Se acerca el 1 de mayo de 1982. El teniente de la Royal Air Force (RAF) Martin Withers, al comando de un bombardero Vulcan B MK1, chequea el nivel de combustible de esa enorme aeronave: carga 9.200 galones, casi 42000 litros. En su interior lleva, además, 17 bombas de 500 kilos cada una. Va rumbo a las islas Malvinas. Comienza la operación Black Buck (Carnicero Negro).
Son las 04:02 horas, y se encuentra a 40 minutos del blanco.
Ya ha efectuado 5 reabastecimientos en vuelo desde la Isla Ascensión.
El piloto del Escuadrón 44 de la RAF está agotado. Lleva horas volando en una aeronave de los 50, que de no ser por el conflicto con ese remoto país de Sudamérica, ya la hubieran raleado del servicio activo.
Su tarea es inutilizar la pista de Puerto Argentino, de manera que no lleguen a las islas ningún tipo de abastecimiento por aire. Después del lanzamiento, seguramente será cuestión de unos días, una semana como mucho, para que la guarnición caiga en manos británicas con una resistencia mínima, piensa.
La inteligencia británica le ha advertido que no descienda, y que efectúe la corrida de bombardeo desde gran altura. Los argentinos poseen cañones antiaéreos de tiro rápido y misiles superficie-aire de corto alcance. No es cuestión de arriesgarse.
Mira nuevamente el reloj. Los instrumentos le indican que está a unas pocas millas del blanco. Chequea el panel de bombas. Todo listo. La llave maestra que activa las bombas para que, luego de soltarlas, queden armadas para impactar contra el terreno tiene todas sus luces en "Armed" (activadas).
Controla de nuevo el viento. La deriva que produce el terrible viento lateral, por encima de los 10.000 pies (3.300 metros), hace que bombardee en una línea oblicua de 35 grados con respecto a la trayectoria de la pista. Ya tiene activados los sistemas de guerra electrónica para confundir a los radares argentinos. No es un buen lanzamiento. Una sola bomba impacta al costado de la pista.
Efectúa lo planeado, toma la ruta de escape, según lo previsto, e inicia los cálculos para nuevamente, efectuar otros 5 reabastecimientos y volver a la Isla Ascensión.
¡¡¡Tanto volar, para tan poca precisión!!!, se enoja el hombre de la RAF.
Abajo en Puerto Argentino, el paisaje en la Base Aérea Militar (BAM) Malvinas, es dantesco.
Las bombas no impactaron la pista, pero si dieron de lleno en el campamento donde están alojados los efectivos que custodian las instalaciones del aeropuerto.
Eran oficiales, suboficiales y soldados de la Fuerza Aérea los que allí se encontraban.
Caen en ese momento los soldados Héctor Ramón Bordón y Guillermo Ubaldo García, quienes se desempeñaban como centinelas de la Policía Militar.
El comodoro Luis "Cholo" Destri, jefe de la BAM, llama al comandante de la Fuerza Aérea Sur, brigadier Ernesto Horacio Crespo, y le comunica, casi a los gritos:
-¡La BAM Malvinas está bajo fuego enemigo!
Crespo tranquiliza a Destri, le recuerda que no están solos y que los ingleses se van a arrepentir de esto.
El brigadier mira el mapa de su comando desplegado, con los medios a su disposición. Analiza la decisión que debe tomar. Firma la primera orden fragmentaria de la guerra. En ese escueto documento de carácter secreto se les da a los pilotos la información necesaria el ataque.
Manda a los interceptores Mirage MIII a cazar Sea Harriers sobre el cielo malvinense.
Más tarde los cazabombarderos ingleses, provenientes de los portaaviones británicos Hermes e Invencible, atacarán en vuelo rasante la BAM Malvinas nuevamente y la BAM Cóndor en la zona de Darwin, con la intención de inutilizar las pistas, destruir a los aviones de ataque a tierra IA 58 Pucará y Aermacchi MB 339 de la Armada, como también neutralizar a la artillería antiaérea y los radares argentinos, que daban las alertas de los ataques ingleses y guiaban a los cazas hacia el enemigo.
Empieza el ataque. Los pilotos corren a sus aviones tratando de atarse a sus asientos, mientras ponen en marcha los motores rodeados de técnicos y soldados que, desesperadamente, tratan de asistirlos para ponerlos en el aire lo antes posible.
Los cazabombarderos británicos se aproximan a la velocidad máxima de ataque, entre 250 y 350 metros por segundo, es decir entre 500 y 680 kilómetros por hora. Sueltan en vuelo rasante las bombas racimo tipo Beluga desprendiendo a su paso pequeñas bombas que se van dispersando por doquier y explotan con diferentes retardos.
Eso crea aún más caos, se hace más difícil asistir a los heridos, ya que las explosiones se van dando en una zona amplia en diferentes momentos, esparciendo fuego y metralla también hacia los rescatadores.
Una bomba da de lleno en un Pucará, que estaba presto para salir armado y lleno de combustible. Mueren el piloto y todo el personal que lo asistía, son siete entre armeros y mecánicos.
Jamás antes del conflicto se había comprendido el sacrificio de la gente de mantenimiento al lado de sus pilotos.
En medio del bombardeo, la artillería antiaérea se mantiene firme en sus posiciones, continúan disparando frenéticamente contra los incursores que se acercan a gran velocidad. No les importa ver que desde las bocas de los cañones Aden de los Sea Harrier parpadean las luces de la muerte.
La regla es: "Ocuparse del avión que viene, para el que pasó ya habrá otra oportunidad".
