-Yo nací en el 74- dice Andrea Koci.
-¡Y yo en el 73! Nuestras historias se entrelazan pero con una generación más. Es que yo nací tarde, ja ja… porque papá me tuvo a los 51- responde Paulina Karadagian.
En la esquina del Centro Armenio, tomando un café, las dos mujeres comienzan a colocar las piezas de un lejano pasado común.
-A través de las charlas que escuché de chiquita yo supe que mi abuelo Lázaro lo descubrió a Martín y lo llevó al Luna Park. Recuerdo que decían que allí estaba El Hombre Montaña, que era el jefe de todo el grupo. Yo oía eso, no es que él venía y me lo contaba a mí, pensá que cuando él murió en 1986 yo tenía 12 años.
Los protagonistas de esta historia ya no están y casi no hay documentos ni fotos. Por eso el cronista recurre a Luis Romio, presidente de la Federación Argentina de Box, cuya fantástica memoria nos permite saber cómo empezó todo:
-En Constitución, en la calle Lima entre San Juan y la cortada Achupallas, estaba el "Mercado del Sur", en el que había de todo. Allí el papá de Karadagian tenía un puesto de carne y Martín era el ayudante. En la esquina Lázaro Koci, nacido en Albania, tenía una peluquería. Lázaro -un hombre con una intuición genial, que también descubrió a Gatica, a Pascual Pérez y a Eduardo Lausse- se lo lleva a Pace al Luna Park para que lo sumase el grupo de El Hombre Montaña.
El papá de Paulina, Martín Karadagian, había nacido en un conventillo de San Telmo, que tenía entrada por Carlos Calvo y por Defensa. De su propio padre, Martín tenía un recuerdo muy crudo:
-Era armenio, se llamaba Hamparzún Karadayijan. Una bestia, un matarife rico y amarrete que se cansó de pegarnos a mí y a mi hermana– declaró una vez Martín.
Sin duda, tuvo una infancia difícil. Paulina lo confirma:
-Mi papá hizo primero inferior y después empezó a trabajar… quería ayudar a mi abuela.
En ese mismo reportaje, el propio Karadagian había contado que desde muy chico aprendió los rebusques de la calle:
-Yo fui empresario lustrabotas, compraba los cajones y se los daba a otros pibes para que trabajaran para mí. Y con el rengo Media Gamba repartíamos en los tranvías paquetes de caramelos, a los que primero manchaba con barro. Así, junto a las monedas, nos devolvían los caramelos.
Parece que ya a esa edad le gustaba la lucha. Paulina ofrece un dato más:
-Empezó desde muy chiquito, a los 10 u 11 años, él quería tener un escape, salir de ese ambiente y comenzó a frecuentar la Asociación Cristiana de Jóvenes, donde practicaba lucha libre y grecoromana.
Con entusiasmo filial, Paulina narra sucesos que otras fuentes consideran parte de una amable leyenda:
-Tenía un entrenador que se llamaba Renzis, que lo llevó a entrenar afuera…
Según se afirma, el pibe Martín ganó en Detroit el título panamericano infantil de lucha grecorromana. Y cuatro años más tarde, en Londres, obtuvo el título mundial de la categoría cadetes mayores. Con su gracia habitual, él mismo lo contó muchos años más tarde:
-La mismísima reina Isabel me dio el premio.
¿Y Lázaro? ¿Quién era, de dónde venía? Su nieta Andrea toma la palabra:
–Él llegó huyendo de la hambruna de Albania. Había nacido en una cueva, por eso se llamaba Lázaro. Eran muy pobres. Vino cuando tenía 18 años, aunque en el documento decía 16. Sería 1935. Lo mandaron buscar sus dos hermanos más grandes, que ya estaban en Argentina. Si se quedaba allá, lo iban a meter en el ejército, por eso le cambiaron la edad. Aquí vivían todos en Bernardo de Irigoyen y Achupallas, una antes de San Juan
-¿Y cuando puso la peluquería?
-Enseguida, empezó a cortar en el barrio y aprendió el castellano muy rápidamente. Cortó sus lazos con Albania, nunca más habló el albanés.
En aquella época, antes de que se ensanchara la avenida 9 de Julio, Constitución y San Telmo eran un mismo mundo:
-A él le gustaba la noche, los piringundines del Bajo. Allí conoció mucha gente. Y también a los muchachos que boxeaban en la Misión Inglesa de la calle San Juan.
