-¡Le tiraron a Ernesto! ¡Le tiraron unos tiros a Ernesto! – gritó Virginia Laura, su esposa, mientras bajaba desesperada del Dodge Coronado y corría hacia el portón por el que acababa de entrar el auto.
Mario Ricciuto, el yerno, también había escuchado los balazos. Salió de la casa y llegó antes que ella hasta donde yacía su suegro, debajo de un ligustro.
-Me duele mucho a la derecha – le escuchó decir a Ernesto Rodríguez Rossi, abogado de éxito, ciudadano de prestigio en ciertos círculos de la alta sociedad platense y hombre de negocios en todos los terrenos, tanto llanos como escabrosos.
El asesino vestía un abrigo grueso de lana color claro, cubría su cabeza con una gorra y sus facciones estaban deformadas por algo parecido a una media de mujer. Sin decir una palabra empezó a disparar
La casa de la calle 4 N° 117, era un chalet de dos plantas que se destacaba aun en esa zona de La Plata. Tenía un frente de quince metros enrejado de punta a punta y ornamentado con una ligustrina de no más de un metro de alto prolijamente mantenida y dos fresnos jóvenes en la vereda. Un farol de gas de mercurio y otra luminaria interior potente permitía una visión plena de la entrada. En cambio, dos cedros azules de buen porte a la izquierda del sendero interior dificultaban la vista plena de la construcción desde la calle.
Eran poco más de las diez de la noche del domingo 18 de agosto de 1974. El matrimonio Rodríguez Rossi venía de un velorio y había decidido cenar afuera antes de volver.
El abogado bajó del auto. Aunque la operación de apertura de la entrada del coche exigía varias maniobras las hizo con rapidez. El portón de rejas de dos hojas se accionaba con llave y con el movimiento de dos fallebas, una superior con traba en un arco de hierro y una inferior en el piso. Abrió el portón y el Dodge Coronado con Virginia Laura al volante subió por el sendero de lajas hacia el interior y se detuvo a menos de diez metros de la entrada.
Fue entonces cuando una persona apareció de la nada. Vestía un abrigo grueso de lana color claro, cubría su cabeza con una gorra y sus facciones estaban deformadas por algo parecido a una media de mujer. Sin decir una palabra empezó a disparar.
La balacera derribó al abogado. Dos balas calibre 32 penetraron en su cuerpo y otras impactaron en los barrotes de la reja entornada. La primera le dio sobre la clavícula izquierda cerca del cuello cuando estaba de pie y la segunda penetró cerca de la axila derecha mientras caía.
El agresor descargó cinco balazos antes de correr hacia la esquina más próxima, donde después, en la declaración policial, Virginia Laura recordaría haber visto a tres hombres. También recordó que un automóvil Rambler parecía haberlos seguido desde el restaurante.
Rodríguez Rossi era un hombre gordo, muy corpulento, pesado. Como pudieron, su mujer y su yerno lo subieron al asiento trasero del auto y salieron disparados hacia el Hospital Italiano, en la otra punta de la ciudad. Quizás por la desesperación del momento, olvidaron que apenas a cinco cuadras había otro hospital.
Murió dos días después.
El banquero de monseñor
Ernesto Rodríguez Rossi estaba casado con Virginia Laura y era padre de tres hijos: María Amelia, Enrique y Laurita. También era un hombre poderoso, que había sabido ganarse muchos enemigos.
Hijo del comisario retirado Ernesto Rodríguez, había superado largamente sus orígenes de clase con una brillante carrera de Derecho –se había recibido a los 22 años con un promedio muy alto– y poco después había ganado un juicio de restitución de tierras en el Sur Argentino que le había reportado una fortuna en honorarios.
De ahí en más, su prestigio y sus vinculaciones con la Curia hicieron el resto. Se transformó en uno de los hombres de confianza del arzobispo platense, monseñor Antonio Plaza, de quien fue socio y testaferro en la aventura financiera del Banco Popular de La Plata, que en 1964 había dejado un tendal de pequeños ahorristas estafados.
También con la bendición de Plaza era abogado de la Universidad Católica de La Plata –donde había protagonizado no pocos conflictos y enfrentamientos– y se movía con soltura en los círculos de poder, tanto civiles como militares.
Por su estudio jurídico pasaban no sólo causas de alto impacto sino también negocios de todo tipo que, más de una vez, dejaban en el camino heridos y sordos rencores.
La primera hipótesis policial fue de manual: investigar al entorno familiar. Y allí surgió la historia de un hermanastro que los Rodríguez Rossi no toleraban y llamaban “el bastardo”
Por esos días, según no pocos allegados, sus relaciones con monseñor Plaza no pasaban por el mejor momento, aunque seguía siendo uno de sus colaboradores más estrechos. También venía recibiendo amenazas en las que se mezclaban política y extorsiones.
A pesar de eso, dos días antes del atentado que le costaría la vida, Ernesto Rodríguez Rossi había despedido inexplicablemente a la custodia que lo venía acompañando desde hacía años.
Cuando le dispararon no había nadie protegiéndolo y la lista de sospechosos sorprendió a los investigadores.
