"Estaba como oficial de guardia en el Aviso Alférez Sobral, y nos ordenan zarpar. Un compañero mío me lleva al camarote, para hablarme en reserva. Me dice: 'Vamos a tomar las Malvinas'.
–¿¿¿Qué???
–Vamos tomar las Malvinas.
Quedé petrificado. Lo primero que se me ocurrió fue llamar a mi familia porque dije 'no los veo más'. Hablé con mi madre y con mi novia, mi actual esposa. Con un nudo en la garganta, no sabía cómo aguantarme. 'Es una navegación normal, son sólo unos días, no se hagan problema…', y no pude decir nada más. Eso fue el 27 de marzo".
Con el testimonio del actual vicealmirante VGM Eduardo Alberto Fondevila Sancet -actual subjefe del Estado Mayor General de la Armada– comienza un relato por momentos electrizante, por otros dramático, del ataque al Aviso Alférez Sobral, ocurrido el 2 de mayo de 1982. Junto al capitán de navío (R) VGM Sergio Bazán, por entonces teniente de navío y segundo comandante de la nave, reconstruyeron para Infobae un relato único de una situación límite que vivieron durante la guerra de Malvinas.
Así fue la historia.
En la navegación hacia el sur, el comandante de la nave, el capitán de corbeta Sergio Gómez Roca informó a la tripulación sobre la recuperación de las islas y de la misión asignada al Sobral: situarse en un punto entre el continente y las islas y estar preparados para misiones de búsqueda y rescate.
Construido en 1944 en Estados Unidos, esta nave de 43,6 metros de eslora y 10,3 de manga, había participado en tareas auxiliares en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial bajo el nombre de USS Salish. En 1972, fue entregado a la Armada Argentina. Lleva el nombre del Alférez José María Sobral, un destacado explorador militar y geólogo, de importante trayectoria en la Antártida.
La primera misión en la guerra de Malvinas para este buque no demoraría en llegar.
"Fue un momento muy fuerte"
A la noche de ese día, había sido derribado el Canberra MK-62, número 110 por un misil supersónico Sidewinder que impactó en su turbina derecha. Los pilotos, teniente Eduardo de Ibáñez y el primer teniente Mario González debieron eyectarse.
El Alférez Sobral recibió la orden de ir a su rescate, a un punto situado a 180 km al norte del Estrecho de San Carlos.
Fondevila Sancet, por entonces un joven guardiamarina, recibido en diciembre del año anterior y que el Sobral era su primer destino, acota que "cuando llega la orden de ir a buscar a los dos pilotos, el comandante reúne a todos los oficiales en la cámara. Y mirando una carta donde estaba ploteada toda la flota inglesa, señala un punto 90 millas al norte de Malvinas. Era el lugar donde debíamos dirigirnos. Estaríamos al lado de la flota inglesa. Hubo un silencio total. No me olvido las miradas de cada uno entre nosotros. Nadie dijo nada. Fue un momento muy fuerte".
Luego de un reabastecimiento en Puerto Deseado, el buque llegó al lugar asignado casi a la medianoche del 2 de mayo.
Sentía que me estaba quemando. Atiné a ponerme el casco sobre la cara, porque pensé que todo lo que estaba a mi alrededor se estaba quemando. Había alaridos, gritos
Al llegar, el Sobral fue sobrevolado por un helicóptero británico Sea King que luego se alejó.
"Cubrimos los puestos de combate, esperando un ataque inglés. Luego de unos cuantos minutos, apareció un segundo helicóptero, un Sea Lynx y abrimos fuego con el cañón de 40 mm y las ametralladoras de 20 mm, provocando que se alejara. Era un armamento elemental, porque un aviso no era un buque estrictamente de combate", explicó Bazán.
Fondevila, que estaba descansando luego de haber hecho la guardia de 16 a 20 horas, saltó de la cama al oír la alarma de combate. Le preguntó al teniente Alemán qué ocurría: "Nos divisó un helicóptero inglés". Mientras tanto, Bazán estaba en la radio enviando un mensaje al comando de tierra.
La pregunta surge natural: ¿Por qué abrir fuego si el Sobral estaba en una misión de búsqueda y rescate? "El nuestro no era un buque de la Cruz Roja y no estaba exento de la acción del enemigo. En ese momento éramos dos unidades enemigas enfrentadas. Gómez Roca cumplió con su deber como comandante de un buque de guerra con las órdenes que tenía de abrir fuego ante la presencia del enemigo, ante la amenaza de que si no lo hacía, el buque podría ser abordado por los ingleses", explicaron los marinos.
