El '68 marcó a fuego a la Argentina y el mundo por los siguientes 50 años. El Mayo Francés fue el epicentro, seguido por los asesinatos de Robert Kennedy y Martin Luther King, la matanza de Tlatelolco, el aplastamiento de la Primavera de Praga, las protestas por la guerra de Vietnam, el verano del amor de los hippies californianos, el movimiento de los derechos civiles de los negros estadounidenses y decenas de acontecimientos más que hicieron de ese 1968 un momento de efervescencia global como pocas veces se vivió en la Historia.
En Argentina, ese período comenzó con el asesinato del Che Guevara en Bolivia, el 8 de octubre de 1967, y finalizó con el Cordobazo, el 29 de mayo de 1969. Vivíamos bajo la dictadura del general Juan Carlos Onganía, quien tres años antes había derrocado al presidente radical Arturo Illia. Los grupos guerrilleros comenzaban sus primeras acciones; el Instituto Di Tella marcaba el camino de las vanguardias; la CGT se dividía entre "colaboracionistas" y "revolucionarios; Primera Plana, la revista de Jacobo Timerman, imponía la agenda política; surgen los Curas del Tercer Mundo; se lanzan las grandes obras de la represa El Chocón y la central nuclear Atucha; Adalbert Krieger Vasena era el superministro de entonces que imponía un ajuste desesperante; en la Puerta 12 del estadio de River se produce una de las mayores tragedias del fútbol; en Buenos Aires se realiza el primer trasplante de corazón de América Latina.
En ese contexto se cocinaba el caldo que terminó en el levantamiento obrero-estudiantil más grande que vivió la Argentina en su historia. El Cordobazo comenzó seis meses antes en Corrientes. Allí, en la Mesopotamia, se gestó la primera revuelta estudiantil de esa etapa. En diciembre de 1968, la concesión del comedor estudiantil de la Universidad Nacional del Nordeste, en Corrientes capital, fue adjudicada al hacendado Guillermo Solaris Ballesteros, un hombre muy conocido de la "oligarquía" provincial. Inmediatamente después de la privatización aumentó el valor del ticket por un almuerzo o cena en más de un 600%. Esto provocó que la gran mayoría de los 5.000 estudiantes de esa universidad ya no pudieran acceder a una comida decente por día. En marzo de 1969, cuando se reanudaron las clases, el centro de estudiantes llamó a boicotear al comedor.
El 15 de mayo se organizó una manifestación de más de 4.000 personas que recorrieron la ciudad exigiendo que bajen los precios tanto de los servicios universitarios como los de los comercios en general, la población estaba muy afectada por la política económica de la dictadura de Onganía. La policía inició una violenta represión y comenzó a disparar. Hubo varios heridos y en la refriega cayó muerto de un balazo el estudiante de Medicina, Juan José Cabral. Esa noche, la CGT correntina llamó a un paro general para acompañar el cortejo fúnebre. El entierro de Cabral fue multitudinario.
En diciembre de 1968, la concesión del comedor estudiantil de la Universidad Nacional del Nordeste, en Corrientes capital, fue adjudicada al hacendado Guillermo Solaris Ballesteros, un hombre muy conocido de la “oligarquía” provincial. Inmediatamente después de la privatización aumentó el valor del ticket por un almuerzo o cena en más de un 600%. Esto provocó que la gran mayoría de los 5.000 estudiantes de esa universidad ya no pudieran acceder a una comida decente por día
Al día siguiente, el 17 de mayo, la rebelión se trasladó a la ciudad de Rosario. Los estudiantes organizaron una marcha por las calles del centro. La policía volvió a actuar con una violencia extrema. En la Galería Melipal, donde se había refugiado un grupo de estudiantes que escapaban de los gases lacrimógenos, cayó con un balazo en la cabeza Adolfo Roque Bello, un estudiante de 22 años. Murió seis horas más tarde en el Hospital Central.
Cuatro días más tarde, se organizó una "marcha del silencio" en honor a Bello. La manifestación arrancó con unos 1.500 estudiantes. El operativo policial fue de tal magnitud que los organizadores dudaron de seguir con la marcha y llegar al centro. Pero se fueron sumando obreros y estudiantes de las escuelas secundarias y la columna se hizo muy grande.