Los policías de la Comisaría Segunda de La Plata, que se hizo cargo del caso, no sabían qué pista seguir. Pero fueron eligiendo.
La pista del "bastardo"
La primera pista que siguió la policía fue la que indicaba el manual: investigar al entorno familiar. En el caso de Ernesto Rodríguez Rossi había razones de peso para hacerlo y la mira de la investigación se centró en otro de "los Ernestos".
El comisario Ernesto Rodríguez –padre de la víctima– se había casado dos veces. De su primer matrimonio tuvo dos hijos: Ernesto Juan José, el abogado que todavía agonizaba en el Hospital Italiano, y Ernesto Víctor, escribano. Ambos hijos agregaron el apellido materno al de su padre y firmaban con los dos: Rodríguez Rossi.
Rodríguez Rossi que había sido condenado a muerte por un supuesto “Comando superior” del ERP: solo podía salvarse si se avenía a pagar una “multa” en dólares. Pero la pista resultó falsa
Al enviudar de su primera mujer, el comisario se casó con María Cándida Prado, con quien tuvo un tercer hijo, Mario Ernesto. Ernesto Rodríguez (padre) había muerto en junio de 1974 y si hasta entonces los dos Rodríguez Rossi había tolerado al Ernesto hermanastro, desde entonces el enfrentamiento había sido abierto. Ninguno quería al "bastardo", como lo llamaban.
Mario Ernesto tampoco ayudaba al vínculo. Al contrario que los mayores, nunca estudió y vivía de lo que podía, más que nada a expensas de su padre, algo que se terminó cuando éste murió. Mario Ernesto había estado preso en varias ocasiones por diversos delitos y su mujer, Malena, a la que el abogado llamaba "la prostituta", era una mancha para el prestigio del que adoraba gozar el mayor de los hermanos.
La hipótesis
Tras la muerte del comisario, Ernesto lo había echado de la casa en que vivía, que era de su propiedad, y había dejado de hablarle. Más de una vez, el "hermanastro" le había prometido venganza, por haberlo echado del departamento y por no haberlo dejado visitar a su padre cuando estaba enfermo. Incluso, una noche, había disparado contra el portón de la casa de la calle 4.
La hipótesis policial señalaba al hermanastro, pero cayó como un castillo de naipes cuando los investigadores encontraron que al momento del crimen el hombre estaba preso en la Unidad 9
Con toda esta información, brindada por Virginia Laura, la viuda, la policía no perdió un momento.
En los días que siguieron, detuvieron a Malena y a otros dos sospechosos: un hermano de ella y un cuñado de Mario Ernesto. La policía estaba detrás de Mario Ernesto, como el posible criminal.
Pero la hipótesis de los sabuesos se cayó como castillo de naipes: Mario Ernesto, al momento del crimen, estaba preso en la Unidad 9 y, además, el único revólver que tenía –y que le guardaban unos amigos– era un calibre 38, que no coincidía con las balas 32 del atentado.
Antes de que transcurriera una semana, liberaron a Malena y a los dos hombres. La pista se había agotado rápidamente.
Los falsos "subversivos"
En Julio de 1973 –poco más de un año antes del atentado que le costaría la vida– el abogado Ernesto Rodríguez Rossi había recibido una serie de amenazas supuestamente firmadas por el "Ejército Revolucionario del Pueblo" en hojas ilustradas con una estrella roja.
Allí se le comunicaba a Rodríguez Rossi que había sido condenado a muerte por un supuesto "Comando superior" y que su condena podía ser conmutada si se avenía a pagar una "multa" a determinar, en dólares. Para eso debía publicar un aviso en el diario platense El Día diciendo "Estoy listo" y entonces se le comunicarían lugar y hora para hacer el pago en "billetes no mayores de 100 dólares".
Si no pagaba se procedería "Al ajusticiamiento por fusilamiento con arma automática sin otro aviso adicional".
Luego de recibir las amenazas, el abogado viajó con parte de su familia a Europa, a raíz de lo cual el supuesto ERP confirmó su condena a muerte.
La investigación decidió no descartar la pista, pese a que ni la estrella era la del ERP, ni el vocabulario utilizado en el texto se aproximaba siquiera al utilizado por la organización guerrillera en sus comunicados.
Los investigadores no demoraron en descubrir que la extorsión realizada por una supuesta organización guerrillera era uno de los modos con que el hermanastro Mario Ernesto, "el bastardo" quería hacerse de unos pesos.
Incluso había sido detenido anteriormente por realizar una operación similar, cuando intentó extorsionar a otro abogado platense mediante amenazas de una inexistente organización identificada con una estrella roja y la sigla "CFP".
Todo sonaba falso. Y la pista "subversiva" fue descartada.
El capitán duelista
En sus declaraciones después del atentado, familiares de Ernesto Rodríguez Rossi también deslizaron otro nombre que quedó envuelto en sospechas: el capitán de la Armada Oscar Alfredo Castro, hombre con el que el abogado había cultivado una larga y estrecha amistad hasta hacía poco más de un año cuando, por razones desconocidas –la familia sospechaba que se trataba de una cuestión de dinero– había terminado enfrentados al punto de cruzar padrinos para desafiarse a duelo.