"Ahora entramos en la realidad"
Bazán recuerda que "había mar gruesa, el buque navegaba lentamente. Había que prepararse para repeler el ataque. Pasan unos cuantos minutos, vemos una luces en un sector, creemos que son las bengalas que arrojaron los pilotos a rescatar. Pero eran misiles".
En el primer ataque, un misil Sea Skua destrozó la lancha que el buque llevaba, y se hundió parcialmente el baño del personal. Hubo heridos. Bazán fue alcanzado por una esquirla en su pierna y la onda expansiva lo arrojó hacia el centro del comando. Sólo sentía ruidos y veía mucho humo. Mientras tanto, Fondevila Sancet pensaba "Ahora entramos en la realidad". Era el bautismo de fuego de un guardiamarina recién egresado de la Escuela Naval.
"Como no sabíamos dónde había pegado –relata el entonces guardiamarina- me ordenan verificar el sector de proa. Cada puerta que abría, el corazón dejaba de latir, porque no sabía con lo que me iba a encontrar, si se estaba incendiando o qué. Afortunadamente, no encontré nada y ahí se produce el segundo ataque".
Años después, Bazán se enteraría de fuentes inglesas que los helicópteros provenían de los destructores Coventry y Glasgow. En el trayecto hacia el Sobral, uno de ellos acusó una avería y regresó a la nave. El otro siguió y es el que llevó adelante el primer ataque. Y cuando regresó a su barco, despegó el helicóptero que había tenido la avería. "Ellos siempre creyeron que habían atacado a dos barcos", comentó Bazán.
Fondevila vio caer en llamas al cabo Enríquez, que se desplomó por la escala. Bazán lo cubrió con una manta y lo corrieron hacia un costado
"En el segundo ataque un misil impactó de lleno en el puente de comando que, junto al puesto de radio ubicado debajo, quedaron destruidos. Mató a toda la gente que estaba allí menos a un cabo, que quedó herido. No hubo más víctimas gracias al comandante Gómez Roca que, luego del primer ataque, había ordenado que permaneciera en el puente de mando sólo la dotación indispensable; el resto quedó bajo cubierta", relató Bazán que, desde ese momento, se convertía en el comandante de la nave. "La decisión de Gómez Roca salvó muchas vidas".
Se desató un gran incendio, que pudo ser controlado.
Fondevila, que al momento del ataque estaba recorriendo el pasillo de oficiales viendo cómo estaban los heridos alojados en los camarotes, salió impulsado hacia atrás. "Sentía que me estaba quemando. Atiné a ponerme el casco sobre la cara, porque pensé que todo lo que estaba a mi alrededor se estaba quemando. Había alaridos, gritos".
"Primero muevo los brazos y las piernas para cerciorarme de que los tenía. Alumbro. Lo primero que veo es al conscripto Roberto D'Errico totalmente bañado en sangre, agonizando. Había sido herido en el primer ataque y una esquirla lo había atravesado en el segundo. Al momento de la explosión, estaba a un metro delante mío. Las esquirlas habían perforado el cielo y el piso. ¿Por qué no me tocó a mi? Preguntale al de arriba".
Todo pasaba en cuestión de segundos. Fondevila vio caer en llamas al cabo Enríquez, que se desplomó por la escala. Bazán lo cubrió con una manta y lo corrieron hacia un costado.
"Yo estaba totalmente aturdido y shockeado", explica Fondevila. "No sabíamos si nos estábamos hundiendo. Bajo a máquinas, estaban funcionando, no había inundación. Me senté en la línea de eje en el cojinete para ordenar mi cabeza. Me venían los flashes de lo que había visto. Luego, me levanté y salí. Bazán me ordenó conseguir la radio de emergencia, guardada en el cuarto de radio, que se estaba incendiando. Agarrado a la escala, subí; me encuentro con el cuerpo del cabo Tonina, que estaba colgando porque el piso del puente se había perforado. Me empecé ahogar y bajé. Me acordé de lo aprendido en la Escuela Naval, donde nos hiperoxigenábamos antes para aguantar la respiración, y volví subir. Corrí los restos del cabo Alancay, totalmente destrozado, y encontré la radio. Transmití en morse, en radiotelegrafía y en radiotelefonía. "Mayday, Mayday", sin decir quiénes éramos, y S.O.S. en morse. Estuve 15 minutos transmitiendo".
Segundos antes del segundo ataque, Bazán se disponía a subir al puente. "Me crucé con el médico, que me preguntó por mi herida de la pierna. Y ahí se produce el impacto en el puente. Si el médico no me hubiera parado, hubiese estado en el lugar de la explosión. Voy al puente, no veo a nadie con vida, asumí que había muerto el comandante –sus restos los encontraríamos después- y nos abocamos a apagar los incendios, mientras esperábamos un nuevo ataque", recuerda con precisión Bazán.
