósofo alemán: "El débil está atravesado por el deseo de venganza, por el resentimiento. La moral de los esclavos, es decir de los débiles, de los miserables, de los degenerados, es una moral del resentimiento, que se opone a todo lo superior, es por eso que afirma el igualitarismo".

Eva es parte y producto de su tiempo, pero también un caso excepcional en su capacidad de transformarse y volverse instrumento de un proceso. Sebreli evoca al filósofo francés Jean-Paul Sartre, para quien la bastardía es "la condición adecuada para ver al desnudo lo que los demás tratan de ocultarse". El bastardo ve, padece, la hipocresía.

La propia Eva lo escribirá, en La Razón de mi vida, dice Sebreli y cita: "Desde que me acuerdo, cada injusticia me hace doler el alma como si me clavasen algo en ella. De cada edad guardo el recuerdo de alguna injusticia que me sublevó, desgarrándome íntimamente".

Para el autor "el resentimiento individual de Eva Duarte" encontraría un sentido, una superación, porque "estaba destinado a coincidir, tarde o temprano, con el resentimiento histórico de la clase obrera". En palabras de Eva: "Dicen que soy una 'resentida social'. Y tienen razón mis supercríticos. Soy una resentida social. Pero mi resentimiento no es el que ellos creen. (…) …no viene de ningún odio. Sino del amor por mi pueblo cuyo dolor ha abierto para siempre las puertas de mi corazón".

Eva Perón (acto por el 17 de octubre de 1950) (Photo by Keystone/Getty Images)

Eva era doblemente bastarda, en lo familiar y en lo social. Su recorrido era paralelo al de los "cabecitas negras" que más tarde se reconocerían en ella. Así lo explicaba Sebreli: "…hija natural en un país y en una época en que los apellidos eran sagrados, provinciana en una gran capital, pobre en un país de ricos, y finalmente mujer en una sociedad hecha por hombres y para hombres".

"Pero el resentimiento de una mujer humillada -seguía diciendo el autor- no inventó por cierto los hechos objetivos, la situación económica que determina el surgimiento del peronismo: la industrialización del país y el surgimiento de una clase obrera de procedencia provinciana: el 'cabecita negra', que constituirá la base social del peronismo. Más bien parecería que la ironía de la historia hubiera utilizado a esa oscura actriz para humillar a una de las oligarquías más orgullosas y exclusivas del mundo".

Por eso no sorprende que los pobres de la Argentina se identificaran con ella, decía Sebreli. Del mismo modo que Eva se reconocía en ellos: "Ella no era la dama que se inclinaba compasivamente sobre el pueblo, sino que formaba parte del pueblo, había compartido sus sufrimientos sus humillaciones, sus frustraciones".

(Photo by Keystone/Getty Images)

Del mismo modo que no había identificación posible para las mujeres con un destino como el de Victoria Ocampo: "Su ejemplo, con todo lo excelente que puede ser desde el punto de vista individual, no sirvió para nada, no sirvió para liberar a las mujeres argentinas.", decía Sebreli.

Era natural, agregaba, que Eva se hubiera volcado a la actuación. Era la posibilidad de tener otra vida, en tiempos además en que para las mujeres estaban cerradas las posibilidades de sobresalir en el mundo profesional o político.

La primera transformación de Eva será por lo tanto la de convertirse en actriz. Ella tuvo la férrea voluntad de construirse otro destino, ya que dejar la familia para mudarse sola a la gran ciudad a los 15 años sigue siendo una audacia incluso hoy.

Hasta entonces, otras mujeres habían intentado el camino de la emancipación, pero las suyas eran rebeliones individuales, como la de Alfonsina Storni, que fue madre soltera. Una "mujer extravagante", de tanto en tanto, no molestaba, decía Sebreli.

Él defiende a Eva del "prejuicio pequeñoburgués, lamentablemente compartido por cierta izquierda puritana", que la condenaba por "su pasado de mujer libre" y que veía similar al de "cierta beatería peronista que trata de convertir en tabú" ese pasado, imponiendo una "imagen estereotipada de santa, de virgen-madre y mártir".

Eva y Juan Domingo Perón

Y rescata en cambio a una clase obrera "menos inhibida por los tabúes sexuales que las demás clases, al punto que las más terribles ofensas que el puritanismo hipócrita lanzó contra Eva Perón, les resultaban una forma de homenaje indirecto, el reconocimiento de que el peronismo era efectivamente la redención de todos los pasados, que los valores caducos de una sociedad tradicional habían sido realmente subvertidos".

La segunda transformación de Eva, dice Sebreli, es convertirse en la señora María Eva Duarte de Perón, que "quería ser adorada como un ídolo". Pero, "la dialéctica hegeliana del amo y del esclavo también se cumple aquí: la mujer que quiere ser adorada se vuelve la esclava de su adorador".

Para Eva, el papel de primera dama es fácil, es actuación, dirá ella misma.

En esos tiempos, como Primeras Damas con un rol relativamente activo, sólo estaban los antecedentes de Eleanor Roosevelt (Estados Unidos) o Madame Chiang Kai Shek (China).