El propio Lázaro Koci se lo contó al escritor Jorge Montes, en el libro El Mono Gatica y yo:
-Yo ya andaba en el ambiente. Concurría a la Federación Argentina de Boxeo y de vez en cuando iba a echar una miradita a la Misión. Mientras tanto trabajaba como peluquero. En ese entonces cerrábamos tardísimo y abríamos temprano.
Cerca de la peluquería, en el mercado, Martín había abierto su propia carnicería, llamada "El Negro". Pero su verdadero sueño era ser luchador, aunque ya no de libre o grecorromana.
Ahora quería parecerse a esos europeos que habían llegado a la Argentina y que rápidamente popularizaron en el Luna Park un deporte de nombre raro: catch as catch can, agárrese como pueda en inglés, traducido al porteño como cachacascán.
¿Quién podría acercarlo a ese mundo? Sin dudas, ese peluquero que andaba metido en el mundo del boxeo. Lo va a ver a la peluquería. Y Lázaro acepta ser su guía.
-Hasta donde yo sé, Martín le pide a mi abuelo que lo haga entrar al Luna– confirma Andrea.
Claro que no fue fácil. Paulina agrega los detalles:
-Él trato de entrar. Iba todos los días al gimnasio. Eran todos grandotes, todos luchadores de Europa del Este, altísimos. Y papá era bajito, de un metro 65, pero muy fuerte. Y como ya había hecho torneos de greco y de libre, llevaba los recortes de los diarios para mostrárselos ¡Se los rompían y lo molían a palos! Pero él volvía todas las semanas… hasta que una vez pensó algo para convencer al director de la troupe, que era El Hombre Montaña.
Y entonces, Martín Karadagian hizo algo que marcó el principio de su carrera y de su estilo:
-Fue hasta la casa de Montaña, que vivía en un departamento frente al Luna Park. Se puso una media res de cada lado, en cada hombro. Tocó el timbre y cuando Montaña abrió le dijo "Subí por la escalera y ahora voy a bajar…".
La respuesta textual de El Hombre Montaña fue:
-La verdad que usted ser chiquito pero ser fuerte. Usted poder quedar con nosotros.
El Hombre Montaña se llamaba Iván Zelezniak, era ucraniano y llegó a la Argentina en 1941. A diferencia de los otros luchadores europeos que habían actuado en el Luna Park, como el polaco Karol Norwina, él se quedó para siempre en nuestro país. Vivía con su esposa en el cuarto piso de Bouchard 468, frente al estadio de sus grandes luchas.
Hay un dato que quizás sorprenda a muchos: el catch fue el suceso más resonante en el historial deportivo en el Luna Park. Durante años, hubo luchas tres veces por semana, los martes, jueves y domingos.
Asistían multitudes y la popularidad de la lucha se puede comprobar en un detalle que aún persiste: las cuatro esquinas de Luna Park tienen un friso, que representa sendas actividades deportivas. Una, el boxeo. Otra, el patinaje. La tercera, el básquetbol. Y la cuarta, en la ochava de Madero y Lavalle, el catch.
Artífice de eso fue el gigantesco Hombre Montaña.
Es notable como las dos entrevistadas coinciden en evocarlo con ternura, en un reconocimiento afectuoso que supera el tiempo.
Paulina Karadagian lo menciona con enorme cariño:
-Papá siempre me habló maravillas de él, porque lo ayudó desde el principio, cuando quedó bajo órdenes. Después fueron socios. Y cuando Montaña se retiró, papá le compro su parte. ¡Me contaba anécdotas de él, imitando su manera de hablar! Era muy generoso con sus luchadores. Les compraba ropa. Llamaba a la tienda Gath & Chaves y decía: "Habla Montaña… Qué tener colección primavera verano para este año… Ajá, ajá… Mandar dos de cada color, porque nunca faltar 'torante' que no tener qué ponerse…". Le gustaba ir al hipódromo, iba en mateo. Y pagaba antes el regreso: "Yo pagar ahora, después no saber si tener para pagar la vuelta".
Los relatos sobre El Hombre Montaña coinciden en su enorme generosidad y su bonhomía.
Para la familia Koci también fue un personaje entrañable y así lo dice Andrea:
-En mi casa lo amaban. Mi abuelo Lázaro organizaba luchas con él y por eso su nombre siempre aparece en los relatos de mi familia. Mi hermano tiene una foto de mi papá tratando de abarcar su cuerpo y no podía, no llegaba con las manos ¡Y una tía mía estaba enamorada de ese hombre!