Nadie se mueve de su posición, aunque sienten picar muy cerca en el suelo la munición de 30 mm de los cazas. Logran derribar al menos un caza inglés, un Sea Harrier: no les va a ser fácil con los "cazadores de cazas".
El brigadier Crespo mira su reloj. Los Mirage MIII del capitán Gustavo García Cuerva y del primer teniente Carlos Perona deben estar sobre las islas. Piensa en su pasado, en los años cuando volaba F-86 Sabre, y la obsesión por encontrar a su enemigo. Ahora sufre en la piel de otros pilotos más jóvenes. Sabe que cada uno de los hombres que enviará al combate pesarán en su conciencia hasta el fin de su vida ¡Cómo cambiaría por estar él arriba de un caza en un mano a mano con los Harrier! Vuelve a este mundo. Se pregunta: "García Cuerva y Perona, ¿habrán encontrado Harriers?".
La sección de los Mirage combate, como puede, contra la sección de los Sea Harrier.
Los argentinos cuentan con misiles guiados por calor, hay que ponerse a la cola para dispararlo; en cambio los Harrier tienen el misil AIM-9L, que puede ser disparado desde cualquier angulo.
En el combate aéreo cae Perona, pero logra eyectarse. García Cuerva continua y accidentalmente encuentra al portaaviones Hermes. Lanza una corrida de cañones, causa algún daño menor y logra dañar a un Harrier que estaba a punto de aterrizar sobre la cubierta principal.
Mira la cantidad de combustible que le queda en su avión. No le alcanza para regresar al continente. Decide tratar de aterrizar en Puerto Argentino. Avisa al centro de información y control del radar Malvinas que cesen el fuego y que lo va a intentar. Debe eyectar las cargas externas para aterrizar. La artillería antiaérea tiene "marcada" el área para derribar a las naves enemigas. García Cuerva es derribado por fuego amigo y muere cerca de la pista de Puerto Argentino. Son las primeras y dolorosas experiencias de guerra.
El personal herido en el ataque a la BAM Cóndor, es cargado rápidamente en en el H-91, un moderno helicóptero pesado Chinook, que va y viene entre Darwin y Puerto Argentino, llevando a todos los que puede a un centro sanitario. No todos sobreviven. En medio de la batalla el helicóptero sale igual, sin importarle el fuego cruzado de los cañones antiaéreos y de los Harrier que pasan.
El comandante de la FAS lanza 57 salidas aéreas, en misiones de cobertura y ataque a blancos navales británicos, de las cuales más de la mitad alcanzan sus objetivos asignados. Son casi las cuatro de la tarde del 1 de mayo. Ha comenzado el bautismo de fuego de la Fuerza Aérea.
Una vez hallado el lugar donde se concentraban los buques británicos, despegan los bombarderos Canberra para atacar la flota, uno de ellos es derribado.
Se producen hechos de arrojo sin igual. Salen oleadas de Mirage Dagger desde San Julián, que también atacan sin descanso a los británicos. La sección de Dagger del primer teniente José Leonidas Ardiles, que vuela solo hasta las islas porque la aeronave de su jefe sufre un desperfecto y debe volver al continente, arremete contra la flota y debe combatir contra dos Harrier al mismo tiempo.
"Pepe" Ardiles lanza un misil Shaffrir. El piloto británico lo evade lanzando Chaff (material metálico que se arroja al aire como papel picado para confundir al misil) mientras busca las nubes a un nivel de 5.000 pies. El misil se desvía. El otro Harrier se pone a la cola del caza argentino. Dispara un misil AIM 9L Sidewinder, que impacta en el Dagger de Ardiles. El avión explota. Ardiles no habría tenido tiempo de eyectarse. Tiempo después se encontraron restos de la nave en la Isla de Boungaville, pero no del piloto.
Los aviadores argentinos lanzan ese día 20 toneladas de bombas sobre la Royal Navy. Caen en combate el capitán Gustavo García Cuerva; los primeros tenientes Mario González y José Ardiles; los tenientes Daniel Antonio Jukic y Eduardo de Ibáñez; los cabos principales Mario Duarte, Juan Antonio Rodríguez y Miguel Ángel Carrizo; los cabos primeros José Alberto Maldonado, Agustín Hugo Montaño, José Luis Peralta y Andrés Luis Brasich; y los soldados Héctor Ramón Bordón y Guillermo Osvaldo García.
En un solo día, los británicos sufren las siguientes pérdidas: un buque clase Sheffield D 42, HMS Exeter y el HMS Sheffield seriamente dañado, dos fragatas clase Amazon (tipo 21), HMS Arrow y HMS Glamorgan dañadas, dos Sea Harrier derribados.
Los ingleses deben cambiar sus planes. El vicealmirante Sandy Woodward, desde el buque insignia de la Royal Navy, el HMS Hermes -que desde el 30 de abril se encuentra a 400 kilómetros al noreste de Puerto Argentino junto al grueso de la fuerza de tareas inglesa- no finaliza la Operación Corporate, el plan militar para "recuperar" las islas. Los bombardeos de los Vulcan y los Sea Harrier a los dos aeródromos militares marcaban el comienzo de la guerra. Y la orden señalaba, que el 1 de mayo debían desembarcar y presionar la rendición de las tropas argentinas. Pero eso no ocurre.
La flota británica se aleja de Malvinas. La Fuerza Aérea les había mostrado que necesitarían más que una semana para desembarcar en las islas.
La batalla recién había comenzado.
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