Como ellas, dice Sebreli, también Eva "adhiere a la acción por amor a un hombre".

Para el autor, "las relaciones de Perón y Evita no son (…) las de un convencional matrimonio burgués que trata de realizar su felicidad privada al margen del mundo, en ellos el amor se encuentra mediatizado por la acción política en que están comprometidos; en ellos no hay diferencia entre vida privada y vida pública".

Es que la independencia de una mujer -tema como vemos muy en boga en los 60, aunque el feminismo de hoy se viva como fundacional- no implica, dice Sebreli, soledad. Y pone como ejemplo a Simone de Beauvoir, "adoptando la posición filosófica de un hombre, Sartre", porque "una pareja puede vivir en la reciprocidad y el reconocimiento mutuo sobre todo cuando existe entre ambos una acción, un trabajo, una lucha en común".

Y agrega algo que tiene fuerte resonancia en la actualidad: "La lucha política de la mujer no debe encerrarse estérilmente en la lucha de sexos". Eva no es como "tantas feministas a las que la historia ha dejado a un lado", porque ella "no fue sólo la 'Señora' sino también la compañera Evita".

Y esa fue su tercera transformación..

Desempeñará desde entonces dos papeles distintos, "cada uno de los cuales corresponde a una diferente institución (…): la Señora que asiste vestida como una reina al Teatro Colón, y la compañera Evita que atiende a los obreros en el Ministerio de Trabajo y Previsión".

La metamorfosis será incluso física: poco a poco irá adoptando casi como un uniforme el sobrio traje sastre y el cabello sencillamente recogido.

El viaje a Europa, en 1947, que podría ser visto como el último acto de su papel de "señora", es rescatado por Sebreli como un viaje no sólo ceremonial sino político que difundió "la tercera posición, cuando ésta significaba una verdadera audacia", algo que, afirma, llegó a merecer "el elogio de Sartre" e hizo que "durante muchos años las figuras de Perón y de Evita, encarnaran la lucha antimperialista para los pueblos de América Latina".

Es a su regreso de Europa, que Eva Perón completa su transformación "y se lanza de lleno a la lucha política, gestionando el voto femenino y los derechos cívicos de la mujer, organizando el primer movimiento femenino masivo del país y relacionándolo con el movimiento obrero", porque, dice la propia Eva, "de nada valdría un movimiento femenino en un mundo sin justicia social".

Eva Peron y Francisco Franco durante la “Gira del arcoíris” (1947)

Aquí Sebreli introduce una anécdota deliciosa: las feministas pre Evita, a las que califica de elitistas, individualistas e incluso poco combativas, se indignan al ver que el peronismo les roba sus banderas para hacerlas realidad. Tanto que Victoria Ocampo llega a incitar a las mujeres a no votar. Se equivocó, ironizaba Sebreli, "porque las mujeres argentinas, que ni se enteraron de este inconcebible discurso, aceptaron por supuesto el voto que les otorgaba Eva Perón y lo utilizaron, en su gran mayoría, para votar por el partido que les reconocía sus derechos cívicos".

Eva se convierte en el punto de convergencia de los trabajadores y en la intercesora entre ellos y el Estado, y también entre la clase obrera y la patronal, "resolviendo a pesar de su escasa preparación, complicados problemas de gobierno que los ministros no podían solucionar".

Años más tarde, Sebreli dirá que con este libro alimentó en parte el mito de que hubo una Evita de izquierda y un Perón de derecha, lo que, "es una mentira total". "Evita nunca hubiera sido montonera ni se hubiera identificado con universitarios", afirmó en una entrevista con el diario Río Negro en el año 2009.

"Inventé el mito de una Evita subversiva por la imagen que ella proyectaba -aseguró-. Es cierto que ella generaba esa imagen en los elementos más reaccionarios de la sociedad argentina, por ejemplo en la Iglesia, el Ejército y en las clases media y alta más conservadoras". Sin embargo, minimizando los motivos por los cuales Evita despertó tanto odio en esos sectores, agregaba: "La idea de que una mujer quisiera poder en esa época era inconcebible".

En cambio, en su clásico ensayo de 1966, decía que Eva Perón le hizo sentir por primera vez, "a una clase desasimilada y desarraigada la solidaridad y la simpatía humanas".

"Esos hombres y mujeres humillados y maltratados por todos los gobiernos tanto como por todos los patrones -describía Sebreli- se encontraban de pronto con alguien que les sonreía, les estrechaba la mano, (…) los llamaba 'compañeros' o 'amigos'. Por primera vez, alguien que había llegado al poder era como ellos, era uno de ellos, una mujer de humilde condición".

Febrero de 1946 (Thomas D. McAvoy/The LIFE Picture Collection/Getty Images)

El debate en torno a la figura de Evita parece por momentos retroceder a las viejas polarizaciones. Pero para cualquiera que quiera conocer el estado de la cuestión, el ensayo de Sebreli es un hito ineludible, porque hizo escuela y porque refleja el marco teórico y las inquietudes de una época. La publicación de Eva Perón. ¿Aventurera o militante? implicó una verdadera revolución en una época que vivía todavía bajo la sombra de la censura sobre su nombre y su figura.

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