La Guardia de Infantería provincial comenzó a atacar. Se levantaron barricadas, se encendieron fogatas y autos en las calles estrechas del centro y cerca del Monumento a la Bandera. Un grupo de manifestantes tomó por unas horas los estudios de radio LT8. Cuando decidieron dejar el lugar, la policía comenzó a disparar sobre ellos y las balas alcanzaron a otro estudiante, Luis Norberto Blanco, de quince años. El 22, con la policía impotente para detener el estallido, el gobierno nacional declaró a Rosario como zona de emergencia y la puso bajo el mando del Tercer Cuerpo de Ejército. A pesar de eso, al día siguiente se decretó un paro general para acompañar el cortejo fúnebre con los restos de Blanco. Ese, también fue un entierro multitudinario. Las protestas se contagiaron en La Plata y Tucumán.
Este es el relato extraordinario que hicieron los enviados especiales de la revista Siete Días, una de las más leídas en ese momento, sobre lo que estaba sucediendo:
"Apoyó los codos en el rectángulo marrón del escritorio y, con las dos manos fuertemente enlazadas, torturó sus propios huesos hasta hacerlos crujir, retorció sus dedos húmedos, mojados por los nervios.
—Vea, yo primero uso agua, después humo, luego gas y finalmente, bastón. Lo que ocurra después no puedo preverlo, qué quiere que le diga.
En cambio, sí puede filosofar. Ante un enviado especial de Siete Días el jefe de policía de Rosario, coronel Raúl Pedro Mones Ruiz, buceó en la psicología colectiva, reveló una insospechada sagacidad para descubrir aquel famoso "otro lado de las cosas".
—Estas desgracias tienen su lado positivo. Los agitadores son una minoría y los estudiantes que se dejaban arrastrar por ellos ya están reflexionando sobre los riesgos que implica alterar el orden.
Eso dijo, tal vez pensando que la bala descerrajada a quemarropa por el oficial inspector Agustín Lezcano —ex ordenanza de la boite Franz y Fritz, hoy desaparecida— sobre la cabeza del alumno Adolfo Ramón Bello (22 años) había conseguido intimidar al conjunto de los estudiantes. Pero menos de veinticuatro horas después, en la noche del miércoles 21, tres mil manifestantes coparon el centro rosarino, protagonizando una furiosa batalla campal en la que las fuerzas policiales fueron inapelablemente desbordadas. La reacción de los derrotados fue matar otro estudiante, Luis Norberto Blanco (15 años), el tercero en el término de seis días, y herir de gravedad —el jueves su estado era desesperante— a la mucama Lidia Martínez (21 años), que se había asomado a curiosear a través de la puerta de la casa de sus patrones; la doméstica sería hija de uno de los agentes que integraban las falanges represivas.
De esa manera llegaba a su cresta más intolerable la crisis iniciada menos de una semana antes en la lejana Universidad del Nordeste, la casa de estudios más pobre del país, en cuyas adyacencias los uniformados cobraron su primera víctima, el casi médico Juan José Cabral. Porque, al margen de las consecuencias políticas de los incidentes, más allá de la quiebra estruendosa de la imagen de paz social que laboriosamente había forjado el gobierno, la muerte del tercer estudiante se precipitó en un marco doblemente inquietante: por primera vez, si fuera verídica la versión oficial, los manifestantes se habrían defendido a balazos, perforando el hígado de un policía; y, también por primera vez en casi seis meses, el rumor de un inminente golpe de Estado hizo añicos la bucólica serenidad que hasta hace muy poco flotaba en los despachos oficiales".
Ya en ese momento, se desarrollaba una interna militar entre el dictador Juan Carlos Onganía, que admiraba al generalísimo español Francisco Franco y pretendía quedarse como él 30 años en el poder, y el jefe del Ejército, Alejandro Lanusse, un garantista que buscaba una salida política. La pelea sorda entre los generales se trasladó a Rosario con las fuerzas militares desplegadas en la segunda ciudad del país al mando del general Roberto Aníbal Fonseca, titular del II Cuerpo de Ejército. Fonseca, era un incondicional de Onganía y Lanusse quería impedir que hubiera un baño de sangre. Lo atacó por el lado de su hermano, Mario Fonseca, que era el jefe de la Policía Federal y otro incondicional del presidente de facto. Exigió su renuncia.
