Adelanto exclusivo: "El arte de no callar", el conmovedor libro de Thelma Fardin

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Thelma Fardin en los estudios de Infobae (Crédito: Santiago Saferstein)
Thelma Fardin en los estudios de Infobae (Crédito: Santiago Saferstein)

¿Por qué yo necesité hacer la denuncia con la contundencia con que la hice? Porque había que intentar romper algo que siempre pareció indestructible. Una muralla gigante para las víctimas, invisible para la sociedad. Invisible hasta ahora. Porque había que golpear y quebrar algo instalado, siniestro, dañino y naturalizado. Porque un día vi claramente los hilos, negros, que amenazaban a mujeres que fueron más valientes de lo que yo había sido hasta ese momento, y cuyas confesiones y denuncias hacían eco en mí y despertaban recuerdos y sensaciones que nunca dejaron de acecharme. Entenderlo me sacudió y al mismo tiempo me encendió. Vi cómo nos querían callar. Vi cómo me mantuve callada. Escuché sobre las cartas documento a las víctimas y algo en mí se rompió. Un poco más. O tal vez se endureció, se asentó o decantó. Pero de alguna manera comenzó a ser claro y fue una voz imposible de silenciar. ¿Cómo no indignarse viendo esa amenaza tácita para todas aquellas que aún no habíamos hablado? Un ataque por contar que fuiste atacada.

La ironía yace en el "camino legal" que el victimario utiliza para defenderse. El victimario no solo contraataca a la víctima, sino que lo hace a través del sistema judicial que pretende ser justo. Un sistema que como víctima te parece la boca del lobo. La boca del lobo otra vez. ¿Cómo pueden decirnos "andá a la justicia" como si fuera lo mismo que ir a la verdulería? ¿Saben todo lo que tenemos que atravesar, incluso cuando tenemos la posibilidad de hacerlo, porque nuestra denuncia no prescribió? Aproximadamente el 97% de las denuncias de mujeres por violación no prosperan. Con esa estadística se amparan en "LA JUSTICIA". Las víctimas de violencia sexual tardan un promedio de 33 años en poder hablar. Sí, 33. En muchos casos hablan una vez y callan 33 años, dice la estadística. 5 o 9 años ya no parecen tanto. ¿Y si miramos las leyes bajo las que vivimos antes de mandar a alguien al matadero como si nada? Me parece fantástico que quienes podamos vayamos a la justicia, pero solo si estamos informadas, queremos y decidimos a conciencia todo lo que eso implica. Porque el cuerpo lo seguimos poniendo nosotras y nuestro entorno. Porque en realidad, no nos garantizan nada.

Lo que se revolvió en mí es algo que quizás podría haberse limitado a sanar solo en mi fuero interno, quedarme en lo que fue mi proceso íntimo de reconstrucción personal, con mi terapia, mis amigas y amigos, mi familia. Pero ese mensaje mafioso —subliminal para una sociedad que está anestesiada con nociones utópicas de justicia que rozan lo absurdo— me produjo un efecto detonante y la necesidad de accionar yendo un poco más allá. "Tengo que salir a hablar y contar lo que viví". Necesito apoyar a estas mujeres que, sin saberlo, con su valentía, me hicieron comenzar mi proceso de sanación. Tengo que sumarme a esta batalla por la verdad. Es personal, como si me estuvieran diciendo a mí y a no sé cuántas más: "Cállense porque si no vamos a seguir quebrándolas desde este poder que tenemos".

Cuanto más te adentrás, más te das cuenta de que el sistema les es funcional. El sistema patriarcal no es un invento feminista, es un hecho. El conocimiento es poder, y mientras más información tengamos, más herramientas vamos a poseer para combatir la ignorancia dañina que nos quiere dejar ciegas y ciegos ante estas situaciones de violencia. Los cambios que queremos no van a llegar solos, hay que provocarlos desde adentro del sistema, y para eso es necesario entender cómo funciona. Lograr reconocer sus fisuras y desigualdades para entender lo complejas que son y lo largo que es el camino que debemos forjar como sociedad para mejorar las condiciones que tenemos. Cambiarlo desde afuera es difícil, por eso tenemos que meternos. Tiene más que ver con poner el cuerpo, las emociones y la cabeza, que con hacer tuits "polémicos" desde el living de casa. Entender el problema, señalarlo y proponer soluciones. Hoy sobran las críticas, abundan los dedos señalando, pero a la hora de proponer soluciones y llevarlas a cabo son siempre, más o menos, las mismas caras.

