La charla empieza con una expresión urgente, algo que dice como una declaración de principios.
-Ser hija de un genocida no me hace mejor persona ni una víctima. No soy tampoco una heroína. Solo decidí enfrentarme a toda la mierda de mi familia como decisión política. En realidad, me reivindico como una ex hija.
Es una tarde de mediados de abril y la abogada Erika Lederer prefiere no mencionar la palabra "padre". Habla desde su casa ubicada en la zona de Congreso y cuenta los días para la presentación de su libro, coescrito con el periodista Guillermo Lipis. Dice que está ansiosa, aunque no tiene ninguna expectativa.
No lo perdono, editado por Planeta y promocionado como "el testimonio valiente de una hija que se enfrentó al pasado, que nos revela aspectos desconocidos hasta ahora de la última y trágica dictadura argentina", se presentará el 5 de mayo en la Feria del Libro. "Espero sorprenderme, pero no me hago ilusiones, hay demasiada hostilidad en el ambiente. Andá a saber, por ahí el libro cae bien porque en este mundo también las interpretaciones son libres", suelta y se afloja desde el otro lado del teléfono.
En su casa revuelve cajones y busca fotos de viejos álbumes familiares para esta nota. La sombra de su padre Ricardo Lederer, a quien no duda en definir como "nazi", se recorta sobre su familia.
Lederer, médico obstetra de profesión, fue el segundo jefe de la maternidad clandestina de Campo de Mayo, donde se calcula que unas 30 mujeres detenidas desaparecidas dieron a luz en cautiverio. Por sus manos pasaron decenas de niñas y niños recién nacidos, arrancados a sus madres secuestradas y entregados con documentación falsa a apropiadores militares, policiales y civiles.
Paradigma del terrorismo de Estado y punto neurálgico del Ejército, Campo de Mayo fue uno de los centros de exterminio más grandes y espeluznantes del país.
"Fue destruido durante la dictadura, pero gracias a los sobrevivientes se reconstruyó el horror, por allí pasaron más de 5 mil víctimas y la mayoría fueron aniquiladas", resume el abogado querellante Pablo Llonto, que hoy participa en el juicio de "Contraofensiva de Montoneros", uno de los tantos capítulos de la megacausa de lesa humanidad Campo de Mayo.
Amo y señor de las guardias médicas, Lederer era responsable principal en el robo de bebés.
"El libro surgió hace más de un año. Guillermo Lipis me había hecho una nota periodística y quería seguir indagando en mi historia –reflexiona Erika, de 43 años, ahora en tono acelerado y eléctrico-. Pero yo le huía porque lo sentía demasiado narcisístico. Y después la cosa tomó una forma más de entrevista y de coescritura, se salió de mi historia hacia lo universal y entonces acepté. Desde que empecé a contar lo que viví, me estalló una bomba en la cabeza. Y como soy existencialista, uno sabe las consecuencias de sus actos y de lo que se tiene que hacer cargo, porque el sentido de responsabilidad es fundamental. Perdí muchas cosas por reconocerme simplemente como la hija de un genocida".
Dice que su familia le soltó la mano. Su único hermano la consideró como una persona "llena de odio". Su madre le acercó el texto de un cura para que se llame a la reflexión. Primos, tíos y abuelos dejaron de hablarle y, como tal, de visitar a sus hijos José Martín, de 14, y Alba Libertad, de 11, que además tampoco ven a su padre, separado por una condena de violencia de género.
"A los que me llaman rencorosa les respondo que todo lo contrario: soy una persona que tiene amor. Mi hija empezó a tartamudear desde que dejó de ver a su abuela, la extraña mucho. Mi otro hijo también tiene dolencias en el cuerpo. Son las consecuencias de las decisiones que uno toma. ¿Sabés qué? Las últimas fiestas las pasamos solos, acá en mi casa. Y entonces cuando mi hija se puso a llorar, le conté que un día una señora de pañuelo blanco llamada Hebe, a la cual le pedí consejo, me contestó: 'Hacer una locura por día'. Le saqué una sonrisa en Navidad y a los días siguientes sacamos los muebles del living y puse una tela de acrobacia".
Dice que nunca se reconcilió ni perdonó a su padre. El nombre de Ricardo Lederer surgió en los casos de apropiación de bebés en Campo de Mayo, pero Erika recuerda que también estuvo involucrado en los "vuelos de la muerte", cuando tiraban detenidos-desaparecidos al Río de la Plata, y que luego se sumó al movimiento militar carapintada que intentó sublevarse durante el gobierno democrático de Raúl Alfonsín.
