El 11 de marzo de 1973 la fórmula del Frente Justicialista de Liberación, integrada por Héctor J. Cámpora y Vicente Solano Lima, ganó la elección presidencial dejando atrás varios lustros de presidentes constitucionales condicionados por la proscripción del Partido Justicialista (Arturo Frondizi y Arturo Illia) y cinco mandatarios militares de facto.
El 25 de marzo de 1973 el presidente electo partió hacia Roma para entrevistarse con Juan Domingo Perón y la capital italiana fue el centro de atención de la Argentina al establecerse ahí la cabeza de puente para contactos con empresarios italianos y comunitarios que –decían– intentarían invertir en la Argentina.
Era notorio que el gesto dejaba al margen al gobierno español y sus intereses (no pertenecía a la Comunidad Económica Europea).
El gobierno de Francisco Franco pagaba, entre otras cosas, el gesto de haber invitado al teniente general Alejandro Agustín Lanusse en plena contienda electoral (febrero de 1973), los reiterados informes de su embajada que señalaban que el FREJULI no lograría una victoria contundente y –como hemos visto– el largo silencio de 12 años entre Franco y Perón. España reaccionó e invitó a Cámpora a Madrid con tratamiento de Jefe de Estado.
Sin decirlo, también había un mensaje implícito para el gobierno de Richard Nixon: la idea era alejarse de la influencia económica de los Estados Unidos.
El 24 de marzo, el matutino La Opinión publicó una crónica sobre Perón en Roma, los días previos a la llegada de Cámpora, escrita por Emilio Abras (meses más tarde secretario de Prensa durante la presidencia de Perón), en la que sostenía que el ex presidente, durante gran parte del tiempo, había hablado sobre su "preocupación principal: cambiar la estructura vigente en Iberoamérica, terminando con todo tipo de dependencia y logrando la unidad de los países ubicados al sur del río Bravo".
Las gestiones realizadas en Italia y luego en París conducían a posicionar a la Argentina en la privilegiada ruta de las inversiones de origen europeo. Algo que una década más tarde ensayaría -otra vez sin éxito- el radical Raúl Ricardo Alfonsín.
En Roma, Perón eligió albergarse en el exclusivo Hotel Excelsior, en plena Via Veneto, y, desde ese momento –relatan las crónicas–, desplegó una intensa actividad, algo que hizo exclamar a su secretario, José López Rega: "Estamos como locos de trabajo… no habrá descanso para nadie".
En su segunda jornada, Perón le concedió una audiencia a José Antonio Jiménez Arnau, el representante de España ante el Quirinal. Ahí se concretó el viaje de Cámpora a Madrid horas más tarde. También volvió a encontrarse con el presidente, Giovanni Leone, el primer ministro, Giulio Andreotti, y el cardenal Agostino Casaroli.
Héctor Cámpora llegó a Fiumicino el 26 y, en un claro reconocimiento de su investidura por parte del gobierno de Alejandro Lanusse, que todavía no había oficializado la victoria del FREJULI, fue recibido por el embajador argentino, vicealmirante (RE) Constantino Argüelles.
Los cables internacionales, mientras tanto, repetían conceptos de Gianfranco Elia Valori, a quien se señalaba como "comisionista" en Roma de los intereses del Mercado Común Europeo: "Estamos armando un andamiaje desde la base para que Europa apoye al gobierno justicialista".
Los datos estadísticos expresaban que, en 1971, la Argentina tenía una balanza comercial favorable con los nueve países de la Comunidad Europea. Bordeó los 1.300 millones de dólares, con un superávit de 220, y en 1973 la expectativa era 2.000 millones de dólares de intercambio.
Durante sus jornadas en Roma, Perón escuchó a una gran cantidad de empresarios. Antes de cualquier emprendimiento, los europeos deslizaban tres condiciones: seguridad, continuidad para sus inversiones y la capacidad del Estado de velar por la integridad física de sus habitantes, el monopolio de la fuerza para el cumplimiento de las leyes.
Perón sabía que las condiciones no podían alcanzarse si no se establecían las reglas del juego interno argentino.
Para comenzar, tras el 25 de mayo, los fusiles debían silenciarse… y ahí estaba el meollo del problema.