Los rumores de golpe dentro del golpe aumentaron. La inflación comenzaba a dispararse y los sindicatos "colaboracionistas" que apoyaban a la dictadura protestaban en los pasillos de la Casa Rosada. "Tal vez nunca como la semana pasada el periodismo político fue abrumado con tanta cantidad de rumores, de versiones contradictorias y a veces descabelladas; pero jamás las opiniones y las confidencias, incluidas las recogidas en la Casa Rosada, fueron tan unánimes en endilgarle al gobierno dos motes que antes nadie se había atrevido a formular: desprestigio, una cierta y peligrosa debilidad", decía la revista Primera Plana.
La debilidad del gobierno se visualizó con la adhesión que consiguieron los estudiantes, que abarcó no sólo a las dos CGT y los partidos opositores, sino a empresarios y profesionales, que eran la base social que Onganía quería absorber mediante el "participacionismo". El ejército permanecía dividido entre Azules, los nacionalistas neoperonistas, y los Colorados, liberales antiperonistas. Los falangistas que estaban alrededor de Onganía estaban convencidos de que las protestas estudiantiles estaban fogoneadas por sus enemigos, los uniformados aperturistas.
Sigue el relato de la revista Siete Días:
"Fue lo que detectó también el equipo de técnicos que rodea a Onganía, que el sábado 27 decidió encomendar a uno de sus integrantes la extraña misión de mecharse en los colectivos, en los supermercados, en las estaciones ferroviarias, con un grabador de bolsillo disimulado entre sus ropas; la intención, casi obvia, era captar la reacción del público ante los aumentos del costo de la vida y la represión policial contra los estudiantes. El equipo, entonces, pudo comprobar dos cosas: que la Revolución está a punto de frustrarse; que sólo podrá sobrevivir sí modifica sustancialmente su política económica, previo defenestramiento de su máximo responsable, el ministro Krieger Vasena.
Claro que tales conclusiones —presurosamente elevadas a Onganía— se tiñeron con el inconfundible color ideológico de sus portadores, integrantes del trajinado equipo nacionalista del gobierno: despedir a Krieger es la ambición máxima de este grupo desde el mismo día en que el ministro asumió el cargo. Pero, en la otra punta del poder, se registró una ofensiva similar, liderada —según algunos— por el comandante Alejandro Lanusse, tendiente a destruir al equipo político y apuntalar a KV.
No extrañó, por eso, que en la mañana del sábado 17 los estudiantes cordobeses que manifestaban en las calles buscaran refugio en el local del matutino La Voz del Interior, notorio vocero del liberalismo mediterráneo, cuyo director, Luis F. Remonda, se negó a entregar a los jóvenes a la policía. Y que otros diarios de la misma orientación descargaran editoriales culpando a las fuerzas represivas por la magnitud alcanzada por los sucesos. En un informe secreto destinado a sus afiliados, el comunismo tradicional, regenteado por el codovillismo, se encargó no sólo de ratificar la existencia de una conspiración liberal sino, inclusive, de insinuar la adhesión de esa tienda política al presunto golpe: según el informe, el próximo presidente será Pedro Eugenio Aramburu, y su ministro del Interior Ricardo Bassi, un radical adscripto al Movimiento de Defensa del Patrimonio Nacional -M0DEPANA-; esta agrupación es impulsada por el PC, para el cual Bassi "no es macartista", razón suficiente para deducir que su ascenso al gabinete de Aramburu "abrirá perspectivas democráticas". (n. de la r.: esto nunca se materializó)
Con todo, el optimismo codovilleano está en las antípodas de la opinión del grupo segregado hace un año de esa agrupación y que, cobijado en el Partido Comunista Revolucionario, dirige la Federación Universitaria Argentina —FUA—. Su presidente, Jorge Rocha, se apresuró a aclarar que detrás del apoyo obtenido por los estudiantes en los más diversos medios, "se busca una confluencia tras sectores de recambio no liberadores (golpismo, políticos liberales, MODEPANA, grupos vinculados a la CGT de Paseo Colón) que trabajan para utilizar al movimiento estudiantil en función de un eje castrador: agitar contra Onganía, no para reemplazarlo por un gobierno verdaderamente popular-liberador sino para hacer un cambio de figuritas en el poder".