Yo tenía la certeza de que necesitaba denunciar. Pero ¿cuál era el camino? No sabía nada de leyes. ¿Después qué me esperaba? ¿A mí también me iban a atacar? ¿Me iba a despertar un día con una carta documento adoctrinadora? Si el sistema, carente de herramientas para protegerme, no lograba darme resguardo, ¿dónde se suponía que lo buscara? ¿De qué elementos debía o podía asirme para enfrentar la epopeya de romper el silencio? Empecé a leer y leer y leer, y a tomar cafés con gente que sabía del tema, buscar abogados, buscar consejos, experiencias. Empecé a informarme —la verdadera llave sagrada de este y cualquier asunto—. Conocimiento = poder.

Durante los meses previos a mi denuncia, notaba que había algo que no estaba siendo lo suficientemente contundente. Que el vacío legal era funcional a las intenciones de silenciarnos. Una trampa con la que podían salir a decirles a mis compañeras: "Si es verdad, andá a la justicia", burlándose en nuestra cara. En la práctica, hasta que no decidimos hacer algo al respecto, nadie nos aclara que la justicia prescribe nuestro dolor. Mi caso, por ejemplo, no tenía lugar en Argentina y tardé mucho en enterarme, porque no tenía idea de que los delitos se investigan según el territorio, y en realidad no tenía por qué saberlo. Tampoco sabía si era posible radicar mi denuncia en la llamada justicia, si los delitos de esta índole prescribían o no en Nicaragua, si iba a poder viajar, si iba a conseguir los recursos, si me iba a dar el cuerpo para soportar tantas dificultades, si era lo suficientemente resistente.

Muchas noches tirada en el baño de mi casa, abrazada por mis amigas que llegaban corriendo a la hora que fuera, dije: "No puedo más", porque realmente así lo sentía. Pero sigo acá.

Se me recrimina la forma en que expuse mi denuncia. Ven con escepticismo y desconfianza la veracidad de mi relato porque me protegí para contarlo en lugar de simplemente vomitarlo; porque nunca va a alcanzar. Aunque te expongas hasta los huesos. Sabiendo eso, sabiendo que lo hiciera como lo hiciese me iban a pegar, igual elegí exponerme, porque era más fácil soportar los golpes de afuera que los golpes internos que iba a darme si me quedaba de brazos cruzados. Decidí rodearme de corazones y mentes que quisieron ayudarme a exponer mi historia de la mejor manera posible. No existía un manual, no existe, pero intentamos agarrarnos del amor y la intención de sanar. Muchos opinan del recurso, del marco que elegí darle a mi testimonio sobre la situación que viví, como si fuese algo ligero, evidente y de manual. Como si fuera lo mismo que criticar a Messi por dar un mal pase.

Ese proceso permitió que hoy yo esté de pie y alerta frente a todo lo que está por venir. Esa cadena de decisiones permitió que la problemática hoy esté en boca de todos. Lo que antes pasaba desapercibido o estaba naturalizado, ahora está bajo la lupa.

Siendo impulsivas no hubiéramos logrado lo mismo. Mi objetivo fue exponer la situación, y para hacerlo tenía que exponerme. Tenía que exponerme para que el ruido me protegiera. Porque el silencio es el mejor cómplice, el que juega a favor de la desigualdad. Si mi caso no se hubiera vuelto tan masivo, probablemente hoy yo estaría en una situación mucho más desprotegida, desfavorable. Una situación tristemente normal. El conocimiento y la indignación pública generaron la empatía y el apoyo que hoy me dan fuerza para seguir. Ante tanto odio y violencia, son ese amor y ese fervor de la gente por la lucha por la verdad, la equidad y la justicia los que me hacen sentir acompañada y empoderada para continuar.

El sistema está armado para que se descalifiquen este tipo de denuncias. Porque la infraestructura del sistema judicial es ineficiente y no posee suficiente gente capacitada para atender este tipo de casos. Cuando acusás, lo primero que sucede es que te sientan a vos en el banquillo de los acusados. En este delito, la primera pericia es sobre la víctima, sobre su cuerpo y su psiquis. Si denuncio que robaron mi departamento, primero buscan en las cámaras de seguridad del edificio; pero si denuncio que me violaron, primero se fijan si mi cabeza está "inventando" y si mi cuerpo tiene marcas.

Denunciás que sufriste, que te atacaron y una de las primeras acciones legales que realizan es hacerte a vos una pericia psicológica y física, pero no para cuidarte, sino para ver si no estás mintiendo. En ese sentido, creo que todo el sistema es igual, replica una misma lógica. El sistema judicial es un espejo que reproduce la desigualdad de la sociedad. ¿O es al revés? Quizás la gente nefasta como este tipo tiene la cintura para operar de esa manera simplemente porque el sistema lo permite y hasta los favorece. El huevo y la gallina.

De cualquier forma, tiene que parar. Se tiene que equilibrar. Y en todo caso las preguntas deberían ser: ¿Por qué pasa? ¿Por qué dejamos que pase?

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