¿Qué garantía tendrían los europeos en un país donde el año anterior se había asesinado al ejecutivo de la FIAT Oberdan Sallustro? ¿Y el secuestro del cónsul inglés Stanley Sylvester? ¿Qué papel desempeñarían en el futuro las "formaciones especiales"?
Preguntas simples, respuestas difíciles. Por el momento, se decía que con el gobierno constitucional se terminaría la violencia terrorista, ya que la extrema izquierda "no será un problema para mi gobierno porque realizaremos un programa que satisfará las negociaciones populares", dijo Cámpora. La realidad sostendría algo diferente.
El domingo 1º de abril un comando del PRT-ERP secuestró al contralmirante Francisco Agustín Alemán con el fin de canjearlo por "presos políticos", una maniobra que manifestaba la desconfianza de "Robi" Santucho en "una amnistía amplia y generosa".
También había sido secuestrado el gerente de Relaciones Técnicas de Kodak, Anthony da Cruz, un portugués nacionalizado norteamericano por el que se pedían 5 millones de pesos.
Igual destino tuvo el gerente del Banco de Boston de Rosario. Menos suerte le tocó al jefe de Inteligencia del III Cuerpo, coronel Héctor Alberto Iribarren, en Córdoba, porque fue asesinado el 4 de abril, de manera artera, cuando salía de su casa en el Cerro de las Rosas.
Poco después, la Unidad Básica de Combate "Mariano Pujadas-Susana Lesgart", de Montoneros, se adjudicaba el hecho y comunicaba cómo sería la actitud de la organización a partir de la asunción de las nuevas autoridades constitucionales.
El domingo 1º de abril un comando del PRT-ERP secuestró al contralmirante Francisco Agustín Alemán con el fin de canjearlo por “presos políticos”, una maniobra que manifestaba la desconfianza de “Robi” Santucho en “una amnistía amplia y generosa”
También explotó una bomba en el propio edificio de la Armada. Murió el conscripto Julio César Provenzano, responsable del atentado.
Por esas mismas horas, el gobierno de Lanusse tuvo que aceptar los resultados electorales y dio a publicidad, oficialmente, los porcentajes finales del escrutinio: el FREJULI, 49,58%, y la UCR, 21,29%.
El gobierno y el poder
Al finalizar la agenda en Roma, el sábado 31 de marzo, Perón y Cámpora viajaron a Madrid en respuesta al reiterado deseo del gobierno español. Curiosamente, el vuelo se realizó en la misma aeronave privada que Perón había utilizado para desplazarse a Roma el 14 de noviembre de 1972, antes de iniciar su primer regreso a la Argentina, y que –se decía– era propiedad de Giovanni Agnelli.
El Mystère DA-20 aterrizó en Barajas a las 12.18. Descendieron, en este orden, Cámpora, un hijo del presidente electo, Perón, Isabel, López Rega y luego los otros acompañantes.
Al pie de la escalerilla los esperaban el canciller español, Gregorio López Bravo, subsecretarios, directores generales y el introductor de embajadores Emilio Pan de Soraluce y Olmos. También concurrió el embajador argentino, Jorge Rojas Silveyra.
Después de atravesar una doble guardia de honor, en la sala de prensa del aeropuerto, Cámpora enfrentó a un centenar de periodistas para formular unas pocas declaraciones, bajo la atenta mirada de Juan Domingo Perón: "Como presidente electo argentino, próximo a ejercer el Gobierno y el poder en mi país, he de tener una preocupación constante: acrecentar las relaciones entre Argentina y España, no digo sus sentimientos, porque siempre han sido permanentes e inextinguibles a través del tiempo y del espacio".
Quizá sus palabras habían brotado desde lo más profundo de su corazón, pero había cometido un error singular. Había fundido en su propia persona el gobierno y el poder, cuando el lema de la campaña prometía que él llegaría al gobierno y Perón al poder.
El miércoles 11 de abril, en la intimidad de una cena en París, José López Rega le dijo a Magdalena Díaz Bialet, esposa del diplomático y asesor especial del presidente electo: "El doctor Cámpora cree que el poder es de él, pero el poder no es de él".
El matrimonio Perón –presente en el momento—no opinó nada.