En tanto, los delegados de base de los trabajadores se iban radicalizando ante la situación económica y los vientos revolucionarios que estaban provocando remolinos en todo el mundo. Esto se tradujo en un verdadero golpe dentro del feudo peronista de la CGT. En marzo de 1968, Raimundo Ongaro, líder de los gráficos y de orientación social cristiana, fue elegido como nuevo secretario general. Los antiguos dirigentes no podían aceptar semejante afrenta y dividieron a la central obrera. Constituyeron la CGT Azopardo, que a su vez estaba partida entre los vandoristas que jugaban a golpear y negociar permanentemente y los "participacionistas" cercanos a la dictadura. Del otro lado quedó Ongaro con lo que se denominó la CGT de los Argentinos de un claro perfil antiburocrático y antidictatorial, que iba a protagonizar las grandes luchas obreras de los siguientes meses hasta llegar al Cordobazo y otros alzamientos populares.
De acuerdo a la revista Siete Días, la división cegetista se encontraba en el centro de todos los conflictos:
"Lo cierto es que dos semanas atrás Raimundo Ongaro recibió una carta secreta en la cual Juan Perón insinúa una nueva voltereta opositora, aunque tal vez no del todo sincera: el exiliado aspiraría a capitalizar los disturbios para forzar a Onganía a negociar con él la formación de un frente común contra Lanusse y los liberales. De ahí —se deduce— la sumisión del vandorismo del interior a los dictados de Paseo Colón, una actitud que no adoptó el propio Augusto Vandor, fiel a su costumbre de 'no quemar las naves'.
De todos modos, la nueva situación pone entre paréntesis el proyecto oficial de estructurar antes de fin de año una CGT amiga del gobierno, que cristalizaría, de acuerdo con los planes elaborados en la Secretaría de Trabajo, mediante un acuerdo entre el vandorismo y el bloque participacionista. Por lo pronto, los sectores anidados en Paseo Colón han elaborado una estrategia para impedir la consumación de ese proyecto, cuyos detalles se decidirán en un plenario a efectuar en Córdoba en la segunda quincena de junio; el 'peronismo combatiente' ya efectuó una reunión previa el sábado 24, en la misma provincia. Empero, todo depende de la elección final del vandorismo ante una disyuntiva de hierro, que siempre quiso evitar: definirse por o contra el gobierno".
Al tiempo que Rosario se trasformaba en una incendiaria hecatombe, la noche del miércoles 21 albergó estallidos menos violentos, pero igualmente inquietantes en La Plata, Salta y Tucumán, donde los universitarios protagonizaron marchas y enfrenamientos con la policía, apelando a las famosas bombas molotov. En Buenos Aires, esa misma noche, la guerrilla urbana asumía formas más benevolentes cuando los estudiantes de la Universidad del Salvador se adherían al paro nacional de protesta instalándose en plena avenida Callao. Al día siguiente, jueves, un nuevo cimbronazo tenía por escenario la Ciudad Universitaria de Núñez. Saldo: una veintena de heridos y contusos.
Pese a todo, Juan Carlos Onganía pudo hacer gala de su proverbial impenetrabilidad: en la mañana del jueves 22 concurrió a la Expoficina '69, en las instalaciones de la Sociedad Rural, en Palermo, donde se exhiben modernos juegos de muebles de oficina".
La modernidad que llegaba a las oficinas no coincidía con lo que ocurría en el gobierno ni en las calles. La situación económica era asfixiante y la efervescencia social aumentaba por minuto. Córdoba se preparaba para ser la siguiente provincia en estallar.
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