En el último tiempo, ella decidió declarar en un juicio de lesa humanidad, donde brindó su testimonio en calidad de testigo, como hija.
"Ese fue un gesto político esencial para mi vida, tanto como mis participaciones políticas en marchas, asambleas, encuentros. Quiero aclarar que desde los 9 años ya escuchaba sobre los crímenes que cometía mi padre. Fijate el nivel de perversión que me llevaba de niña a la guardería de Campo de Mayo. Fue un largo proceso que decantó en sacarlo para afuera por primera vez hace dos años. Pero mi militancia política se fue consolidando de forma paralela, hoy me declaro feminista y como abogada trabajé mucho en barrios pobres y con presos. Yo por lo menos pude estudiar, hacer deportes, tuve muchas cosas que esos chicos nunca van a tener y cuando lo cuento me da vergüenza porque ellos sí que la pasan mal y no tienen voz".
El obstetra Ricardo Lederer vivió en libertad hasta que se quitó la vida en agosto de 2012, luego de haberse difundido la restitución del nieto recuperado 106, Pablo Javier Gaona Miranda. Allí se supo que con su firma había avalado la identidad falsa con la que se lo entregó a sus apropiadores. Tiempo después, Erika se encontraría con Gaona Miranda y se fundirían en un abrazo.
–Me di cuenta de que lo quise, pero eso no cambia nada.
-¿El qué no cambia?
-Acá no es meramente una cuestión personal e íntima. El libro es una apuesta a la memoria colectiva. Desde muy chica empecé a mirar con dudas y me desayuné con el horror de mi padre, desde sus charlas en la mesa despreciando a los judíos, algo que también repetía como una tonta en mi adolescencia. Y quizás la tristeza que queda es haber esperado un cambio que nunca llegó, porque el tipo se pegó un tiro y se llevó todos sus secretos a la tumba.
-En el libro, además, lo interpelás como ciudadano y profesional, no solo como padre.
-Claro, porque él se consideraba ultracatólico y violó varios mandamientos, entre ellos el de "no matarás". Como médico, en vez de cuidar a las personas, tal cual señala el juramento hipocrático, las ultrajó. Y lo vuelvo a decir, me hice cargo de la mierda que me tocó, porque es haber enfrentado a toda una familia amparada en el silencio y la admiración por un ser detestable.
-¿Cómo era en tu casa?
-Un tipo violento, nos fajaba a mí y a mi vieja, pero fijate que a mi hermano nunca lo tocó. Lo más fuerte para ellos fue que sacudiera esa idea del padre como ley, como lo sacro, como algo incuestionable. Mi viejo estudió medicina y se bancó toda la carrera para entrar al Ejército. Supe que fue amigo de Camps, de Rico y de Seineldín. En el Nunca Más lo apodaban "El Loco" debido a sus pretensiones nazis de "depurar la raza", imaginate. Llevaba "la bota" en el alma, se vestía de uniforme verde y no de guardapolvo blanco y le gustaba gozar de ese poder sobre los demás.
No lo perdono, en efecto, es un relato sobre su infancia, sus años escolares, el nazismo naturalizado y la consecuencia de los abusos de autoridad sobre su persona. De cómo Erika fue sintiendo la vergüenza, la soledad, su estudio del Derecho, sus reflexiones acerca de su posible identidad judía y la toma de conciencia sobre los derechos humanos.
"Cuando fui mamá es como que escondía a mis hijos porque tenía miedo de que se los llevaran. Son cosas que uno internaliza. Aparte no puedo perdonar a alguien que nunca se arrepintió. Y aunque lo hubiera hecho, esa persona jamás habría ido a sentarse en los tribunales federales y rendir cuentas".
En el libro también se indaga sobre algunas semejanzas en su vida y la de otras historias de descendientes de genocidas con los hijos de los nazis que critican a sus padres, y contiene una entrevista exclusiva a la hija de Bruno Sattler, a quien se le adjudica el asesinato en masa de medio millón de personas, la mayoría de origen judío.
Erika fue una de las primeras en dar el puntapié cuando en mayo de 2017 puso en su Facebook: "Pienso en voz alta. Los hijos de genocidas que no avalamos jamás sus delitos, esos que gritamos en sus caras la palabra asesino y memoria, verdad y justicia, por pocos que seamos, podríamos juntarnos, para aportar datos que hagan a la construcción de la memoria colectiva".
Poco después surgió el colectivo "Historias Desobedientes y con Faltas de Ortografía", que hace unos meses presentó su propio libro, "Escritos desobedientes", narrado por varios autores y autoras.