Luego de los saludos protocolares en el aeropuerto de Barajas, Héctor Cámpora se dirigió al Palacio Real de El Pardo para dialogar con Francisco Franco. Juan Domingo Perón también participó del encuentro con el caudillo, con quien nunca antes había conversado personalmente durante los 12 años de su exilio en España.
Finalizada la reunión, el ex mandatario y el presidente electo se dirigieron a Puerta de Hierro, donde almorzaron. Al llegar a Navalmanzano 6, un numeroso grupo de periodistas abordó a Cámpora, quien ante la pregunta sobre su encuentro con Franco, dijo que había tratado cuestiones sobre el futuro de la relación de los dos países, la emigración y las posibilidades de inversiones de capitales españoles en la Argentina, y viceversa.
Afirmó que, cuando asumiera, trataría de combatir la desocupación en su país –que estimó en un millón de trabajadores– y que, una vez resuelto el problema, le gustaría que llegasen a la Argentina emigrantes españoles e italianos. Estaba fuera de tiempo, porque ésta ya no era un destino elegido por los que huían de Europa Occidental.
Por la tarde, en Barajas, abrazó a Perón, se despidió de López Bravo, volvió a subirse al Mystère DA-20 para llegar a Roma y, desde allí, el mismo día, voló a Buenos Aires en un avión de línea.
Sobre la llegada de Cámpora con Perón a Madrid y sus detalles íntimos quedó como testimonio la desgrabación de un largo relato que el embajador Jorge Rojas Silveyra le hizo al embajador de carrera Guillermo de la Plaza, en ese momento alto funcionario del Palacio San Martín.
Años más tarde se sabría que De la Plaza seria uno de los tantos argentinos que integraron la logia Propaganda Due que lideraba Licio Gelli.
Las "cartas orales" eran muy comunes en aquella época. Jorge Daniel Paladino, el ex delegado de Perón las usaba habitualmente.
Como bien aclara "Rojitas", como lo llamaba Perón, el día de la llegada de Cámpora a Madrid el embajador de Lanusse desde hacía varios meses tenía cortada su comunicación con el líder de Puerta de Hierro y aclara que se hizo acompañar por el segundo de la embajada Manuel Gómez Carrillo (h), nada menos que uno de los autores de la Marcha de la Libertad en 1955.
"Yo tenía mis ciertas angustias –le cuenta Rojas Silveyra a De la Plaza—porque me había propuesto firmemente, por razones de principios de gobierno, no personales, no extenderle la mano a Perón si él no me la extendía primero.
"Al descender los pasajeros "cuando yo estaba saludando a Cámpora y me iba a echar hacia atrás, Perón puso cara de sorpresa y de amable, y muerto de risa me dijo:
-Cómo está brigadier ¡Tanto tiempo! ¿Por qué no viene por casa? Hace mucho que no lo vemos.
-Señor –le dije-, usted es que quien cortó el diálogo, así que espero una invitación suya, porque eso de ir a su casa, según mi familia, según mi mujer y según yo, no corre. Hay que fijar una fecha y hora de encuentro.
Espero—te digo entre paréntesis- que no la fije nunca.
"Posteriormente, bajó López Rega y bajó también Isabel Martínez de Perón, quienes estuvieron excesivamente amables con la gente de la embajada. Ostensiblemente amables –te diría—con la gente de la embajada".
Como bien aclara “Rojitas”, como lo llamaba Perón, el día de la llegada de Cámpora a Madrid el embajador de Lanusse desde hacía varios meses tenía cortada su comunicación con el líder de Puerta de Hierro y aclara que se hizo acompañar por el segundo de la embajada Manuel Gómez Carrillo (h), nada menos que uno de los autores de la Marcha de la Libertad en 1955
Luego "Rojitas" cuenta que fue invitado a presenciar la conferencia de prensa de Cámpora por el ministro español López Bravo y el embajador respondió: "Le dije que no pensaba estar en la conferencia de prensa, porque ante cualquier pregunta que fuera un poco difícil e insidiosa, iba a salir al cruce. Y él me dijo: 'No, lo único que va a hacer el señor Cámpora es saludar, porque hemos arreglado las cosas con los periodistas para que no pregunten nada'; lo que así paso."