Haber sido el introductor de Martín Karadagian en el Luna Park es un título suficiente para acreditar el ojo clínico de Lázaro Koci. Además, el albanés trabajó activamente en las temporadas de cachacascán junto a El Hombre Montaña.
Eso no fue todo. También fue el descubridor de José María Gatica, cuando El Mono frecuentaba aquella Misión de la calle San Juan. Koci lo dijo hablando con Jorge Montes:
-El Mono iba allí como cualquier otro chico, para pelear por 30 ó 50 centavos. Era alrededor de 1939, él tendría 14 años. Yo ya andaba en el boxeo. Había un Campeonato de Novicios y lo anoté.
Fue el manager de Gatica hasta que otros ocuparon su lugar. Su infalible aptitud para descubrir talentos no terminó allí: a la lista es indispensable agregar a Pascual Pérez, quien de su mano se convirtió en el primer campeón mundial de la historia del boxeo argentino.
Pero la secuencia estaría incompleta sin mencionar a Eduardo Lausse, un zurdo que fue campeón argentino y sudamericano de la categoría mediano. Dueño de una zurda mortífera y guapo sin claudicaciones, combatió varias veces en Estados Unidos pero nunca se le brindó la oportunidad de una pelea por el título, pese a que había derrotado a los mejores. En algunos casos, en peleas sangrientas.
"El campeón sin corona", como lo bautizó el periodismo de la época, fue uno de los más grandes ídolos populares del deporte argentino en el siglo pasado. La mención de Lausse conmueve a Andrea:
-Por infortunadas situaciones, felizmente superadas con el tiempo, la tumba de mi abuelo durante varios años no fue visitada por la familia. El día que volvimos encontramos flores. Flores frescas, puestas hacía poco. Pensamos que alguien las había dejado por error ¡Ninguno de nosotros había ido en mucho tiempo! Le preguntamos al cuidador y nos dijo: "Pensé que ustedes sabían. Es alguien que viene todos los meses. El hijo de Eduardo Lausse".
El ring del Luna Park fue el escenario de episodios inolvidables. De la mano de Koci y Montaña, y luego con el sello de Karadagian, el catch despertaba emoción, encono, diversión y sorpresa, en un ramillete de sensaciones que electrizaba a todas las capas sociales.
Para muchos era un espectáculo previsible, armado con criterio circense, en el que cada uno de los luchadores encarnaba un papel previamente diseñado.
Otros, en cambio, creían que las tomas y los golpes eran auténticos. Paulina marca cuál era el perfil de su papá:
-Al principio era el malo ¡Malísimo! El antihéroe, era el malo al que todos amaban odiar.
Efectivamente, en esa época, las tribunas lo odiaban. Y había motivos. Su personaje transgredía las normas, no respetaba el juego limpio, fingía lesiones para luego atacar de sorpresa.
Su gesto clásico era ponerse una mano en la frente y hacerle cuernitos a su rival. Pero además era capaz de recorrer el ring de rodillas pidiendo clemencia, pegar saltos o meterle los dedos en la boca al contrincante.
-Una vez estaba Tita Merello en la primera fila -cuenta Paulina- A su lado se había sentado una novia de mi papá de esa época. De repente, apareció una polilla de la luz. Daba vueltas alrededor de papá, lo molestaba. Una y otra vez. Papá la espantaba mientras luchaba, pero la polilla seguía sobrevolándolo. Hasta que él le escupió para sacársela de encima ¡Con tanta puntería que le pegó! Y Tita le dijo a la chica: "Mirá qué turco atorrante, se trajo una polilla amaestrada".
La frase hoy sonaría anacrónica. Y Paulina explica el porqué:
-En esa época era horrible que a los armenios les dijesen turcos, eso es un insulto para un armenio, por el sufrimiento del genocidio. De hecho, la comunidad armenia agradece que papá haya marcado la diferencia.
El origen inmigrante es otra de las conexiones entre la familia Karadagian y la familia Koci, aunque con diferente derivación:
-Mi abuelo Lázaro no tuvo nada más que ver con la comunidad albanesa. Listo, dijo, se acabó. No sólo no habló más el idioma, sino que nunca volvió. Y esos dos hermanos que lo habían traído, sí regresaron al final murieron en combate. Incluso uno fue partisano. Pero él nunca recordaba al país en el que nació.