Nunca se lo dijeron a la policía, pero en voz baja más de un allegado a Ernesto Rodríguez Rossi pronunciaba una frase al referirse al asesinato: “Lo mató el cura”
Pruebas de ese encono no escaseaban. Una solicitada publicada en el diario El Día el 13 de septiembre de 1973 por el general Eduardo Rafael Labanca y el doctor Aidor Arnoldo Maltempo, en su calidad de "padrinos designados por el doctor Ernesto Rodríguez Rossi", denunciaban al capitán Castro por no haber designado sus padrinos para el duelo y haberse "rehusado a responder en la forma prevista por el Código". En otras palabras, acusaban al militar de haberse "borrado" del desafío.
Como prueba de la manifiesta enemistad entre el abogado y el militar, los investigadores obtuvieron una carta dirigida a Castro por el cura presbítero Obdulio Malchiodi, donde le avisaba que Rodríguez Rossi lo había llamado por teléfono en varias oportunidades diciendo que retaría a duelo a Castro y que le enviaría padrinos. Al final de la carta, el cura le recomendaba a Castro no aceptar el desafío.
Los investigadores no demorar en descubrir que en esta pista las cosas estaban dadas vueltas y que si había un amenazado éste era el capitán Castro. Eso y la pertenencia a las Fuerzas Armadas del sospechoso hicieron que esta línea de investigación no avanzara más.
El todopoderoso Monseñor Plaza
Nunca se lo dijeron a la policía, pero en voz baja más de un allegado a Ernesto Rodríguez Rossi pronunciaba una frase al referirse al asesinato: "Lo mató el cura". El cura que no necesitaban nombrar era monseñor Antonio Plaza, arzobispo de La Plata, y jefe, socio y empleador del abogado.
El purpurado y el abogado habían llevado juntos y adelante la estafa a los ahorristas del Banco Popular de La Plata y la arquitectura de la Obra Social Arquidiocesana, una institución a la que los entendidos señalan como precursora del Banco Ambrosiano que tantos dolores de cabeza le daría al Vaticano en tiempos de Juan Pablo II. Basta recordar al presbítero Paul Marcinkus, de la Banca Vaticana, quien aparece en El Padrino III, la última pieza magistral de la zaga de Francis Ford Coppola, donde Michael Corleone teje negocios con la más alta jerarquía de El Vaticano.
La pista que podía llevar a monseñor Plaza murió antes de empezar. Nadie se iba a meter con el poderoso arzobispo de La Plata
En los últimos meses, las relaciones entre Plaza y Rodríguez Rossi se habían enfriado al punto que el domingo del atentado, el abogado había decidido no concurrir a la misa en la Catedral, como habitualmente lo hacía. En cambio, por la mañana había recibido en su casa al hombre más cercano a monseñor, José Francisco Marsicano, una suerte de todoterreno de Plaza.
Marsicano, que también colaboraba con Rodríguez Rossi en el estudio, era una de las pocas personas, fuera de la familia, que sabía por anticipado cuáles serían los movimientos del abogado ese domingo: asistir a un velorio y cenar con su mujer en el restaurante Los Pinos.
La pista que podía llevar a monseñor Plaza murió antes de empezar. Nadie se iba a meter con el poderoso arzobispo de La Plata.
Otras hipótesis tampoco llevaron a ningún lado: amenazas de estudiantes de la Universidad Católica, negocios turbios en el Hipódromo de La Plata -por entonces una de las cajas del vicegobernador Victorio Calabró-, afectados varios por la actividad profesional y financiera del abogado.
Ocho meses después, otra muerte
Para abril de 1975 todas las líneas de investigación estaban estancadas. Entonces ocurrió otro crimen que por un momento los investigadores conectaron con el caso. No era para menos: la víctima era Enrique Rodríguez Rossi, de 22 años, hijo del abogado.
Después de ser citado misteriosamente por teléfono la madrugada del 11 de abril, el joven apareció acribillado a balazos en el camino que une las localidades de Villa Elisa y Punta Lara, en las afueras de La Plata.
Si las primeras horas después de esta segunda muerte los investigadores pensaron que los dos crímenes estaban conectados, pronto tuvieron que descartar la hipótesis.
Un comunicado y pintadas en las paredes de la organización revolucionaria Fuerzas Argentinas de Liberación 22 de Agosto (FAL 22) revelaron las razones del asesinato de Enrique. El joven era parte de esa organización –aunque muy pocos lo sabían– y había aprovechado sus vínculos sociales para infiltrarse en la banda parapolicial de la ultraderecha peronista Concentración Nacional Universitaria (CNU). El grupo de tareas lo había descubierto, tras lo cual lo mataron a su estilo: con una lluvia de balazos en un camino desierto.
Fue la última vez que la Justicia intentó avanzar en el esclarecimiento del asesinato del banquero de monseñor Plaza. Casi 45 años después, la muerte del abogado Ernesto Rodríguez Rossi sigue siendo un misterio.
Colaboró: Ricardo Martínez
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