En el momento de despedirse de los presentes el embajador de Lanusse ve "que la señora de Perón se me acerca y me dice: 'Brigadier, lo esperamos por casa'. Ante esta actitud de la mujer, Perón, que estaba conversando, se me acerca y dice: 'Bueno, Rojas, acuérdese, después va por casa'".
"Como ves –comenta "Rojitas" a De la Plaza—estas cosas no se entienden.
"Evidentemente hay una cosa ostensible: delante de las autoridades españolas es una especie de acuerdo, digamos, no con Rojas Silveyra, sino con el representante de Lanusse en España, como diciendo 'no pasa nada, tenemos que trabajar en conjunto'. Una cosa así".
Unos párrafos más adelante Rojas Silveyra intenta analizar los gestos de Perón y algunos de sus seguidores para con él afirmando: "Estos no pueden darse el lujo de gobernar solos… porque evidentemente 49,7% no es 50 más 1. No me cabe la menor duda y, evidentemente, sabemos que de ese 49,7 % hay un 9,7 –si vos querés redondear cifras—que no son peronistas".
Seguidamente, tras un corto listado de hechos terroristas de los últimos días, Rojas formuló su sentencia: "Esta gente, evidentemente, que no fue capaz de condenar la violencia cuando estaba en el llano, ahora la va a tener que condenar desde el poder. La violencia no iba dirigida entonces contra el gobierno militarista de Lanusse. La violencia no era engendrada por la violencia de arriba, porque ahora no hay violencia de arriba, según ellos. Quiero decir, que esa violencia que no se atrevieron a condenar porque, evidentemente, no eran capaces de manejarla, hoy la van a tener que condenar desde el gobierno, que es mucho peor. Yo no puedo decirte que me alegro de esto porque, evidentemente, cuestan vidas y otras cosas, pero siento una sensación, te diría, de alivio, al ver en lo que se van a tener que ver ellos y cómo van a tener que recurrir, evidentemente, a los únicos que pueden vencer a la guerrilla urbana, que son las Fuerzas Armadas, declarándole la guerra como lo hizo el negro Sánchez (se refiere al asesinado teniente general Juan Carlos Sánchez), total y absolutamente y con toda violencia. Van a tener que recurrir a nosotros o van a ser sobrepasados por las guerrillas. Y si son sobrepasados por esas guerrillas, tenemos plena justificación para hacer cualquier cosa".
Tras otros relatos íntimos de sus encuentros con los dirigente del conservadorismo popular, Vicente Solano Lima y Julio Amoedo, "Rojitas" vuelve a insistir que "esta gente no está en fuerza para hacer nada que no sea de común acuerdo con el resto del 50% del país que lo está mirando y del mundo que lo está mirando" y le cuenta a De la Plaza que "una vez me dijo este viejo Juan Perón: 'Usted quiere que yo también condene a una izquierda, cosa que no manejo. Yo condeno una izquierda y al día siguiente me hacen cuarenta atentados; y usted, en vez de hablar con una persona, va a tener que hablar con cuatro o cinco que pretenden apropiarse del movimiento'. No sé si es cierto o si no es cierto".
Tras todas estas opiniones e intimidades, Jorge Rojas Silveyra le aconseja al "Negro" De la Plaza: "Entre tus amigos de las Fuerzas Armadas vos tenés que hacer fuerza para que vengan a rogarnos que los ayudemos, sin negarnos a ayudarlos. Es una frase un poco difícil. Te dije recién que había que darles colaboración, pero que vengan a rogarnos la colaboración, si es posible".
De las tantas cosas que ocurrían en esos días Jorge Rojas Silveyra ignoraba que Perón pensaba volver para ser Presidente de la Nación.
"La conspiración para sacar de en medio a Héctor Cámpora había empezado antes del 11 de marzo de 1973", le diría Juan Manuel Abal Medina al periodista Miguel Bonasso.
El embajador De la Plaza fue uno de los que conspiraron para desplazar a Cámpora y terminó como embajador en Uruguay con la ayuda de su amigo el canciller Juan Alberto Vignes.
Y si volvía –como lo hizo—Perón no iba a rogarle a nadie que lo ayudara a terminar con el terrorismo. Al revés, le iban a suplicar que terminara con la violencia.
SEGUÍ LEYENDO