El caso de Karadagian es diferente y así lo relata Paulina:
-Mi familia es algo atípico. Más de una vez hemos lo hablado con Varty Manoukian, el presidente del Centro Armenio. Los armenios habitualmente se casan entre sí, pero mi abuelo se casó con una española, mi abuela Paulina Fernández, la mamá de Martín. Sin embargo nosotros mantuvimos todas las costumbres. Todas las comidas típicas. Y mi abuela aprendió a hacer el chikefte, el keppe crudo ¿Sabés quién comió eso en mi casa? ¡El conde Jaime de Mora y Aragón!
Como si la charla fuese un caleidoscopio que va ensamblando imágenes, Andrea casi grita:
-¡¡¡Estuvo también en la casa de mis abuelos!!!
La coincidencia no sólo confirma que hubo una marcada relación entre Karadagian y Koci, a tal punto que contemporáneamente compartían los invitados, sino que abre un capítulo inesperadamente divertido.
-Mi abuelo Lázaro lo llevó a la casa de Bernardo de Irigoyen y Achupallas. De sorpresa, sin avisar. La abuela estaba con los ruleros puestos, preparando unas milanesas con puro ajo. Y el conde la saludó dándole un beso en la mano. Mi abuela se murió de vergüenza y se disculpó por el olor a ajo. Y don Jaime, que era un máster, le dijo: "No importa señora, no hay perfume más hermoso que el de una mujer cocinando…".
Creo que es necesario aportar un par de datos, para que los lectores sub 40 comprendan de quién estamos hablando. Jaime de Mora y Aragón era español, hermano de Fabiola, una aristócrata que al casarse con el rey Balduino de Bélgica paso a ser la reina de ese país.
La relación familiar siempre fue pésima, porque "Fabiolo" -como se lo llamó a Jaime en la Argentina- era un simpatiquísimo bohemio, buen pianista, bon vivant y protagonista de las mejores épocas del jet set en Marbella.
Sus innumerables aventuras frívolas lo ubicaron en la categoría de persona no grata en la corte de Bélgica, y eso provocó que él hiciera una de sus declaraciones inolvidables: "Yo pertenezco a una familia de emigrantes, a tal punto que tengo una hermana en Bélgica que trabaja como Reina".
Jaime de Mora y Aragón, que hablaba nueve idiomas, había sido alumno en colegios tan distinguidos como el Saint Louis de París, Le Rosary de Suiza y el Liceo Naval de Madrid. También en la Universidad de Princenton, donde fue compañero de John y Robert Kennedy. Nunca terminó sus estudios, porque de todos esos institutos educativos fue prolijamente expulsado…
Hasta que en 1963 llegó a la Argentina, para participar en diversos programas como pianista y showman.
Martín Karadagian, que luego de una etapa fecunda en el Luna Park, ya estaba en el Canal 9, lo vio y decidió contratarlo para hacer una lucha con él.
Pablo Gorlero, que escribió sobre la historia del catch en la Argentina, comenta que lo invitó a participar en una emisión de Titanes en el Ring, desde el Luna Park, ofreciéndole, un 35% de las ganancias.
La invitación fue aceptada y se convino en preparar una farsa. Primero El Conde concurrió como espectador, con su esposa y su secretario, y se instaló en la primera fila. Durante la lucha de fondo Karadagian, cayó del ring y quedó arrodillado frente a la Condesa, y con su mano, le toca una pierna, lo que provocó que Don Jaime de Mora y Aragón, le diese una bofetada a Martín, quien se defendió "dándole un golpe"; pero el secretario del Conde desconoció esta teatralidad y golpeó fuertemente a Karadagian, que reaccionó y lo dejó nocáut.
Los hechos fueron comentados en todos los medios, y al día siguiente, el Conde desafió a Karadagian a luchar, con la condición de hacerlo en kimono, argumentando que no quería que tocaran su piel las manos plebeyas de Martín.
Finalmente, la pelea se hizo en el Luna Park ante una multitud y fue televisada. Don Jaime recordó todo esto tiempo después:
-En Argentina hice catch-as-can, una variante de la lucha libre, y llegué a disputar en el Luna Park un combate glorioso, ante 16.000 espectadores. Me presentaban como "El Conde". Iba con capa española, sombrero, saludaba muy fino a todas las señoras de la primera fila, besándoles la mano. Y luego salía el pobre armenio, que era el malo, y rugía, escupía y me quería dar golpes a traición. Ganamos los dos. Estábamos conchabados. Nos repartimos la bolsa.