"Lo que empezó a surgir fue una catarata de relatos, algo impensado, con una fuerza bestial –dice Erika, y su voz se interrumpe en un sollozo. Luego continúa-. El límite fue la Ley del 2 x 1 y ver a tipos como Etchecolatz con prisión domiciliaria. Se me estrujó la panza y entonces decidimos salir a la calle. En paralelo, hubo dos notas en la revista Anfibia que me sacudieron y me llamaron a la acción. Una fue escrita por Tali Goldman sobre una niña que jugaba en la ESMA, y la otra es la tuya -me señala- sobre Mariana Dopazo, la hija de Etchecolatz, que fue la que me impulsó a contar públicamente mi historia".
Las vueltas del destino hicieron que Mariana Dopazo escribiera el prólogo de su libro. En diálogo con Infobae, Dopazo considera a Erika como "una desobediente del mal" y como otro caso de las historias que pasan de lo íntimo a lo público, "pero no solo por un deseo de hacer un libro sino porque hay una demanda social que hace que estos relatos no permanezcan más en el anonimato e iluminen nuevos caminos de reparación, porque nuestra emergencia es un acto ético y de emancipación. Esta es una historia de rebeldía absoluta, de incomodidad y de sublevación infinita con aquello que se presupone se debe respetar, con aquello que no se debe profanar y a lo que en nuestras historias se debe obedecer".
Si bien Mariana se cambió el apellido, Erika se reconoce en el acto de desafiliación aunque mantenga su nombre completo. "Por eso también me considero ex hija. No en el sentido jurídico, sino desde lo más profundo. Desde no permitirle ser más mi padre", explica.
Dice que siente alegría por haberse encontrado, entre otros, con María Victoria Moyano Artigas, nieta recuperada por las Abuelas de Plaza de Mayo y Camilo Juárez País, hijo de desaparecidos.
El año pasado viajó al "Siluetazo", convocado por Hijos de Mar del Plata. "Ellos son los verdaderos protagonistas. Percibí que todos tenían en sus cuerpos alguna afección porque el dolor de la pérdida de un padre, una madre o un hermano es irreparable y sigue siendo algo actual".
Desde su punto de vista, que hoy sigan repitiéndose frases como "algo habrán hecho" significa que aún queda un largo recorrido en la lucha por la memoria.
Cita el otro prólogo de su libro, escrito por el juez federal Daniel Rafecas, donde el magistrado dice: "(…) La dictadura sigue viva en los pliegues de la sociedad formalmente democrática. Su larga mano llega hasta nuestros días, con sus calamidades y su brutalidad, como salida de otros tiempos. En efecto, sobrevive anidada en ciertas estructurales estatales que no han sido permeables al Estado de Derecho (…) Cientos de miles de agentes –entre ellos, el Coronel Lederer- transmitieron con fervor y convencimiento sus postulados. Muchos de ellos participaron, directa o indirectamente, en los aspectos más oscuros del proceso disciplinador: la solución final de la cuestión subversiva, la aniquilación física de toda una generación".
"A veces para sobrevivir hay que desaparecerse, y fueron muchos años de desaparecerme como sujeto", dice en un pasaje del libro. Erika insiste, con tono tajante, en no considerarse una víctima.
-Hay quien puede pensar que somos víctimas pero no, no somos víctimas del aparato represivo estatal y no hay que confundirse.
Antes de terminar la conversación, le interesa remarcar otra cuestión: la del estigma. Dice que perdió el pelo por una enfermedad que aún los médicos no pueden diagnosticar, que sufrió por haberse expuesto a la prensa, que no sirve luchar por el pasado si "hoy vemos gatillo fácil y hambre en los pibes", que el gobierno actual defiende la teoría de los demonios.
-Estoy sufriendo el estigma, pero estoy tranquila –cierra, algo acongojada-.
-¿A qué te referís?
-Es que cuando decidís hablar, hay un mundo que te sale a pegar, salís del lugar de confort en tu trabajo, en tu familia, en tus amistades. No es algo pacífico y la herida continúa. Cuando empecé con todo esto me la pasaba llorando, me quedaba muda, tuve que pedir licencia laboral. Pero tenemos que decir la verdad, porque de lo contrario estamos condenados a repetir. El otro día hablaba con otros hijos e hijas de genocidas y nos sentimos como niños que están despertando a la vida y descubriendo cosas. Pensá que nosotros fuimos educados con la idea de que al tumulto hay que corregirlo, nos criaron en un closet con miedo a vincularnos con los demás. Tengo claro que el día que una víctima verdadera de la dictadura me diga "tu voz ya no sirve", me mando a guardar.
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