"Hubo que detener las máquinas por un problema en el timón. Una hora después, el jefe de máquinas solucionó el problema y volvimos a navegar. No se produjo un nuevo ataque; los ingleses veían las llamas", dijo.
¿Hacia dónde ir?
La disyuntiva fue hacia dónde ir: a Malvinas o hacia el continente. Primó la segunda opción, ya que la explosión había destruido todas las cartas náuticas y los sistemas de navegación. Ir hacia las islas suponía estar a merced de otro ataque inglés o desviarse y tal vez terminar en la Antártida. Sólo contaban con un vigía en cubierta y con una brújula terrestre que se confundía con los hierros de la nave. De algo estaban seguros: que las olas venían del norte y hacia allá se dirigieron.
La navegación fue trabajosa. Hubo reiterados incendios, y se debió cortar cables para evitar nuevos porque los matafuegos ya estaban descargados. Así transcurrieron los días 3, 4 y 5, sin avistar la costa. Para Bazán, "esos tres días no fueron nada fáciles. No sabíamos si se podía desatar una tormenta, y el buque no aguantaría. Teníamos ocho heridos, uno muy grave, los muertos, las medicinas estaban escaseando. Era una situación muy precaria. Esa dotación fue extraordinaria, nadie flaqueó".
"Llegamos al continente sin que nadie nos ubicara. Porque nos estaban buscando un poco más al norte de donde realmente estábamos. Luego de varias horas de haber avistado la costa, hizo contacto un helicóptero de la Fuerza Aérea. Esto fue al sur de Puerto Deseado", explicó Fondevila Sancet.
"Hemos recibido su mensaje"
"Hubo un momento un poco emocionante", remarcó. "Empezamos a transmitir por la red de emergencia. 'para todas las estaciones que nos escuchan', cada cinco minutos. Un cabo, en su Spika escucha que un locutor dice 'para el señor Gómez Roca, hemos recibido su mensaje'. Sabían que estábamos. De pronto, el teniente de corbeta Casal cayó en la cuenta de que no teníamos bandera, que se había perdido con el mástil en el ataque. Pidió autorización para izar la bandera de guerra, que se ató a la pluma del buque".
"Llegamos justo. Cuando el helicóptero se aproxima, lanzamos dos bengalas. La nave pensó que le estábamos abriendo fuego y se alejó, para aproximarse muy lentamente. Bajaron una camilla por los heridos. Luego un avión, con pasadas rasantes, nos indicó hacia dónde dirigirnos. Pasamos junto al buque Cabo San Antonio. Formamos en puesto de honores, demostrando que estábamos en un buque que seguía navegando", relata Fondevila Sancet.
"Tuvimos ocho muertos, comenzando con el capitán de corbeta Sergio Gómez Roca, que con su ejemplo impulsó a toda esa dotación. Su decisión de ir a una zona de extremo peligro pero con la intención de tratar de rescatar a los pilotos –la premisa de todo marino es de no dejar a nadie en el mar- eso se transmitió a toda la dotación", remarcó Bazán.
Los otros caídos fueron el guardiamarina Claudio Olivieri; el cabo principal Mario Alancay; el cabo segundo Sergio Medina; el cabo segundo Elvio Tonina; el cabo segundo Ernesto Del Monte; el marinero de 1ª Héctor Dufrechou y el conscripto Roberto D'Errico.
"Otro punto emocionante fue cuando volvimos", recuerda Fondevila. "Repararon el buque, se improvisó un nuevo puente y nos dirigimos a Puerto Belgrano. A los tres meses volvimos a zarpar hacia Ushuaia. Y ahí a fin de año los conscriptos se iban de baja. Despedirnos de ellos fue tremendo".
Homenaje inglés
Pasaron los años. En una oportunidad en que el Alferez Sobral estaba anclado en Ushuaia, y era posible visitarlo, un inglés subió a bordo. Antes de descender, dejó escrito en el libro de visitas: "Me complació visitar esta hermosa nave con un espíritu de amistad y como señal de respeto a los valientes hombres que tan bien sirvieron a su país en el ARA Alférez Sobral en 1982".
El visitante era el almirante, ya retirado, Paul Hoddinott, quien en la guerra de Malvinas era el comandante del destructor Glasgow, de donde despegaron los helicópteros que habían protagonizado el ataque.
El puente original del Sobral se exhibe en el Museo Naval de Tigre y el barco, luego de tantos años de servicio, fue reclamado por la provincia de Santa Fe para que sea museo, como un merecido homenaje de su participación en la guerra de Malvinas y a aquella tripulación que también hizo historia en el Atlántico sur.
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