Paulina completa el relato con otros detalles:
-Papá le había salido de garante de un departamento ¡Le pintó el piano de blanco! Después de eso, papá me dijo "si un día yo me levanto de la tumba y te pido que me salgas de garante, pegame un golpe y meteme adentro otra vez". El conde era muy divertido, pero terrible. Iba a verlo a papá con un libro y le decía: "Mire Martín qué bueno lo que estoy leyendo, este párrafo de la página 58". Papá abría el libro en esa página y había un papelito que decía: "Martín, estoy corto de dinero, necesito algo de plata". Papá le daba, ponele… 100 dólares… Y al que lo acompañaba abajo a tomar un taxi ya le daba 50 de propina.
La relación de Martín Karadagian y Lázaro Koci tiene otro punto de contacto. Hondo, áspero. Un nombre y apellido que aún hoy despierta emociones encontradas en Paulina y Andrea, sus descendientes: José María Gatica, el Mono.
Un boxeador que dividía al público del Luna Park. Una mitad vociferaba para alentarlo. La otra mitad, se desgañitaba para insultarlo.
-José María adoraba a mi abuelo, le decía papá – señala Andrea Koci.
Y agrega algo que quizás sorprenda a quienes sólo tienen la convencional imagen del Gatica de la leyenda negra, provocador y bravucón:
–Mi abuelo viajaba en el auto que manejaba Pace, el dueño del Luna Park, cuando chocaron contra un camión en Las Flores, en 1956. Pace murió en el acto y mi abuelo quedó muy herido, al borde de la muerte. Después de seis meses, finalmente salió del hospital, pero quedó rengo para toda la vida. Cuando lo trasladaron a Buenos Aires, al día siguiente del accidente, Gatica abrió la puerta de la ambulancia y le dijo llorando: "Papá, no tengo nada para darte, pero te doy mi sangre…". Se subió y se fue al hospital con él. Y en esa época, ya Gatica estaba muy mal. Sin plata, sin casa. De verdad, no tenía nada…
Al año siguiente, en el invierno de 1957, el destino de Martín Karadagian se cruzó con el de José María Gatica:
-La historia que me contó papá es que Gatica estaba pasando un momento pésimo. Le habían quitado la licencia de boxeador, lo habían proscripto. Entonces surgió la idea de hacer un combate entre ellos, para que ganara un buen dinero porque se suponía que iban a hacer una recaudación importante. Fue en la cancha de Boca. Ya estaba previsto que iba a terminar en empate. Para que Gatica hiciera bien su parte, primero le habían enseñado todo… los trucos, los movimientos y todo eso…
El relato de Paulina le ensombrece el rostro:
-Seguramente Gatica se dejó llevar por el ambiente. Después de mucho tiempo, estaba otra vez en un ring. Volvía a escuchar los gritos del público, era como volver a ser el de antes. Y en medio de la pelea, empezó a boxear fuerte. Cada vez más… El árbitro, que era Schiaffino, le decía por lo bajo "Pará Mono, pará Mono…". Pero el pegaba cada vez más fuerte. Papá sentía los golpes, al principio no quiso replicar pero al final se defendió. Papá sabía pistolear, eso quiere decir que te puede salir a cara de perro. Papá si quería te podía romper perfectamente, con una palanca o con una toma… Y ante un golpe de Gatica le respondió y lo quebró…
Con dolor, hace referencia a la película de Leonardo Favio:
-Allí lo hacen quedar a mi papá como el culpable. Y no fue así. Además, yo estaba cuando grabaron con papá, todo un día. Pero lo editaron, salió muy cortado y en off… En realidad, Gatica era inmanejable, incontrolable. Se sacó el yeso enseguida, antes de tiempo, y le quedó la renguera.
Lázaro Koci también estaba ese día en la Bombonera. Y su nieta, Andrea, recuerda lo que contaba su abuelo:
-Desde el rincón le decían "Pará, pará…", pero el Mono se entusiasmó.
El amable encuentro de las dos mujeres, que enhebraron historias comunes, de repente tuvo un momento de tristeza. Y Paulina Karadagian lo pone en palabras:
-Lamentablemente es algo que sucedió así. Y ya no lo podemos modificar. Lo que siento es que Eva Gatica, su hija, odia el apellido Karadagian. Ella cree que mi papá es responsable de lo que le pasó al suyo. Nunca pudimos hablar para aclararlo.
Quizás alguna vez podamos escribir esa otra crónica.
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